Por distintas razones se ha privilegiado de modo excluyente el lugar de la palabra en la cura psicoanalítica, siendo que la psique no está habitada solamente por representaciones-palabra, y existiendo además situaciones clínicas en las cuales la curación no pasa, en lo esencial, por el trabajo con la palabra -ocupando éste un lugar secundario-. Se hace necesario, así, recuperar la dimensión heterogénea de la psique y particularmente del inconsciente, heterogeneidad que implica consecuencias importantes en la cura psicoanalítica, y sobre todo en los instrumentos que el analista deberá utilizar.
Al mismo tiempo, es fundamental aclarar a qué nos referimos desde el punto de vista clínico psicoanalítico cuando hablamos de "palabra": desde ya que no estamos haciendo referencia al uso cotidiano, literario, etc., del término. En psicoanálisis -por lo menos en la vertiente freudiana- nos referimos a la palabra en tanto representación-palabra. Esto lleva a tener que poner en consideración la articulación pulsión/palabra, ya que esta última es representante/delegada de aquella. Y esto implica tener que marcar las diferencias en las manifestaciones clínicas, tanto de las pulsiones eróticas como de las de muerte, y a las diferencias en el trabajo del analista en ambos casos.
De la pulsión a la palabra
Suele olvidarse que la palabra es pulsión. La pulsión, para poder acceder a la psique, debe enviar delegados que hablen en el lenguaje de ésta. La representación, sea en su forma originaria, el pictograma1, o como representación-cosa, o representación-palabra, es una delegada de la pulsión. El otro delegado de la pulsión, y que acompaña a la representación, es el afecto.
Las fuentes y los orígenes de las pulsiones -eróticas y tanáticas- están en el cuerpo, en el otro, y en las disposiciones que la psique posee (y en cómo éstas serán trabajadas en los encuentros originarios y en los que se den a lo largo de la vida). Desde el cuerpo y desde el otro provienen los choques de cantidades -las excitaciones- que impactarán contra la psique, que tiene la capacidad de transformarlos en representaciones, afectos y deseos (Castoriadis llama a esta capacidad imaginación radical2). Esto es lo que Freud señala como el pasaje del quantum de energía a cualidad psíquica, en el Proyecto3.
Una dimensión que debe resaltarse al hablar de las pulsiones, es la del registro sociocultural, en su capacidad de incidir en los fines y objetos a través de los cuales éstas hallarán satisfacción. También debe mencionarse el papel que los lazos sociales tienen en la economía pulsional: el lugar que el otro ocupa en la vida anímica, y cómo afecta tanto a las pulsiones de vida como a las de muerte. Veremos más delante de modo detallado estas dos cuestiones.
Entonces, si la palabra cura en psicoanálisis, es porque es pulsión: representante-representativo de ésta. Y -esto es esencial- lo hace en la medida en que es pronunciada, escuchada e interpretada bajo transferencia/contratransferencia: es decir, cuando se trazan y enuncian las coordenadas histórico-fantasmáticas desde las que fue pronunciada/escuchada originariamente, ligándose al afecto correspondiente. Para el afecto -muchas veces con un destino autónomo en relación a la palabra- el destino en el tratamiento analítico es en parte el mismo, debiendo realizarse un movimiento de (re)ligadura en relación a las representaciones-palabra, de las cuales había quedado separado por efecto de la represión.
Las modificaciones en la estructura del aparato psíquico que son esperables durante la cura psicoanalítica, alcanzan precisamente a la pulsión, al modificarse las instancias de los ideales y del superyó, que deciden sobre el destino de éstas, y al modificarse el yo, al informarse del origen pulsional/deseante de las palabras por él pronunciadas, y de los afectos que se ponen en juego.
