Pensar Spinoza. Pensar su obra magna. Una ética demostrada según el orden geométrico. Sólo con tomar su título, esa frase larga que muchos editores decidieron sintetizar en un sólo significante “Ética”, ya podemos hablar, debatir, y soltar ríos de tinta en la problematización de lo que allí parece emerger. Ludwig Wittgenstein dijo una vez, quizá un poco en serio, un poco en broma, a pesar de su carácter hosco, que “si un hombre pudiera escribir un libro de ética que realmente fuera un libro de ética, este libro destruiría, como una explosión, todos los demás libros del mundo.” Pues bien, o Wittgenstein estaba equivocado en su sarcasmo especulativo, o la Ética de Spinoza no es ese libro. O quizá, por qué no, una tercera posibilidad: Wittgenstein tenía razón y no puede existir un libro preciso, exacto y detallado sobre la felicidad, sobre la mejor vida posible en un sentido estricto, a la vez que Spinoza nunca tuvo la intención de escribir un texto objetivo que cumpliera con dicha precisión. Tal posición me parece más concisa.
¿Qué es entonces esto que denomino cuerpo alien? Podría decir que se trata de una subversión, o más bien, de una postura que rompe una lanza en favor de la capacidad de los cuerpos de escapar, desde un punto de vista cualitativo, a aquello que la mente pretende definir de ellos