Introducción
El barrio coreano aparece como un hecho en el contexto actual de Buenos Aires. Los discursos que lo toman por objeto, rastreables en los medios de comunicación y en conversaciones cotidianas (1), utilizan como estrategia enunciativa fundamental la hiperexotización: a partir de unos pocos elementos -"rostros orientales", "productos exóticos", "carteles en hangul"- construyen una imagen esencializada de lo coreano que se centra, como diría Benjamin, en "el lado misterioso del misterio". La categoría de barrio coreano, además, remite a la idea de sujetos cerrados en comunidad y territorilizados.
Este trabajo nace de la problematización del discurso exotizante. Intentamos deconstruir esta imagen esencializada de lo coreano transformando en relación lo que los discursos convierten en esencia. Así, por un lado, consideramos a la coreanidad en relación a procesos hegemónicos de formación de identidades -hegemónicos en tanto "el procesamiento de identidades tiene un efecto regulativo y coactivo de las diferencias" (Lazzari 1996:2). Por el otro, ponemos a esta posibilidad identitaria que es la coreanidad, en relación a otras identidades posibles (argentinidad, bolivianidad) con las cuales entra en juego, pero que la categoría de barrio coreano no hace visibles.
Partiendo de la categoría de barrio coreano como "realidad", dato o producto, intentamos explorar su productividad desde una dimensión espacial. Para ello, hemos recorrido las manzanas del barrio de Flores Sur comprendidas entre Avenida del Trabajo, Carabobo, Avenidas Castañares y La Plata: la zona de nuestra ciudad que, desde hace algunos años, se ha dado en llamar barrio coreano, Koreatown (o Coreatown), Little Korea o Pequeña Corea. Hemos observado, registrado el área y entrevistado a algunos de sus habitantes. Utilizando como recurso metodológico de base la propuesta geertziana de la multiplicidad de parámetros identitarios (Geertz 1967), proponemos ciertos planos de significación en los cuales los actores organizan una compleja trama de interacciones: convergencias y divergencias, inclusiones y exclusiones, aprecios y desprecios, amores y odios. Abordaremos el plano de lo étnico y el socioeconómico, que se conciben como separados sólo a los fines analíticos. Estos dos planos fueron elegidos en base a su relevancia fenoménica. No son los únicos planos posibles de interacción que se indican espacialmente.
Las tres presencias: pragmática de la espacialización étnica
Cuando se aborda el barrio coreano desde una perspectiva estructural, lo coreano resulta una de las posibles relaciones de identidad que han devenido hegemónicamente necesarias. Además de los coreanos, también los argentinos y los bolivianos aparecen como las otras dos presencias claves de este mundo clasificatorio. Coreanos, argentinos y bolivianos son las categorías sociales para definir al otro interactuante.Y en esa definición del "otro", diacríticos fenotípicos, modos de acción y procedencia/origen cobran especial importancia para la composición de un cuadro de jerarquía étnica que se indica espacialmente. A saber:
Los argentinos o los porteños ("tradicionales" habitantes del barrio), en su papel moral de nativos y adscribiendo a un todo más abarcativo que oscila entre la ciudad y la nación, determinan la cualidad " típicamente porteña" de este espacio urbano.
Es desde este marco nativo hegemónico que se recorta a coreanos y bolivianos como grupos definidos y se lee su presencia como foránea. Ser nativo es, entonces, un lugar de poder que permite no sólo sentar las bases de la interpelación más legítima del "otro" sobre las dicotomías nativo/inmigrante, nación/etnía, sociedad/comunidad sino acuñar y monopolizar la metáfora de la invasión. "Nos invaden" o "estamos rodeados de..." son expresiones frecuentes que evocan derechos sobre el suelo para mantener la distinción nosotros/ellos.
Pero la dicotomía nativo/inmigrante se complejiza porque lo extranjero es percibido en matices de exótico y familiar, de lejanía y cercanía. Los coreanos representan el polo de lo exótico, lo que viene de lejos. Coreano es el término marcado del barrio, sobre el que se centra la atención y se condensa la novedad y el movimiento; así, la zona del barrio donde se densifica lo coreano deviene centro: "... allí por Castañares, por Carabobo es donde está el grueso [de los coreanos], el corazón de Koreatown" dice una argentina entrevistada. En este sentido existe un señalamiento de rasgos que -ya con significado auto o heteroidentitario- visibilizan la coreanidad. Dichos rasgos aparecen primariamente encarnados en los cuerpos que se convierten en territorio de coreanidad. Otros indicadores de coreanidad son el olor, negativamente valorado, los carteles en hangul y la estética de depósito.
