Hay entre los psicoanalistas un discurso que reduce la cuestión del poder -y la dominación- al malestar en la cultura, banalizando todos los términos, y confundiendo lo que es el malestar inevitable para todo sujeto, producido por las renuncias que implica la vida en sociedad, con lo que es un agregado a dicho malestar. Confunde lo que es el malestar en la cultura con el más allá de éste1 y suele "olvidar" que también existe el bien-estar en la cultura. Apela a que siempre hubo y habrá dominación, ya que el "narcisismo de las pequeñas diferencias" hace imposible la convivencia democrática, o que la idea de libertad es ilusoria, ya que hay "cuestiones de estructura" que llevan al juego de sometedores y sometidos, etc. Se trata de un psicoanálisis ¿ingenuo?, simplificado, que no llega a vislumbrar que el poder se sirve del malestar en la cultura para instituir relaciones de dominio de una parte de la sociedad sobre otra; un dominio que para nada es "natural', sino que es instituido. Por supuesto que no es posible reducir la cuestión del poder a las consideraciones psicoanalíticas, ya que el mismo está co-determinado y producido en un campo donde habitan la economía, la política, la cultura, la historia, etc, dominios que gozan, cada uno, de una relativa autonomía; pero ocurre que, como veremos, el psicoanálisis apunta a aquello de la psique donde el poder encuentra sus fuentes y anclajes más profundos.
Hay una dimensión explícita o visible del poder (las instituciones estatales, sus diversos poderes, los partidos políticos, las leyes y códigos, pero también el lenguaje, el orden de sexuación, el modo de producción, ciertas definiciones sobre lo que las cosas son o significan, etc.). Ofrece mayor o menor transparencia de acuerdo a la sociedad y momento histórico, y es el campo de acción de la política. Pero también hay otra dimensión del poder que es implícita, invisible. Ésta es la que hace que los sujetos realicen algo que probablemente no hubiesen realizado por sí mismos, y, lo que es fundamental: sin necesidad de coacción. Ante esta dimensión el poder explícito y la dominación que puede derivarse de éste son secundarios e insuficientes. Este último se hace dramáticamente visible en aquellos momentos en los cuales se torna frágil la dimensión implícita de la dominación, dando origen a las dictaduras, totalitarismos, y toda la gama intermedia pensable: la dominación debe ser realizada por la vía de las armas, la tortura, los genocidios, etc. Cuando una parte importante de la sociedad denuncia el carácter arbitrario del orden de las cosas, y realiza al mismo tiempo acciones tendientes a su desestabilización, puede observarse que el poder explícito deja de ocultar a las fuentes implícitas del poder que, como veremos, pertenecen al colectivo en tanto anónimo, pero que durante un tiempo fue "apropiado" por un sector o clase social que lo instituyó activamente y lo naturalizó.
En este sentido, tal vez la pregunta escandalosa cuyas respuestas pueden desatar una nueva peste psicoanalítica sea: ¿cómo entender el sometimiento de los sujetos al poder instituido en una sociedad, la apropiación e identificación con sus dictados, aún cuando estos sean adversos a los intereses de la mayoría de los sujetos, y existiendo, además, otros modos posibles de lo colectivo potencialmente más benévolos y justos?.
A partir de Cornelius Castoriadis conocemos la existencia del imaginario radical: la capacidad creadora de la psique y de los colectivos sociales. En la psique adquiere la denominación de imaginación radical, y es la capacidad de crear un flujo ilimitado de representaciones, deseos y los afectos. Es radical, en tanto es fuente de creación. No es la imaginación como señuelo, engaño, etc., sino que es poiesis, creación. Las demandas de socialización hacen que la psique tienda a interrumpir este flujo de imaginación radical; la reflexión a la que se adviene en un tratamiento psicoanalítico, permite liberarla de un modo lúcido.
A su vez, una sociedad es creación del imaginario social instituyente. Que produce significaciones que la psique no podría producir por sí sola. Es la instancia de creación del modo de una sociedad, dado que instituye las significaciones que producen un determinado mundo (griego, romano, incaico, etc.) llevando a la emergencia de representaciones, afectos y acciones propios del mismo.
