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Como trabaja con… autoagresiones

 
“Me encerré en el baño y me destrocé la cara”: apuntes de un análisis

“El rostro perfora la forma que sin embargo lo delimita”

Emmanuel Levinas

 

 

Fiel a la invitación de Topía a escribir “desde la cocina” del trabajo psicoanalítico, me dispongo a hacerlo a través de la experiencia de análisis de Damián, un joven de 17 años.

“No pienso ir a un analista. No te sirve para nada, te curran y después se lavan las manos. En todo caso, vayan ustedes – refiriéndose a los padres – que son los culpables de que yo esté así.”

El primer gran escollo a la hora de abordar estas patologías es que “no hay paciente”. No hay conciencia de un padecimiento psíquico que podría tener un destino diferente. El desafío del análisis consistirá en construir al paciente como tal, fundar los sentidos de sus síntomas y ayudarlo en su tramitación. Cabe aquí la salvedad de que pacientes que se autolesionan pueden responder a muy diferentes niveles de organización psíquica.

“Conmigo no cuenten”, gritaba Damián del otro lado del teléfono, mientras su madre intentaba concertar un horario de entrevista. Damián llevaba por entonces 27 días de encierro en su habitación, de la cual se negaba a salir.

Mi primera intervención fue coincidente con la sugerencia de Damián: que vengan los padres. Los escuché alarmados, tanto por el nivel de autoflagelo de su hijo, como por los trastornos que esto producía en el clima y en la dinámica familiar. Con un discurso de mucho desprecio y rechazo, se manifestaron indignados por las actitudes de Damián a quien sentían destructivo, violento, injusto y cobarde. “No respeta nada, vive insatisfecho… Es como estar hablando con un gato” -dijo su madre-.

Luego de algunas entrevistas con ellos, les propuse una pausa y llamé a Damián, quien accedió a asistir a una consulta “con la condición de poder venir con José”, su hermano gemelo.

Damián se aislaba en su habitación esporádicamente, luego de padecer ataques frente al espejo en los que lastima su rostro, lo aprieta, lo arrebata, lo marca. A veces, busca emparejar irregularidades de la piel con una gillete. Lucha, prisionero del desequilibrio contra una compulsión irresistible. Damián se encierra. No se deja ver, mientras cicatrizan sus lesiones. Pasan, a veces, semanas hasta que su rostro se recupera. Algo frente al espejo lo excede. ¿Es su rostro? ¿Es su hermano gemelo? ¿A quién ve?

En el primer encuentro con Damián, la presencia de su hermano José fue silenciosa y su única intervención verbal, resultó más que contundente: “Si esta vida no te gusta, matate, matate boludo”. Damián, en cambio habló apasionado, transmitiendo impotencia y desolación. Estaba muy angustiado. Se desborda y queda alienado como un rehén que no puede disponer con libertad de sí. Su imagen especular pareciera pertenecerle al otro. Frente a tal evidencia se aterra, se perfora, se traumatiza.

Damian insiste en que, por ser idéntico a su hermano, todos lo buscan en la cara, lo miran con el objetivo de retener alguna traza que signe una diferencia. El rostro es el blanco donde Damián siente que todos, incluso él mismo, disparan. El rostro queda en blanco, no hay rostro. Hay vacío, hay renuncia, dolor, angustia.

La clínica psicoanalítica con pacientes que se autoagreden, más aún si se trata de adolescentes, desafía al analista a tener más elasticidad en relación a su encuadre de trabajo. El dispositivo contempla la posibilidad de sesiones fuera de programa o llamados telefónicos, una suerte de estado “on line” que es infrecuente en otras patologías.

Si el nivel de autoagresiones es muy comprometido, la intervención de acompañantes terapéuticos suele resultar una indicación oportuna, siempre atendiendo a la singularidad de cada consulta. En pacientes con un nivel de riesgo mayor, cuando el abordaje terapéutico es múltiple (psiquiatra, terapeuta familiar, u otros especialistas), el contacto entre profesionales teje necesariamente un trabajo en red.

En el campo transferencial aparecieron casi desde el comienzo indicios de una inconsistencia en la constitución psíquica de Damián. “Estuve 17 años casado con mi hermano, nunca necesité amigos, él es mi familia”. Posiblemente la gemelaridad encubrió este déficit en la estructuración de su psiquismo. “Es decir que la condición gemelar planteaba un doble atravesamiento de lo traumático, era a la vez causa del trauma y enmascaramiento del mismo”[1].

