La Editorial Topía llegó a un acuerdo con la Editorial Gallimard para publicar la obra de J.-B. Pontalis con la ayuda de la Embajada de Francia.
En los próximos meses aparecerán Ventanas y Ese tiempo que no pasa. Estos dos libros son fundamentales en la obra de Pontalis. En este número adelantamos un capítulo de Ese tiempo que no pasa, un libro de reformulación teórica del psicoanálisis desde la particular perspectiva de este discípulo de Jacques Lacan que retomó las enseñanzas de Donald W. Winnicott.
El lector de Topía puede contar con un avance de estas fértiles ideas de uno de los psicoanalistas más importantes de la actualidad.
EN EL PRINCIPIO DEL MOVIMIENTO
Que hoy haya interés por la historia del psicoanálisis es algo que no tiene nada de sorprendente. Después de un siglo de existencia, al psicoanálisis debían llegarle sus archivistas, sus historiadores, sus cronistas... Algunos verán ahí el signo de que, dudando definitivamente de su futuro, o incluso sintiéndose cerca del fin, el psicoanálisis se dedica a reconstituir su pasado aceptando el riesgo de que salgan de la sombra tenebrosos asuntos y vergonzantes secretos de familia (de esos que no faltan…). A otros, una voluntad así de anamnesis y de investigación les parecerá un procedimiento análogo al que estuvo, por lo menos al inicio, en el principio de la cura: "¡Recuerde!".
En cambio, lo que sí puede producir intriga es que el fundador mismo haya sentido la necesidad de escribir esa historia y que esa necesidad se le haya impuesto muy pronto. El psicoanálisis todavía es joven cuando Freud publica en 1914 su Historia del movimiento psicoanalítico. Una historia que es la de un movimiento, no la de una ciencia o de una doctrina, y menos aún la de una institución. Con anterioridad a este escrito, ya muchos de sus textos adoptaban un modo de narración histórica, pero hay que esperar las Conferencias de introducción de 1915-1917 para que se brinde una amplia exposición de la doctrina1. Y después de Historia del movimiento psicoanalítico, todavía más numerosos son los textos que darán cuenta del recorrido seguido, o mejor dicho, trazado paso a paso.
Hay en todo ello para Freud, incuestionablemente, una exigencia interna: para transmitir al lector, sea este discípulo o profano, una percepción no demasiado deformada de la “cosa”, no sería posible contentarse con exposiciones didácticas, presentaciones discursivas, y ni siquiera con relatos de casos. Ningún enunciado sin remitirlo a lo que condujo a su producción. Freud tiene que hacerse historiador de su pensamiento, tanto para marcar, etapa por etapa, su continuidad como para justificar las modificaciones que casi siempre – e insiste en ello – sólo la experiencia ¬– léase la fabricada por el inconsciente– ha hecho necesarias. Es el encuentro con acontecimientos no esperados, no deseados – los untoward events que se presentan a propósito de la transferencia, pero la fórmula también es válida para muchos otros fenómenos, sobre todo para lo que más tarde se llamará compulsión a la repetición de situaciones dolorosas –, sí, es ese encuentro imprevisto con el obstáculo lo que hace que el psicoanálisis avance, con la condición de que no eludirlo, sino de superarlo sacando provecho de él.
No por ello es Freud un historiador fiel. Como todo el mundo, reconstruye el pasado a partir del presente. ¿Habrá que ver en su preocupación por pasar revista a los orígenes y la evolución del psicoanálisis la voluntad de establecer él mismo la historia de su ciencia a fin de prevenir las versiones engañosas que podrían dar los demás? Único fundador del psicoanálisis, sería así también su historiador más confiable. Como no puede controlar un “movimiento” que comienza a escapársele de las manos, podrá por lo menos manifestar, con el relato que de él hace, el sentido de la trayectoria recorrida. Escribir la historia, en este caso, puede también servir para llamar al orden.
En lo que hace a Historia del movimiento, la circunstancia desencadenante es efectivamente muy particular: hay peligro en ciernes y urgencia por conjurarlo. Es la primera vez que el psicoanálisis se ve amenazado desde adentro. Hasta ese momento, los ataques habían llegado desde afuera. No habían ni cesado, ni faltado, y a Freud no lo preocupaban demasiado. No sentía gusto, decía, por la polémica – ese ejercicio en que las palabras sólo sirven para pelear y, simulando un debate, arreglar cuentas –. La consideraba vana. El psicoanálisis terminaría finalmente por ser reconocido como lo que es, aunque fuera después de su muerte; el tiempo haría lo suyo prosiguiendo la obra.
