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“Construyendo pertenencia”

 

La lectura que propondré para este caso clínico, articula una perspectiva psicoanalítica con el enfoque de los estudios de Género sobre la subjetividad masculina.

En la presentación del caso de Carlos, es fácil advertir el carácter de performance que presenta la masculinidad. La feminidad ha sido calificada como una mascarada por Joan Rivière (1966), pero esta característica se aplica a ambos géneros, ya que los sujetos organizan sus deseos y fantasías inconscientes para hacerlos compatibles con las prescripciones y los ideales culturales acerca de lo femenino y de lo masculino.

En el planteo del motivo de consulta, la metáfora utilizada por el paciente para aludir a su impotencia eréctil: “el nene no funciona”, pone de manifiesto la índole proyectiva de la excesiva importancia asignada por Freud a la envidia fálica femenina. En este caso, como en tantos otros, es el varón quien envidia la capacidad generativa de las mujeres. Al contrario de lo que Freud (1933) consideró, el niño no es para la madre, de modo habitual, un equivalente simbólico del pene, una especie de “premio consuelo” aceptado por las mujeres para compensar su “atrofia fálica”. De modo inverso, en este caso el pene representa al bebé que el varón no ha podido concebir al modo femenino, y opera como consuelo ante el siempre penoso reconocimiento de que se pertenece a un solo sexo y no es posible poseer ambos. Una lectura más específica apunta al hecho de que la disfunción sexual promueve que Carlos se sienta infantilizado, como un niño que aún es incapaz de gozar con las mujeres.

La opción por un analista varón, se vincula no sólo con el pudor ante la situación de compartir su claudicación con una mujer, sino con una necesidad de recibir insumos identificatorios masculinos. La pérdida temprana de su padre ha promovido en el paciente carencias emocionales que no se relacionan únicamente con la protección y la autoconservación. Los hombres suelen necesitar la participación en grupos masculinos o la compañía de algún mentor de mayor edad porque la condición inicial de su subjetivación se caracteriza por la identificación primaria con su madre, quien generalmente es una persona femenina en un sentido convencional. Esto genera una proto-feminidad primaria teorizada por Stoller (1968), de la cual se rescatan a través de un proceso de desidentificación con respecto a la madre, descrito por Greenson (1995), que abre el camino para las identificaciones masculinizantes que toman al padre como modelo. En el caso de Carlos, la ausencia de la figura paterna ha generado carencias identificatorias y la eficacia terapéutica no ha dependido principalmente de la labor interpretativa del analista, sino de su utilización por parte del paciente, como Modelo para el ser. El análisis puede ser considerado en estos casos como una experiencia que corrige la biografía, y así favorece la construcción de representaciones faltantes (Hornstein, L.; 2013).

Los duelos se han acumulado en la vida de Carlos, al sumarse a la muerte del padre la pérdida de la madre durante su pubertad. Este evento lo dejó a merced de la habitual discriminación que practican los varones respecto de los hijos de otros hombres (Meler, 2013) y de los celos respecto de su medio-hermana, más favorecida por convivir con su padre biológico. Esos sucesos vitales promovieron, posiblemente, una fragilidad psíquica ante las pérdidas. Cuando se produjo en el país una crisis contextual que puso en riesgo su supervivencia, es posible suponer que Carlos se deprimió, lo que dificultó el afrontamiento de una situación que de por sí, fue difícil. El rechazo que, según relata, experimentó su esposa ante su claudicación, es parte del alto precio que pagan los varones por su hegemonía. Es frecuente que las mujeres sean muy intolerantes frente a la fragilidad masculina. El sistema de géneros moderno, aún vigente para gran parte de la población, las subordina y desvaloriza, pero también las soborna mediante una promesa de protección, que cuando fracasa, despierta un violento rechazo.

La infidelidad de su esposa operó seguramente como una herida narcisista mayor, que promovió en Carlos ansiedades de desmasculinización. Su repliegue amoroso consecutivo al divorcio, se vincula con esta profunda lesión a su estima de sí. La sexualidad ejercida con prostitutas lo resguardó de la humillación a través del consumo de servicios provenientes de sujetos desvalorizados, en quienes era posible depositar su propia injuria narcisista. Una fantasía frecuente entre los varones, consiste en considerar que la infidelidad femenina los entrega a una relación homosexual donde son imaginariamente penetrados por otro varón más poderoso, situación denigrante que asimilan a una castración. Este imaginario testimonia acerca de la asociación vigente entre masculinidad y dominio.

