Historia de la Salud | Topía

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Historia de la Salud

 

Este libro persigue a través de algunos tramos de la Historia al ambiguo concepto de “salud”, que hoy fluctúa entre la difícil categoría de derecho humano universal y la creciente medicalización de la vida. ¿Qué es lo sano y qué es lo enfermo? A veces es cuestión de vida o muerte y otras no, pero siempre estuvo el poder para terciar en medio de ese territorio ambiguo, ya fuera en el relato bíblico, en las antiguas Grecia y Roma, en el Medioevo, en el origen del Capitalismo industrial o durante la revolución farmacológica del siglo XX. Los legados de Hipócrates, Galeno, Jenner o Freud, las pestes medievales y el fracaso del concepto de “energía vital” en la medicina científica parecen convivir en la actual diversidad, entre lo público y lo privado, lo biológico y lo ético, entre las perspectivas abiertas por la genética que prometen “vida eterna” y las demandas insatisfechas de las grandes mayorías.

 

La obsesión por salvarse y las enfermedades como factor de selección y diferenciación social; el límite siempre difuso entre normas sanitarias y mandatos sociales que poco tienen que ver con proteger a la gente de las enfermedades; la naturalización de las normas sociales, como si la política, la ideología y la economía de cada momento fueran tan incuestionables como las leyes que gobiernan a las fuerzas de la naturaleza; los relatos que elevan las inequidades de clase o de género de una sociedad también a la categoría de leyes naturales; la conciencia de que saber siempre abre las puertas a nuevos problemas. Cualquier semejanza de lo que sucede hoy con lo que se relata en el Antiguo Testamento, elegido como comienzo de esta historia no por creer que realmente así empezó todo, sino por la enorme importancia de este texto en la cultura occidental, difícilmente sea mera coincidencia.

El objetivo de esta pequeña reseña histórica no es reeditar una cronología de los avances de la medicina, ni disfrutar de un recorrido turístico desde la oscuridad de las concepciones mágico-religiosas del cuerpo y la naturaleza hasta alcanzar la luz de la ciencia y de los conocimientos considerados hoy más adecuados a lo real, la medicina basada en la evidencia y el indiscutible poder de la tecnología médica actual.

En todo caso, este necesario recorrido será el método que permitirá poner en cuestión nociones antiguas y actuales sobre la salud y la enfermedad, y que tal vez dejará ver de qué manera hoy, como a lo largo de la Historia, las propias definiciones de los estados de salud y enfermedad, de su naturaleza, de sus causas reales e imaginarias y de los factores biológicos y sociales que los determinan –y los límites siempre difusos entre lo biológico y lo social– han sido utilizados en cada momento y lugar, en el mejor de los casos en beneficio de la vida humana –que no es sólo para ser conservada–, y en el peor de los casos como instrumento del poder político, religioso o económico para el sometimiento de multitudes. Tomando en cuenta una sencilla y poco académica definición de salud como una condición que le permite a cada cual disfrutar de su vida, resulta evidente que en las propias definiciones de salud y enfermedad, de lo que es normal y lo que no lo es, de lo que hay que hacer o no hacer para que “el mal” sea derrotado o, más recientemente, de cómo lograr la tan ansiada felicidad (porque ese sería el síntoma más claro de “salud”), las ideas y la organización de la sociedad siempre han tenido un importante papel para determinar que unos disfrutaran de la vida más que otros.

 

La evolución reciente

 

Pionero de la fisiología moderna, el francés Claude Bernard (1813-1878) se dedicó, en medio del avance técnico y científico de su época, a repensar a qué debía llamarse “salud”. “La condición necesaria para la vida –para la vida sana, aclaraba en 1859– no se encuentra en el organismo ni en el ambiente externo, sino en ambos”. Bernard ya pensaba que cada ser vivo tiene un “ambiente interno” producto de su propio funcionamiento.