Incluiré un fragmento de una sesión para transmitir cómo, en el curso del proceso, este flagelo y sus múltiples determinaciones se iban desplegando.

“…Si no fuera por la cara no habría drama. A mí me gusta hacer fierros, tener buen lomo, … ahora ya casi soy técnico óptico y voy a hacer un año más para tener la especialidad de contactólogo. Pero es difícil que puedas hacer lo que te gusta en eso. Te toman en un laburo y te usan de forro…”.

“… En mi casa el clima es una mierda. Mi viejo es un resentido, un busca, y hace que todos tengan que amargarse como él. A ver si esto te lo pinta… él no me enseñó a jugar al fútbol, él me enseñó a jugar con la pelota al frontón. Y después no entiende por qué no tengo amigos.”

Damián dibujaba mientras hablaba. Pocas veces levantaba su vista (Fig. I).

FIGURA I (musculoso)

 

Remarca con insistencia los músculos mientras va mirando su propio brazo. Borra y rehace varias veces algunos trazos. Al terminar, levanta el dibujo y lo pone contra el vidrio frente a su cara. Lo mira de cerca. Contornea con la mano su rostro y corrige su bosquejo una vez más. Desconforme, tira el papel sobre la mesa y golpea con el puño encima. Le interpreto que lo que hace con su rostro frente al espejo también son trompadas, y que el musculoso nos advierte de que puede estallar en él mucha violencia.

Retoma el dibujo, borra las manos, se mira su puño cerrado, lo vuelve a dibujar.

Damián agrega:”A mí me gusta la violencia, bah, como a todo ser humano. No la violencia innecesaria. Cuando no hay otra salida, es el único recurso. Igual yo sé que por mi familia yo siempre fui un nene de mamá -se ríe-. Mi madre no nos dejaba ver Robotech porque era violento; me ponía los ositos cariñosos, y si al llegar estabas viendo otro programa, lo cortaba por la mitad”. -Como el cuerpo del fisicoculturista o el dinosaurio de la sesión anterior agregué yo- (fig. II).

Sus producciones gráficas fueron una vía regia de acceso a su mundo interior. Escuchaba mis interpretaciones con una mezcla de desconfianza y resignación, aunque le despertaba especial curiosidad que yo estuviera tan atenta a sus dibujos, y más aún a sus detalles.

Varios de sus dibujos dan cuenta de un sadismo poderoso y a la vez fallido. Así lo expresa en su dibujo del dinosaurio con manos llenas de garras pero cortas, cuasi muñones, con los que no podría tocarse ni recorrer su cuerpo, inhabilitadas para el goce. Muchos colmillos, sólo colmillos, un dibujo amputando en su posibilidad de atacar, caricatura de violencia. Esa violencia como esa imposibilidad encarnada en el dinosaurio, remite en alguna medida al encuentro de Damián con la imagen especular.

 

“Con el que siempre me llevé bien fue con José. Durante 17 años, con él tuve todo, no necesité nada. Siempre hicimos todo juntos. Estoy mal acostumbrado. Somos uno mismo, la otra cara de la misma moneda… Bueno, yo vengo a ser la mitad maldita”.

Dos caras de una misma moneda, ¿tienen alguna posibilidad de encuentro?, ¿podrían reconocerse?, pareciera que es el auxilio de la imagen frente al espejo la que deja ver la otra cara. Grandes son sus esfuerzos para que el hermano no sea el reflejo con el que él se excita. Si el del espejo es el hermano, él queda retenido en un goce homosexual que a la vez lo aterra y satisface.[2]

“A veces creo que me vuelvo loco para siempre”

Se siente enloquecer frente al desgarro de ver su rostro desdoblado. Desfigurar su rostro, así escenifica su tragedia. Pelea con ese desdoblamiento narcisista que le propone o bien un semejante idéntico y que por lo tanto no es otro, o bien una imagen de sí de la cual no se puede apropiar. Una encrucijada inscripta en el cuerpo y que en tanto no puede ser semantizada resulta siniestra, traumática. Cuando Damián recupera el contacto con el mundo externo, al que Juan representa, se extraña, se irrita, se ve despojado de aquello que creía propio. Queda pues sin rostro que lo identifique. No tolera tal miseria, se horroriza. Huye traumatizado. Si son idénticos ¿alguno de los dos “no es”? ¿Será éste el núcleo ominoso dentro de aquello que lo angustia?[3]

 

Aquello inasimilable para Damián insiste por la vía de la repetición, compulsivamente con atentados contra sí mismo que lo desestabilizan periódicamente. Estas autolesiones en la piel desencadenan violentas discusiones con sus padres, sobresaltos y amenazas de agredirse físicamente de ambas partes.