Todo amor implica riesgos, como los de volver a sentirse abandonado, postergado, excluido, desvalorizado y desmasculinizado. Pero merced a la provisión identificatoria y a la labor interpretativa del analista, Carlos pudo superar su inhibición con Estela. La línea interpretativa elegida por el terapeuta, se relaciona con la descripción freudiana acerca de la doble elección de objeto, frecuente entre los varones, que es considerada una consecuencia de la insuficiente tramitación del complejo de Edipo masculino (Freud 1910 y 1912). Coincido con esa perspectiva, que describe el modo en que la corriente psíquica de afecto tierno se disocia de la corriente sensual, la que sólo puede expresarse sin inhibiciones en relación con mujeres moralmente degradadas y percibidas como prostituidas. Resulta verosímil vincular la crisis de violencia impulsiva que Carlos hizo padecer a su compañera, con el odio celoso y envidioso. Recordemos que Freud (1921/22) en su trabajo dedicado al estudio de los celos, los vincula con la paranoia y con la homosexualidad. Clasifica a los celos en proyectados, o sea aquellos sentimientos celosos derivados de la proyección de las fantasías o actuaciones infieles del propio sujeto, y delirantes, vinculados con fantasías homosexuales. La frase inconsciente que subyace al reproche celoso sería “No soy yo quien desea estar sexualmente con otro hombre, sino que es ella quien experimenta ese deseo”. Hemos visto que Carlos, debido a sus carencias identificatorias con la masculinidad, ha desarrollado, tal vez en mayor medida que lo habitual en otros hombres, fantasías de cruzar géneros. En términos generales sabemos que la masculinidad es una condición reactiva, que se afirma sobre la base de desmentir los deseos de ser un bebé, una mujer o un homosexual. Las diferencias que existen entre los diversos sujetos son una cuestión de grado. En este paciente, la lucha contra la tentación de feminizarse, posiblemente se ha expresado en una manifestación de agresividad física pseudo viril. Él mismo denuncia esta situación cuando expresa que “no es de hombre” golpear a una mujer.

Si comprendemos que en un mismo sujeto coexisten diversas corrientes psíquicas que se vinculan con la elección de objeto amoroso y con las identificaciones que construyen el Yo, podemos captar el modo en que la satisfacción de los deseos viriles asociados con el dominio, deja un saldo insatisfecho para la corriente psíquica que se relaciona con deseos pasivo receptivos de ser amado, acariciado, cuidado como un niño y eventualmente penetrado como una mujer. La violencia es la expresión paradójica de esta coexistencia inarmónica de deseos contradictorios. Por un lado, constituye en sí misma, un emblema tradicional de la virilidad. Por el otro “no es de hombre”. ¿Debemos pensar, entonces, que el acto de golpear es propio de una mujer? ¿Castigó Carlos a Estela por envidia hacia su feminidad? A la vez ¿castigó así a su “parte femenina” depositada en su compañera (Racker, 1960)? Si recordamos la comprensión freudiana acerca de la coexistencia de deseos antagónicos en lo inconsciente, no estaremos sorprendidos por esta aparente incongruencia.

La consideración del nexo existente entre erotismo y violencia en los varones, excede en mucho el análisis de un caso puntual. Joseph Vincent Marqués (1987) ha sido un autor que he citado con gusto (Meler 2000), porque siendo un hombre feminista expuso para la reflexión colectiva algunos temas poco analizados acerca de la sexualidad masculina. Una pregunta que se ha planteado es: ¿Cómo es posible para algunos varones, mantener relaciones sexuales con mujeres a las que odian? El nexo, en apariencia paradójico, entre erotismo masculino y violencia, constituye “el enigma de la masculinidad”. Dilucidarlo está lejos de ser una cuestión académica o un ejercicio intelectual. Por el contrario, para muchas fatigadas cabezas femeninas, se trata de una cuestión de supervivencia.

 

Bibliografía

Freud, Sigmund (1910), Contribuciones a la psicología de la vida amorosa I y II, “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre”; (1912) “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”, en OC, Tomo XI, Buenos Aires, Amorrortu.

——— (1933) Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, “La feminidad”, en OC, Tomo XXII, Buenos Aires, Amorrortu.

Greenson, Ralph (1995), “Desidentificarse de la madre, su especial importancia para el niño varón”, en Revista de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, Nº 21, Buenos Aires.

Hornstein, Luis (2013), Las encrucijadas actuales del psicoanálisis, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.

Marqués, Joseph Vincent (1987), ¿Qué hace el poder en tu cama?, Barcelona, Icaria.

Meler, Irene (2000), “La sexualidad masculina. Un estudio psicoanalítico de género” en Varones. Género y subjetividad masculina, de Burin, M. y Meler, I., Buenos Aires, Paidós. Reeditado por la Librería de las Mujeres, 2007.

——— (2013) Recomenzar. Amor y poder después del divorcio, Buenos Aires, Paidós.

Racker,Heinrich (1960), Estudios sobre técnica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós.

Rivière, Joan (1966), “La feminidad como máscara”, en La sexualidad femenina, Buenos Aires, Caudex.

Stoller, Robert (1968), Sex & Gender, Nueva York, Jason Aronson.

 

1. Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género (APBA). Directora del Curso de Actualización en Psicoanálisis y Género (APBA y UK). Co-Directora de la Maestría en Estudios de Género (UCES)

 

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Articulo publicado en
Noviembre / 2014