Estas formas de usar y significar espacios -modos de acción sobre el espacio- se constituyen en marcas de coreanidad que los argentinos invisten de un halo de exotismo: la distancia cultural se presenta, así, naturalizada y esencializada. Podemos decir, entonces, que los coreanos no sólo marcan el espacio de maneras particulares sino que resultan ellos mismos marcados y significados por y a través de un espacio que se carga de sentido étnico.
Lo mismo sucede con los bolivianos (en este contexto, una suerte de genérico por inmigrante de países vecinos -boliviano, peruano, paraguayo- e inclusive inmigrante interno, especialmente jujeño) (2), aunque desde la mirada nativa éstos se ubican como inmigrantes con historia, lengua y geografía originaria más familiares, más cercanas. Esta mayor familiaridad y cercanía no impide que las distancias se marquen también en términos espaciales. Así, los bolivianos quedan excluidos como habitantes del barrio: su presencia en el barrio coreano responde principalmente a motivos de trabajo, de tránsito o escolaridad, pero su lugar de residencia es la "villa 21" o "villa Bonorino", el "barrio Illia" y el "barrio Rivadavia" - éste último, lindante con el barrio coreano, aparece en otras versiones como "villa Barrio Rivadavia" (Todo es Historia, ene.1991:38).
En este punto tanto nuestros registros de campo como el material periodístico que tomamos por fuente nos enfrentan con una serie de confusiones y contradicciones. Las definiciones de "barrio" y "villa" que esgrimen argentinos y coreanos son borrosas, al igual que la denominación, delimitación y localización de la "villa 21", el "barrio Rivadavia" y el "barrio Illia". Estos "barrios" son presentados como zonas habitadas por ex-villeros o zonas en vías de "villerización" (3). Interpretamos estas ambigüedades no como mero problema de referencialidad -de hecho los entrevistados identifican rasgos espaciales característicos de la "villa" como la ausencia de calles, precariedad de las casas y cantidad de casas por terreno- sino en calidad de connotación pragmática de un ordenamiento espacial ("villero") cuya lógica se desconoce y que, por lo tanto, se percibe como confuso: "Yo me pierdo allí en las calles de la villa".
Los mismos habitantes de esta zona de "puro boliviano" intercambian los términos "villa" y "barrio". En un intento de definición pedido por nosotros, una entrevistada boliviana distingue al "barrio" como la parte más cercana al barrio coreano mientras que "la villa es más adentro". Y en una presentación inversa a la que hacen argentinos y coreanos, habla de la "villa" como en vías de "barrialización": "Villa y barrio son la misma cosa. La villa se va a convertir en barrio porque son lo mismo". Leemos, en esta maraña de sentidos, actualizaciones implícitas de una puja simbólica por conservar o redefinir jerarquías espaciales mediante la palabra.
Pero si al interior de esta gran área de bolivianos los límites entre "barrio" y "villa" son difusos, no sucede lo mismo en relación al barrio coreano. La topografía material misma se encarga de demostrar que cuando el término "barrio" se aplica al Rivadavia o al Illia no cumple la misma función que cuando se habla de barrio coreano. Un primer elemento marca la separación espacial entre el barrio coreano -con sus residentes argentinos y coreanos- y el barrio Rivadavia -con su población de bolivianos: la avenida Castañares. "La Avenida Castañares divide en dos el paisaje. Por un lado esta tranquila y pequeña réplica de Seúl. Del otro la gigantesca villa Barrio Rivadavia" (Todo es Historia, ene.1991:38). Un segundo elemento de separación es el largo paredón que bordea al Rivadavia.
Avenida y paredón se constituyen, así, en rasgos de una topografía artificial que indica una situación de estatus superior/inferior (Leach 1985:69) donde lo étnico resulta espacializado. El estatus étnico queda, entonces, atrapado en este contrapunto "barrio"/ "villa-barrio" de manera tal que de los bolivianos no sólo se distancian los argentinos sino especialmente los coreanos que "salieron" del Rivadavia: "Hace 25 o 30 años llegan los primeros coreanos... se les asegura una parcela en el barrio Rivadavia. Esas fueron las primeras casas. Luego no les gustó la proximidad con la villa 21 así que vendieron en el Rivadavia y compraron en el barrio [por el actual barrio coreano]".