La situación cambia de cabo a lado cuando son los más próximos – encabezados por el “príncipe heredero” designado por el mismo Freud, Jung – quienes afirman que son psicoanalistas cuando ya han dejado de serlo a los ojos del maestro. Ya no está permitido callarse, hay que sacar la espada. Y, aunque lo niegue en otros lugares, lo que Freud escribe es un texto vigorosamente polémico. Estamos a comienzos de 1914, algunos meses antes de que estalle la otra guerra, la Gran Guerra...
En esta Historia, la tarea de recordar los orígenes, que va a poner en movimiento todo lo posterior, tiene un solo motivo. Y ese motivo podría caber en estas pocas palabras: “El psicoanálisis es mi creación”. Desde el comienzo, Freud reafirma su paternidad exclusiva. Sólo le preocupa una cosa, pero mucho, y no va a cejar. Si el psicoanálisis es “mi creación” – y este es un hecho incuestionable y además no cuestionado; a lo sumo se le buscarán “precursores”–, de ello surge que “nadie mejor que yo puede saber lo que es el psicoanálisis”…y lo que no es. Sólo Freud puede decidir sobre el schibboleth. Sólo una cuestión de palabras, una diferencia en la pronunciación que puede parecer ínfima2. La de la palabra libido, por ejemplo, pero ante todo a la que genera a todo el resto, la de la palabra “psicoanálisis”.
La autoridad que así se afirma enérgica y segura para que surja su evidencia, no es la de un “padre originario”, un Urvater con su poder cuestionado por los hijos y resuelto a hacerse obedecer. Tampoco se está preparando ninguna rebelión y por otra parte Freud nunca quiso estar a la cabeza de ninguna institución. No, la autoridad que se cuestiona es de otro orden: no la de un tirano o un director de escuela, sino la del (en el sentido latino de la palabra auctoritas) garante. Recordemos: “el psicoanálisis es mi creación". Y de allí, “nadie mejor que yo puede saber lo que es el psicoanálisis…”. Certificado de origen y certificado de garantía, todo en uno. Psicoanálisis made in Freud de una vez por todas. ¡A desconfiar de las imitaciones, de la mimicry!
Y precisamente para que no se confundan en su persona los dos sentidos de la autoridad, Freud se decidió a hacer de Jung el jefe, el Führer del movimiento. Señala, ahora que se arrepiente, las razones de su elección. Hubo sin duda otras, que por otra parte se conocen. Llevar a un goy a la presidencia de la muy reciente Asociación Internacional podía resultar una buena operación. Pero no es seguro que allí esté lo esencial. “Instituyendo una autoridad capaz de dar directivas y advertencias”, confiándole tareas de organización, “transfiriendo” – como lo vuelve a decir – “esa autoridad a un hombre más joven”, Freud tenía razones legítimas para pensar que su autoridad, la de él, la de su ciencia, la única que le importaba, iba simplemente a verse reforzada. Antiguo reparto entre la autoridad espiritual y la autoridad temporal.
Una vez pasada la “época histórica” – en la cual, como lo dijo Ferenczi en un lenguaje decididamente militar, “Freud era el único que sostenía el combate que contra él se libraba desde todas partes y por todos los medios"3 – lo que pasa a ejecutarse es una política del psicoanálisis. El pequeño círculo vienés de los comienzos, tan heteróclito como intrépido e interesado en todo – movido como estaba, al igual que un niño, por la “pasión de saber”– ya no alcanza para la tarea. El psicoanálisis, y su inmenso campo de trabajo, no tienen fronteras… El decididamente extraño y a la vez familiar consultorio de Freud deja de ser un lugar cerrado. El “círculo” va a transformarse, con la mayor naturalidad, en “movimiento”. Y la palabra debe aquí ser tomada en el sentido fuerte que tenía cuando se podía realmente hablar de un “movimiento obrero” que en su irreductible energía encontraba con qué hacer tambalear a toda la sociedad, de modo paulatino o en sacudidas violentas.
Freud describe ese movimiento de conquista con satisfacción evidente: enumera, sin olvidar ninguno, los países "conquistados", nombra a los recalcitrantes (Francia entre los primeros), cita los títulos de las numerosas revistas que están al servicio de la causa. Sí, es verdad, el psicoanálisis – “epidemia psíquica", como lo había calificado uno de sus primeros adversarios – gana día a día terreno hasta en la lejana India… De haber sido sólo una doctrina, no hubiera generado comentadores y epígonos. Si sólo hubiese sido una práctica curativa, habría producido émulos dedicados a ejercerla. Pero siendo, en su principio mismo, lo uno y lo otro, lleva en sí el movimiento. Lo que Freud aprendió en sus curas, lo encuentra nuevamente en el destino del psicoanálisis: (ello) avanza (levantamiento de la represión), (ello) resiste (cuando las fuerzas “conservadoras” se defienden), a veces (ello) regresa y a veces hasta se desvía (si se desconoce lo sexual y lo infantil).
