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De la “Patafísica” a una subjetividad que genera comunidad

 
Editorial

"No sabemos lo que puede el cuerpo..."
Etica, Baruch Spinoza

En una antigua y conocida historia judía 1 se cuenta que un día el Rabí de Cracovia interrumpió sus plegarias para lamentarse con el anuncio de que había visto la muerte del Rabí de Varsovia. Esta ciudad se encontraba a trescientos kilómetros de Cracovia cuya congregación quedó muy entristecida e impresionada con los poderes visionarios de su Rabí. Algunos días después un grupo de judíos de Cracovia viajan a Varsovia y, para su sorpresa ven allí al viejo Rabí oficiando en un buen estado de salud. Cuando regresan comentan la noticia que es recibida con una gran carcajada. Entonces algunos discípulos osados empiezan a defender a su Rabí. Admiten que este pudo haberse equivocado sobre los detalles específicos pero exclaman: “a pesar de todo, ¡qué extraordinaria visión!”.

Esta historia pone en evidencia la capacidad humana para racionalizar una creencia frente a una realidad que la desmiente. Deseamos creer, ya que un mundo sin creencia no lo podemos tolerar. Esta es una de las formas en que el poder regula la vida social, produciendo una subjetividad en la que se aliena el sentido de la vida, el deseo y la creatividad.

“El palo y la zanahoria”

El capitalismo no lo podemos entender únicamente como una fría máquina de extraer plusvalía. El capitalismo solamente puede realizar su insaciable voracidad estableciéndose en órdenes históricos y sociales, donde necesita de la complicidad de sujetos para existir y perpetuar el poder que garantiza su funcionamiento. Estos sujetos, a diferencia de una fría máquina contable de aumentar beneficios, actúan dando a sus acciones justificaciones que generan una creencia desde la cual el colectivo social explica su adhesión a una forma de vida en la que se encuentran inmersos. De esta manera, dicha aceptación, que puede ser explícita o implícita, tiene un soporte imaginario creado por la cultura dominante. La fractura de este soporte imaginario provoca una angustia social en la cual la incertidumbre ubica al sujeto en un no saber; en cambio, la certidumbre de un supuesto saber, en el que algo peligroso va a suceder, es objetivada en diferentes miedos producidos por el poder para dirigir y manipular al colectivo social, con el fin de seguir ejerciendo su dominación. Es decir, el poder utiliza el “palo y la zanahoria”. El “palo” generando miedo que, transformado en terror, nos paraliza; la “zanahoria” creando una ilusión imposible de ser realizada. En la época de la última dictadura militar el terror se efectuó a través de una represión sistemática en todos los órdenes de la vida social, cuyo resultado fue los 30.000 desaparecidos. Su objetivo fue una política económica y social que continúa hasta la actualidad. Luego, ante el fracaso de la aventura militar en la guerra de las Malvinas, aparece la ilusión de que con la democracia se podían solucionar todos los problemas que tenía la Argentina. No hubo que esperar mucho tiempo para que los grandes capitales financieros provocaran el terror con la hiperinflación. Es el gobierno de Menem quién trae tranquilidad: un peso igual a un dólar es la nueva ficción que nos hace creer que somos un país del primer mundo. Esta ilusión la denominamos la “utopía de la felicidad privada” 2. La misma se sostiene en una denegación de la realidad que funciona como una “Patafísica”. Esta es una ciencia imaginaria inventada por el escritor Alfred Jarry. Los personajes de sus novelas viven la ilusión de la existencia donde todo es posible aunque la realidad lo desmienta. Por ello, podemos decir que el “Padre Ubu” vivió en la Argentina y cuando su panza estalló no sólo se encontró con el vacío de su existencia, sino que no tenía para comer. Es cierto, desde hace mucho tiempo existen los pobres y los desocupados. Sin embargo, ahora son muchos más y aparecen en la televisión. Si antes eran invisibles para algunos, en la actualidad es imposible negar que la mitad de la población vive debajo del nivel de pobreza, el 30% es indigente y casi el 30% no puede encontrar trabajo. Esta situación produce miedo. Miedo a quedar desocupado o morirse de hambre. Pero como esto no es suficiente es necesario generar otros terrores para hacer más efectiva la dominación. Uno de ellos es “demonizar” a las organizaciones piqueteras para enfrentarlas con otros sectores sociales. El obrero desocupado es violento por que hace manifestaciones, algunos se tapan la cara y no respetan las reglas del tránsito.3 También es el miedo a los otros. Los otros son los enemigos que nos van a robar, a secuestrar, a asesinar. Es evidente que esta circunstancia existe en nuestras ciudades. Sin embargo, es necesario destacar el aumento significativo de la violencia familiar y la tasa de suicidios, en especial de adolescentes y personas mayores. Hoy Argentina ocupa el primer lugar en América y está entre los primeros del mundo. Por supuesto, se habla muy poco de esta violencia autodestructiva.

