Diego Golombek es Doctor en Biología. Actualmente es profesor en la Universidad de Quilmes e investigador del CONICET. Dirige el laboratorio de cronobiología de la Universidad de Quilmes. Autor de numerosos artículos y libros, entre los cuales se destacan Cronobiología humana (2002); Demoliendo papers (2005) y Cavernas y palacios: en busca de la conciencia en el cerebro (2008).
P: ¿Qué noción de cuerpo existe hoy en la biología?
G: Supongo que la única posible a raíz de las evidencias en favor de un mecanicismo claro, aún cuando todo reduccionismo a cualquier escuela siempre va a tener sus riesgos y sus errores, de que somos una máquina y nos comportamos como tal. Si eso lo llevás al extremo, todo es cuerpo, toda evidencia exteriorizada en el comportamiento tiene un origen orgánico. Obviamente eso no quita que, sobre ese origen orgánico participa activamente el ambiente, la relación con otros, pero tiene un sustrato que es corporal: no existen sustratos no corporales, inmateriales: uno descarta de plano lo que tradicionalmente se llamaba “espíritu”, “alma”, “mente”, etc. Lo que no quiere decir que ese soporte material sea fijo y que estamos predestinados de acuerdo a él, no estoy hablando de un conductismo pavloviano de que “viene tal cosa, sale tal cosa”, lo maravilloso que tiene ese sustrato material es que es cambiante: lo que se dice “neuroplástico”. La plasticidad neuronal es un concepto abstracto: las cosas cambian, entre otros factores, de acuerdo con la experiencia, que puede ser cualquier cosa: desde hacer ejercicio físico a tener acceso a determinados fármacos o drogas, o también es un cuento o un chiste que te cuentan cuando sos chiquito o cuando sos grande y que modifica cómo se charlan dos neuronas. O sea, el sustrato es material pero lo que le llega a ese sustrato es múltiple, entonces.
P: Pero esa plasticidad es permeable o no a que esas modificaciones se manifiesten, es decir, no toda experiencia es tramitable hacia un cambio determinado.
G: Totalmente, somos maravillosamente diferentes. Frente a un mismo estímulo, que puede ser cualquier cosa: un color rojo, algo que me cause asco o algo que me de dolor, mi cerebro va a responder diferente al tuyo, porque vino diferente ya de fábrica, hay cuestiones genéticas que hicieron que mi cerebro ya fuera distinto y además fue modelándose de forma distinta de acuerdo a la experiencia.
P: ¿No hay un furor en reducir todo en los genes?
G: Hay un furor porque es fácil, es simplista. En este momento tenemos ciertas técnicas para analizar genes, que antes no había, entonces es tentador encontrar que cierta patología o desviación de algo normal, correlaciona con cierto gen y ponerle nombre a ese gen, el “gen de” tal cosa. En la enorme mayoría de los casos eso está mal porque hay muy pocos patrones, incluso patrones patológicos de enfermedades, que sean monogénicos, es decir, que vos sepas que si un gen no está o está cambiado, te enfermás. La enorme mayoría son multigénicas, o sea que tienen que variar simultáneamente muchos genes y son multigénicas en conjunto con el ambiente. Lo que no me cabe duda, es que lo genético brinda una cierta propensión a que los estímulos que te llegan van a hacer que respondas de una manera o de otra, o que te enfermes o no te enfermes Somos una mezcla de genes y ambiente.
P: ¿Podría decirse que eso es la “singularidad”?
G: Sí. O subjetividad, que es todo lo que le haya hecho el mundo a tu cerebro. ¿Y qué es el mundo en este caso? Lo que comiste, lo que fue tu educación, si fuiste con tus amigotes a ver fútbol o a jugar a otra cosa, la relación que tuviste con tu familia, con tus amigos, con tus parejas, lo que fuera, todo eso es el mundo que construyó una subjetividad sobre un sustrato material que es el cerebro.
P: Hace poco, el neurólogo Roberto Rosler en una entrevista en el diario La Nación decía que los humanos tenemos un “cerebro del paleolítico” con el que enfrentamos el siglo XXI. ¿Existe un desarrollo filogenético a nivel cerebral?