Pero, hasta aquí, bien puede pensarse que esta explicación alcanza - parcialmente, es cierto - mientras se trate de las pulsiones de vida, de eros. Las inhibiciones, síntomas y angustia, hallan resolución en el pasaje de la repetición al recuerdo y a la elaboración. Eros repite en tanto pugna por ligarse, en tanto motor de un deseo de vida, erótico. Pero algo muy distinto ocurre con la pulsión de muerte y su aparición en la clínica y en la cura psicoanalítica4. Recordemos que ambas pulsiones - eróticas y tanáticas - se encuentran íntimamente entrelazadas, "mezcladas"; cuando se produce su desmezcla, son observables diversos fenómenos clínicos, atribuibles a que la pulsión de muerte queda libre. La insistencia con que en la actualidad la pulsión de muerte hace saber de su presencia en distintos cuadros clínicos, bien puede ser entendida a partir de dicha desmezcla pulsional, y es consecuencia de modos particulares que ha adoptado nuestra sociedad. Podemos ver particularmente dos de estos modos:
El primero tiene que ver con la disolución de los lazos sociales que se ha hecho habitual. Una de las consecuencias para la psique, ya señalada por Freud, es que cuando se pierden los lazos con los semejantes, el pánico se apodera de los integrantes del colectivo social. Esto ocurre porque cada uno se ve llevado a reintroyectar aquello mortífero contenido en cada relación de objeto. Si el otro deja de ocupar un lugar en la vida anímica, el sujeto se ve obligado a reintroyectar a tánatos. Esto es así porque cada lazo contiene libido y pulsión de muerte: tánatos es proyectado en el semejante como modo de evitar la autodestrucción. Así como eros permite catectizar el objeto, ineludiblemente éste recibe una depositación de pulsión de muerte5 .
Así, un modo de pensar el tan a la moda "ataque de pánico" es que sin el otro devenimos el lobo de nosotros mismos por reintroyección mortífera. Los lazos - con la salvedad de los encuentros mortíferos - también son, entonces, una barrera de contención de la muerte.
La segunda cuestión a tener en consideración es que al estar en crisis, en la actualidad, los lugares habituales de apoyo del proceso identificatorio de la psique -las instituciones de la sociedad-, donde son alojados los aspectos inerciales del psiquismo, es decir, lo simbiótico6, ocurre que lo pulsional/tanático que forma parte del mismo, queda libre y dispuesto a volver sobre la psique. Nunca ha sido suficientemente considerado por los psicoanalistas el papel de las instituciones y de la sociedad en sí en relación a la psique: lo cierto es que la pérdida del nosotros nos muestra también el altísimo precio a pagar, cuando el otro deja de estar integrado a la vida anímica individual7.
Freud alertó sobre el carácter demoníaco de la pulsión de muerte, cómo anima a la compulsión a la repetición, a lo mortífero del superyó -que deviene en la melancolía en puro cultivo tanático-, a la reacción terapéutica negativa, al masoquismo primario, a las psicosis. A esto debemos agregar los cuadros adictivos, las afecciones psicosomáticas, cierto tipo de depresiones -ligadas al vacío o a la afánisis- el citado pánico, etc., como cuadros que muestran la marca de la cultura actual: de la ruptura de los lazos sociales, y de la crisis de sus instituciones. Pero sobre todo debemos resaltar que los fenómenos clínicos relativos a la pulsión de muerte ponen de manifiesto aquello que es patognomónico de ésta, su búsqueda última: la desligadura - A. Green - el deseo de no deseo - P. Aulagnier -, estando la auto o heterodestructividad al servicio de esta finalidad. La presencia de la pulsión de muerte obliga a reconsiderar el dispositivo psicoanalítico, el lugar de la palabra, la función del analista8.
La palabra debe bordear a la pulsión de muerte, constituyéndose en una especie de barrera de contención que vaya al mismo tiempo dibujando un contorno, para poder identificarla, y también para producir una red de significaciones que le permita volver a ligarse. Es así que mientras el trabajo de la pulsión tanática es de desligadura, el del análisis va en un sentido opuesto, ligándola a representaciones, a deseos, señalando su accionar, los afectos que se derivan de ella, etc.
