Nos ignoran o nos colonizan, pero no nos reconocen. A los psicoanalistas metropolitanos no les interesa nuestra producción. Lo mismo da : sean de la I.P.A. o de la A.M.P. ; vivan en Londres, New York o París; los psicoanalistas del centro a nosotros, los periféricos de Latinoamérica, nos tienen en cuenta solo a la hora de ampliar sus dominios o ejercer su poder. Para ellos la universalidad de la ciencia se limita a "su" universo y el nuestro no puede ser otra cosa que -en el mejor de los casos- un eco diferido y deficiente de "su" psicoanálisis.
Nos ignoran. Y si, sensibles y tiernos nos "descubren", empieza allí a desplegarse toda una ofensiva para integrarnos a su "campo", para inscribirnos en su "causa", para engrosar su "roadster", para incorporarnos a sus dominios en posición subordinada.
Me refiero, claro está, a los psicoanalistas del norte pero, sobre todo, a las instituciones psicoanalíticas. Aludo, principalmente, a aquellas que aspiran de manera más abierta o encubierta a administrar la herencia freudiana con criterios y estrategias de empresa transnacional.
Tal vez por eso llame tanto la atención y no deje de asombrarnos el texto de Allouch.
¿Qué sucedió para que un hecho acaecido en la periferia -la denuncia hecha en un libro de escasa tirada en Buenos Aires, en 1973- se haya convertido en el escándalo parisino de 1997 y en el motor del libro que la Eccole Lacanienne de Psychoanalyse acaba de editar? ¿Porqué un episodio "menor" -confusas denuncias entre hispanoparlantes y brasileños que, como no podía ser de otra manera, hablan y escriben en portugués- se convirtió en el analizador de la venerable I.P.A. al punto tal de poner al descubierto sus fracturas y "obligar" a Allouch -uno de los mejores psicoanalistas lacanianos- a escribir un libro para aclarar su posición?
Efectivamente : en La etificación del psicoanálisis. Calamidad, Allouch vierte sus opiniones acerca del inenarrable happening que el tout psychoanalitique parisino protagonizó en el Hospital Sainte Anne, hace poco más de un año, el 9 de Febrero de 1997, en reunión pública citada por la Sociedad Internacional de Historia de la Psiquiatría y del Psicoanálisis y la Asociación de Estudios Freudianos. En esa ocasión se presentó el libro de la brasileña Helena Besserman Vianna Politique de la psychoanalyse face a la dictadure et a la torture. Para entonces estaban anunciadas las intervenciones de Serge Lebovici (presidente de la IPA desde 1973 a 1977) y de Daniel Widlöcher, actual vicepresidente de la I.P.A. De la misma participaron, además, el Presidente de la Sociedad Psicoanalítica de París y el de la Asociación Psicoanalítica de Francia. El caso es que Elizabeth Roudinesco, Rene Major, Conrad Stein y muchos más, protagonizaron un verdadero "quilombo" (tal el subtítulo de uno de los capítulos del libro de Allouch) con gritos intempestivos, insultos, invitaciones y exigencias de abandonar la sala y todo tipo de exabruptos. Tal parecería ser que la intervención de Allouch no fue ajena a tamaño desorden
Es necesario consignar aquí que pocos días antes, el 31 de Enero de 1997, Elizabeth Roudinesco había publicado en Le Monde des livres, un artículo periodístico sensibilizando positivamente a la opinión pública acerca del libro de Helena Besserman Vianna. Esto es: satanizando a Amilcar Lobo y denunciando las debilidades éticas de la I.P.A.
Como decía, el hecho -el acontecimiento, para ser más preciso- que dio pie tanto del happening del 9 de Febrero en París, como al libro de Allouch al que aludo aquí, no es otro que…¡otro libro ! cuyas tapas aparecen fotocopiadas y con algunas páginas en reproducción facsimilar en La etificación ... Pero, esta vez, se trata de un libro argentino : Cuestionamos 2 compilado por Marie Langer y publicado por Granica en 1973, donde aparece la denuncia que de Leao Cabernite hizo Helena Besserman Viana. En aquella época, Leao Cabernite era el Presidente de la Asociación Psicoanalítica de Río de Janeiro y era, además, el analista didáctico del candidato psicoanalista Amilcar Lobo Moreira, teniente de la policía militar y torturador al servicio de la dictadura. En su momento, junto a la denuncia en Cuestionamos 2, Marie Langer y Armando Bauleo enviaron copias de la misma a la I.P.A., a la Asociación Psicoanalítica Argentina y a la Sociedad Psicoanalítica de París.