G: Sin duda. Entiendo que se refiere a que, filogenéticamente, nosotros podemos asociar distintas áreas de nuestro cerebro a desarrollos distintos a lo largo de un árbol evolutivo. Justamente, la corteza cerebral es una parte muy nueva y desarrollada en los primates, los otros bichos tienen milímetros de corteza y además la tienen lisa, por ejemplo, una rata. ¿Por qué? Porque no necesitó mucho más que eso. Nosotros y tuvimos que tener alguna estrategia para tener más superficie. Y una estrategia evolutiva que apareció y fue muy exitosa fue “bien, tengo algo liso ahí, le hago rulitos”, lo cual aumentó la superficie de la corteza y eso fue un desafío a nivel evolutivo: un “neocerebro”. Pero tenemos otras zonas que son recontraviejas, por ejemplo el cerebro medio, que estaría por la nuca o el mesencéfalo. Entonces, sí, con ese cerebro tenemos que lidiar y viene desde hace mucho tiempo y eso merece un comentario: es interesante que, evolutivamente, las funciones vitales, las más importantes de todas, son inconscientes: el control de la frecuencia cardíaca, de la respiratoria, de muchas vísceras de los órganos internos, de la sed, de la homeostasis de las hormonas, etc, no está bajo nuestra responsabilidad consciente. La evolución definió dejó las cosas vitales (no las subjetivas) que hacen que te mantengas vivo en un montón de situaciones complicadas, a las partes inconscientes del sistema nervioso.
P: Pero frente a los hechos actuales ¿las respuestas son las mismas que en el paleolítico o cambiaron a lo largo del tiempo?
G: Definitivamente las respuestas primarias son las mismas, mediadas por el sistema nervioso autónomo, que se divide en dos: el simpático y el parasimpático. Por ejemplo, cuando sentís miedo, se te activa el simpático y cuando estás muy relajado, se activa el otro sistema, el parasimpático.
Desde la psicología experimental, en este tema de qué viene primero, si el carro o el caballo, el estímulo o la respuesta, un tipo injustamente relegado llamado William James, dice: estamos corriendo en la selva porque nos persigue un león y tenemos miedo, entonces, no corremos porque tenemos miedo, tenemos miedo porque corremos. Está configurando la emoción de acuerdo a todo el patrón de respuestas fisiológicas que nos ocurren en ese momento: la frecuencia cardíaca alterada, la respiración alterada, algo pasa con las glándulas sudoríparas, etc. Todo eso se configura y el cerebro le pone de nombre “miedo”. El cuerpo no es sólo el cerebro en cuanto a las respuestas psicológicas, sino que es un todo.
P: Entonces ¿las emociones son efecto del cerebro, se transmiten o son parte de ambas operaciones?
G: Yo admito que exagero la base biológica del comportamiento y de la conciencia, por así decirlo, y lo hago con total premeditación y alevosía porque me parece que la idea popular de lo que es la conciencia y nuestro comportamiento, está completamente bandeada hacia lo cultural: “siento tal cosa” por razones un tanto “mágicas” o por una cuestión social o porque lo aprendí de esta manera o de otra. Le sacamos todo peso a lo biológico, a lo corporal y a lo cerebral, por eso yo exagero las respuestas biológicas. Por ejemplo, los estímulos de atracción, por qué una persona determinada nos atrae, por qué nos enamoramos, por qué nos parece bella. Todos pensamos que alguien nos parece atractivo por una cuestión social, porque está de moda. Sí, es innegable que es así, pero también nos parece atractivo porque el cerebro toma una serie de parámetros biológicos que son adecuados en términos evolutivos y los pone en una bolsa y les pone un nombre “belleza”.
P: Pero eso es absolutamente variable…
G: Sí y no. Obviamente varía en cada cultura y en cada persona pero hay patrones comunes, universales de belleza.
P: ¿Por ejemplo?
G: Por ejemplo ciertos rasgos en la cara diferentes en el hombre que en la mujer, la distribución de la grasa y de los músculos en el cuerpo, son patrones biológicos de salud y, eventualmente, de fertilidad, que todo bicho que camina está buscando eso en una pareja, en términos biológicos. Nosotros como humanos, escapamos un poco al mandato biológico, eso es lo fascinante que tenemos, entonces, te puede parecer muy atractiva una persona mucho más allá de sus posibilidades de fertilidad o una mujer postmenopáusica más allá que ya no pueda tener hijos. Por ahí no sabés mucho por qué te gusta esa persona, incluso cuando no responde a los cánones sociales de belleza. Hay cultura, hay una cuestión de afinidad, de educación, social, pero también hay cuestiones biológicas. Y es interesante traer esa discusión a los amigotes del bar, que cuando se den vuelta para ver a una mina o un tipo…
P: …sea por la liberación de feromonas (risas). Sin embargo, en tu último libro, respecto de la búsqueda de los correlatos neurales de la conciencia, tomás el problema de las “qualias”, estas sensaciones subjetivas que no pueden generalizarse porque frente al mismo estímulo, cada sujeto va a cualificar de manera diferente la respuesta que surja.
