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Niños y adolescentes jugando con el filo de la navaja

 

“Hacer hablar lo que todo el mundo ve sin verlo”

 M. Foucault

 

La producción de subjetividad está definida por variables histórico-sociales que constituyen una dimensión necesaria para el abordaje de todo fenómeno psíquico. La pregnancia de los modos paradigmáticos de subjetividad incide en el funcionamiento mismo del aparato psíquico. La nuestra es una cultura que auspicia la búsqueda de un cuerpo que ignore las marcas del tiempo. Un cuerpo cuya “imagen de perfección” es sólo viable si está intervenido, más precisamente, tallado con bisturí. Ya la temprana adolescencia encarna este discurso, recurriendo a modos protésicos de cumplir con dicho ideal. Una cultura que propicia la acción como lenguaje predominante, relega lo psíquico a un segundo plano. “… Determinadas formaciones culturales, al ofrecerse de un modo casi compulsivo obstruyen el trabajo del inconsciente.” (M. Pelento, 2009). Se genera así una “insuficiencia psíquica” que reenvía a la acción como medio de elaboración y alivio. En esta dinámica el cuerpo es el escenario de miradas críticas y de un superyo impiadoso.

El cuerpo está marcado por la cultura como el terreno de operaciones concreto, tangible de las búsquedas, siempre conflictivas, que hacen a la adolescencia. Luchas entre instancias psíquicas, luchas identificatorias e intersubjetivas se expresan frecuentemente en el dominio del cuerpo.

La adolescencia es un tiempo de nuevas inscripciones y retranscripciones que se pueden convertir en fuentes de subjetivación y crecimiento o, en su defecto, en lesiones con las que lastiman el propio cuerpo.

La adolescencia es también un tiempo de metamorfosis en el cual las pulsiones exceden los cauces de posible tramitación. La invasión de angustia automática, no ligada, hace colapsar las defensas y el impulso se dispara. ¿Cuáles son sus destinos posibles?

La clínica de la impulsividad se ha ocupado de estudiarlos resaltando el protagonismo del cuerpo como impronta de la actualidad. “El jugar con el filo de la navaja se ha convertido en una fuente de goce adolescente”. El “self cutting syndrome” (autolesiones en la piel) consiste en rayarse los antebrazos produciendo pequeñas incisiones superficiales cercanas a las venas. El borde de la piel, el contorno de las venas son explorados y tajeados en un acto solitario y riesgoso, que pone de relieve la intensidad emocional alterada de ciertos adolescentes más allá del principio del placer. Este acto que requiere de un milimétrico control en la incisión, resulta paradójico en relación al descontrol impulsivo que le dio origen.

 

Escenario del conflicto

 

Se trata de un fenómeno complejo, que se ofrece a una multiplicidad de sentidos. Inicialmente se significó como acto con connotaciones suicidas. Se ubica en el entrecruzamiento de varias corrientes activas y reactivas de la adolescencia.

El empuje pulsional avasallante inherente a la adolescencia es el motor de manifestaciones clínicas entre las cuales se encuentra el fenómeno que nos ocupa.

La exigencia de las pulsiones del adolescente se dialectiza a su vez con la redefinición de todos los vínculos que lo constituyen. Todo esto pone en movimiento la historia libidinal y simbólica, reeditando viejas carencias narcisistas que no han libidinizado suficientemente los bordes del cuerpo. Cortarse la envoltura de la piel, cual packaging descartable, testimonia este déficit.

Los brazos rasgados constituyen un llamado que provoca impacto y horror. “La fascinación narcisista la vemos a menudo en su apogeo, en los perfiles sintomáticos actuales donde lo excelso y la muerte se conjugan en una alarmante sintonía” (M. Pereda, 2007).

“Estoy cansado de sentirme entumecido, el alivio existe, lo encuentro cuando me corto”, dice la canción Cut de Plumb. El paradójico alivio de sentirse vivo se produce jugando con el filo de la muerte.

Hoy el superyo es más difícil de satisfacer en tanto remite más a ideales de perfección narcisista que a prohibiciones parentales... “Es que el superyo de la cultura..., plantea severas exigencias ideales cuyo incumplimiento es castigado...” (Freud, 1930).

