Resumen
A partir del examen crítico de algunos aspectos del origen del superyó, de su dotación agresiva y la relación con el yo, comúnmente relegados a un segundo plano, este trabajo se propone reflexionar sobre las consecuencias del viraje teórico de 1920 hacia la teoría freudiana del superyó. Se examinará y repensará el superyó y su relación con el yo partir de la problemática del masoquismo moral según El problema económico del masoquismo (1924), para, finalmente, elucidar algunas particularidades relativas al problema de la eticidad, de la supervivencia y de las relaciones entre instancias psíquicas.
“El consciente es como nuestra vida, no vale mucho, pero es todo lo que tenemos”. ("Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis" (1933), 31a, pág. 209.)
El movimiento de elaboración de la concepción freudiana del superyó es lento, oscilante, difícil de aprehender. Sabemos que Freud no posee una teoría explícita del superyó, sino una sumatoria de hipótesis, algunas de ellas sistematizadas y otra no. Desde 1923 el superyó ocupa un tercio de nuestro aparato psíquico. Sus ecos se hacen oír en la mayoría de los síntomas clínicos, en la teoría de la cura, en actos psíquicos normales individuales y en fenómenos colectivos y culturales. Resulta imposible sustentar la primacía del superyó en un único dominio, clínico, terapéutico, normal individual o cultural. La concepción del superyó atraviesa todas ellos, evidenciando, además, un aspecto común de las concepciones metapsicológicas de forma general.
La constelación del superyó nos permite comprender lo que nos torna neuróticos, lo que nos torna civilizados, lo que nos torna éticos.[1] En otros términos, el superyó ocupa un lugar central en la problemática de la culpa y su clínica, en la relación del hombre con la ley y del hombre con la violencia, interna y externa. El superyó se dibuja en una topología de borde. Como sugiere Albertín (2003), él está siempre en el límite entre el ello y el mundo exterior, entre el ello y el Edipo, entre la pulsión y la formación del inconsciente, entre el deseo y el goce. Tal vez no resulte exagerado afirmar que justamente debido a su amplitud y complejidad, el superyó asuma fases tan controvertidas y genere tantos malentendidos.
A partir del examen crítico de algunos aspectos del origen del superyó, de su dotación agresiva y la relación con el yo, comúnmente relegados a un segundo plano, este trabajo se propone reflexionar sobre las consecuencias del viraje teórico de 1920 hacia la teoría freudiana del superyó.[2] Se examinará y repensará el superyó y su relación con el yo partir de la problemática del masoquismo moral según El problema económico del masoquismo (1924). Para finalmente elucidar algunas particularidades relativas al problema de la eticidad, de la supervivencia y de las relaciones entre instancias psíquicas.
Poder parental y masoquismo moral
La última figura de la serie que comienza con los progenitores es el oscuro poder del destino, al que sólo una minoría puede concebir impersonalmente. Según Freud, aquellos que transfieren la conducción de los sucesos del universo a la Providencia, a Dios o a Dios y a la Naturaleza son: "(...) sospechosos de sentir a estos poderes, no obstante ser los más exteriores y los más remotos, como si fueran una pareja de progenitores (...) y de creerse enlazados con ellos por ligazones libidinosas (Freud, 1924, pág. 174). La expresión "poder parental" revela, justamente, una concepción parental de la Providencia, de Dios y de la Naturaleza, objetificaciones del superyó en la cultura. El individuo interpreta al infortunio o al azar siempre a través de la óptica de castigo y de la expiación de la culpa: el destino me condena, dios me condena, la naturaleza me condena.
