¿Es posible afirmar, acaso, que gran parte de la construcción psicoanalítica, reactualizada por el discurso lacaniano, es un intento de restituir al padre el poder perdido en estas últimas décadas signadas por los enormes cambios en la correlación de fuerzas entre hombres y mujeres?
¿Es el lugar del padre -el nombre del padre- más que teórico, un problema político para el psicoanálisis?
Lacan, se sabe, siempre que aludió a la política lo hizo para condenarla en función de los servicios prestados a la moral convencional y la contribución al refuerzo del discurso del amo. Efectivamente: es notable como Lacan -que arremetió con ánimo de cruzado contra cualquier disciplina no analítica que se le pusiera a su alcance (la lingüística, las matemáticas, la filosofía, etc.)- mantuvo una total indiferencia hacia la política. Habida cuenta del trato que le dispensó, tal parecería que no vio en el pensamiento político nada relevante: nada digno de enriquecer su teoría. La política se constituyó, así, en el punto ciego, en el escotoma del dispositivo teórico de Lacan. Esto, que no me parece condenable, es la descripción de una evidencia que debería pensarse en beneficio de las relaciones entre el psicoanálisis y la política. Para el caso: la(s) política(s) feminista(s).
Porque cualquier iniciativa deconstructiva con respecto al patriarcado como sistema de dominio deberá, inevitablemente, aceptar el desafío que le impone ese interrogante crucial : ¿qué es un padre? Y ese si que es un asunto lacaniano.
Para empezar: Lacan sostiene -con Freud y Levi-Strauss- que la interiorización del tabú al incesto es el acto fundacional de la cultura. De ahí que reclame la intervención de una fuerza externa para intentar desgarrar la poderosa relación que une al niño con su madre. Esa fuerza, claro está, es el padre. Dicho de esta manera, se supone que nada interno en la madre o en el hijo puede garantizar que se separen. Así, la ley paterna es concebida como un dispositivo que viene de afuera, viene del exterior y, al forzar al niño a romper con la simbiosis primordial materna, lo habilita, en Nombre del Padre, a inscribirse en el universo simbólico. Solo que el giro lingüístico de Lacan, hace a las culturas equivalente de La Cultura y encubre, con la estructura y los efectos supuestamente universales y a-históricos de la lógica del lenguaje, la posibilidad de deconstrucción de la cultura y de las relaciones sociales de poder y de dominio que la determinan.
Decía que, para Lacan, esa Ley paterna es una intervención que viene de afuera, viene del exterior. Es, si se quiere, “real”. Y eso real está ligado al hecho -para nada intrascendente- de ser cultura masculina, no como efecto del lenguaje, sino como consecuencia de las relaciones del poder ejercido por los hombres sobre las mujeres. De ahí que Freud aparezca como mucho mas “realista” que Lacan, porque Freud no nos pide aceptar que los hijos y las hijas están castrados del mismo modo o en el mismo grado; Freud no sugiere que la lucha edípica y la iniciación en la cultura tienen las mismas consecuencias para niñas y varones.
Es cierto que Freud desvía la cuestión hacia la biología. “Anatomía es destino”, dice; y, al hacerlo, deja bien en claro que en este mundo, en esta cultura patriarcal, no da lo mismo nacer varón o nacer mujer. Freud enmascara las cuestiones del poder bajo las diferencias anatómicas pero acepta dos circunstancias importantísimas:
1.-que los hombres tienen privilegios que les son quitados a las mujeres -que solo las mujeres están castradas- y
2.-que esa diferencia genera un cierto Malestar en la Cultura.
En cambio, Lacan nos propone aceptar que tanto hombres como mujeres estamos castrados y así circulamos, no por la cultura, sino por el lenguaje. La clave lingüística del psicoanálisis lacaniano, puede que pemita concebir un avance en la decontrucción cultural de la diferencia entre los géneros pero, en realidad, al reemplazar a la cultura, a su historia, a las relaciones de dominio que en su seno producen malestar, por la lógica universal del lenguaje, impide avanzar en la comprensión de las determinaciones que nos producen mujeres y hombres de tal o cual manera. Porque el caso es que, aunque Lacan afirme que tanto hombres como mujeres carecen de falo y están castrados, las consecuencias de esta carencia no parece ser la misma para ambos géneros.
Tengo la impresión que al cambiar el eje del psicoanálisis, al proponer una teoría estructural del lenguaje y un registro simbólico supuestamente “neutral” y universalista en reemplazo de una concepción del desarrollo psicosexual de los sujetos, Lacan ayuda poco a develar los orígenes sociales de la construcción del género y omite la génesis de las asimetrías de poder que caracterizan al patriarcado. Esto es: una vez más, con Lacan, se afirma y oculta la autoridad del padre: se privilegia su lugar y se protege su dominio.