Entre la fragmentación y la reconstitución de las identidades colectivas

El imperio del capitalismo mundializado se ha extendido de tal forma que el destino de cada uno de nosotros depende de una complicada red de relaciones del mercado mundial. La cultura de Mcdonald´s usurpa subjetividades y afectos en base a una expansión universal y a una nueva alineación, donde el fetichismo de la mercancía tiene las características de la seducción mediática. Es así como regula ideológicamente una ficción que evita al sujeto identificarse con su grupo social (clase social, profesión, género, etc.). Su resultado ha sido el debilitamiento de las identidades individuales y colectivas. El obrero no se identifica con su clase social. El empresario ya no es empresario pues no sabe dónde esta parado. El profesor no enseña, se dedica a hacer “papers” para aumentar su curriculum. El adolescente observa que nada sirve y estudiar o no, es lo mismo: no va a encontrar trabajo. El niño descubre que en su niñez no hay juguetes sino miseria, hambre y pedir limosna.

Es necesario tener en cuenta que la desocupación, la precariedad del trabajo y la fragilidad de los sistemas de protección social y de salud, traen como consecuencia la sensación de inestabilidad y vulnerabilidad social. Sabemos que el trabajo es más que el trabajo. Dicho de otra manera, el desempleo no es solamente la falta de trabajo, ya que como plantea Freud, “ninguna otra técnica de conducción de la vida liga al individuo tan firmemente a la realidad como la insistencia en el trabajo, que al menos lo inserta en forma segura en un fragmento de la realidad, a saber la comunidad humana. La posibilidad de desplazar sobre el trabajo profesional y sobre los vínculos humanos que en él se enlazan una considerable medida de componentes libidinosos, narcisistas, agresivos y hasta eróticos le confieren un valor que no le va a la zaga a su carácter indispensable para afianzar y justificar la vida en sociedad.”4. Es decir, cuando una cultura no puede crear un espacio-soporte donde se desarrollan los intercambios humanos establece una comunidad destructiva.

Sin embargo, a este hecho que ha llevado a la fragmentación social en la actualidad se le oponen espacios donde aparecen nuevos modos de identificación, basados en prácticas que generan lazos de solidaridad: las organizaciones piqueteras de obreros desocupados, las nuevas experiencias de empresas administradas por los obreros, las asambleas vecinales, los diferentes grupos de resistencia cultural, etc.

Por ello, nos encontramos con una tensión entre la fragmentación y el reagrupamiento, entre la disolución y la reconstitución de las identidades colectivas aún no resuelto.

El cuerpo como el espacio que constituye la subjetividad

En este sentido no podemos reducir las formas del padecimiento subjetivo solamente a un registro psicopatológico. Hoy los que trabajamos en la clínica nos encontramos con el padecimiento de un sujeto que debemos re-significar, desde lo que denominamos un “exceso de realidad que produce monstruos”5. Esta circunstancia la podemos observar en palabras que todos usamos cotidianamente: pesificación, dolarización, corralito, hiperinflación, devaluación, etc. Estas palabras tienen efectos en el cuerpo: angustia, depresión, dolor, desvalorización, delirios, adicción, etc. Por ello, hablar sobre las condiciones actuales del padecimiento subjetivo implica describir una estructura subjetiva como una organización del cuerpo pulsional que se encuentra con una determinada formación económico-social.

De esta manera definimos el cuerpo como el espacio que constituye la subjetividad del sujeto. Por ello, el cuerpo se dejará aprehender al transformar el espacio real en una extensión del espacio psíquico. El carácter extenso del aparato psíquico es fundamental para Freud, ya que éste es el origen de la forma a priori del espacio: “La espacialidad acaso sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico. Ninguna otra deducción es verosímil. En lugar de las condiciones a priori de Kant, nuestro aparato psíquico. Psique es extensa, nada sabe sobre eso” 6.