Antes que pasar inadvertida; muy por el contrario de agotarse en el tiempo, la denuncia porteña del ’73 fue creciendo en importancia, hasta llegar a instalarse en el mero "centro" -en el corazón del psicoanálisis institucionalizado- convocando a la polémica a otras organizaciones : Organismos de Derechos Humanos ; Tortura Nunca Mais, Pro-Etica, El Consejo Federal de Medicina del Brasil, el Consejo Regional de Medicina, etc. Este episodio involucró durante un cuarto de siglo a casi todo el psicoanálisis mundial, desde el Dr. Edward Joseph y demás presidentes de la I.P.A, hasta Walter Brihel, pasando por Bion, por Derrida, por Alain Badiou y, también, por "nuestro" Horacio Etchegoyen. Incluso no sería arriesgar demasiado afirmar aquí que la sede de los sucesivos Congresos Internacionales de la IPA -desde 1977 en adelante- fue decidida por este episodio.
La posición que sostiene Allouch -aparentemente bien fundada- es la siguiente: desde que el psicoanálisis es un método, en este caso (en el caso de la denuncia del "psicoanalista-torturador") la verdad ética fue construida a expensas de lo político, de lo jurídico y de lo analítico en base de una triple sustitución :
-un asunto ocupó el lugar de un caso
-una denunciante ocupó el lugar de otra
-la exageración de la ética sustituyó al método analítico
En otras palabras : al denunciar a un "psicoanalista torturador" una militancia política no confesada, una ideología -si se quiere, una weltanschauung disfrazada de "ética del psicoanálisis"- se despliega para intentar confirmar lo inadmisible del axioma : si Amilcar Lobo es analista y Amilcar Lobo es torturador, pues entonces, Amilcar Lobo es un analista torturador. Como si en el acto de la tortura Amilcar Lobo estuviera ejerciendo el psicoanálisis y no su condición de militar fascista. Como si, desde que la institución "madre" (la I.P.A.) le otorgó la condición de "ser" -y no la de estar- analista, la tortura fuera un acto analítico por el mero hecho de ser practicada por un analista. Después de todo, supone Allouch, tal parecería que el análisis no le aportó nada a la técnica y a la teoría de la tortura; tal parecería que Amilcar Lobo nada nuevo le sugirió a la "clínica" de la represión a partir de su "ser" y su saber freudiano.
Además, Freud dejó constancias suficientes de su oposición a subscribir una ética convencional y, más aun, a transformar el psicoanálisis en una cosmovisión normativa. Para eso no hace falta más que revisar sus diferencias con Putnam junto al exergo freudiano que encabeza el libro : "Políticamente, no soy nada". No obstante, la neutralidad política de Freud no le impidió enviar una copia de El por qué de la guerra con la siguiente dedicatoria :
A Benito Mussolini, con el cortés saludo de un anciano que reconoce en el soberano al héroe cultural.
Viena, 26 de Abril de 1933.
Su neutralidad tampoco le impidió -frente al intento de Edoardo Weiss de interceder ante Freud para que tome (o, re-tome) en análisis al Dr. A, su ex-paciente- responderle con un:
"Creo que es un caso malo, nada adecuado para el análisis. Para analizarse le faltan dos cosas, primero el cierto conflicto doloroso entre su yo y aquello que sus pulsiones le exigen, pues en el fondo está muy contento de sí mismo y sufre solamente por la resistencia de circunstancias exteriores, segundo un carácter medianamente normal de este yo, que pudiese colaborar con el analista; procurará siempre, por lo contrario, despistar a este último, engañarle con falsas apariencias y dejarle de lado. Ambas deficiencias coinciden en el fondo en una sola, en la formación de un yo monstruosamente narcisista, ególatra, impermeable a toda influencia, que, por desgracia, puede apelar a todos sus talentos y dones personales. Por todo eso no vale la pena ayudarlo pero, además, porque ese hombre es un canalla.