Si buceamos en la psicopatología e indagamos, podríamos preguntarnos: ¿la punición del poder parental está vinculada al masoquismo moral? En términos metapsicológicos, ¿qué es lo que está en juego en el masoquismo moral? ¿Cómo es que el superyó se manifiesta esencialmente a través del sentido de la culpa y muestra una realidad tan cruel para con el yo, a tal punto de mostrarse tan cruel como solamente el ello puede serlo? O bien, ¿cómo puede el yo instar al castigo del destino o de los poderes parentales? Sabemos a través de Ricoeur (1977), que la consecuencia más extrema del parentesco entre el superyó y el ello implica no solamente que el superyó soporta residuos libidinales a través del complejo de Edipo, sino que también está cargado de la rabia destructiva gracias al esclarecimiento de la pulsión tanática. Con El yo y el ello y El malestar (...) la dotación agresiva del superyó, además de ser atribuida a su origen identificatorio y por eso mismo heredero de la desmezcla pulsional, se refuerza por medio de la renuncia pulsional impuesta por la cultura. De allí el lugar estructural ocupado por el masoquismo moral.
Sin embargo, son varios los enigmas en “El problema económico del masoquismo” (1924), texto capital de la teoría del masoquismo, que crean en el lector una cierta confusión en relación a la economía pulsional en juego en las expresiones normales y patológicas del masoquismo moral. ¿Qué importa más, quién busca el castigo o quien castiga? Después de todo, ¿en el interior de la economía masoquista "trabajar" para ser castigado revelaría solamente la exacerbación del masoquismo en el yo o revelaría del mismo modo la intensificación del sadismo del superyó?
En Freud existen tres lógicas de funcionamiento vinculadas al masoquismo: la lógica que produce la expresión normal y estructural del masoquismo moral y dos lógicas que producen expresiones patológicas. El masoquismo moral "estructural" es tributario de la represión cultural de las pulsiones que, al mismo tiempo, aumentan el sadismo del superyó y el masoquismo del yo. En el plano de la psicopatología encontramos la “continuidad inconsciente de la moral” o simplemente “crueldad” y el masoquismo moral o “masoquismo ideal”, para utilizar una expresión acuñada por Freud en 1909.[3]
En el caso de la "continuidad inconsciente de la moral" o “crueldad” el sadismo del superyó propiamente dicho es el que promueve conductas que revelan la hipermoralidad de la consciencia. Las manifestaciones de la culpa aquí son ruidosas y casi siempre perceptibles. En el segundo caso, el "masoquismo moral" o "masoquismo ideal" la aspiración del propio yo de ser castigado es lo que importa y de esta forma engendra el genuino masoquismo del yo, la tendencia a sufrir exacerbada. El yo masoquista protagoniza escenas en las cuales alivia su culpa, de forma oculta, a través de infortunios del destino y de los azotes de superyó. En ambos casos, el de la crueldad y el del masoquismo moral patológico, sin embargo, los resultados son los mismos; necesidad de castigo, resistencia al tratamiento y apego a la condición de enfermo. Tal vez éste sea el motivo por el cual el análisis detallado de las dos expresiones del masoquismo moral parece no ser el centro de las preocupaciones de Freud, ya que las consecuencias de ambos son las mismas. Al menos, ésta es la impresión que se tiene frente al siguiente pasaje:
En la primera, el acento recae sobre el sadismo acrecentado del superyó, al cual el yo se somete; en la segunda, en cambio, sobre el genuino masoquismo del yo, quien pide castigo, sea de parte del superyó, sea de los poderes parentales de afuera. Pero nuestra confusión inicial puede disculparse, pues en los dos casos se trata de una relación entre el yo y el superyó o poderes equiparables a este último; y en ambos el resultado es una necesidad que se satisface mediante castigo y padecimiento (Freud, 1924, pág. 175).[4]
Como en el masoquismo moral y en la “continuidad inconsciente de la moral”, nos enfrentamos a los mismos factores, (necesidad de castigo, rigidez del superyó, pulsión tanática y represión cultural), resulta fácil confundir los términos. Nuestra hipótesis es la de que en Freud comúnmente opera una simplificación en la concepción del masoquismo moral. Según esta tesis, simplificada, el masoquismo moral es el resultado del aumento del sadismo del superyó, negándose en primer lugar el aumento del masoquismo del yo y en segundo, la existencia de dinámicas diferentes en la producción de los síntomas. El pasaje apunta justamente a una tendencia, entre losque analizaron la obra de Freud, sobre el ocultamiento del papel del yo en el abordaje de la temática del masoquismo moral. Valas (1990), en Freud y la perversión, desestima la distinción “continuidad inconsciente de la moral” y masoquismo moral y asume el aumento del sadismo del superyó en el interior del masoquismo moral, como él mismo lo explica: "En el masoquismo moral, de esta forma se conjugarían el componente masoquista primario del yo (en otras palabras, el masoquismo erógeno) y la severidad aumentada del superyó (heredero del complejo de Edipo)" (Valas, 1990, pág. 86).