G: Es que diste en el clavo: ese es “el” problema de la subjetividad dentro de la conciencia. Uno puede, con el método científico llegar a generalidades de la conciencia. Oliver Sacks, dice que la palabra favorita de la neurología es “déficit”, porque casi todo lo que sabemos de neurología lo sabemos cuando algo anda mal: si tenés una lesión en determinada parte del cerebro perdés una memoria determinada. Extrapolamos la fisiología a partir de estos déficits. Ese fenómeno de déficit se aplica también a la “concienciología”: la mayoría de lo que sabemos sobre las bases de los sustratos mentales de la conciencia, lo sabemos por personas que tienen afectada la conciencia, de distintas maneras. Hay algunas cuestiones de subjetividad que uno se puede imaginar que las va llegar a entender, pero otras tan simples como la percepción de un color, nos cuesta mucho entender la metodología experimental para llegar a entenderlo, porque hay una cuestión biológica y una cultural: nosotros aprendimos que eso es rojo, pero no se puede hacer introspección de una sensación subjetiva del rojo, entonces todavía falta una revolución o que a alguien se le ocurra una metodología sobre cómo “objetivizar” esa introspección. Cómo tu cerebro expresa eso que percibe, por ahora no tenemos forma de saberlo.
P: Vos mencionás la existencia de una parte inconsciente que genera efectos o respuestas determinadas ¿Cualitativamente este inconciente del que habla la biología es diferente al del psicoanálisis? ¿Y en todo caso, dónde lo ubicarías?
G: Se trataría de ubicar correlatos neurales del inconsciente, así como se buscan de la conciencia y en algunos casos, eso es absolutamente factible. Hace mucho tiempo se hacían operaciones quirúrgicas a “cielo abierto” y se miraba el cerebro para sacar el “cacho” que andaba mal y había que tocar, estimular ciertas partes del cerebro con electrodos. Estas operaciones se hacían con anestesia pero el cerebro estaba activo y, frente a algunas de estas estimulaciones, el paciente recordaba algo muy enterrado en su pasado: una canción de cuna que le cantaba su mamá…
P: Lo que para nosotros sería el levantamiento de la represión respecto de algún recuerdo o escena de la vida de un paciente…
G: Sí, pero acá lo desenmascaraste de manera orgánica: vos viste que si pinchabas en esa parte del cerebro y no en otra, aparecía ese recuerdo o, lo que Oliver Sacks llama “nostalgia incontinente”: pacientes a los que, cuando les agarra un “foco epiléptico”, en cierta zona del cerebro, que es la forma natural en la que se estimula el cerebro sin electrodos, no podían dejar de recordar. Para algunos era agradable y para otros no tanto. Entonces, en ese tipo de inconsciente, efectivamente hay un correlato neural: si vos sabés que estimulando un pedazo de cerebro aparece algo que estaba reprimido o guardado o escondido o la palabra que uses, eso es un correlato neural.
P: ¿Y cómo explicás el olvido entonces?
G: Una pregunta es si hay olvido o no, si hay cosas que se olvidan o todas están guardadas. Yo soy partidario de decir que la mayoría de las cosas se olvidan, por una cuestión material: no tenemos lugar físico para tantos procesos y la memoria no es un lugar, sino un proceso, en términos biológicos.
El olvido absoluto o el mandar cosas al inconciente, por así decirlo, yo lo veo como un fenómeno evolutivo: nuestra capacidad consciente es limitada, seguramente es mucho menor a nuestra capacidad inconciente y en particular en cuanto a la memoria, con lo cual, si no mandamos cosas al olvido de verdad, es decir “desapareció” o no las mandamos a algo que no me esté usando energía o procesos que necesito para la conciencia, no me entra nada. Entonces, lo más importante de la memoria, en ese sentido, es el olvido, es un componente para poder ejercerla.
P: ¿Y habría una selección biológica en lo que se olvida? Pienso en la noción de trauma, en aquello que “se olvida para seguir con la vida cotidana” pero que, a la vez, no deja de producir efectos.
