La posición de Freud sobre el fin de análisis es clara.
Al comenzar Análisis terminable e interminable Freud tomaba dos condiciones para poner fin a un análisis: no padecer a causa de sus síntomas, superando angustias e inhibiciones y “que el analista juzgue haber hecho conciente en el enfermo tanto de lo reprimido, esclarecido tanto de lo incomprensible, eliminado tanto de la resistencia interior, que ya no quepa temer que se repitan los procesos patológicos en cuestión. Y si está impedido de alcanzar esta meta por dificultades externas, mejor se hablará de un análisis imperfecto que de uno terminado.”[1]A lo largo del texto modifica estos presupuestos para llegar a una conclusión diferente sobre el final de análisis. El análisis como tal es interminable, pero los tratamientos terminan: “la terminación del análisis es, opino yo, un asunto práctico… (En los análisis del carácter) no se podrá prever fácilmente un término natural, por más que uno evite expectativas exageradas y no pida del análisis unas tareas extremas. Uno no se propondrá como meta limitar todas las peculiaridades humanas a favor de una normalidad esquemática, ni demandará que los ‘analizados a fondo’ no registren pasiones ni puedan desarrollar conflictos internos de ninguna índole”.[2]
Las palabras de Freud intentaban cerrar la puerta a una fuerte tendencia de los psicoanalistas y pacientes que reflejaba el inicio de su trabajo: la búsqueda de un psicoanálisis ideal, un “análisis perfecto” por el cual ni siquiera “tememos” que se repitan procesos patológicos. Y el punto donde esta idealización del análisis se ponía en juego era en los finales. Hasta el propio Ferenczi argumentaba que “con suficiente habilidad y paciencia del analista, puede llegarse a un fin natural. Si me preguntara si puedo señalar muchos de tales análisis felices, mi respuesta tendría que ser no… Estoy firmemente convencido de que, cuando hayamos aprendido lo suficiente de nuestros errores y equivocaciones, cuando hayamos aprendido gradualmente a tomar en cuenta los puntos débiles en nuestra propia personalidad aumentará el número de casos totalmente analizados.”[3]
Podemos partir de Freud y avanzar postulando que dicho fin de análisis es una utopía. La utopía es ese “no lugar”, que también puede ser entendido como “lugar perfecto”. Podemos ubicarlo en la trama narcisista del sujeto.[4] Esta idealización puede habitar el campo del narcisismo de analistas y pacientes. Es posible que esconda la recuperación del ideal narcisista infantil: la llegada a un paraíso perdido puesto en el horizonte de un análisis. A este camino apuntaban las palabras de Ferenczi y de muchos otros analistas que escribieron sobre el tema. Luego de Freud se multiplicaron y complejizaron los requisitos de fin de análisis: mayor integración, tener un yo plástico y fuerte a la vez, llegar a la posición depresiva, destetarse, atravesar el fantasma, devenir analista, sepultar el Edipo, disolver todo resto de transferencia con el analista… y algunos otros “paraísos analíticos” en los cuales el paciente llegaría a una supuesta plenitud de su existencia, y el analista al orgasmo de su función. Analistas y pacientes nos sentimos tentados a tomar dichos caminos en pos de obtener esa utópica “alta” que incluya un certificado de salud mental hasta “el infinito y más allá”.
Pero, mientras las teorías fueron por dichos lares (siempre con una viñeta clínica que confirme sus ideas), los caminos de la terapia psicoanalítica van por otro lado. Lo podemos comprobar de distintas maneras.
Por un lado, los chistes y el humor. Veamos uno de ellos. Un paciente, luego de muchos años y sesiones de diván, propone terminar su análisis. Lo fundamenta con los logros alcanzados. Luego del relato el analista le dice “todavía no”. Luego de un tiempo, el paciente vuelve a la carga con nuevos fundamentos: con las interpretaciones de los últimos sueños que hablan de nuevos comienzos, nuevos horizontes. El analista dice, “todavía no”. Luego de un tiempo prudencial (otros meses y sesiones), el paciente insiste con que son ya muchos años de trabajo. No conoce a mucha gente que haya estado quince años en análisis. Sabe que va al fracaso, pero quiere que el analista le otorgue el fin de análisis. El analista repite “todavía no”. Finalmente el paciente desiste de su intento y empieza a considerar internamente que el análisis es para toda la vida, y que es algo así como pagar un impuesto a sentirse bien. Le dice al analista que le está tomando el gusto en traer sueños, actos fallidos, etc. Entonces el analista le dice “ahora sí”.