Esta capacidad instituyente del colectivo es su dimensión creadora: crea instituciones y significaciones imaginarias sociales. Estas últimas no son necesariamente explícitas, ni son lo que los individuos se representan, aunque dan lugar a las representaciones, afectos y acciones típicos de una sociedad. Son lo que forman a los individuos sociales. Es imposible explicar cómo emergen: son creación. El campo socio- histórico se caracteriza esencialmente por significaciones imaginarias sociales, las que deben encarnarse en las instituciones.
Hay, entonces, en la sociedad una dimensión instituida y una dimensión instituyente, creadora. Esta última es la más importante, y es la que habitualmente está oculta para los sujetos. Permanece negada en el pensamiento heredado en general, incluyendo al marxismo, habiendo realizado Castoriadis una exhaustiva crítica de este último2.
Se tiende a creer que el orden en el cual vivimos es "natural", nos ha sido dado por antepasados idealizados, o por dioses, modos de producción, leyes económicas, etc.. Pero lo cierto es que cada colectivo social produce sus propias instituciones, con conocimiento o no de ello. Aún la división y antagonismo entre clases sociales es una creación de dicho colectivo, una institución más, que, como el resto de las instituciones, se autonomiza y parece "natural", aún para muchos de quienes llevan la peor parte. Si persiste, es en buena medida, porque continúa siendo objeto de institución aún por parte de éstos. No alcanza para explicar esta dominación con la apelación a la fuerza del poder explícito.
El poder, entonces, pertenece al colectivo anónimo, y, por lo tanto, es de Nadie: es un "infra poder-radical", del cual el poder explícito es una vertiente. El poder somete a los sujetos a partir de la incorporación que estos realizan -mediante el proceso identificatorio- de las significaciones imaginarias sociales, en la medida en que estos participan de las instituciones de la sociedad que las transmiten. Fabrica a los individuos de una sociedad, para hacerlos funcionales a la misma. Dicho de otra manera: ese infra-poder radical es el imaginario social instituyente, que instituye también un modo explícito del poder, y un determinado tipo de subjetividad.
Una de las cuestiones no aclaradas por Castoriadis, es que una parte de estas significaciones tiene la función de ocultar que las mismas son producto del colectivo. Generan la creencia mencionada más arriba: que el orden social es autónomo, que no es producido por la sociedad misma.
Castoriadis ve en la historia la oposición entre un proyecto de cierre, de clausura de lo instituido, y el proyecto de la autonomía, en tanto implica la destotemización de las instituciones, y la creación de otras, con el fin de promover la autonomía de los sujetos. En ese sentido, habla de la Ley y su incorporación a la psique, pero en tanto es instituida/creada socialmente. Con esto va a contracorriente de la posición estructuralista, que la explica como lo ya dado, a lo cual simplemente lo que cabe es adaptarse.
Entonces, si el poder es de Nadie, es decir, es producto del colectivo anónimo, la Ley y el Otro también son su producto. Así, sostiene: "Mi discurso debe tomar el lugar del discurso del Otro, de un discurso que está en mí y me domina: habla por mí (...) Lo esencial de la heteronomía ... es el dominio por un imaginario autonomizado que se arrogó la función de definir para el sujeto tanto la realidad como su deseo"3.
"Un discurso que es mío es un discurso que ha negado el discurso del Otro ... que lo negó o afirmó con conocimiento de causa ... (pero) cómo eliminar lo que está en la base de .. lo que nos hace hombres"4.
Es decir, es impensable la destitución de ese lugar en la tópica individual y colectiva que Freud describiera en Psicología de las masas, donde "por fuera" de la masa hay una entidad, identificada con la cual adviene un grupo social. Eso organiza cualquier grupo, pero no todo grupo tiene el mismo modo de organización, de allí que pueda producirse un agrupamiento totalitario o democrático, para tomar dos ejemplos extremos. En este sentido, la autonomía debe ser entendida como una actividad mediante la cual el sujeto retoma el discurso del Otro, estableciendo otra relación con él.