Albertín (2003), en Las voces del superyó en la clínica psicoanalítica y en el malestar en la cultura, dice lo siguiente acerca del masoquismo moral:
En la encrucijada de esos caminos la búsqueda del castigo erotizado afianzado en el fantasma “Pegan a un niño” revela el vínculo estrecho entre superyó y fantasma. A partir de estos ejes interrogamos "el modo de vida masoquista" de la neurosis de Dostoievski. Según Freud, las subversiones del padre y del destino con la presión superyoica, destino que incita a la sumisión al padre, veladamente por detrás de las atroces figuras del fracaso (Albertín, 2003, pág. 183).
De hecho, en “Dostoievski y el parricidio” (1927), un padre violento en realidad contribuye a la formación de un superyó igualmente violento con el yo. Sin embargo, algo sucede con el yo: éste se torna masoquista, adopta una postura femenina pasiva y aumenta su necesidad de castigo que, en parte, está lista como tal a aceptar el destino y en cierta forma encuentra satisfacción en el maltrato del superyó. Freud utiliza como llave para analizar al escritor los azotes del superyó y critica los aspectos morales y éticos en Dostoievski, realzando su necesidad de castigo apaciguado por los engaños que él se hace a sí mismo a lo largo de su vida. Al asociar el castigo erotizado “al estrecho vínculo entre superyó y fantasma”, Albertín parece dejar de lado un elemento fundamental en la producción de las "engaños" y de las situaciones de fracaso del escritor: la posición masoquista del yo. Además, el unir el masoquismo moral al paradigma de “Pegan a un niño” (1919), implica, del mismo modo, no considerar los efectos destructivos de la pulsión tanática sobre la posición masoquista de la libido.[5]
Si, por un lado “El problema económico del masoquismo” (1924) conserva de
“Pegan a un niño” (1919) la hipótesis basada en una escena donde el individuo se ve a sí miso golpeado por el padre y goza con ello - un goce de carácter masoquista -, por otro lado, los celos y la rivalidad, centrales en “Pegan a un niño”, salen de escena en el texto de 1924, dando lugar a la “ecuación libido más pulsión fanática”. El resultado del vínculo mortífero entre el yo y el sufrimiento será la renuncia a las pulsiones.[6] Ricoeur en 1977 postula que, a pesar de que “ignoramos cómo se produce la domesticación (Bändigung) de la pulsión de muerte por parte de la libido, o sea, en la parte de la pulsión de muerte vertida en los objetos exteriores, sino también en el “residuo” que queda adentro, es decir, en el masoquismo, que se nos muestra así como la más primitiva “aleación” (Legierung, coalescencia) del amor y la muerte (Ricoeur, 1970, pág. 257).
