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Titulo

Psicoanálisis en una salita del conurbano

 
Relato de una experiencia clínica con pacientes adictos y alcohólicos

Introducción

El objetivo de este trabajo es relatar una experiencia clínica singular. El dispositivo ha sido construido “artesanalmente” en función de las particularidades que se nos fueron presentando y que determinaron la necesidad de adecuación del mismo al modo peculiar de hacer lazo de los consultantes. Asimismo sostenemos que la plasticidad del analista respecto de la cultura del grupo en el que ejerce su práctica es clave para que exista una posibilidad de establecimiento de la transferencia que, a su vez, lleve a producir cambios subjetivos y alivio en el sufrimiento psíquico de quienes nos consultan.

El encuadre y sus vicisitudes1

H (40 años) llega a la primera entrevista derivado por el médico clínico. Si bien refiere consumir tabaco, marihuana y cocaína, el consumo que le preocupa y que lo hace consultar con el médico clínico es el de alcohol. H relata que fue al médico por haberse asustado a causa de haber vomitado sangre. Por la noche tengo temblores, fiebre y transpiro mucho; hace frío y yo tengo calor. Asimismo agrega: Para dormir bien tengo que tomar vino, sino tomo tengo vómitos.
Inicialmente intentamos armar un grupo de admisión multifamiliar, como los que funcionan en sede central de la institución2. Poco tiempo después consideramos que no sería conveniente implementarlo por el modo de circulación de la información en el barrio -esto es un chusmerío, todos hablan de todos y se meten en lo que no les importa...-.
H concurría a las entrevistas con algunos de sus amigos. Estos fueron poblando el espacio como personajes secundarios que por momentos aparecían en la escena de la entrevista sin que estuviese muy claro si eran pacientes o no. En principio los amigos de H venían como quien viene de visita, sin reconocer un problema con el alcohol, aunque hablaban de eso. Con el tiempo se generó un espacio de encuentro donde nosotros toleramos la ambigüedad de que no estuviera claro a qué venían, y ellos aceptaron no asistir alcoholizados, que no habláramos de nuestra vida personal y algunas de nuestras intervenciones.
H, en cambio, asistía explícitamente a hacer un tratamiento por su alcoholismo y empezó a funcionar como una suerte de promotor de salud con sus amigos y los llevaba siempre que podía.
Dado que nuestra presencia en la salita era de sólo una vez a la semana, desde el segundo mes de tratamiento le planteamos a H la importancia que, además, asistiera a Alcohólicos Anónimos. De este modo el grupo (AA) cumpliría una función continente, de apuntalamiento, en especial los fines de semana.3
H decía que iba a ir, pero esto nunca se concretaba.

 

“Soy un tiro al aire”

En las primeras entrevistas aparecían en primer plano los estudios clínicos que se iba realizando y trabajábamos en relación al cuidado del cuerpo y la organización del tiempo libre.
H relata las cosas que hace en la semana. A veces cartonea, a veces consigue una changa. El
espacio de encuentro con sus amigos es en la calle/pasillo de la villa, donde beben y a veces se drogan.
El trabajo con la palabra resultaba bastante difícil, por un lado fuimos construyendo un código común ya que muchas veces no entendíamos la jerga en la que hablaban y, por otro lado, a H le costaba hablar de su vida en general y lo que le pasaba con el alcohol en particular. También resultaba muy difícil ubicar situaciones en el tiempo, historizar y establecer relaciones porque no recordaba cuándo había sucedido cada cosa y con qué había coincidido. Sólo tendía a hablar de hechos concretos y del presente, y de forma muy breve.
A pesar de todos los conflictos con su madre, no le interesaba irse a vivir a otro lado.
En cuanto a su inserción social nos relatan que la gente del barrio los desprecia y los señala como “los borrachos” o “los borrachines”. Sin embargo, ellos a veces colaboran ayudando en espacios comunitarios, pero esto no es reconocido.
Algunas de las changas que consiguen son abonadas con alcohol y a continuación toman juntos. La principal motivación para hacer algo es conseguir dinero para comprar vino. El espacio del hogar es el espacio de los conflictos y los reclamos de las mujeres, en el caso de H la madre, en otros casos la esposa y los hijos. Las mujeres hablan y hablan y reprochan y reprochan y son quienes sostienen el hogar. Ellos se refugian en el grupo a tomar. No se hacen responsables de nada y consideran que los reproches de las mujeres son exagerados. Todas las mujeres odian las malas juntas de sus respectivos hombres.
Nosotros proponemos invitar a las mujeres al espacio. Ellos no quieren porque dicen que van a venir a criticarlos. Luego de mucha insistencia, H acepta que tengamos entrevistas con su madre siempre y cuando sea en un espacio aparte y en otro horario.