Es evidente que estas jerarquías espaciales involucran mucho más que juegos de estatus étnico. "Barrio" y "villa" nos remiten a otro plano de organización de las interacciones en el barrio coreano, plano que por momentos intersecta y por momentos se alinea con lo étnico: el socioeconómico.
De explotadores y esclavos: talleres, fábricas y negocios
Si el Rivadavia recibe un tratamiento diferencial y queda relegado al límite del barrio coreano no es principalmente porque albergue bolivianos sino porque bolivianos equivale, en este caso, a "pobres" o "villeros". Como dice Da Matta: "Hay espacios transitorios y problemáticos que reciben un tratamiento diferente. Generalmente esas regiones son periféricas o están escondidas por empalizadas. Jamás son concebidas como espacios permanentes o estructuralmente complementarios a las áreas nobles de una misma ciudad, sino que son siempre vistas como locales de transición: ... locales liminares donde la presencia del fango marca un espacio físico confuso y ambiguo" (Da Matta 1985:50; el subrayado es nuestro).
La presencia misma de los bolivianos en el barrio coreano queda reducida fundamentalmente a lugares de trabajo. Los dependientes bolivianos son comunes en los negocios de indumentaria de coreanos, a tal punto que un vecino argentino entrevistado comenta: “En fin, emplean a bolivianos y peruanos... los bolivianos y peruanos se complementan mucho con los coreanos ...tienen rasgos físicos similares".
Vista desde otro ángulo, la complementariedad de la que habla el vecino aparece como una escandalosa situación de explotación. Desde los medios de comunicación se habla de fábricas “truchas” en Flores. Algunos vecinos argentinos sugieren que las muchas cortinas metálicas bajas que se observan en el barrio esconden talleres y fábricas de este tipo, en los cuales trabajan -hora tras hora- no sólo bolivianos sino familias coreanas enteras. Como vemos, los argentinos apelan también a aspectos temporales -ritmos diferenciales de trabajo- para marcar distancia cultural respecto de los coreanos.
Fábricas y talleres coreanos se constituyen, entonces, en índices de una suerte de simbiosis, en lugares clave de interacción asimétrica entre bolivianos y coreanos. Y aunque coreanos y bolivianos justifiquen de diversas maneras esta relación (4), la mirada argentina lee ambos términos bajo la luz de la ilegalidad. Los coreanos resultan más condenables porque pecan de "pasarse de listos en un país de vivos" y de "protagonizar un ascenso social percibido como vertiginoso en un contexto de creciente pauperización de la clase media" (Bialogorski y Bargman 1994:12).
En efecto, los coreanos son los "ricos" del barrio. La riqueza se hace ostensible, por ejemplo, en la propiedad de autos "buenos" (5) que van cargando de coreanidad las calles del barrio. Pero es especialmente la propiedad de casas y, sobre todo, de negocios la que define a los coreanos como "ricos".
Los negocios coreanos constituyen, junto con los talleres y fábricas, puntos de interacción asimétrica con los bolivianos. En nuestras notas de campo son recurrentes las imágenes de bolivianos cortando nabos en las veredas de las verdulerías coreanas. Sin embargo, y quizás en virtud de la visibilidad que permite el negocio, la imagen de explotador/esclavo aparece acá más diluida. Así, los negocios coreanos constituyen también, aunque con un cariz diferente, nudos de interacción con los argentinos. Es frecuente ver señoras argentinas del barrio comprando en las verdulerías coreanas, donde los bolivianos median la comunicación.
Plasmadas en letreros y carteles, otras estrategias comunicativas dan cuenta de que los negocios coreanos no están sólo destinados a sus propios "paisanos". Las inmobiliarias, por ejemplo, si bien llevan nombres coreanos, exhiben sus fichas de venta y alquiler de propiedades en castellano. Algunos restaurantes recurren al letrero "comida china" o al más genérico "comida oriental" para asegurarse clientela argentina. La acomodación es, sin embargo, mutua: los pocos negocios argentinos apelan, por su parte, al cartelito en hangul -aunque éste sea un pequeño y discreto agregado manuscrito- para atraer clientela coreana (6).
Las tiendas se suceden en línea a uno y otro lado del boulevard de Carabobo, en un crescendo de densidad hacia el cruce con la avenida Castañares. Esta concentración de negocios coreanos convierte a Carabobo no sólo en la calle comercial del barrio coreano sino en su recta principal. Inserta en un discurso hegemónico de organización espacial en damero, tal opción geométrica contribuye a la percepción de los coreanos como grupo organizado, y por tanto, homogéneo.