...
Opino pues que no serviría para nada que él acudiese a mí o a algún otro para un tratamiento psicoanalítico.
Pero también comprendo que la madre no lo quiera desahuciar sin hacer otro intento. Propongo pues mandarlo a un instituto al cuidado de una persona de eficacia terapeútica aplastante. He conocido como tal al Dr. Groddek en Baden-Baden (Sanatorio). Naturalmente habría que comunicarle las características del paciente. Si él no lo quiere aceptar, se podría pensar aún en Marcinowsky, en Heilbrun de Tölz (Baviera), pero este lo rechazará sin duda de inmediato. En el peor de los casos, a gente como el Dr. A. se la embarca para ultramar, digamos hacia Sudamérica, y se le deja buscar allá su destino."
Entonces, embarcados nuevamente en Sudamérica el libro de Allouch me depara una sorpresa; tiene al menos una gran virtud y pone al descubierto el abismo que me separa de su posición.
1.-La sorpresa es, desde ya, que un hecho local de los ’70 resuene en París en los ’90 con una fuerza tal que torne universal su difusión.
2.-La principal virtud del libro reside en la perspectiva desde donde Allouch enfrenta los hechos. Resistiéndose a caer en discursos ideológicos, negándose a convalidar proclamas de denuncia, Allouch se mantiene consecuente con Freud cuando afirma que ceder el psicoanálisis a las instituciones y resignar la clínica psicoanalítica ante una oleada ética que lo consagre como poseedor de una particular visión del mundo, significaría pervertir y traicionar lo mejor, lo más original que el psicoanálisis aportó. Esto es: el psicoanálisis es un método, no una ética. Por lo tanto, ante la autocrítica pública de la I.P.A. por sus claudicaciones frente a este caso, ante la decisión de pronunciarse contra la violación de los derechos humanos, Allouch se indigna.
"Si la IPA hubiera tenido huevos, la ’legítima heredera’ de Freud (debería) haberse mantenido en el clivaje ética-método respecto al cual Freud no cedía. Mantenerse hubiera implicado no hacer ninguna declaración".
3.-La abismal distancia que sostengo con el texto se basa en la inteligente manipulación de una erudición con la que Allouch encubre una supina ignorancia. El gesto de humildad al que Allouch apela -¿porqué los analistas-analizados deberían ser mejores que otros hombres y estarían excluidos de semejantes bajezas?- descubre la soberbia de un analista que se ubica por encima de todo y de todos, soldándose curiosamente, con el positivismo lógico al convalidar la neutralidad valorativa del científico.
Para empezar. Ante la afirmación:
"Las repercusiones del libro (Cuestionamos) estimularon la creación de una serie de textos, cuya publicación se realizó en un volumen titulado Cuestionamos 2. No hubo número 3, muchos de los que participaron en la obra están muertos, desaparecidos o exiliados"
es necesario señalar que, lamentablemente, Allouch (o, Marcelo Pasternac, su informante argentino) se equivoca. Si bien no hubo un Cuestionamos 3, ¡si! hubo una (segunda) tercera edición de Cuestionamos. Esa edición incluyó un trabajo fundamental de Fernando Ulloa "La ética del psicoanalista frente a lo siniestro" y el "Follow up de una denuncia : psicoanálisis, política y moral" de Santiago Dubcovsky ; texto definitivo, si los hay, para la elucidación del caso I.P.A-Amilcar Lobo. Pero, no es ésta la única omisión significativa. En las soberbias reflexiones de Allouch hace evidencia, por ausencia, la extensa producción con la que los psicoanalistas argentinos (y uruguayos y chilenos y brasileros y...) desde los últimos años de la dictadura militar (principios de los ochenta) y los primeros años de instaurada la democracia en nuestros países, hemos intentado dar cuenta del impacto que el terrorismo de estado tuvo en las víctimas directas, en la construcción de la subjetividad, en las instituciones y en la producción, distribución y consumo del psicoanálisis.
Es, tal vez, la ignorancia de esa producción psicoanalítica la que abona una incomprensión basada más en la asimetría que soporta la periferia con respecto a la inapelable e incontestable superioridad del psicoanálisis metropolitano, que en las diferencias conceptuales, de códigos o de lenguajes.