Volvamos sobre algunos pasajes de “El problema económico del masoquismo” (1924) para ilustrar mejor nuestro argumento. Comencemos por la afirmación de Freud que reprodujimos anteriormente, en la que dice que: “en el masoquismo moral (...) el acento recae sobre el verdadero masoquismo del yo, quien pide ese castigo, ya sea de parte del superyó o de los poderes parentales exteriores (...)” (Freud, 1924, pág.175).[7] Más adelante leemos: “(...) también llamen “masoquistas” a los que infligen daños a sí mismos (Freud, 1924, p. 171).[8] Y luego:
Este último – masoquista - crea la tentación de un trabajar “pecaminoso”, que debe ser expiado bajo las acusaciones de la consciencia moral sádica (como en el carácter de varios personajes rusos) o con el castigo del destino, ese gran poder parental. Para provocar el castigo de este último sustituto de los progenitores, el masoquista se ve obligado a hacer cosas inadecuadas, a trabajar contra su propio beneficio, a destruir las perspectivas que se abren en el mundo real y, eventualmente, aniquilar su propia existencia real (Freud, 1924, pág. 175).
Y finalmente, encontramos una expresión contundente: “No interesa quien lo inflija, si la persona amada o una indiferente o si es causado por poderes o circunstancias impersonales; el verdadero masoquista ofrece su mejilla toda vez que se le presenta la oportunidad de recibir una bofetada” (Freud, 1924, pág.171).[9] En suma, el yo masoquista provoca situaciones en las cuales él es el castigado, "ofrece su mejilla" en situaciones de castigo. Él pide, busca y provoca los castigos del superyó o del dolor parental. Él es activo en la búsqueda del sufrimiento en ese sentido. A diferencia del melancólico, para quien la relación con el objeto específico es determinante -recordando que la melancolía opera en torno a la pérdida del amor del objeto reprendido- en el masoquismo moral "(...) no importa de donde venga el castigo. El yo no necesita de alguien amado, ni de la pérdida de ese amor para sufrir" (Weterink, 2009, pág. 205).
Sin embargo, asumir un lugar pasivo no implica "quedarse inmóvil aguardando el castigo”. Al contrario, el yo provoca activamente estas situaciones de castigo. En 1909, Freud propuso la expresión "masoquistas ideales" {ideelle Masochisten} para los individuos que no buscan el placer en el castigo corporal, sino que se lo infligen debido a la humillación y la mortificación psíquica, en un comentario agregado a "La interpretación de los sueños" (1900). La expresión masoquismo moral conserva este aspecto "ideal" de la humillación y de la mortificación mental, designando una conducta de auto castigo del yo hacia el exterior del cuerpo, conducta que no es ni perversa ni normal, sino patológica y moral. Moral debido a su relación con el superyó. Patológica, de acuerdo a la situación de moralidad alienada, inconsciente, por generarle un tipo de sufrimiento al individuo, que pacifica la necesidad de castigo, obedeciendo a una lógica compulsiva en la producción de situaciones de castigo del superyó o del poder parental.
En “El yo y el ello" (1923), la “continuidad inconsciente de la moral” aparece vinculada a un superyó tirano, que, como heredero del complejo de Edipo, sustituye el rigor de la instancia parental. Este sentimiento de culpa también encuentra satisfacción en el castigo. El caso de Elizabeth von R. ilustra de qué modo, en la histeria, la represión de un deseo, puede convertirse en dolor psíquica e hipermoralidad. En Elisabeth von R., la represión de un fuerte deseo inconsciente por su cuñado, ante el lecho de muerte de su hermana, adquiere un fuerte carácter moral. Y en este caso, este carácter moral revelaba solamente su lado externo: su superyó acusaba a su inconsciente y la enloquecía.
Por el contrario, en el caso del masoquismo moral lo que se observa es la resexualización y la reanimación del complejo de Edipo en un sentido regresivo, que origina su carácter pasivo. Al respecto, Westerink (2009), afirma:
Estrictamente hablando, igualmente tenemos que diferenciar la necesidad de castigo del masoquismo moral del sentimiento inconsciente de culpa discutido en El yo y el ello. La necesidad de castigo en el masoquismo moral puede entenderse como una regresión al (negativo) deseo edípico de ser castigado por el padre y tomar el lugar de la madre como objeto de deseo sexual del padre (Westerink, 2009, pág. 205)[10]
Solamente una moralidad resexualizada puede producir ese monstruoso enmarañamiento de amor y de muerte, “que corresponde, en el plano “sublime”, a lo que el placer del sufrimiento en el plano “perverso” (Ricouer, 1979, pág. 247).
