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Calvino erótico

 

A “Varelita”, conocido en otros tiempos como “El Atleta del Orgasmo”.

“...esta cocina era sin duda afrodisíaca, pero en sí y por sí...
. ., o sea estimulaba deseos que buscaban satisfacción sólo en
la misma esfera de sensaciones que los había engendrado, por
lo tanto comiendo platos nuevos que reanimaran y ampliaran
esos mismos deseos.
Estábamos pues en la mejor de las situaciones para imaginar
cómo se habría desenvuelto el amor entre la abadesa y el ca-
pellán, un amor que podía haber sido, a los ojos del mundo y
de ellos mismos, perfectamente casto y al mismo tiempo de una
carnalidad sin límites en esa experiencia de los sabores que al-
canzaban mediante una complicidad secreta y sutil.”

Bajo el sol jaguar. Italo Calvino

A modo de apretada síntesis:
El erotismo literario - entendido como la exaltación del goce sensual hasta el punto de excitar el instinto voluptuoso de los lectores- incluye tal variedad de estilos, tonos, motivaciones, y tantas poéticas como el total de la literatura en su conjunto. No es solamente y "puramente comercial" como suele creerse. Muchas grandes obras de la literatura erótica costaron prisión, tormento y hasta la muerte a los autores. Y en otros casos solo se reprodujeron apenas unos pocos ejemplares y para uso exclusivo del autor. Tal el caso de "Mi vida secreta" de Henry Spencer Ashbee, un rico comerciante inglés que viajó por Europa, Asia y África, y donde el autor describe la moral, usos y costumbres de 2.500 mujeres de todos los países con las que mantuvo relaciones sexuales. Pero este increíble catálogo que incluye todos los coitos posibles, como la mayor parte de la literatura erótica apunta al mito, inventa, deforma y exagera. Tal es el caso de Pierre Louys, ilustre pluma de las letras francesas de fines del siglo XIX, que escribió una obra secreta de increíble obscenidad, y que fue dada a conocer por su viuda. Buena parte de la literatura erótica, y sobre todo las mejores obras que ésta incluye comportan satisfacción del deseo del autor en el plano imaginario. Y esta se extiende al lector cuando la escritura de las mismas tiene eficacia expresiva y estética. En este sentido prodríamos preguntarnos: ¿es el erotismo un adiestramiento de los impulsos, o es una poética en sí mismo? Quizás lo sagrado, (lo oculto), es lo que más está en juego. Frente a lo erótico y frente a lo poético, nos encontramos con el rubor de sentirnos manejados por algo que nos ignora, que se aprovechará de nuestro sentimiento: “El ser humano constantemente se da miedo a sí mismo. Sus movimientos eróticos le aterrorizan”, expone Georges Bataille en el prólogo de su clásico ensayo El Erotismo.
Ambas fuerzas, opuestas al poder, permanecen en las sombras, y nuestro patetismo consiste en buscar infructuosamente la dominación por la denominación, pero ni siquiera en ello vamos a encontrar reposo. Si el erotismo es la fascinación que produce el imaginario; y la construcción de un texto erótico, es agregar la poética al imaginario o la ficción del erotismo, me atrevería a decir que lo erótico y lo poético, en su finalidad misma, admiten desde las nieblas místicas de San Juan de la Cruz hasta la impúdica lascivia del Marqués de Sade aquello que va de extremo a extremo entre la destreza del dominio y la urgencia de los cuerpos.
Para el poeta Octavio Paz, el erotismo es la parte más sutil del fuego (juego) del amor. También es la ilusión del amor. La fascinación que produce dicho imaginario. Y en este sentido, Paz en su intenso libro La llama doble (Amor y erotismo) de 1993, rescata la mitología griega, donde Eros representaba la fuerza de atracción de los elementos primordiales y ordenadores del mundo. Una divinidad protectora de la hermosura de los jóvenes. Un dios capaz de producir el amor. La pulsión de vida, en oposición a la pulsión de muerte (Thanatos). Además de simbolizar el poder general de unificación y conexión. El mismo abrazo erótico del que va a hablar Calvino, en la conjunción de los opuestos, unido a la exótica comida y al sacrificio: representada en los templos mexicanos y en el dios Chac-mool (figura humana semitendida, en posición casi etrusca, que sostiene una bandeja apoyada en el vientre, con los corazones de las víctimas ofrecida a los dioses).