Y llega después el momento en que se plantea la cuestión de la organización del psicoanálisis –dos términos de difícil unión–. Después de todo, un tratamiento psicoanalítico pide que se observen reglas y restricciones... Esta cuestión se planteará explícitamente en el Congreso de Nurenberg, en 1910.
Fue allí, se sabe, donde se tomó, a propuesta de Ferenczi, la decisión de fundar una Asociación Psicoanalítica Internacional, una “Central” destinada a unir y “coronar” a todos los grupos locales, una Internacional, en suma, de los trabajadores... del psicoanálisis.
Hay que leer, paralelamente Historia del movimiento, la comunicación que presentó Ferenczi a los congresistas de entonces – él, el “niño terrible”, tan poco dotado para el papel de Führer – exposición de motivos de rara lucidez y sorprendente vigor.
Ferenczi se muestra en ellos sin ilusiones. Conoce – declara – la "patología de las asociaciones". Sabe, así se trate de agrupaciones políticas, sociales o científicas, que en ellas reinan "la megalomanía pueril, la vanidad, el respeto por las fórmulas vacías, la obediencia ciega y el interés personal”. Subraya, sin pelos en la lengua, la analogía entre todo grupo humano y la familia: en ambos, amor y odio contra el padre, que estamos listos para desplazar, aniquilar, enterrar (cita como apoyo uno de sus sueños); rivalidad y celos entre los hermanos; tentativas de todo orden para obtener los favores del padre. Nada falta en este cuadro virulento que anticipa lo que Freud escribirá más tarde sobre la "psicología de las masas". Ferenczi presiente incluso que tampoco en las sociedades psicoanalíticas las cosas mejorarán. Todo lo contrario, con la ayuda de las pasiones, transferencias e identificaciones, el riesgo es que se exacerben, y los conflictos se hagan más violentos. ¡Un campo de maniobra ideal para la “homosexualidad sublimada”!
Y sin embargo Ferenczi defiende, con firmeza y aparente convicción, el proyecto sugerido por Freud de crear una Asociación Internacional, dando argumentos que pueden parecer muy racionales, luego de lo que acaba de decir: la tarea de la Asociación sería permitir una puesta en común de los conocimientos, una discusión franca y atemperada de los aportes de cada uno, etc. Optimista de pronto, prevé que la “fase autoerótica actual de la vida de asociación sería reemplazada por la fase más evolucionada del amor objetal, en la que ya no se buscaría la satisfacción mediante la excitación de las zonas erógenas psíquicas (vanidad, ambición), sino en los objetos mismos de nuestro estudio". ¿Cree Ferenczi realmente en ese hermoso porvenir en que el “lenguaje de la ternura” por la muy amada madre psicoanalítica prevalecerá sobre el “lenguaje de la pasión” de la horda de hermanos?4. Es posible la duda. Lo que ante todo espera de una “organización”, es que pueda resistir a los adversarios declarados y asumir la autoridad ante los diferentes poderes (del Estado, de la Iglesia, del cuerpo médico) con más eficacia de lo que pueden hacerlo pequeños grupos dispersos. Más aún, podrá recusar a los “falsos amigos”. Y en este caso, es ya a Jung – cuatro años antes de la ruptura – a quien se apunta directamente, a ese Jung que, paradójicamente, ¡será elegido primer presidente de la Asociación Internacional al cierre del Congreso! ¿Medio para impedirle hacer daño? ¿Tentativa de desplazar el centro del psicoanálisis de Viena a Zurich? Decididamente, es el comienzo de la política.
Ferenczi apunta a Jung, al falso amigo, sin nombrarlo, pero cada cual puede reconocerlo. Cito: “La manera más peligrosa y deleznable de aprobar las teorías de Freud, es redescubrirlas y retomarlas bajo otro nombre5. Y, algo más abajo: “¿No era evidente que, después de la palabra ‘análisis’, alguien debía crear por oposición la noción de “psicosíntesis”?6.
Todos pueden ciertamente navegar a su gusto, pero no “bajo falsa bandera”. Advertencia sin rodeos.