Si en la “continuidad inconsciente de la moral” el superyó se torna más sádico, en el masoquismo moral la agresividad superyoica no aumenta. El superyó desempeña su función usual, que debido a su origen y a su relación con el ello, es siempre e inevitablemente violenta y sádica. Freud parece confundir a sus lectores cuando insiste en el aspecto sádico del superyó en juego en el masoquismo moral. El sadismo y el superyó son indisociables. El superyó es, en su esencia, sádico al igual que el yo. Parece haber una sutil distinción en relación a las formas a través de las cuales el yo sufre las amarguras de poder parental o del superyó. En el caso del masoquismo moral, el yo se empeña en sufrir provocando el castigo del Destino o del superyó. Su sentido moral puede debilitarse, lo que llevará al individuo a cometer infracciones y delitos, con el objeto del castigo de la consciencia moral y del destino como representante del padre. El debilitamiento de su sentido moral no se debe a la actuación del superyó, sino solamente a la posición masoquista que ocupa el yo. Aquí, el yo quiere ser tratado como un niño dependiente y malvado.
El ello también sufre en la “continuidad inconsciente de la moral”, pero no promueve su sufrimiento, no incita a la realidad para ser castigado. Frente a la frustración o al infortunio, al ser alcanzado por la infelicidad externa, el yo desconfía de que el poder parental continúe amándolo. Él se examina, reconoce su pecaminosidad, eleva las reivindicaciones de la consciencia, se considera culpable ante lo ocurrido y se castiga por medio de penitencias. Sin embargo, no refuerza su masoquismo, lo que realmente interesa es la agresión del superyó, propiamente dicho.[11] Por este motivo, se percibe una tendencia entre los analistas de los textos freudianos, a subvertir el texto freudiano, retirando la "necesidad del castigo" como efecto o producto de la "continuidad inconsciente de la moral" o de la crueldad.
En resumen, tendríamos entonces: a la "continuidad inconsciente de la moral" o crueldad, en la cual la realidad toma al yo por sorpresa y en la que el superyó entra en escena para infundrle la culpa y promover su castigo. He aquí la hipermoralidad del superyó. En primer lugar, no existe en este caso correspondencia entre actuar sobre la realidad y ser castigado por eso, la naturaleza de la crueldad es eventual: el yo espera el castigo del superyó cada vez el infortunio recaiga sobre el individuo.[12] De manera diferente que en caso del masoquismo moral, el yo reaccionaría sobre la realidad para sufrir con las acusaciones del superyó y sus derivados, lo que generaría la necesidad de castigo propiamente dicha del yo que, en nuestra interpretación del trabajo de Freud, aparecería asociado al masoquismo moral en lugar de la crueldad. En función de esto, nos hacemos eco de la afirmación de Ricoeur (1977):
Podemos ver lo peligroso que sería confundir: moralidad normal, crueldad (sadismo del superyó) y necesidad de castigo (masoquismo del yo). Ciertamente, estas tres posibilidades - la represión cultural pulsional, el oponer al sadismo contra el ego, el refuerzo del propio masoquismo del ego - son tendencias que compiten peligrosamente, pero, al menos en principio, son tendencias diferentes. Lo que llamamos sentimiento de culpa se compone de todo ello, pero en proporciones variables. (Ricoeur, 1977, pág. 248).[13]
Lo esencial, finalmente, consiste en retirar del campo del masoquismo moral y colocar del lado de la crueldad al infortunio, o mejor dicho, los modos de las reacciones del psiquismo frente a eventuales situaciones de infelicidad, muerte, pérdidas, etc., situaciones en las cuales el inconsciente no produce dolor o síntomas, en los que el individuo es, literalmente, "tomado por sorpresa".