En el ya emblemático libro "Historia de la literatura erótica", su autor Alexandrian utiliza una adecuada metodología, la cronológica, para conducirnos desde el arte de amar en la antigüedad, hasta el conocimiento de autores y obras contemporáneas. En el prólogo reconoce que la literatura erótica tiene como objetivo afirmar los derechos de la carne, la decencia y la libertad sexual prohibida.
El erotismo, al manifestarse en novelas, cuentos, poemas, teatro y hasta panfletos, va trazando una huella muy clara no sólo acerca de costumbres más o menos disipadas, sino también acerca de la política de diversas épocas, de la permisividad o de la represión, de aspectos sociales, psicológicos y religiosos que hacen a la totalidad del ser humano en su devenir temporal. Por ejemplo, que en sus primeros tiempos el cristianismo admitió la literatura erótica - que no hicieron los filósofos estoicos- y que la calidad de clérigo no impidió a más de uno cultivarla. Las prohibiciones del Vaticano, del Index y otras censuras vinieron después. Y, por cierto, en materia de puritanismo, la Reforma fue mucho más dura que el catolicismo.
A modo de muestra, o simplemente como "guía de lectura", mencionaremos sólo a unas pocas obras significativas dentro del gran corpus de la literatura erótica, porque inventariar tal corpus erótico ocuparía demasiado espacio. Aristófanes y su compañera Lisístrata; Catulo tratando de olvidar a Lesbia; Ovidio con su Ars Amatoria; el hiperbólico Satyricon de Petronio y El Asno de Oro de Apuleyo; los trovadores; El Decamerón de Bocaccio; el genial Aretino; el pantagruélico Rabelais, tan ávido de comida como de sexo; el siempre sorprendente Corneille; el erotismo oculto en los cuentos de hadas de Perrault; el moralista Marqués de Sade. Una lista interminable de poetas tales como: Gautier, Baudelaire, Anais Nin, Aragon, Bataille, Dalí y Miller. La inolvidable Lolita de Nabokov. El japonés Yukio Mishima, que merece ocupar un lugar entre Wilde y Genet. Sin olvidar por supuesto, las clásicas Mil Noches y una Noche, o El Cantar de los Cantares. Los refinamientos chinos del Loto Dorado o las dolorosas Historias de amor entre samurais de Saikaku Okara; El Decamerón Negro de Frobenius, y La Antología Negra de Blaise Cendrars; Los once mil penes de Apollinaire. La Celestina, o el encuentro regocijante con el Arcipresta de Hita; Quevedo y la poesía erótica anónima del siglo de oro. En cuanto a la literatura latinoamericana algunos poemas de Neruda, el tratamiento que hace del cuerpo Jorge Amado; el barroquismo de Severo Sarduy; el juego erótico-lingüistico de los textos de Girondo. El caluroso trópico de Enrique Molina, y algunas "rarezas poéticas” de Julio Cortázar.
Pero no siempre la literatura erótica es tal, con frecuencia incurre deliberadamente en obscenidad y pornografía, con intenciones que trascienden tanto el erotismo como el hecho estético-literario. Una literatura erótica instrumental de objetivos proselitistas. El éxito de "Historia de O" en los setenta, que fracasó en la primera edición en los cincuenta, es un caso de instrumentalidad sociológica: en E.E.U.U. y Europa el público estaba un poco harto de los excesos verbales del feminismo. Leer Historia de O era como responder con una broma machista a las pretensiones feministas. Las mujeres de letras expresaron tardíamente el erotismo. Los bellos poemas de Safo son antes amorosos que eróticos. Sin embargo, se atribuye a Astianassa, allegada de Helena de Troya, un tratado de erotismo. No obstante, la historia de la literatura está llena de "autoras lascivas" inventadas por hombres. El fenómeno puede atribuirse a una obsesión típicamente masculina y recurrente: EL SUEÑO DE LA PUTA SABIA. Una mujer que lo sabe todo y con la cual el autor pretende colmar imaginariamente unos deseos inextinguibles por definición, como no sea con la propia muerte.