La relativa constancia de ese ambiente interno pasa a ser “lo normal”, pero, ¿cuántos diferentes sentidos convergen en esa idea de “normalidad” si se la extrapola al medio externo, que en el ser humano siempre es también social? En la normalidad funcional, las partes encajan y nada hace pensar que ese estado de cosas –la vida– puede ser amenazado. También se considera “normal” simplemente a lo que es frecuente, independientemente de toda otra valoración. Y una tercera acepción de “normalidad” se relaciona con la normatividad: lo que es, es porque debe ser. El modelo, generado en base a la inducción de lo frecuente, deja de ser una herramienta teórica de ayuda y, convirtiéndose en molde, se vuelve restrictivo.

Esta vuelta de tuerca aparentemente sin importancia –la de interpretar a la salud como un imperativo– será crucial más adelante, cuando la medicina se vuelva un objeto de consumo y de diferenciación social. Cuando en 1928 otro fisiólogo, el estadounidense Walter Bradford Cannon, de Harvard, definió a la homeostasis –el conjunto de condiciones que hacen que un organismo sea estable y por ello se diferencie del mundo que lo rodea– extendió inmediatamente ese concepto a la vida social.

En 1938, W. H. Perkins afirma que el relativo equilibrio de la forma y la función corporales “no es el resultado de la interrelación pasiva entre las sustancias del organismo y los factores que pretenden romper la armonía con el medio externo, sino la respuesta activa de las fuerzas corporales que funcionan para establecer” esos ajustes y preservar la vida. La adaptación del cuerpo a su ambiente no es ya un mero acomodamiento pasivo: hay algo –que no es la “energía vital”, desde luego– con lo que se identifica la salud.

En 1941, el suizo Henry Sigerist (1891-1957) hace otro intento por definir “eso”: habla de “algo positivo, una actitud gozosa y una aceptación alegre de las responsabilidades que la vida le impone al individuo”. En esta delicada maniobra, el paradigma de la salud pasa de lo biomédico al modelo biopsicosocial.

 

Esa “mera especulación filosófica”

 

Para los viejos sabios griegos de la escuela de Cos, y aún antes, las “fiebres” eran una enfermedad, y se establecieron infinidad de diagnósticos para las diferentes “fiebres”: fiebre tifoidea, fiebre puerperal, fiebre escarlatina. ¿Qué ocurre cuando se descubre que la fiebre no es la enfermedad en sí sino un síntoma, una de las tantas reacciones naturales del organismo para recuperar la salud ante un proceso patológico?

Con la enfermedad mental sucederá algo similar. Los síntomas –irritabilidad, delirios, conductas antisociales, crisis de angustia, depresiones, expresiones psicosomáticas–, ¿son la enfermedad en sí? […] Tales “especulaciones filosóficas” habrán de tomar estado público en Italia a finales de la década de 1970, cuando una ley nacional prohíbe –y clausura– los manicomios. Los ex internos sin recursos quedaron deambulando por las calles sin atención, ya que esas estructuras pseudocarcelarias eran para algunos la única contención social. Y el psiquiatra Franco Basaglia (1924-1980) dirigió en Trieste un modelo de atención de puertas abiertas, con cooperativas de microemprendimientos y pequeños hospitales de día, más la posibilidad de que los pacientes fueran atendidos en hospitales generales. El objetivo era construir dispositivos capaces de contener a las personas en sus crisis sintomáticas y ofrecer posibilidades de recuperar la salud mediante la actividad social. En otras palabras, reconocer que la enfermedad es sólo un avatar de la persona, que no define por completo su identidad.

 

En perspectiva

 

Hoy la biomedicina ofrece soluciones para casi todos los aspectos de la vida cotidiana. Crea nuevas necesidades que se tornan imperativos, desde frivolidades como el remodelado corporal hasta la prolongación de la sobrevida de las personas con cáncer […]. Todas estas opciones implican el uso de drogas y tecnología médica e ingresan, por lo tanto, en la ambigua órbita de lo que hoy se llama “salud”, en manos de los médicos en virtud de la hegemonía del modelo basado en la anatomía patológica. Desde esta óptica, es evidente que el concepto de salud como derecho humano universal ha fallado.

 

Marcelo Rodríguez

Ed. Capital Intelectual – Colección Estación Ciencia

144 páginas

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Articulo publicado en
Agosto / 2011