Se reactualiza, entonces, un equívoco semejante al protagonizado hace varios años ya cuando Francoise Dolto - bienintencionada - intentó abordar con recursos convencionales el complejísimo desafío que suponía la restitución de la identidad a niños que habían sido apropiados durante los años que duró la dictadura militar en la Argentina.
La ceguera política de la I.P.A. que se plasmó en los Cuestionamos fue denunciada por Marie Langer en el 27 Congreso Internacional de Viena y se hizo pública con la escisión de Plataforma, pero nadie ha explicado hasta ahora -como no sea con condenas banales, extemporáneas, y tributarias de los mismos vicios que critican- la "indiferencia" política del psicoanálisis lacaniano y de sus instituciones centrales. Es justamente de eso de lo que nos habla Allouch: de la indiferencia política que, cuando se rompe, da lugar al escándalo.
Por lo tanto, una cuota de la incomprensión que le atribuyo al texto de Allouch se debe a la ignorancia que los psicoanalistas franceses (sin ignorar las profundas diferencias que los separan) mantienen frente a lo que, gracias al psicoanálisis francés, gracias a Lacan, se produce más allá de Lacan en este "sur, revuelto y brutal". La otra, a Lacan mismo.
Cada vez que Lacan aludió a la política fue para condenarla por estar siempre al servicio de la moral y del discurso del amo. Es notable como Lacan -que arremetió con ánimo de cruzado contra cualquier disciplina no analítica que se le pusiera a su alcance- mantuvo una total indiferencia hacia la política. Habida cuenta del trato que le dispensó, parecería que Lacan no vio en el pensamiento político nada relevante. Nada digno de enriquecer su teoría. La política se constituyó, así, en el punto ciego, en el escotoma del dispositivo teórico de Lacan. Ese escotoma de Lacan es coherente con la convicción de que es imposible instaurar al sujeto en lo social. La interdicción lacaniana a situar al sujeto en el seno de una política, con vínculos colectivos capaces de producir rupturas y transformaciones históricas produjo, al menos, dos consecuencias negativas:
1.- Alrededor de Lacan crecieron asociaciones que reprodujeron los vicios instituidos en la sociedad de mercado: las empresas transnacionales del psicoanálisis. Así, la historia de la comunidad lacaniana no ha sido otra cosa que la escabrosa secuencia de luchas de poder, gestión de pacientes, mezquindades personales, ocultamiento de textos, robo de dinero y canibalismo de todo tipo. Antes que a un foro para confrontar ideas, el happening de París al que el libro alude, sugiere una puesta en escena de lo que aquí afirmo.
2.- Hoy en día, cuando los analistas lacanianos son llamadas a pronunciarse acerca de la política optan por dos vías:
-O muestran una actitud crítica hacia la situación actual acompañada por un escepticismo que incluye -desde ya- la propuesta socialista,
-O, se conforman con proclamar las indudables ventajas que ofrece la democracia representativa y parlamentaria frente a los regímenes totalitarios.
Poco, muy poco para un pensamiento que -siempre que exploró otros campos- dejó huellas tan creativas y sin cuya inscripción otra sería la historia de la psicología.
Pero hay algo más. Frente a la traducción al francés del libro de Helena Besserman Vianna, la soberbia irreflexiva de Allouch le obliga a reclamar, sin pudor, más traducción ya que
"una verdadera reconsideración histórica hubiera tenido que poner a mi disposición, en francés, la autobiografía del torturador Amilcar Lobo y otros textos relacionados".
Bien: la traducción no le alcanza y pide más. A ningún analista argentino se le hubiera ocurrido exigir a los franceses que pongan a su disposición en castellano los textos relacionados para poder opinar. Si acaso gestionaríamos y pagaríamos nuestras propias traducciones acarreando el peso vergonzante de nuestra ignorancia del francés. Cuando un psicoanalista argentino quiere más, se toma el trabajo de traducir los textos originales si es que antes no se tomó el trabajo de aprender la lengua dominante. No obstante, tengo la impresión que Allouch no reclama con arrogancia francesa ¡"cómo es posible que, para poder opinar, no hayan puesto a mi disposición los otros textos relacionados" !. Lo que Allouch no perdona es que le hayan puesto éste: que hayan traducido al francés este texto que debería haber quedado ahogado y silenciado en portugués y cuya denuncia debería haberse mantenido ajena y sorda dentro de los límites del castellano. Si acaso, que quedara clausurada dentro de los límites de la I.P.A. que es la que tiene ese problema de los analistas didactas y de la condición analítica determinada por la institución ; problema al que antes aludí al hablar del "ser" psicoanalista.