El (h)omnívoro: En los textos llamados “eróticos” tanto autores como lectores siguen buscando el mito triunfal de un cuerpo no condenado a la derrota y a la decrepitud.
Dentro de esta limitada e incompleta introducción, el escritor italiano Italo Calvino debería ocupar un lugar más significativo. Su libro de cuentos Bajo el sol jaguar (1990), nos embarga en el ritual casi mitológico de un particular sabor. Difícil será borrar de nuestra memoria como lectores, esa sensación erótica de presencia corpórea de los aromas que busca en la comida, en esos exóticos platos de la cocina mexicana, que despiertan el deseo, el “apetito sexual” en ese escritor que como turista visita antiguos templos aztecas, y es víctima consentida de alguna persistente presencia de los sentidos. ¿Qué sería de las emociones del cortejo amoroso sin la comida? El texto de Calvino nos recuerda, como la escena deliciosamente sensual y atrevida de la taberna en el Tom Jones de Fielding, que una comida puede ser el escenario perfecto para la seducción. El hambre sexual y la comida siempre han sido aliados. “Muchas cosas”, en el cuento de Calvino, dependen de la comida y de la exaltación del sentido del gusto. El gusto es un sentido íntimo. No podemos gustar cosas a distancia. Y como lo demuestra Calvino en el texto, y como somos omnívoros, nos atraen muchos gustos. Debemos comer para vivir, lo mismo que debemos respirar. Pero la respiración es involuntaria, y comer no lo es; requiere energía y planificación. La comida es una gran fuente de placer, un complejo de satisfacciones tanto fisiológicas como emocionales.
A lo largo de la historia, y en muchas culturas, la palabra gusto ha tenido siempre un doble significado. En inglés, taste deriva de tasten, examinar por el tacto, probar o degustar, y se remonta al latín taxare, tocar con energía. De modo que el gusto ha sido siempre una prueba o un juicio. Los que tienen gusto (Olivia y su esposo, en Bajo el sol jaguar) son los que aprecian la vida de un modo intenso, personal, erótico y han encontrado algo en ella sublime. Algo de “mal gusto” se considera obsceno o vulgar. Y en relación al erotismo, pornográfico.
Sin embargo, en este cuento, Calvino va “un poco más allá”: relaciona la carne en el comer, con el sacrificio y el amor. El sacrificio y el canibalismo, vinculados al hecho de comer, con la verdad de la vida revelada en la muerte.
En Bajo el sol jaguar, se actualiza la antigua comparación del sacrificio con la unión erótica. Suele ser propio de este acto el otorgar vida y muerte, dar a la muerte el rebrote de la vida y, a la vida, el vértigo de la muerte. Es la vida mezclada con la muerte: la muerte es signo de vida. Y esta conjunción de opuestos, como en un abrazo erótico, adquiere en Calvino pleno sentido, ya que lo que el acto de amor y el sacrificio revelan es la carne, el cuerpo. El movimiento de la carne excede en este cuento, un límite, una violencia que anima a los órganos. La carne es ese exceso que se opone a la ley de la decencia. La carne es el enemigo nato de aquellos a quienes atormenta la prohibición del cristianismo: la pareja del cuadro en el bar“Las Novicias”, en Oaxaca. Donde una monja joven y un viejo sacerdote, de pie, uno junto al otro, las manos ligeramente separadas del cuerpo, casi rozándose, transmitían a la pareja de turistas, una sensación perturbadora, como un espasmo (¿orgasmo?) de sufrimiento y felicidad contenido.
Lo atractivo (erótico) en este genial cuento de Calvino, está dado en la articulación entre el lenguaje poético y la prohibición contenida en la temática. Prohibición, a mi modo de ver de alguna violencia elemental y básica. Y esa violencia se da en la carne: “en la carne de la literatura” de Calvino, que designa el juego (el fuego) de los órganos de la reproducción y del amor:

.....”Tal vez no se podía, no se debía esconderlo...Si no era como no comer lo que se comía....Tal vez los otros sabores tenían la función de exaltar aquel sabor, de darle un fondo digno, de honrarlo...”
Al oír esas palabras sentí de nuevo la necesidad de mirarle los dientes, como ya me había ocurrido durante el trayecto en jeep. Pero en aquel momento se asomó a sus labios la lengua húmeda de saliva, y en seguida se retrajo, como si estuviera saboreando algo mentalmente. Comprendí que Olivia ya estaba imaginando el menú de la cena....
....Lo que estaba imaginando era la sensación de sus dientes en mi carne, y sentía que su lengua me levantaba contra la bóveda del paladar, me envolvía en saliva para empujarme después bajo la punta de los caninos. Estaba sentado allí delante de ella pero al mismo tiempo me parecía que una parte de mí, o yo entero, estaba contenido en su boca, era triturando, desgarrando fibra por fibra. Situación que no era completamente pasiva por cuanto mientras Olivia me masticaba yo sentía que actuaba en ella, le transmitía sensaciones que se propagaban desde las papilas de la boca por todo su cuerpo, que era yo quien provocaba cada una de sus vibraciones: una relación recíproca y completa que nos implicaba y arrastraba.”
(Bajo el sol jaguar)