Estados alterados
En el trabajo clínico, una confrontación con la pulsión de muerte en un momento y circunstancias favorables -señala Hanna Segal9- pone en movimiento, despierta a las pulsiones eróticas. Esta cuestión fue observable en C. al inicio de su tratamiento: solía vivir estados de desvanecimiento de los límites corporales, una regresión hasta un punto virtual del cuerpo, o más allá de éste, punto que cobraba un inusitado peso-fuerza. Esto se reproducía en sesión, manifestándose un estado crepuscular, en medio de prolongados silencios luego de los cuales el cuerpo volvía a tomar su contorno y dimensiones. Fantasma de regreso al útero, del cual la salida había quedado marcada por la certeza de no haber encontrado un lugar en el deseo materno/paterno. En la transferencia, la reiteración de no encontrar respuesta para su demanda amorosa llevaba a la reproducción de la escena relatada. El trabajo asociativo, la utilización de construcciones, de interpretaciones transferenciales señalando lo mortífero, ocuparon un lugar importante. Pero sobre todo, jugó un papel clave que la escena pudiera desplegarse, con sus prolongados y "pesados" silencios donde aparecía y se expresaba lo tanático. Lentamente, y de modo alternado, esto dio paso a la erotización del cuerpo y del lazo transferencial. Las heridas autoinfligidas y las manifestaciones psicosomáticas -síntomas habituales al momento de la consulta- fueron cediendo lugar, dando paso a un universo donde eros y tánatos fueron abrazándose nuevamente -a veces bajo expresiones masoquistas, o como erotizaciones en sesión, o con explosiones de odio- : pero no volvió a aparecer el silencio de tánatos, su desinvestidura, el deseo de no deseo.
Fue clave también que el analista soportara las explosiones de odio, partidas intempestivas del consultorio. Y que no interviniera -más que siendo un continente-testigo- acompañante que a lo sumo haría alguna pregunta -, dejando lugar a tánatos. También que pudiera soportar su "destrucción" (dirigida al objeto originario que falló en su función de contener a la pulsión de muerte) y sobrevivir a la misma, y sin necesidad de responder retaliativamente. Posteriormente la paciente pudo hacer lugar a deseos pertenecientes a su proyecto identificatorio -laborales, vocacionales, afectivos- detenido al momento del inicio de su análisis, al mismo tiempo que los lazos sociales fueron desplegándose en cantidad y calidad.
El ruido de la muerte
L. se queja del ruido de la calle que se escucha en el consultorio, se siente aturdido. Desde niño huye permanentemente de los ruidos, que se le hacen insoportables, como si se amplificaran en su oído, superando los decibeles que les corresponden. Su fastidio va en aumento a medida que transcurre la sesión. El analista recuerda -para sí, luego los enunciará- sus relatos sobre las peleas entre los padres, el suicidio materno que quedaría asociado a las mismas ... Teje una hipótesis bajo la forma de una construcción: debe haber escuchado muchas veces que la madre manifestaba sus deseos suicidas. Ese ruido de la muerte - ruido de los deseos tanáticos de aquella, pero que en su versión más profunda y terrible no eran expresados mediante palabras - lo ha estado atormentando, y esas palabras e impulsos lo han dejado aturdido. Desde ahí puede entenderse su deseo de devenir sombra, su intento de pasar desapercibido en la vida, que lo llevó a la postración y de allí a la consulta. L. no "hizo" una sordera, ni tiene alucinaciones auditivas, sino que algo desde la realidad desnuda un devenir errático de tánatos, que no consigue ser asido por eros. En el juego de la transferencia ya se había ido estableciendo un cuestionamiento referido a la causalidad "peleas/suicido", casi hasta revertir la misma: el padre atacado por un deseo de muerte desde su esposa. Esta con su autovictimización no hacía más que demostrar un profundo odio inexplicable hacia la figura paterna, que así quedaba culpabilizada, y hacia quien estaban originariamente dirigidos deseos homicidas, que por culpa terminaron recayendo sobre ella, llevándola a una autoinmolación que cumplió parcialmente el objetivo de atacar la figura paterna. La cura ha ido bastante en la dirección de señalar aquello que no se repite, en demostrar que puede dejar de castigar a su padre con su autoconfinamiento, o de ocupar el lugar materno, desanudándose así de un lugar mortífero. También el analista juega a no reiterar una posición paterna de desinterés -tal vez por melancolización de aquel posterior al suicidio- desde un semblante amable, interesado, afectuoso y humorístico. El humor es la muerte de tánatos. El aislamiento lo alimenta: el analista, activamente, lo alienta a establecer lazos, sea con amistades, con sus proyectos inconclusos, tal como una carrera universitaria no concluida.