Los carteles de estos negocios marcan el espacio legitimando y efectivizando la presencia coreana en el barrio frente a otras presencias. Grabado en la memoria de los habitantes del barrio hay un episodio paradigmático de lucha simbólica por el espacio, que tuvo lugar en el punto de mayor concentración de negocios coreanos -el centro de Koreatown: Carabobo y Castañares, justo en el nacimiento de la ex avenida Cobo. "Hace poco, Cobo pasó a ser Corea por algunas cuadras. No fue una transición tranquila. Apenas instalado el cartel de Corea, le pintaron encima Cobo. Vinieron otros y pintaron Corea, otra vez Cobo, otra vez Corea. Y ganó Corea. Fue una escaramuza barrial que no pasó a mayores" (Página 30, julio 1992:57).
Para interpretar esta "escaramuza barrial" traemos a colación palabras de Van Gennep (1986:25): "mediante la colocación o fijación ceremoniales de los mojones o de los límites ... una agrupación determinada se apropia de un determinado espacio ... Estos signos no se colocan a lo largo de toda la línea fronteriza ... sino sólo en lugares de paso, sobre los caminos o en las encrucijadas".
A la luz de estas palabras, resulta significativo que, en la dinámica del asentamiento de coreanos, la lucha por el poder en términos de legitimación de presencia se exprese en esta precisa encrucijada: Carabobo -el eje comercial, soporte de la "riqueza coreana" y línea de mayor concentración de marcas de coreanidad- y Castañares -la avenida que separa al "barrio" de la "villa-barrio", a coreanos y argentinos de bolivianos, pero que (recordando que "los coreanos salieron del Rivadavia") también opone presente y pasado. Es éste un punto de pasaje que inaugura el vector de movilidad social de los coreanos, momento en que su particularidad -demarcada por la avenida Carabobo- se transfigura en universalidad al instaurarse como equivalente a la particularidad boliviana -demarcada a partir de la avenida Castañares. Aquí han fijado su mojón cero -el cartel de avenida Corea- y todo movimiento, traslado o mudanza que siga, en dirección norte, los ejes que convergen en este punto será leído como ascenso social en un discurso hegemónico que inviste con valores de positivo y negativo los puntos cardinales norte y sur, respectivamente.
Resumiendo: los negocios aparecen -con sus carteles en hangul y sus productos originarios de Corea- como los índices espaciales de coreanidad más patentes. Por otro lado, los negocios constituyen los nudos más activos de interacción entre coreanos, argentinos y bolivianos. Como señalan Bialogorski y Bargman "en su interrelación con otros grupos étnicos de origen inmigrante y con sectores del contexto mayor, los coreanos restringen [nosotros preferimos decir que centran o puntúan] el área de articulación permitida, fundamentalmente al área limitada, específica e instrumental de lo laboral" la cual, debemos agregar, excede los límites del barrio ya que las zonas de trabajo más importantes de los coreanos se ubican en Once y Flores Norte, donde han instalado cantidad de pequeños comercios textiles. Esto nos sugiere la relatividad de la conjunción comunidad-territorialidad ímplicita en la noción de barrio coreano.
A modo de cierre
Hemos partido del barrio coreano en tanto dato para problematizarlo desde una mirada estructural que, a los fines analíticos, distingue dos planos enlazados de significación en los cuales los actores barriales juegan sus interacciones: el étnico y el socioeconómico. En éstos, el vector analítico parte de las clasificaciones sociales para llegar a su espacialización (dimensión espacial de las clasificaciones sociales). Creemos que sería interesante realizar el recorrido inverso partiendo del espacio para llegar a las clasificaciones sociales que éste indica (dimensión clasificatoria del espacio). En ese sentido, hemos comenzado a trabajar con el espacio eclesiástico que pone de relieve fragmentaciones internas de los que suele verse como una comunidad homogénea: dada la capacidad de la institución religiosa de articular distintas dimensiones de la vida social, el espacio eclesiástico permite visibilizar fragmentaciones no sólo de corte religioso sino también socioeconómico y hasta generacionales, fragmentaciones que relativizan la idea de comunidad coreana en tanto homogénea. Con la inclusión de este segundo vector, intentamos dar cuenta de la concepción del espacio que subyace a este trabajo: no se trata de un espacio pre-social, sino de un espacio significado socialmente pero que, a su vez, significa lo social; un espacio que está en función de la propia dinámica performativa de las categorías sociales (Bourdieu 1988).