ALGUNAS REFLEXIONES FINALES:

En su ensayo Definiciones de territorios: lo erótico (el sexo y la risa) perteneciente al libro Punto y aparte (1970) Calvino reflexiona sobre la cuestión de lo erótico y su relación con la literatura. A partir del mismo podemos enumerar las consideraciones más significativas:

• En literatura, la sexualidad es un lenguaje en el que lo que no se dice es más importante que lo que se dice.
• Uno de los procedimientos literarios de los escritores, cuya imaginación erótica quiere sobrepasar las barreras de la convención, es usar un lenguaje que, partiendo de la máxima claridad pasa a una misteriosa y metafórica oscuridad, justo en los momentos de mayor tensión, cuyo punto de llegada (orgasmo) no pudiera ser otro que lo indecible o indescriptible a través de las palabras. El orgasmo que según Bataille es la pequeña muerte, y que el erotismo, la literatura, el arte, trata de aplazar a cualquier precio.
• Hay una capa simbólica que esconde y deja entre-ver el eros: un sistema de pantallas conscientes o inconscientes que separan el deseo de su representación .
• Desde este punto de vista, toda literatura es erótica. Como es erótico todo sueño.
• En literatura la aproximación a los signos sexuales se ha desarrollado tradicionalmente a través del código del juego, también de lo cómico, y de lo irónico. Estableciéndose una profunda relación, a nivel antropológico entre risa y sexo. Porque la risa es también defensa y antídoto contra el temor humano ante la revelación del sexo, del cuerpo desnudo, y de la muerte. La actitud risueña que acompaña el diálogo sobre el sexo, es anticipo (síntoma) impaciente de la felicidad esperada, también reconocimiento del límite que se está a punto de sobrepasar, la entrada a un espacio distinto (mágico-sagrado), la sensación de estar frente a algo que está mucho más allá de las palabras. No es casual que ambos (risa y sexo) hayan sido perseguidos y prohibidos por la iglesia (ver por ejemplo “El nombre de la rosa”, de U. Eco). En este sentido el erotismo sólo es representable a través de imágenes indirectas, elípticas. Un amplio repertorio de imágenes como la comparación, el símil, la metáfora, la sinestesia, la sustitución, el recorte fragmentario, los pliegues, etc.
• Por último para Calvino se pueden adoptar dos posturas tradicionales frente a lo erótico:
1- Asumir para su tratamiento literario, aspectos regresivos de lo primitivo, como recuperación de la capacidad de asombro (por ejemplo, D.H.Lawrence, César Vallejo, Oliverio Girondo).
2- Establecer una relación más “humana” con la realidad, asignándole un lugar central al encuentro sexual. Como la única comunicación vital. La literatura erótica sería un método indispensable para devolverle Eros a la existencia. (el caso de Pablo Neruda, Henry Miller).
Pero existe otro procedimiento, yo diría más heterodoxo, que es el de imaginar y describir encuentros eróticos, relaciones sexuales no antropomorfas. Relatar “amores” de moluscos, organismos unicelulares, el encuentro entre el esperma y el óvulo. Donde los signos sexuales aparecen en un plano lingüístico” más bajo”, como lo hiciera Samuel Becket, o el propio Italo Calvino en su libro “Tiempo Cero” (1967):

“Es decir, esa tensión hacia el fuera el otro lado el otro modo, que es finalmente lo que se llama un estado de deseo.
Sobre este estado de deseo es mejor ser más precisos: se observa un estado de deseo cuando de un estado de satisfacción se pasa a un estado de creciente satisfacción y por lo tanto, de inmediato, a un estado de insatisfactoria satisfacción, es decir, de deseo.”

Héctor J. Freire
Escritor
hector.freire [at] topia.com.ar
 

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Articulo publicado en
Noviembre / 2003