 

Pobre mi madre querida

Empezamos a entrevistar a Ana cada quince días en otro horario. En un primer momento las entrevistas funcionan como un espacio donde Ana descarga el padecimiento de convivir con H. No ayuda con nada, no aporta a la casa, la trata mal, está siempre borracho, ella tiene que defender la casa de que no se metan los amigos de él, también borrachos. Es desordenado, sucio, se enoja cuando ella se mete con sus cosas, pero si ella no le lava la ropa y ordena, él no lo hace. Dice que H no sabe defenderse, que se deja pasar por encima.
Ana quiere dividir la casa, para que cada uno tenga su espacio. Dice que H no quiere porque considera que la casa en realidad es de él. Sin embargo, H refiere que no quiere hacerlo porque teme que su casa, sin la presencia de su madre, se transforme en un “aguantadero”.
Ana no tiene ninguna esperanza de que el tratamiento sirva de algo. Algo que va decantando de las entrevistas con ella, es que ambos parecen haber asumido roles donde H queda en lugar de hijo bobo en relación a ella. En este sentido (como en los tratamientos con niños) la que puede traer algo de la historia infantil de H y de la historia de relación entre ellos es la madre. H evita esos temas.
Con bastante dificultad, y como avergonzada, la madre relata que ella fue madre soltera y que H quedó anotado con el apellido de su medio hermana alcohólica “por error”. H en muchas ocasiones la insulta y le dice que fue una puta.
A los 4 meses de tratamiento le proponemos a H contactarnos con el “padre” de una parroquia que los respeta y que ellos tienen de referente (con quien comparten comidas y charlas). La idea era acordar con él que los acompañara a AA. El cura viene a una entrevista, y si bien finalmente no los acompaña, a partir de esto, H comienza a asistir a AA y a sostener la abstinencia, excepto algunos fines de semana, donde toma en forma acotada y luego se va a su casa.
Ese mismo día tenemos una entrevista con la madre que dice que lo ve mucho mejor. Comienza a concurrir espontáneamente a la sede central de la institución los días viernes.
Para esta época H acepta tener una entrevista vincular junto con su madre.
Las entrevistas con la madre comenzaron como un espacio donde ella hablaba sin parar de sus reproches a H. Fue todo un trabajo poder ubicar para cada conflicto, qué le pasaba a cada uno con eso, que se escucharan y construir acuerdos. Podían decirse cosas que en su casa no podían, tanto explicar por qué les molestaba algo como hablar de si se querían y en qué sentido se necesitaban y ambos se sorprendían al respecto. En principio H y su madre relatan situaciones de incomunicación alternadas con agresión. Parte del trabajo consistió en maniobrar con los enojos de la madre con nosotros cuando le devolvíamos otra visión de alguna cuestión o algo no cambiaba a la velocidad que ella quería.