Notas finales
Lo que se observa luego del viraje teórico de 1920 es la omnipresencia del superyó en todas las formas de la patología, principalmente en torno al eje culpa-castigo.[14] El poder del superyó frente al yo reflejará el poder de la autoridad externa otrora ejercida ante el niño. En ese sentido, tal parece que la condición absoluta de desamparo y de fragilidad del niño y a su vez, su estricta dependencia del mundo externo inauguran su obediencia a los preceptos éticos. Preceptos inicialmente impuestos desde lo externo y una vez construido el superyó, imperativos interiores. Leemos en Moisés y la religión monoteísta (1938):
El superyó es el sucesor y representante de los padres (y de los educadores), que dirigieron las actividades del individuo durante el primer período de su vida; continúa, casi sin modificarlas, las funciones de esos personajes Mantiene al yo en continua supeditación y ejerce sobre él una presión constante. (Freud, 1938, pág.140).
En efecto, ética y supervivencia no están tan distantes como puede suponerse a primera vista.
De esta forma podemos examinar en Freud los fundamentos de la ética, a partir del desamparo humano y asumir el superyó como la figura última que amparará al yo para garantizarle su existencia. También vimos que el superyó es responsable, juntamente con el masoquismo del yo, de las conductas amorales y de las hipermorales, que encuentran castigo transformando la realidad y promueven situaciones infelicidad. En medio de la discusión metapsicológica acerca de la topología psíquica en juego en el masoquismo moral o en la "continuidad inconsciente de la moral", asumimos finalmente las siguientes hipótesis: Primero, en el masoquismo moral patológico se destaca el masoquismo del yo, en lugar del sadismo del superyó. Segundo, aún en los trazos de carácter en los cuales se observa la moral asociada a las pulsiones destructivas, es imposible negar la participación del yo en la producción de situaciones de fracaso, infelicidad o muerte. Tercero, hablar de un superyó sádico implica incurrir en una tautología, puesto que la estructura del superyó es esencialmente sádica. Cuarto, a pesar de existir una complementación entre el superyó sádico y el yo masoquista, tanto en el masoquismo moral como en la "continuidad inconsciente de la moral", en un caso el yo actúa sobre la realidad para sufrir con las acusaciones del superyó y, en el otro, la realidad lo sorprende y de esa forma el superyó entra en escena para estimular la culpa y promover su castigo. Por último, en la clínica de la culpa, la contingencia ejerce un rol fundamental. Sin embargo, ésta no refuerza el masoquismo de yo, sino apenas al sadismo del superyó o sea, el plano de la crueldad.
Nos resta una pregunta en torno a la economía en juego en el masoquismo moral: ¿sería posible para el analista evaluar la búsqueda del sufrimiento del masoquista -y del placer que de él extrae- como secundaria, detrás de la búsqueda de una compañía, y, como consecuencia, del posicionamiento del Destino como compañero contra el desamparo humano?
Referencias
ALBERTÍN, M. G. (2003). As vozes do supereu na clínica psicanalítica e no mal-estar na cultura. São Paulo: Cultura Ed. Associados; Caxias do Sul: EDUCS.
FREUD, S. (1893-95). Estudio sobre la histeria. En Strachey, J. (1989) Sigmund Freud Obras Completas. Tomo I. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
FREUD, S. (1915). Pulsiones y destinos de pulsión. En Strachey, J. (1989) Sigmund Freud Obras Completas. Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
FREUD, S. (1923). El yo y el ello. En Strachey, J. (1989) Sigmund Freud Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
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FREUD, S. (1927). El porvenir de una ilusión. En Strachey, J. (1989) Sigmund Freud Obras Completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
FREUD, S. (1928 [1927]). Dostoyevski y el parricídio. En Strachey, J. (1989) Sigmund Freud Obras Completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
FREUD, S. (1930 [1929]). El malestar en la cultura. En Strachey, J. (1989) Sigmund Freud Obras Completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
FREUD, S. (1932-36). Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. En Strachey, J. (1989) Sigmund Freud Obras Completas. Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
FREUD, S. (1938). Moisés y la religión monoteísta. En Strachey, J. (1989) Sigmund Freud Obras Completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
GORI, R. (2006). O realismo do ódio. Revista Psicologia Clínica, Vol, 18, n. 2., 125 -142.