Y es exactamente lo que Freud se propone afirmar, cuatro años más tarde, con Historia del movimiento. En este texto, a mi juicio, también Jung es el blanco principal, e incluso el único. Lo es ya desde las primeras páginas, en pequeños toques, antes del ataque frontal7. Aunque Freud se dedique largamente a demostrar que las ideas de Adler no resisten ante ningún análisis, en el fondo no es él quien lo preocupa. Después de todo qué importa que Adler se equivoque, máxime considerando que finalmente le dio otro nombre a la teoría: después de llamarla Psicoanálisis libre – incurriendo como mínimo, señala Freud, en una falta de elegancia –, pasó a bautizarla Psicología Individual. El producto, además de tener otra marca de fábrica, no vale gran cosa… ¡Nada que temer, pues, por ese lado!
Con el tema Jung, la cosa cambia. Podemos plantear la hipótesis de que si Freud dedica a refutar a Adler tantas páginas como a cuestionar a Jung, es porque, por un lado, está tratando de imponer un paralelo entre los dos hombres. Lejos de aportar algo nuevo, como pretenden, uno y otro estarían haciendo “retroceder” al psicoanálisis. El primero con su “voluntad de poderío” y su “protesta masculina”; el segundo – y esto es infinitamente más grave – tergiversando el sentido de los conceptos freudianos fundamentales (inconsciente, libido, represión) y transformando insidiosamente en “supuestos” aquello que constituye “logros” adquiridos mediante el trabajo analítico.
(Freud le daría una ventaja a Adler, quien, al tener por lo menos el "mérito de la coherencia", da pie a la crítica. Mientras que Jung, totalmente absorbido en el montaje de su "sistema ético-religioso", resultaría demasiado confuso). Y por otro lado, el paralelo apunta a hacer que también Jung dé a sus concepciones un nombre que no sea psicoanálisis. Jung se resolverá a hacerlo: lo llamará Psicología analítica – pequeña diferencia que puede producir una grande –... Sólo es posible un psicoanálisis, el que lleva el nombre de Freud y lo lleva más lejos que su propio nombre. Calificarlo de “freudiano” sería dar a entender la posibilidad de que hubiera otro, igualmente legítimo. Y además, es cosa sabida, Jung contó de otra manera para Freud, aunque nunca haya habido intimidad entre ellos. Lo que sí hubo, con seguridad, fue pasión, un incesante intercambio de ideas, de novedades y muy extraños desvanecimientos…. Y tenía otra estatura que Adler8. Este había sido uno de los primeros frecuentadores del pequeño círculo vienés; como médico y socialista activo, podía ser un buen recluta. Nada más. Y al fin de cuentas, en su afán de separarse, no quiso conservar gran cosa de las experiencias del psicoanálisis. Imputación entonces de Adler a pérdidas y ganancias. Con Jung, como no hace mucho con Fliess, la herida seguirá doliendo: hubo alivio, sin duda, el que se encontró en la ruptura, pero también decepción y amargura.
Historia del movimiento es, entonces, tras su modalidad “histórica”, un texto de combate. Y polémico, tanto que Freud no duda en recurrir a cualquier medio y a exponer argumentos ad hominem, desacostumbrados bajo su pluma. Y es así como cita unas palabras de Adler: "¿Usted cree que para mí es un gran placer esto de pasarme la vida a su sombra." (¿Habrá sabido que el hermano mayor de Adler se llamaba Sigmund?). En otro momento, utiliza contra Jung el testimonio de uno de sus pacientes: “No adelanté nada… No se tomaba en consideración ni la transferencia ni el pasado… Me iba del análisis con el más profundo de los desalientos”. Reconozcamos que el argumento no es muy legítimo, pero lo que pasa es que, después de una preparación muy larga (demasiado tiempo), se declaró la guerra. Y casi todas las jugadas están permitidas, con tal de que Jung se vaya. Definitivamente9.
Una líneas más, sobre el epígrafe esta vez: "Fluctuat nec mergitur". Freud rinde bajo esta divisa un homenaje indirecto a su estadía en París, estadía que, gracias a la doble enseñanza de Charcot y de los histéricos, marcó su ruptura con la Neurología y la cercana invención del psicoanálisis. ¿Se podría hablar aquí de una conversión? ¿O son estas palabras el eco de otras, latinas, provenientes de la Eneida y seguramente más audaces, muestra de un "movimiento" transgresivo, que sirvieron de epígrafe a La interpretación del sueño: "Flectere si nequeo Superos, Acheronta movebo"10. Han pasado quince años, y ahora hay que plantearse la “organización”. ¡Ya pertenece definitivamente al pasado, aquel tiempo “espléndido” del aislamiento!