Somos parte de una cultura superyóica que presiona y violenta objetalizando y exponiendo el cuerpo al maltrato. “Es lícito aseverar que también la comunidad plasma un superyo, bajo cuyo influjo se consuma el desarrollo de la cultura” (Freud, 1930).

La erotización del dolor que producen las incisiones en la epidermis constituye una forma de deslizamiento del adolescente hacia una patologización de su discurso hecho acto, o más precisamente hecho piel.

Atrapados en la oscilación entre la angustia de separación y la expectativa de desasimiento, los adolescentes se someten a una tiranía del cuerpo cuyo sentido último desconocen...

“Grité porque me salió mucha sangre. Se me fue la mano. Por eso se enteró mi madre… Sólo me corto algunas veces, cuando no puedo más conmigo”. Así Zoe, de 15 años accede a iniciar un tratamiento preocupada porque se ve gorda, fea y no le gustan sus piernas. Empezó a rayarse la piel en el colegio con la punta de un compás. Zoe refiere problemas de relación con sus compañeros, sobre todo con los varones. Mantuvo ocultas tanto sus lesiones en los brazos como sus comportamientos bulímicos: vomitaba sistemáticamente varias veces al día. Sólo se aliviaba por momentos, luego la inundaba el arrepentimiento. Una frustración amorosa que no pudo soportar (digerir) fue el desencadenante de ambas expresiones de rechazo de sí misma. Lábil, inestable y carenciada, Zoe necesitaba ser apuntalada en el movimiento de reconstitución de sus bases narcisistas.

 

Lesiones mudas

 

Las patologías del acto expresan con violencia la vulnerabilidad del sujeto vivida como amenazante. Cuando los vínculos primarios mantienen a lo largo del crecimiento connotaciones fusionales, los intentos de diferenciación adolescente se vuelven traumáticos, haciendo de la “marca en el orillo” una brutal etiqueta de identificación.

Cuando el déficit simbólico impera, la dependencia hostil puede expresarse en el intento concreto de recortarse del objeto (M. Pereda). Navajas, biromes, gilletes y otros objetos punzantes, son los vehículos con los que compulsivamente lastiman la piel en íntima vecindad con el desfiladero de la muerte. “No es extraño que en este tiempo en el que se nos incita a la acción y no a la reflexión, se advierta el deseo de recuperar alguna emoción perdida” (M. Pelento, 2009).

El alivio que produce el cortarse es transitorio. El circuito se repite y la anestesia incita una vez mas a buscar adrenalina jugando con el filo y en el filo. Con una actitud omnipotente, ostentan provocación y a la vez minimizan la exposición al riesgo. ¿Buscarán el horror en el espejo del otro, horror que dimensionaría el valor que tienen para ese otro? ¿O bien buscan demarcar un límite para no sentirse fusionados con ese otro?

Damián, de 17 años, tenía estallidos frente al espejo en los que arrebataba su rostro, lo apretaba, lo perforaba, lo marcaba. Luego de cada una de dichas explosiones, Damián se recluía en su habitación durante días esperando que cicatricen sus heridas. Es esta otra variante de autolesiones en la piel que también alude a una dificultad en la diferenciación, en este caso de su hermano gemelo. Damián insistía en que por ser idéntico a su hermano, todos buscaban alguna marca que los distinga. El rostro, era el blanco donde él sentía que todos, incluso él mismo disparaban.

 

Intervenciones parentales

 

La falla en la separación amenaza el funcionamiento psíquico. Cuando fracasa la intervención paterna, que otorga y fija lugares, el corte aparece allí donde no opera la metáfora. Esta inoperancia determina un mundo representacional pobre donde lo sensorial predomina sobre lo simbólico. Esto predispone a patologías del acto que se asocian con frecuencia en sus manifestaciones clínicas. La comorbilidad entre el self cutting syndrome y los trastornos alimentarios es alta. La tiranía de la imagen del propio cuerpo acosa en ambos casos.

La sociedad absorbe estos fenómenos con relativa indiferencia. Las tribus urbanas los han incorporado como rasgo de pertenencia. De este modo, se diluye su connotación patológica.

En toda geografía, el límite marca. Es una barrera que instala una diferencia. Atravesarla interrumpe una continuidad, impone una pausa. Como la piel es la membrana que hace de límite al cuerpo, la articulación con la problemática de los límites es ineludible. Si los contornos generacionales entre adultos y adolescentes se homologan, se entorpece tanto el trabajo adolescente de desasimiento parental como el movimiento identificatorio.