G: Me parece muy razonable desde un punto de vista biológico y pongo un ejemplo más pedestre: vos ponés tu mano en el fuego y te duele, la respuesta del dolor es una señal de que tenés que sacar la mano de ahí, de defensa. Pero no te duele todo lo que te tiene que doler, te duele un poco menos, porque al mismo tiempo que se activa el sistema del dolor que va desde la mano hasta el cerebro, se activa un sistema de analgesia endógena, en cierta forma, un sistema que reprime el dolor, de defensa frente a algo que te hace mal. Seguramente, en términos psicológicos se pueda pensar una analogía similar: esto, por algún motivo de mi historia, de mi subjetividad, de mi qualia, me duele, me hace mal, por lo tanto, yo tengo que seguir funcionando, no puedo estar todo el tiempo parado con esto que me sigue haciendo mal, entonces ¿qué hago? Lo reprimo, en el sentido que vos decís y lo mando al inconsciente, no lo puedo olvidar y que, por otro lado, obviamente que una memoria con un contenido emotivo es mucho más difícil de olvidar. Por lo tanto, si tiene un contenido emotivo fuerte, yo no creo que vaya a parar a la etiqueta de “olvido” va a parar a la etiqueta de “esto lo dejamos para ver qué pasa”.
P: ¿Existe alguna concepción desde la biología respecto de la noción de hipnosis y sugestión?
G: Me parece fascinante, sobre todo por la fuerza que tienen estos fenómenos psicológicos que son parte de la biología finalmente, desde mi perspectiva, ya que desde esa fuerza hacen que te puedas mover o no. Y con respecto a la sugestión y a la hipnosis, te puedo decir muy poco: está más que demostrado que es un fenómeno real y aquello que te ocurre durante la hipnosis es orgánico. Me acuerdo de haber leído un paper en el cual hipnotizaban gente, le decían “ahora te voy a quemar con un cigarrillo”, lo tocaban con un dedo y les aparecía un hematoma. Es decir que hay algo, no sé cuánto se sabe de eso, que no conozco, pero que claramente convence al cuerpo de que algo está ocurriendo y muchas curas orgánicas tienen que ver con la sugestión.
P: Pero entonces la palabra en el encuentro con el otro afecta materialmente al cuerpo.
G: Hay un experimento que se hizo hace muchos años que me parece fascinante y al que no se le ha dado la suficiente importancia. Una psiquiatra tomó una muestra de pacientes depresivos, pero los dividió en dos: uno fue tratado con psicoterapia, no recuerdo cuál, y el otro con antidepresivos. De esos dos grupos tomó a los que habían respondido positivamente al tratamiento y entonces hizo las imágenes cerebrales: en ambos, las mismas zonas del cerebro habían cambiado tanto por la palabra como por la pastillita de colores. Esto lo podemos interpretar de muchas maneras. Primero y principal, ambos tipos de tratamiento tienen el mismo sustrato material que es el cerebro. Segundo, las vías de entrada a ese sustrato son múltiples y una de ellas puede ser la palabra que puede entonces modificar la plasticidad del cerebro, no cabe dudas de que esto es así porque nuestros recuerdos son eso.
P: Hay un afán en el hombre de poder conocer en su totalidad: desde un continente hasta encontrar el lugar de la conciencia y que lo impulsa todo el tiempo a más ¿creés que alguna vez vamos a llegar al punto de conocer todas las respuestas?
G: Es difícil la pregunta. Me parece que el desconocimiento frente a nosotros mismos y frente a lo ajeno, al mundo, a los otros, a la naturaleza, a ese ruido que se escucha de noche en una cueva, es una fuerza evolutiva muy importante: el desconocimiento y el miedo, casi la angustia frente a lo desconocido. El tener miedo frente a lo desconocido, propio o ajeno, me parece que es un motor para la creatividad, el miedo a la oscuridad es un motor para dominar el fuego, el tener miedo a no saber cómo respondo a ciertos estímulos es un motor para entender un poco más, para buscar otras formas de mirar en el cuerpo. Estamos evolucionando todo el tiempo, la evolución no es algo que sucedió hasta que nació Darwin y después se paró y, parte de esa evolución, tiene que ver con nuevos desafíos. Yo creo que nosotros ya estamos en condiciones de inventarlos. Una respuesta nunca cierra una puerta, sino que abre más preguntas, de otro modo la ciencia muere.
Laura Ormando
Psicóloga
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