En ambos casos pudieron -no siempre esto es posible, lamentablemente- ser trazadas las coordenadas históricas, prehistóricas y fantasmáticas de vida y muerte asociadas a los síntomas y trastornos que los pacientes presentaban. Pero esto exigió un trabajo que fue, por un lado, más allá de la palabra, implicando determinadas actitudes y posicionamientos del psicoanalista, hallando la palabra su accionar terapéutico en tanto pudiera recuperar su dimensión pulsional, al no perderse nunca de vista el horizonte transferencial/contratransferencial en juego.
Finalmente: la dimensión heterogénea de la psique; la función del otro y de la sociedad en la constitución de ésta; el papel de la imaginación; la función terapéutica de la palabra y el afecto en psicoanálisis; la presencia y protagonismo actual de la pulsión de muerte en la clínica y su relación con determinado modo cultural; los nuevos dispositivos psicoanalíticos necesarios para la curación, son algunos de los retos que en el inicio de un nuevo siglo el psicoanálisis tiene por delante.
Yago Franco
Psicoanalista
yago.franco [at] topia.com.ar
Notas
1. Aulagnier, Piera: La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado. Amorrortu Ed., Bs. As., 1977. Por pictograma, esta autora define a un primer modo del representar psíquico, que se produce en el encuentro boca-pecho. Esta representación es un intento de negar el sufrimiento, originado en la necesidad, en el cuerpo: intenta reinstalar el estado de tranquilidad psíquica originario de la psique. La actividad de representación muestra ya de inicio la actividad de la pulsión de muerte, en su búsqueda de un estado de no deseo.
2. Castoriadis, C.: Lógica, imaginación, reflexión. En "El inconsciente y la ciencia", Amorrortu Ed., Buenos Aires, 1993.
3. Freud, S.: Proyecto de una psicología para neurólogos. O.C., Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1973.
4. Franco, Y.: De un psicoanálisis a (O)otro. Primer Congreso Virtual de Psicoanálisis "Los psicoanálisis en Castellano desde el Sur del Planeta". http://www.topia.com.ar/congreso. Ver especialmente lo tratado acerca del trastorno, que debe agregarse a la serie de la inhibición, síntoma y angustia, estando especialmente relacionado con la pulsión de muerte.
5. Una de las hipótesis (sostenida por P. Aulagnier y C. Castoriadis) para explicar la agresión, a escala individual y colectiva, es que es un modo mediante el cual la psique se preserva de su autodestrucción; en los orígenes habría un odio radical autodirigido hacia la propia psique, en la medida en que ésta siente que es fuente de su propio sufrimiento, dado que aún no consigue separarse del objeto. Cuando se establezca esa diferenciación, la proyección de la pulsión de muerte como destrucción del otro hace que cada lazo sea cargado, de ahí en más, por la misma, como modo de evitar la autodestrucción.
6. Bleger, J.: Simbiosis y ambigüedad. Ed. Paidós. Buenos Aires, 1967.
7. Franco, Y.: Clínica psicoanalítica en la crisis: resignación y esperanza. Topía en la Clínica Nro 3. También en http://www.topia.com.ar, en la sección de artículos clínicos.
8. Recomiendo la lectura de: Carpintero, E.: Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos. Ed. Topía, Buenos Aires, 1999. Sobre todo en sus desarrollos relativos al dispositivo como espacio soporte de la pulsión de muerte. Pueden leerse su presentación y adelantos en http://www.topia.com.ar/registros
9. Segal, H.: De la utilidad clínica del concepto de instinto de muerte. En "La pulsión de muerte". Amorrortu Ed., Buenos Aires, 1989.