RICOEUR, P. (1977). Da Interpretação: ensaio sobre Freud. Rio de Janeiro: Imago [1a ed.: 1965].
WESTERINK, H. (2005). Sigmund Freud on the sense of guilt. Leuven: Leuven. VALAS, P. (1990). Freud e a perversão. Rio de Janeiro: Jorge Zahar.
[1] En El problema económico del masoquismo (1924) Freud dice: "En todas las formas de las psicopatías, debería tenerse en cuenta la conducta del superyó, algo que hasta ahora no ha sido hecho" (Freud, 1924, pág. 44).
[2] Se descartaron las versiones que se proponen explicar el origen del concepto por medio de razones subjetivas que por ventura hayan afectado a Freud.
[3] Aún en El yo y el ello (1923) Freud se refería a "la prolongación de la moral". Recién en El malestar en la cultura (1930) sustituye ese término por el de la “continuidad inconsciente de la moral”.
[4] El subrayado es mío.
[5] Recordemos que, desde 1915, en Pulsiones y destinos de pulsión, el sadismo no tiene como finalidad ni causar dolor ni disfrutar con el sufrimiento, solamente el masoquismo introduce esa dimensión de satisfacción, o sea, un grado del disfrute para el individuo.
[6] Gori (2006) afirma, basándose en Stein: “Si a lo que nos enfrentamos sin cesar en el análisis – tanto el de nuestros pacientes como al nuestro –, no es a ese "yo me odio", al que cada uno de nosotros está condenado a pronunciar. Él no lo sabe, él no lo admite, él lo sabe pero no lo admite. Saberlo, no lo modifica. El odio dirigido hacia sí mismo es sin dudas uno de los factores fundamentales de aquello que se presenta como resistencia al análisis" (Gori, 2006, pág. 126).
[7] Subrayado nuestro.
[8] Subrayado nuestro.
[9] Subrayado nuestro.
[10] A lo que Westerink (2009) se refiere como sentimiento inconsciente de culpa, nosotros optamos por llamarlo “continuidad inconsciente de la moral”.
[11]En este caso, dice Freud, "El destino es considerado como un sustituto de la instancia parental; si nos golpea la desgracia, significa que ya no somos amados por esta autoridad máxima, y amenazados por semejante pérdida de amor, volvemos a someternos al representante de los padres en el superyó, al que habíamos pretendido desdeñar cuando gozábamos de la felicidad. Todo esto se revela con particular claridad cuando, en estricto sentido religioso, no se ve en el destino sino una expresión de la voluntad divina.” (Freud, 1930, pág. 97).
[12] Valas (1990), en Freud y la perversión, repite el equívoco al desconsiderar la distinción “continuidad inconsciente de la moral” y masoquismo moral y asume el aumento del sadismo del superyó en el interior del masoquismo moral, como él mismo lo explica: "En el masoquismo moral, de esta forma se conjugarían el componente masoquista primario del yo (en otras palabras, el masoquismo erógeno) y la severidad aumentada del superyó (heredero del complejo de Edipo)" (Valas, 1990, pág. 86).
[13] Solamente es preciso hacer una ratificación en este pasaje y agregar, como dice Freud en El problema económico del masoquismo (1924), que la necesidad de castigo también está presente en dinámicas en las cuales el superyó es sádico.
[14] "En todas las formas de las psicopatías, debería tenerse en cuenta la conducta del superyó, algo que hasta ahora no ha sido hecho" (Freud, 1924, pág. 165).