Por otro lado, la propia experiencia de cada uno transitando por distintos dispositivos. No las utopías no alcanzadas, sino lo que efectivamente hacemos como analistas y como pacientes. Cómo terminamos efectivamente los tratamientos. Allí veremos que nuestra praxis se acerca mucho más a la propuesta de Freud que a los mandamientos utópicos. Los tratamientos terminan de alguna manera de acuerdo a su propio camino recorrido. Y eso, como la vida, no es ninguna garantía. Invito al lector/a a que rememore su propia experiencia, sea o no analista. Empiece por Ud. mismo, tome su propio camino como paciente. Luego tome sus historias clínicas, agenda, amigos y conocidos. ¿Cuántos pacientes terminaron su análisis con dicho utópico final? ¿Cuántos terminaron de otras formas? Y se puede agregar tomando los tratamientos en curso, ¿cuántos ya habían interrumpido o concluido tratamientos analíticos anteriores? Puede hacer las cuentas y luego escribirme si la experiencia se acerca a dicha utopía o bien si la utopía favorece un sabor agrio en experiencias valiosas que no alcanzaron lo que las ilusiones prometían. Y además lleva a que se cataloguen como “interrupciones” muchos tratamientos que tocaron su límite sin poder evaluar como exitoso un proceso de entrevistas, una consulta puntual o la resolución de una crisis. [5]
Evidentemente, estas utopías tienen su fuerza para mantenerse vivas a pesar de las ideas de Freud. Su fuente es el narcisismo de analistas y pacientes, que cobija las ilusiones de llegar al paraíso perdido (o al cielo) por otro camino: el psicoanálisis. Desde ya, este paraíso nunca se realiza.
Y tiene una función política. La utopía del “fin de análisis” ha sido y es un excelente instrumento de las instituciones psicoanalíticas para normalizar a los psicoanalistas. Esto implica definir varias cuestiones: qué es un análisis efectivo y esperable, qué es terminar (bien) un análisis, y qué tipo de analista requiere “formar”, qué es y qué no es psicoanálisis. Los instrumentos que efectivizan esto se encuentran en los dispositivos de “formación” institucionalizados: desde el análisis del analista -sea “didáctico” o con “pase”- a las diversas supervisiones y cursos que orientan más que a la producción de analistas a la reproducción de la propia institución.
El no tan discreto encanto de esta utopía impide avanzar en las terminaciones concretas y efectivas. Nos ata a exigencias utópicas imposibles que llevan a desilusiones. Es el precio de no reconocer los límites del psicoanálisis y los psicoanalistas. Reconocerlos nos permite avanzar en algunas cuestiones:
1- El análisis es interminable ya que la vida no deja de tener conflictos que se expresan en inhibiciones, síntomas, angustia, sueños, etc. Nadie puede escapar a ellos. Por eso Freud proponía que un analista pudiera realizar análisis sucesivos cada 5 años. Fernando Ulloa ampliaba el panorama cuando proponía la categoría de “propio análisis” para ese análisis interminable luego de haber terminado el análisis personal del analista.[6]
2- El trabajo con la propia contratransferencia (que mucho tiene de “propio análisis”) será medular en cómo evaluar cada terminación. Considerar la contratransferencia en sentido amplio, como subjetividad del analista, nos permite ver cómo incide, entre otras cuestiones, en los criterios de terminación. La subjetividad del analista tallada en sus propios análisis, las supervisiones, los grupos de trabajo y sus diversas experiencias clínicas y de vida son los moldes que forjan nuestras ideas, también las de las terminaciones. Y dicho trabajo con la propia contratransferencia es nuestra brújula.[7]
3- No hay un “proceso psicoanalítico” modelo ni menos finales comparables. Los análisis terminan de distintas maneras de acuerdo a cada motivo de consulta, situación, patología, edad del paciente y dispositivo elegido en cuestión. Esto abre las diferentes huellas analíticas en cada cura. Un viejo aforismo clínico nos enseña más que tantos libros ideales sobre las genuinas terminaciones: “algunos pacientes terminan su análisis por los mismos motivos que otros lo empiezan”. Si un paciente consulta en medio de una crisis de pareja y luego de resueltas algunas cuestiones decide terminar dicho trabajo podemos darnos por satisfechos. Salvo que tengamos el fantasma utópico del “superanálisis” (como lo llamaba Balint) y queramos imponérselo a alguien que no lo quiere. Un paciente fronterizo o psicótico tendrá otra clase de terminación que poco tiene que ver con el tratamiento de un paciente con sintomatología neurótica. La ampliación del campo de trabajo del psicoanálisis, tal como Freud vislumbra en 1937 con las caracteropatías, llevó a esos “nuevos caminos de la terapia psicoanalítica” que vislumbraba Freud. Cada cual culmina en otro lugar, a veces con un analista, a veces con todo un equipo. Pero en topías apenas soñadas hace cien años.