En este contexto, la función parental constituye un punto de referencia y de confrontación. Los límites y su transgresión resultan ser un foco de alta tensión en los vínculos parento-filiales.

“Cortarse solo, cortala, cortar el rostro” son todas expresiones del lenguaje cotidiano para aludir a una distancia, un freno, un límite. A su vez, dificultades en la separación y el manejo de los impulsos pueden ser factores desencadenantes de actos como cortarse la piel. “A veces muestran la textura de un acting y otras veces de un pasaje al acto” (M. Pelento, 2010 ). Clínicamente, se pone de relieve predominantemente en adolescentes mujeres que necesitan rasgar la identificación con sus madres por no poder tramitarla psíquicamente.

Marina (trece años), sintiéndose acosada por la madre con la que pelea a diario, recurre frente a la impotencia a lastimarse con un “cutter” los antebrazos. Obedece así a un impulso irresistible con el que momentáneamente calma una tensión insoportable. Madre e hija, enredadas especularmente, superponen sus gritos y sus angustias. Al confirmar, la madre, que una vez más Marina se volvió a cortar, se aterra y retrocede en su enojo. Círculo vicioso que al repetirse se torna tan previsible como inevitable. La ausencia de un tercero perpetúa esta dinámica hasta que ocurre un corte simbólico.

Hay una innegable distancia entre escrituras como los graffitis en bancos de plazas, pupitres escolares, paredes públicas y aquéllas que tienen como soporte el cuerpo. Marilú Pelento diferencia la naturaleza fugaz de las trazas borrables y transitorias del “block maravilloso” de las marcas indelebles propias de las imágenes tatuadas en la piel. Pero hay una distancia más radical aún en este otro tipo de cortes cutáneos autoinfligidos, no figurativos, solitarios, en los que la descarga motriz ocupa el primer plano. A diferencia del tatuaje cuya marca se ofrece a la vista o a la lectura en forma más explícita, las cicatrices de las lesiones de piel en cambio, son mudas y más resistentes a la interpretación. No se trata aquí de resistencias producto de la represión sino material que carece de inscripción psíquica. Su sentido debe ser fundado no hallado.

El psicoanálisis se propone rescatar este fenómeno que transcurre en la piel y en el límite de lo psíquico y lo social, para volverlo texto significante en lugar de mudo desgarro.

 

Susana Mauer

Psicóloga

Especialista en niñez y adolescencia. Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires

susimauer [at] gmail.com">susimauer [at] gmail.com

 

Noemi May

Psicóloga

Asociación Psicoanalítica Argentina

noemimay [at] gmail.com">noemimay [at] hotmail.com

 

 

Bibliografía

 

Anzieu, D: Las envolturas psíquicas, Amorrortu, 1990, Buenos Aires

Bleichmar, S.: “Límites y excesos del concepto de subjetividad en psicoanálisis” en La subjetividad en riesgo Bs.As. Ed. Topía, 2005

Freud S.; Proyecto de una Psicología para Neurólogos. Vol I. Bs.As. Ed. Amorrortu

 Introducción del narcisismo AE Vol. XIV

 El malestar en la cultura AE Vol. XVIII.

 Inhibición, síntoma y angustia AE Vol. XX

 

Jeammet, Phillipe; Violencia y narcisismo; Revista Num 11, 1998, Psicoanálisis con niño y adolescentes, Buenos Aires.

Mauer, S. Y May, N.; Desvelos de padres e hijos; Emecé, 2008, Bs.As.

 Mauer S,y Noemí May; “Escritura psíquica en la infancia” . Rev. de Psicoanálisis, Asociación Psicoanalítica de Madrid, España

Mauer S y May N; Inquietud por chicos que se tajean la piel. Diario La Nación, 9 enero 2010   

Pereda, Myrta Casas de; “Sujeto en escena”; Isadora Ediciones, 2007, Montevideo, Uruguay.

Pelento, Mariiu; “Adolescencias marcadas”; Jornadas de niñez y adolescencia, APA, 2009.

Rosolato, G.; citado por Didier Anzieu en “Los significantes formales y el yo-piel” de “Las envolturas psíquicas”, Amorrortu Ed., 1990, Bs.As.

 

 

 
Articulo publicado en
Abril / 2010