“La nave se bambolea (de un lado a otro), pero no se hunde (ni cuerpos ni bienes)". Mientras Freud estuvo allí para decirlo, podía leerse en indicativo. Quizás quienes estaban embarcados con él podían oír incluso un imperativo, a tal punto tenía su voz fuerza de ley: el hombre Freud, el hombre Moisés… Pero, ¿y hoy? Lo que durante largo tiempo pudo llamarse, contra viento y marea, una “comunidad” psicoanalítica, a pesar de las tensiones, los conflictos e incluso las escisiones, estalla en mil pedazos, y siempre en nombre de Freud. ¿Cuál es la autoridad que, hoy en día, está en condiciones de señalar a los “disidentes”, recusar a los “usurpadores”, denunciar a los “charlatanes”? ¿Dónde encontrar el motor capaz de suscitar el movimiento? ¿Cómo ganar terreno como lo hizo Freud, no evitando los obstáculos, sino atravesándolos? ¿Cómo trazar una dirección sin bajar línea? ¿Cómo impedir que nuestras teorías se clausuren y cómo aceptar que la experiencia nos desorienta, nos sorprende, nos contradice? El pensamiento psicoanalítico – más que cualquier otro sin duda – no podría ser otra cosa que movimiento atravesando el tiempo.
El lema freudiano, todavía confiado aunque ya marcado por cierta desilusión, sólo podría comunicarse hoy en modo optativo: ¡adelante con las naves!
J.-B. Pontalis
Traducción: Cristina Sardoy y Jorge Rodríguez
Notas
1. Las conferencias pronunciadas en 1909 en Estados Unidos (Sobre el psicoanálisis) ya esbozaban esa presentación de conjunto; la revisión histórica, y en especial la participación de Breuer en el descubrimiento del inconsciente, no estaban ausentes en ella.
2. Dice de Schibboleth el Diccionario “Robert”: palabra hebrea, “espiga” del relato bíblico (Jueces, XII, 6) gracias a la cual la gente de Galaad reconocía a la de Efraín en su huida porque pronunciaban Sibboleth.
Sólo en raras ocasiones Freud indica cuáles son los schibboleth del psicoanálisis: transferencia, resistencia, interpretación del sueño. Pero es posible pensar que toda su obra está apuntando a definirlos.
3. S. Ferenczi: “Sobre la organización del movimiento psicoanalítico”Problemas y métodos del psicoanálisis. Paidos. Bs. As. 1966 . En su exposición, Ferenczi recurre a términos de combate. Habla de “luchar por la causa", de la obligación de "hacer la guerra", de “guerrilla”, de los “garrotazos” recibidos, etc.
4. Cf. Ferenczi ”La confusión de lenguas entre los adultos y los niños”, Problemas y métodos del psicoanálisis. Paidos. Bs.As. 1966 .
5. Subrayado por mí.
6. Previamente, una primera flecha acerada: “El gran mérito de Jung es haber puesto, mediante el uso de los métodos de la psicología experimental [los “tests de asociaciones”] las ideas de Freud al alcance de quienes rechazaban sus trabajos psicoanalíticos”. Era un error, agrega Ferenczi: “La psicología experimental es exacta pero no nos enseña nada, El psicoanálisis es inexacto pero revela relaciones insospechadas hasta entonces”.
7. Por ejemplo, a propósito del “conflicto actual”, o también cuando se oponen “el camino del análisis” – el único que permite reconocer la importancia de la sexualidad infantil – y la “representación totalmente teórica” de la pulsión sexual de Jung. Freud hace alusión en otro texto a los “prejuicios raciales” (eufemismo para antisemitismo) del infiel.
8. El lector interesado acudirá ante todo a la Correspondencia Freud-Jung (1906-1914) Gedisa, 1979. Entre muchas otras fuentes de información, citemos Ma vie de Jung, Gallimard, 1966, el volumen II de la biografía de Freud hecha por Jones, Nova., 1962 y Les premiers disciples de Freud, de Vincent Brome, P.U.F., 1978.
La confrontación teórica con las concepciones de Jung está presente en los dos escritos de Freud contemporáneos (1914) a Sobre la historia del movimiento: “Para introducir el narcisismo" y "El hombre de los lobos".
9. Jung abandona la presidencia de la Asociación Internacional en abril de 1924, así como la jefatura de redacción del Jahrbuch. “Espero –le escribe Freud a Putnam – que los suizos y sus partidarios dejen la Asociación después de leer mi escrito polémico en el nuevo Jahrbuch”.
10. Cf. el perspicaz comentario de Jean Starobinski, in L’Ecrit du temps, nº 11, 1986.