“Al lado de Van Gogh que se cortó una oreja, lo mío es una nada”.

La tendencia de pacientes que se autoagreden es a minimizar el alcance y los efectos de sus lesiones. Pero también ironía y sarcasmo hacían presente que Damián ya podía mirarse de otra manera. Con el tiempo, sus explosiones se espaciaron cada vez más. Fue notable la disminución en la intensidad de los episodios y consecuentemente eso incidió en que se redujeran los tiempos de reclusión en su cuarto.

Otra modificación en su ritual fue que Damián asistía puntualmente a sus sesiones, es decir, que interrumpía su “veda a salir” para venir al consultorio.

Esto fue así hasta que sin previo aviso, luego de unas vacaciones, el tratamiento quedó inesperadamente interrumpido. La familia se había trasladado a vivir en el interior del país. No supe más de Damián. Un último corte.

Finalmente algunos nutrientes más de la “trastienda del consultorio”.

Cuando la clínica se me presenta especialmente difícil -como en este caso-, necesito más que lo habitual de referentes conceptuales que me acompañen en la aventura. He aquí, algunos autores y textos que me resultaron esclarecedores: Freud y lo ominoso, el masoquismo, el complejo del semejante. Clement Rosset, Emmanuel Levinas y sus textos, especialmente Totalidad e infinito, donde estudia la relación entre el rostro y el otro, el rostro y la violencia.

Grupos de colegas pares -y amigas- con quienes me reúno semanalmente para revisar  cuestiones clínicas, elaborar presentaciones para algún curso, congreso o publicación, son en mi experiencia espacios incanjeables. Las tardes de los viernes con Noemí May y los desayunos de trabajo y café con Silvia Resnizky y Sara Moscona son a la vez pertenencia y sostén.

El tiempo de escribir es para mí un ejercicio que con los años se tornó una necesidad ineludible en mi vida cotidiana. Relatos de la clínica como este, son textos y pretextos para pensar y procesar los desvelos a que nos expone esta profesión imposible.

 

Susana Mauer

Psicoanalista

susimauer [at] gmail.com

 

Bibliografía

 

E. Levinas: Totalidad e infinito, Ed. Siguenme, Salamanca 1999.

S. Freud: Freud S., Proyecto de psicología (1950 [1895]). Tomo I, Buenos Aires,—— (1919) Lo ominoso, TomoXVII, Buenos Aires, Amorrortu.

 

S. Mauer, S. Moscona, S. Resnizky: “Lo fraterno en la tramitación de lo traumático”, AddeBA, Rev. Psicoanálisis, Año 2007, vol. XXII, Num. 2, Bs. As.

S. Mauer, N. May: “Jugando con el filo de la navaja”; Rev. Topía, Año XX, Num. 58, pág. 4.

C. Rosset: Lo real y su doble. Ensayo sobre la ilusión; Ed. Tusquets, Barcelona, 1993.

 

 

 

 

Notas

 

[1]S. Mauer, S. Moscona, S. Resnizky: “Lo fraterno en la tramitación de lo traumático”, AddeBA, Rev. Psicoanálisis, Año 2007, vol. XXII, Num. 2, Bs. As.

 

[2]Freud sitúa, entre los motivos de efecto ominoso, “… la presencia de dobles en todas sus gradaciones y plasmaciones, vale decir, la aparición de personas que por su idéntico aspecto deben considerarse idénticas…, hasta el punto de equivocarse sobre el propio yo o situar el yo ajeno en el lugar del propio.

 

[3]Es interesante la relación que Levinas mismo plantea entre rostro y violencia: el rostro está expuesto, amenazado, como invitándonos a un acto de violencia; al mismo tiempo el rostro es lo que nos prohíbe matar. Esta tentación de asesinar y esta imposibilidad de asesinar constituyen la visión misma del rostro.

 

 

 
Articulo publicado en
Noviembre / 2010