¿La caída de la utopía del fin de análisis descalifica el trabajo analítico? Todo lo contrario. Nuevos caminos son nuevos territorios conquistados. La idealización del fin de análisis es un instrumento de instituciones psicoanalíticas para proponerse como el “verdadero gran tratamiento”. Esto lleva descalificar a otros trabajos clínicos -y hasta de otras escuelas psicoanalíticas-, ya que se instituye como “la verdad” revelada. Los motivos son diversos: no son profundos, no modifican al sujeto, etc. La utopía de la gran transformación subjetiva se modela a través de consignas adecuadas a cada momento histórico.[8] Vale sólo analizar cómo se nominaron a lo largo de la historia algunos tratamientos para ver la utopía puesta en el psicoanálisis: “psicoterapia de objetivos y tiempos limitados”. ¿Qué dispositivo no tiene ni tiempo ni objetivos limitados? Un psicoanálisis utópico que se propone como una larga y lenta escalera al cielo de nuestra subjetividad.
La utopía del fin de análisis deja de lado los límites. Éstos señalan lo que no podemos, pero sobre todo lo que sí podemos a más de un siglo del psicoanálisis: el trabajo con patologías que van más allá de las neurosis de transferencia; el trabajo con distintos grupos etarios; trabajos grupales, familiares, institucionales y comunitarios. Incluirnos en equipos de trabajo para abordar situaciones y patologías donde predomina lo negativo.
Si continuamos con las ilusiones utópicas penaremos por no llegar a dicho paraíso. Si asumimos la parcialidad de nuestro trabajo clínico, aceptaremos los desafíos de los nuevos caminos de la terapia psicoanalítica en cada caso, en cada dispositivo y en cada situación.
Alejandro Vainer
Psicoanalista
alejandro.vainer [at] topia.com.ar
Notas
[1] Freud, Sigmund, “Análisis terminable e interminable”, en Obras Completas, Amorrortu Ediciones, Bs. As., 1979, Tomo XXIII, pág. 222.
[2] Freud, Sigmund, op. cit., pág. 251.
[3] Ferenczi, Sándor, “El problema de la terminación del análisis”, en Problemas y métodos del psicoanálisis, Ediciones Hormé, Bs. As., 1966, pág. 76. Las bastardillas son mías.
[4] Un amplio desarrollo sobre la cuestión de la utopía se encuentra en Carpintero, Enrique, La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, Segunda Edición,Ed. Topía, Bs. As., 2007.
[5] Para profundizar sobre el tema de las interrupciones: Vainer, Alejandro, “Interrupciones de los análisis. A modo de introducción”, en Topía Revista Nº48, noviembre 2006. También en http://www.topia.com.ar/articulos/interrupciones-de-los-análisis
[6]Ulloa, Fernando, Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica, Ed. Paidós, Bs. As., 1996.
[7] Vainer, Alejandro, “Contratransferencia y subjetividad del analista. Cien años después”, en Topía Revista Nº58, Bs. As., abril 2010.
[8] En este punto no puedo dejar de mencionar la propuesta de cierto lacanismo, que es el mejor ejemplo de esta utopía de producción del “hombre nuevo”. El fin de análisis produce al analista, y se tiene que demostrar institucionalmente en el dispositivo del pase. Las problemáticas personales, grupales e institucionales que esto provoca ya fueron denunciadas a lo largo de la historia. Además, superponerlo con la producción del analista, restringe la mirada sobre los propios analistas en vez de avanzar en cómo terminan efectivamente los tratamientos. Entre la profusa bibliografía: Perrier, Francois, Viajes extraordinarios por Translacania, Ed. Gedisa, Bs. As., 1986; Soler, Colette, Finales de análisis, Ed. Manantial, Bs. As., 1988. Liffschitz, Gabriela, Un final feliz (relato sobre un análisis), Eterna Cadencia, Bs. As., 2009.