Hay un claro paralelo entre la autonomía individual y la social: así como es posible que el colectivo pueda reflexionar sobre su propio discurso autonomizado y se provea de otras leyes, a nivel individual esto sigue sus propios carriles. Aquí deviene la presencia y pertinencia del psicoanálisis, que así pertenece al proyecto de la autonomía. El psicoanálisis le permite hacer al sujeto una basculación del Yo hacia el Ello, tomando contacto con los efectos del discurso del Otro (en este caso, del Otro privado, que a su vez transmite la institución de la sociedad) -Castoriadis considera que hasta los objetos de la pulsión llevan estas marcas- para establecer otra relación con el mismo. Esto lo es en términos de un Yo que toma contacto con su Ello de modo lúcido, analizando-filtrando sus contenidos, modificando así la relación entre instancias. Si Freud sostenía que allí donde el Ello estaba, el Yo debe advenir, se trata, además, del movimiento inverso, y del advenimiento de una nueva instancia del sujeto que es actividad: una "instancia activa y lúcida que reorganiza constantemente los contenidos, ayudándose de estos mismos contenidos y que produce..."6 a partir de los mismos. Subjetividad reflexiva y deliberante es como la denomina. A nivel del colectivo, sostiene que "donde no había Nadie (es decir, el campo histórico-social), debemos devenir Nosotros"6, sabiendo que no se trata de eliminar o dominar a Nadie, tanto como al Ello, "sino de instaurar otra relación de la colectividad con su destino"7. Pasar del sometimiento al poder -del Otro, del Yo o del Ello- a tener una relación lúcida con el mismo, pasar de la heteromía a la autonomía: tal la posibilidad que los colectivos y los individuos pueden tener ante sí.
Podemos ahora volver sobre lo sostenido al principio de este texto: el poder utiliza el malestar en la cultura para producir el sometimiento al orden social dado, y, llegado el caso, el dominio de una parte de la sociedad sobre otra. Para esto es necesario recordar el papel clave del sentimiento inconsciente de culpabilidad para la sujeción de los individuos a un orden social, sentimiento que es creado por las renuncias pulsionales y que está en relación directa con la severidad del superyó. Cada renuncia lo fortalece deviniendo, en determinadas circunstancias, en cultivo puro de la pulsión de muerte. Actúa en alianza con el masoquismo originario que existe en el psiquismo, heredero de la inermidad originaria del ser humano, de la descomunal desproporción existente en los orígenes entre el sujeto y sus semejantes. La cultura se vale así de la pulsión de muerte vuelta contra el sujeto -al exigirle mediante el superyó la sofocación de la agresividad- para que éste ingrese en dicho orden y así reconocerlo como un integrante más de la comunidad: la incorporación obligada de las significaciones imaginarias sociales se encuentra así garantizada, y es ofrecida a cambio de las renuncias exigidas. Finalmente: en tanto creación del colectivo anónimo, dicho sometimiento de los sujetos al poder, es el sometimiento a Nadie: pero en la medida en que puedan reconocerse como fuente y origen de dicho poder, y puedan así cuestionar la ley, al haberla declarado no-sagrada, el sometimiento puede dejar paso a una relación diferente con ésta, tendiente a la autonomía.
Yago Franco
Psicoanalista
yago.franco [at] topia.com.ar
Notas
1. Franco, Y.: “Más allá del malestar en la cultura”. Topía Nro XXV. Puede leerse una versión ampliada en www.topia.com.ar
2. Puede leerse al respecto de Franco, Y.: “Subjetividad: lo que el "mercado" se llevó. Una perspectiva desde el pensamiento de Cornelius Castoriadis”. Revista Herramienta Nro 12, Buenos Aires, 2000. También en www.magma-net.com.ar/subjetividad.htm
3. Castoriadis, C.: La institución imaginaria de la sociedad, Tomo I, Tusquests Editores, Bs.As, 1993, página 175.
4. Castoriadis, C. op.cit., página 177.
5. Castoriadis, C., op.cit., página 179.
6. Castoriadis, C.: “Epilegómenos a una teoría del alma que pudo presentarse como ciencia”. En El psicoanálisis, proyecto y elucidación, página 114. Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1992.
7. Castoriadis, C.: idem