 

El cuaderno de “comunicaciones”

H concurría siempre con una carpeta con sus estudios y un cuaderno. Cuando comienza a concurrir a AA, le pide a la coordinadora del grupo que le escriba en el cuaderno que él ese día asistió. Ella escribe (con fecha y firmando con un sello) que H concurrió y cómo se encontraba; a veces dirigido a nosotros, y con una connotación valorativa y afectiva, por ejemplo, “nos alegra mucho ver los progresos de H”. H nos pide que nosotros escribamos cada vez que viene, y que pongamos nuestro sello. Tiempo después nos enteramos que ese registro se inició para que nosotros “le creyéramos” que estaba concurriendo a AA, ya que según dijo: “yo soy muy mentiroso”. Pero ese registro fue tomando otra dimensión: la inscripción de una mirada de valoración respecto de H, marcas de reconocimiento de lo que él puede. También un espacio de integración de marcas de distintos espacios, y de comunicación entre ellos, que luego él pudo leer para atrás como el mapa que da cuenta de un recorrido.
El cuaderno ha sido el primer objeto de responsabilidad propio con respecto a su tratamiento. Una hipótesis es que ha funcionado como una metáfora del cordel (a la vez un símbolo de separación y de unión por medio de la comunicación) (Winnicott). Transforma lo traumático en otra cosa; lo une y lo separa de nosotros, “nos lleva y nos trae” y H tiene responsabilidad sobre él. Si bien genera efectos de fenómeno transicional, no se trata de eso, ya que está ligado a los logros.
En este sentido son las entrevistas las que funcionaron como territorio transicional en tanto se establece un área intermedia de experiencia para la transformación de los vínculos con su madre, su grupo de amigos y las diversas instituciones por las que circula. Espacio de confiabilidad que permitió la articulación entre lo viejo conocido y lo nuevo por constituirse. Se dispuso un espacio de encuentro entre él y su madre donde aparecía una versión distinta de H a la del borracho que no sabe defenderse y, por otro lado, una versión distinta de Ana respecto a alguien que sólo reprocha. En este movimiento H y su madre empiezan a separarse, aparecen las necesidades de intimidad de cada uno y realizan acuerdos sobre los espacios y el cuidado de los mismos. H empieza lentamente a correrse de un lugar infantil, a partir de que podemos explicitar en qué cosas él depende del cuidado de su madre (higiene, conservar cosas de valor, que la casa no se convierta en un “aguantadero”, etc.) y también a enunciar que nosotros pensamos que de a poco en algunas cosas podría empezar a cuidarse él. En el transcurso del tratamiento H comienza a lavar su ropa, a aportar comida a la casa, a encargarse del cuidado de sus cosas y a cobrar las changas en dinero o comida. Esto le permite ahorrar algo de dinero, aunque aún no sabe para qué.
Ana se muestra muy agradecida con el espacio y emocionada con los cambios de H.
A los cinco meses de tratamiento H anuncia que tiene una sorpresa, pero que nos va a contar en la entrevista con la madre. Retomó los estudios en una escuela para adultos en el hospital de la zona. La madre recuerda que él era buen alumno cuando era chico. Le pide a la maestra que anote que fue a clase en el mismo cuaderno donde escribimos nosotros, AA y los médicos que consulta. Además trae su cuaderno de clase y nos muestra los temas que va viendo y las notas que se saca (en general 10). También empieza a ir a pescar con un amigo, actividad que le gusta y había dejado de hacer.

 