En este sentido podemos decir que el cuerpo lo constituye un entramado de tres aparatos: el aparato psíquico, con las leyes del proceso primario y secundario; el aparato orgánico, con las leyes de la físico-química y la anátomo-fisiología; el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales. Entre el aparato psíquico y el aparato orgánico hay una relación de contigüidad; en cambio entre estos y el aparato cultural va a existir una relación de inclusión. En este sentido, el organismo no sostiene a lo psíquico ni la cultura esta sólo por fuera: el cuerpo se forma a partir del entramado de estos tres aparatos, donde la subjetividad se constituye en la intersubjetividad. Por ello, la cultura está en el sujeto y éste, a su vez, está en la cultura. Este cuerpo delimita un espacio subjetivo donde van a encontrarse los efectos del interjuego pulsional. Allí la pulsión va a aparecer en la psique como deseo, en el organismo como erogeneidad y en la cultura como socialidad.7

De esta manera entendemos que toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización histórico-social. Es decir, toda subjetividad da cuenta de la historia de un sujeto en el interior de un sistema de relaciones de producción. Por ello, como plantea León Rozitchner, “Si cada uno de nosotros ha sido constituido por el sistema de producción histórico, es evidente que el aparato psíquico no hace sino reproducir y organizar ese ámbito individual, la propia corporeidad, como adecuado al sistema para poder vivir dentro de él” 8. Pero lo social como marca en nuestros cuerpos no lo debemos entender como una imposición, sino como el resultado de un conflicto que comienza desde la niñez. Este conflicto tiene los avatares de la castración edípica, que desempeña un papel fundamental en la estructuración de la personalidad y en la orientación del deseo humano.

Freud en el texto Tótem y Tabú describe el sentimiento de culpabilidad vinculado con el asesinato del padre. Este mito se constituyó en la herencia filogenética que cada sujeto recibe en su inconsciente, constituyéndose así en el fundamento del complejo de Edipo y del sentimiento de culpabilidad en su desarrollo ontogenético. Por lo tanto, la constitución de la cultura es la renuncia a lo pulsional, que deriva en la culpa individual y colectiva, en tanto a lo que se renuncia es a la represión manifiesta del parricidio y del incesto.

En el ideal del yo se legitiman las normas y deseos de los padres en una determinada inserción social, en la que la cultura dominante recubre el yo-ideal de la omnipotencia narcisista infantil. De esta forma, el superyó es engendrado por la cooperación de la frustración pulsional, que desencadena la agresión, y por la experiencia de amor que, al no ser satisfecha, vuelve la agresión hacia adentro y la transfiere al superyó. Esta agresión, que por culpa dirigimos contra nosotros mismos, es la que el poder utiliza para dominarnos.9 Por ello, el sentimiento de culpa es el problema más importante para el desarrollo cultural. Pero también es el precio que la cultura dominante exige al sujeto, y que éste debe pagar con el déficit de felicidad provocado por la elevación de ese mismo sentimiento de culpa. Doble contradicción de una cultura que impone, como principio moral, una ética que lo único que puede ofrecer -al decir de Freud- es “la satisfacción narcisista de tener derecho a considerarse mejor que los demás”.

 

El poder puesto bajo sospecha

Hoy el Poder es puesto bajo sospecha. El camino iniciado por diferentes organizaciones piqueteras de obreros desocupados se encuentra, el 19 y 20 de diciembre, con otros sectores sociales que salieron a la calle y encontraron una fuerza que produce comunidad. Esta es la fuerza que “pateó el tablero” de la cultura dominante al desnudar un poder que ofrece una libertad que recuerda un viejo chiste judío: “Si uno no tiene medios de vida, tiene la libertad de morirse de hambre. Si uno está desocupado, tiene la libertad de golpear la cabeza contra la pared. Si uno se rompe una pierna, tiene la libertad de andar con muletas. Si uno se casa y no tiene para mantener a su mujer, tiene la libertad de mendigar de puerta en puerta. Si uno se muere, tiene la libertad de ser enterrado.”10 A esta libertad que nos propone el poder, hoy se opone la potencia del colectivo social que no sólo cuestiona un sistema económico, al comprender que él mismo debe hacerse cargo de su existencia, sino que también cuestiona las características de la representación democrática.

Como desarrollamos anteriormente, el componente imaginario es constitutivo de la forma en que la cultura dominante re-produce una “verdad” de nuestra época: el capitalismo es inmodificable y además es el único sistema social posible. Esta particularidad se puede observar en el modo de hacer política, donde la coerción de los grandes capitales internacionales “uniforman” las decisiones de quienes son elegidos y dejan sin representación a la mayoría de la sociedad. De esta manera la representatividad política se desvincula de los mandatos, quedando los dispositivos de control de gestión en manos de aquellos que los manejan. Es así como el ciudadano se transforma en un cliente y la representatividad en un negocio.