Pues bien: la tortura tiene mucho que ver con el psicoanálisis francés, incluso en cuanto al silencio del psicoanálisis francés frente a la tortura. Pero sería arbitrario ocultar en la generalización "psicoanálisis francés" las marcadas diferencias que separan a los psicoanalistas franceses y que Allouch se encarga de enfatizar. Para el caso: mientras Lacan se entendía con Heidegger (Kostas Axelos servía de intérprete, pero Jean Beaufret, de puente) respetuoso del nazismo confeso de su interlocutor e insensible ante los estragos de las guerras coloniales en que Francia participaba; mientras devolvía a Simone de Beauvoir El Segundo Sexo sin haberlo leído ; mientras se preguntaba frente a los Belgas (los del Congo Belga, claro) en la "Éthique de la psychanalyse. (si) La psychanalyse est-elle constituant pour une éthique qui serait celle que notre temps nécessite" ? (1960); mientras todo esto pasaba (década del 50 y 60), en el capítulo "Guerra colonial y transtornos mentales" de Los Condenados de la Tierra, Franz Fanon -más que comprometido, implicado- se interrogaba, a partir de materiales clínicos, acerca del impacto de la guerra en el psiquismo.
Cuando ante las declaraciones de la I.P.A. Derrida pregunta porqué la Asociación fundada por Freud no puede emitir más que una convencional e insuficiente denuncia sobre Amilcar Lobo, Allouch responde, fiel a Freud, que ni la I.P.A. ni ningún psicoanalista puede decir nada específicamente psicoanalítico al respecto.
"Nadie puede garantizarnos que un premio Nobel de química interrogado sobre el genocidio en Ruanda tenga algo más o mejor que decir que el borracho de la esquina"
dice Allouch. De acuerdo. Pero es casi seguro que el premio Nobel va a ser más escuchado y que su opinión va a tener más peso político, mas trascendencia que la del borracho de la esquina. No obstante, no es ese el estímulo con el que Allouch nos provoca. De lo que aquí se trata es de registrar la riqueza producida por el psicoanálisis periférico -por nuestro psicoanálisis- en estas últimas décadas. De lo que aquí se trata es de reconocer que si Allouch nada tiene que decir, los psicoanalistas argentinos, los psicoanalistas brasileros, los psicoanalistas uruguayos, sobre la tortura y sobre las instituciones psicoanalíticas, sí tienen algo que decir.
Hoy en día, mientras Allouch reclama desde París ¡psicoanálisis! como respeto al deseo de cada analizante -y no traducción o subordinación de los conceptos psicoanalíticos al discurso político, al discurso jurídico, a la institución de la ética- una extensa producción teórica, una rica experiencia, argumentos abrumadores que sus interrogantes desencadenan, permanecen invisibles a sus ojos por el mero hecho de existir en otro mundo: en este mundo. Aquí: donde se han perpetuado los peores crímenes; donde la devastación del capitalismo hizo posible y necesaria la tortura como atributo del estado y donde algunos psicoanalistas y algunas instituciones psicoanalíticas acompañaron a los militares con su silencio, con su simpatía y hasta con su trabajo para que consumaran eficazmente la faena, y donde otros psicoanalistas y otras instituciones no solo fueron víctimas de ese horror sino que además, denunciaron, hostigaron a los regímenes totalitarios; aquí, un grupo grande de psicoanalistas con diferentes filiaciones, esbozaron respuestas que sería bueno que empezaran a universalizarse causando algo más que un escándalo, algo más que un happening, algo más que un libro como este al que, de todos modos, le damos la bienvenida por lo que es: analizador, síntoma de que el pacto sellado entre el centro y la periferia está empezando a conmoverse.