Algunas reflexiones

En el movimiento de constitución subjetiva de H la operación de separación resulta fallida; queda en el lugar de objeto de la madre, fijado al lugar de hijo bobo/impotente/irresponsable que necesita de ella para cuidarlo.
Las entrevistas posibilitaron un espacio de encuentro diferente a partir del cual H deja de ser un objeto de la madre y tener él un objeto para tomar, accediendo de este modo a la lógica del deseo. Pasa del lugar de resto a un lugar de valoración. El cuaderno de comunicaciones aparece como registro de marcas donde otros (AA, los médicos, los psicólogos, la maestra) a la manera del espejo y siempre dentro de la expectativa intersubjetiva, le devuelven a H una imagen de sí mismo como alguien que puede y es capaz de asumir responsabilidades, siempre y cuando se respeten sus tiempos y sus modos.
Algo que eligió H y que defendió respecto al discurso de AA (de no encontrarse en situaciones o con personas que consuman alcohol) es que él quería seguir encontrándose con el grupo de la esquina, y tomar gaseosa mientras ellos consumían alcohol o drogas. Nosotros respetamos su decisión y le pusimos un nombre “elegir el camino difícil”. H empezó a recrear su grupo de amigos compartiendo con algunos de ellos otros espacios, y también los espacios donde ellos tomaban, intentando no tomar, cosa que en general H podía hacer. Las “recaídas” que tenía de vez en cuando con sus amigos las significábamos como parte de su elección “del camino difícil” y no como algo que él tuviese que modificar en el sentido de “dejar las malas juntas”. H vuelve al colegio, a pescar, empieza a reírse y charlar sin necesidad de beber, intenta ubicar a un amigo de otra época, se pregunta acerca de su capacidad y su inteligencia. Con parte de sus ahorros le hace un regalo de cumpleaños a su sobrina. Ya no depende -al menos no de la misma manera- de su madre para cuidarse y cuidar sus cosas. Recordemos con Winnicott que “curar es cuidar”4.

 

Patricia Rossi
Psicóloga
patrirossi03 [at] yahoo.com.ar

 

Carlos Alberto Barzani
Lic. en Psicología

Psicoanalista
carlos.barzani [at] topia.com.ar

Notas

1  El encuadre institucional consiste en dos psicólogos -quienes escriben- pertenecientes a una institución municipal del conurbano bonaerense que trabaja en la prevención y el tratamiento de las adicciones en un espacio que funciona una vez por semana en el ámbito de una unidad de atención primaria barrial. Esta “salita” está ubicada en la periferia del municipio a tres cuadras de un barrio determinado como "área de riesgo" por los profesionales de la misma. Está caracterizado por la presencia de determinantes que aumentan la incidencia de los problemas de salud: precariedad en las viviendas, hacinamiento, 70% de desocupación y trabajo inestable, 10% de analfabetismo, alto porcentaje de deserción escolar, elevados índices de violencia familiar y de alcoholismo.

2  Lo característico de las consultas que recibimos allí es que éstas no provienen en primera instancia de aquél que tiene un problema con el consumo de sustancias psicoactivas, sino de “otros”. Estos otros pueden ser familiares y/o amigos o bien, un requerimiento del médico, la Escuela o la Justicia (a través de la Ley de Drogas). Este dispositivo grupal es la puerta de entrada al tratamiento y su objetivo es el trabajo con la demanda; se intenta hacer un camino que va de ser demandado por otro -el médico, la justicia, la familia- a la demanda del sujeto (cf. Barzani, C., “El valor de las paradojas en el psicoanálisis y las toxicomanías”, revista Topía, Nº 41, Bs. As., Año XIV, Agosto 2004. Version en internet: http://www.topia.com.ar/articulos/el-valor-de-las-paradojas-en-el-psicoan%C3%A1lisis-y-las-toxicoman%C3%ADas1).
3  Estos grupos son muy efectivos para realizar la operación de remover el objeto adictivo, es decir, de retirar de él lo libidinal en juego. El grupo, devenido en objeto, reemplaza al objeto ocupando su lugar a través de la identificación. Freud, S., (1921), “Psicología de las masas y análisis del yo”, en Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, Tomo 18. Esto que marca el inicio del trabajo, se constituye en problemático cuando de ser pensado como inicio del trabajo deviene un fin en sí mismo (cf. Klein, R., “Desentrañando una paradoja: grupos de autoayuda”, 2003, inédito).
4  Cuidar-curar constituye una extensión del concepto de sostén (holding).
 

 
Articulo publicado en
Marzo / 2007