Esta circunstancia encuentra en la Argentina el eslabón más débil en la cadena del capitalismo mundializado, ya que la limitación del poder político es un fenómeno mundial, como lo señala Anne-Cécile Robert: “A diferencia del internacionalismo obrero emanado de las luchas sociales del siglo XIX, la mundialización no es un proyecto democrático. Por el contrario, marca la muerte de la representación política y del sufragio universal en nombre de una concepción ‘objetiva’ de la realidad... En efecto, la devaluación del poder político y el retorno de la fatalidad social prosperan sobre la destrucción de un elemento consustancial a la democracia: la existencia de una ‘otra parte’ posible o utópica, que ayuda a soportar los padecimientos del presente, al tiempo que aporta la perspectiva de su superación. Es decir, que simétricamente al proceso totalitario, la victoria ideológica del liberalismo instaura una dictadura en los hechos, donde los intereses económicos y sociales inmediatos de un grupo, prevalecen sobre los intereses de la colectividad... La reconstrucción de la oferta política no se llevará a cabo sin una reconquista de esa ‘otra parte’, fundada en un análisis crítico del mundo y de las relaciones de dominación que en él se ejercen. Esto implica, en especial para la izquierda, superar el fracaso y el miedo que inspira el recuerdo de los sistemas totalitarios que intentaron oponerse a la lógica capitalista.” 11

De acuerdo a esta situación, aceptar este sistema de representación se convierte en un consenso que respalda al poder. Por el contrario, oponerse al totalitarismo neoliberal capitalista nos remite a la necesidad de seguir generando comunidad, de seguir generando acciones de resistencia y lucha. De buscar formas de representación que den cuenta de la complejidad de nuestra sociedad. No es poco. Pero sabemos que no es suficiente ya que nos plantea organizar un nosotros que no existe. Un nosotros donde nuestra subjetividad encuentre un espacio-soporte para nuestro padecimiento. Un nosotros que enfrente a un poder que también está en nuestra corporeidad. Un nosotros que no se quede en un instituido en la espera de algún acontecimiento, sino que pueda constituirse en una organización, cuyo objetivo sea lograr una democracia basada en una distribución equitativa de los bienes materiales y no materiales. Un nosotros que, ahora sí nos damos cuenta, depende solamente de nuestros humildes y potentes cuerpos. Este es nuestro desafío.

Notas

1 El presente texto está basado en una exposición realizada en el VIII Encuentro Nacional de Psicodrama cuyo tema fue “El tiempo es hoy... Pensamiento crítico y práctica social”. El mismo fue organizado por la Sociedad Argentina de Psicodrama los días 10, 11 y 12 de mayo de 2002.

2 Carpintero, Enrique,“Una nueva utopía: La felicidad privada”.

Topía revista, año IV, N° 12, noviembre-marzo de 94/95.

3 Esta fue la política que se intentó implementar desde el poder, al reprimir la manifestación de las organizaciones piqueteras el 26 de junio donde se asesinó a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Su fracaso se debió a las pruebas fotográficas, pero también -deberíamos decir fundamentalmente- a las masivas manifestaciones de repudio de diferentes sectores sociales.

4 Como Freud se refiere al trabajo en las condiciones del desarrollo capitalista de principios del siglo XX continúa diciendo, “...La actividad profesional brinda una satisfacción particular cuando ha sido elegida libremente, o sea, cuando permite volver utilizables mediante sublimación inclinaciones existentes, mociones pulsionales proseguidas o reforzadas constitucionalmente. No obstante, el trabajo es poco apreciado, como vía hacia la felicidad, por los seres humanos. Uno no se esfuerza hacia él como hacia las otras posibilidades de satisfacción. La gran mayoría de los seres humanos sólo trabajan forzados a ello, y de esta natural aversión de los hombres al trabajo derivan los más difíciles problemas sociales.”

Freud, Sigmund, El malestar en la cultura, Amorrortu ediciones, O.C., tomo XXI, Buenos Aires, 1976.

5 El concepto de “exceso de realidad” está desarrollado en el artículo “El exceso de realidad produce monstruos”, Carpintero, Enrique, Topía revista, Año VIII, N° 24, noviembre-febrero de 98/99. También en “El giro del psicoanálisis” Topía en la Clínica N° 5, marzo de 2001.

6 Freud, Sigmund, Conclusiones, ideas y problemas (1938), Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1976, O.C. tomo XXIII.

7 Un desarrollo de esta perspectiva se encuentra en el texto, Carpintero Enrique, Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos. Topía editorial, Buenos Aires, 1999.

8 Rozitchner, León, Freud y el problema del poder, Plaza Valdes ediciones, México, 1987.

9 Idem anterior.

10 Rudy-Eliahu Toker La felicidad no es todo en la vida y otros chistes judíos. Editorial Grijalbo, Buenos Aires, 2001.

11 Robert, Anne-Cécile “Autolimitación del poder político. ¡Viva la crisis política!” Le Monde Diplomatique, junio 2002.

 
Articulo publicado en
Agosto / 2002