Creemos que el abordaje del barrio coreano desde esta concepción del espacio es una vía interesante para entender la categoría de barrio coreano -con sus implicancias de exotización, comunalización y territorialización de lo coreano- como efecto de sentido activado por procesos hegemónicos de formación de identidades.
NOTAS
(1)Así lo demuestra esta cita extraída de un artículo de revista:
"A mediados de la década del 60 llegan a Bs. As. las primeras familias coreanas, estableciéndose en el bajo Flores. La llegada de nuevos inmigrantes que buscan su vivienda cerca de la de sus paisanos provoca la concentración de la colectividad en esta zona . Hoy, este lugar (comprendido entre avenida del Trabajo, Carabobo, avenida Castañares y avenida La Plata) ha cambiado su fisonomía." (Todo es Historia, ene.1991:35)
(Para otras referencias al barrio coreano ver FUENTES).
(2)Si utilizamos esta denominación genérica es porque no resulta extraño escuchar que "todos son iguales". Un entrevistado "argentino" dice: "...pasando Avda. Cruz son todos bolivianos. El barrio Rivadavia, el que hizo Onganía, es de bolivianos". Otro afirma: "¿qué diferencia hay entre un jujeño, un boliviano o un paraguayo? Todo es Buenos Aires, todo es Latinoamérica". Es necesario aclarar que este "todos son iguales" tiene anclaje, como profundizaremos más adelante, en el plano socioeconómico: bolivianos, peruanos, paraguayos, jujeños son "los villeros". Se impone decir, sin embargo, que también la diversidad aparece expresada. Como corrige inmediatamente el último entrevistado: "Hay algunas diferencias. El boliviano es más decente, es trabajador; el peruano es ladrón; los paraguayos son buena gente".
(3)Para dar testimonio de la ambigüedad que rodea a "barrio" y "villa" cito las palabras de una maestra entrevistada hablando acerca de los paraguayos, bolivianos y peruanos que acuden a una escuela del barrio coreano: "Provienen básicamente de barrio Rivadavia, que fue construido en la época de Onganía como lugar de relocalización de villas. Fue el Estado el que diagramó este barrio; luego se fue convirtiendo en villa. Sería la villa 21".
(4)Según el mismo artículo del diario Clarín, "en todos los casos, las explicaciones de los 'patrones' coincidían en intentar presentarse como 'benefactores' de personas de escasos recursos y nivel cultural, sin demasiadas posibilidades de progreso en sus lugares de origen" (Clarín, 20 ago. 1995:28).
Por otra parte, una entrevistada boliviana empleada en un taller coreano expresaba que "el trabajo es bien. Trabajamos solamente dieciseis horas por día (...) Los coreanos son buenos, te explican lo que tienes que hacer y te dicen que preguntes si no entiendes (...) En el taller tenemos cama y el cocinero es boliviano".
(5)"Somos ricos, en parte sí, tienen razón. El auto es muy importante para el coreano -dice [el chico coreano]. Hubo una época en que nadie quería tener algo menos que un Falcon. Lo suntuario le gusta" (Página 30, julio 1992:58)
(6) Esta es una interesante vía para explorar las posibilidades identitarias generadas por las paradojas que encierra todo orden hegemónico.
FUENTES
"Con el corazón entre dos amores". En Clarín, suplemento
deportivo, Bs. As., 1° de octubre 1995, p.:6
"El espejo Amarillo". Texto de Itkin, Silvia; fotos de Lestido, Adriana. En Página 30, Bs. As., año 2, n°24, julio 1992, pp.: 54-59
"Los coreanos. El nuevo desembarco inmigratorio". Texto de García, Fernando y Herbatín, Darío. En Todo es Historia, Bs. As., año 24, n°285, enero 1991, pp.: 35-43
"Los esclavos de fin de siglo. Casos en Argentina". En Clarín, sección "internacionales", Bs. As., 20 de agosto 1995, p.:28
"Un paseo por Corea Town". En Revista Viva (Clarín), sección "curiosidades", Bs. As., domingo 14 de abril 1996, pp.:68-69
Registros de campo realizados por nosotros entre noviembre de 1995 y agosto de 1996
Registros de campo realizados por Josefina Ghiglino y Mónica Lorenzo, integrantes del proyecto UBACyT "Los 'usos' de la diversidad cultural en un marco de neoliberalismo conservador. Continuidades - rupturas entre escuela y sociedad" dirigido por María Rosa Neufeld y Ariel Thisted. Agradezco a ellas el haber puesto a mi disposición sus notas de campo.
BIBLIOGRAFIA
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