Así que, cuando Lacan se pregunta “¿Qué es un padre?”1 solo busca un pretexto para afirmar, una vez más, que un padre “es, precisamente, el Nombre del Padre”. Es, si acaso, una referencia. Una referencia, dice Lacan. Un referente, digo yo.
“¿Qué hace a la presencia -desde un tiempo que no es ayer- de esta escencia del padre? Y, después de todo, nosotros, analistas, ¿sabemos bien de que se trata?
De todas maneras quería hacerles observar esto: en la experiencia analítica, el padre no es más que referencial. Interpretamos tal o cual relación con el padre pero: ¿analizamos alguna vez a alguien en tanto que padre?. Si así fuera, ¡que alguien me lo haga notar!. El padre es un término de la interpretación analítica. Nada más. A él se refiere algo.
No obstante quería situarles el Complejo de Edipo a la luz de estas observaciones. De alguna manera el mito de Edipo produce algunas molestias (entre las feministas) porqué aparentemente instaura la primacía del padre, que sería una convalidación del patriarcado. Yo querría hacerles sentir algo: eso por lo cual, para mi, al menos, no me parece en lo absoluto una convalidación del patriarcado. Muy lejos de eso. El padre nos hace aparecer eso: un punto de entrada por donde la castración podría ser aferrada con un acceso lógico y que, de esta manera, se definiría por ser numerable. El padre, no solo está castrado, sino que es castrado precisamente al punto de no ser más que un número. Y esto se indica claramente en las dinastías. George III, George IV, GeorgeV.”2
Está claro: para Lacan el padre es una referencia al padre; es un operador estructural; es un agente que cumple la función de “doble agente”.
“La noción del padre real es científicamente insostenible. Solo hay un único padre real, es el espermatozoide. Por lo tanto no es en lo absoluto sorprendente que nos encontremos sin cesar con el padre imaginario. Y está estrictamente excluido que se defina de una manera segura al padre real, sino es como agente de la castración.”3
El límite está claro: los varones podemos incluirnos como “padres reales” en dos momentos:
-durante el coito, como espermatozoides: “Solo hay un único padre real, es el espermatozoide”.
-en un segundo momento, durante la crianza de nuestros hijos, después que la madre haya organizado el vínculo simbiótico con la criatura. Los varones debemos compartir la crianza de nuestras hijas y de nuestros hijos pero siempre desde el lugar de interdicción del goce materno ante el cuerpo del hijo o de la hija ya que “está estrictamente excluido que se defina de una manera segura al padre real, sino es como agente de la castración.” A menos que ese lugar desborde la interdicción y , entonces, esos cuidados primarios que el padre le dispensa a su hija o a su hijo, serán considerados como ejercicios maternales desempeñados por un hombre.
Así, para Lacan, no importa o no existe -lo mismo da- el padre “real”, pero si los varones debemos abandonar ese lugar de padres ausentes, lo haremos solo para cumplir con la interdicción que nos toca; lo demás se hará en clave femenina.
Entonces, si el psicoanálisis no tiene recursos para teorizar las relaciones de un hombre con su cría -como no sea a través del referente “interdictor” o a través de la apelación a la función de corte-; si un hombre que asiste a su prole solo puede ser significado como “una buena madre” porqué no hay registro posible desde el psicoanálisis lacaniano para las acciones, los afectos, las interacciones de los varones con nuestras hijas y con nuestros hijos, pues habrá que construirlos. Habrá que construir al padre y, simultáneamente, habrá que construir los recursos teóricos que den cuenta de esa construcción. Nadie podrá ahorrarnos a los varones el trabajo y el gusto de enunciarnos “padres” y nadie podrá ahorrarnos a los psicoanalistas-feministas (y, cuando digo: “los” psicoanalistas, me refiero a los psicoanalistas varones) el trabajo teórico de bajar al padre del caballo de lo “simbólico” para hacerlo aparecer en lo “real”.
Efectivamente: la sociología funcional impone al psicoanálisis la idea de que, quiéralo o no, existe un padre real (en el sentido vulgar del término); esto es: que hay tanto agentes como portadores. Por supuesto que no importa si el papá es el papá. Lo que no puede pensarse es que quede vacío el lugar de una Ley que ejerce su influencia en todas y en todos, en cada una y en cada uno de nosotras y de nosotros; ley que garantice nuestra incorporación al universo simbólico que no es otro, claro está, que el universo del lenguaje regido por una lógica universal y a-histórica donde no cuenta la cultura patriarcal ni la historia del dominio masculino. Lo que no puede pensarse es el impacto de un varón haciendo con su cría algo más que separarlo de la madre. Tal parecería que ese “algo más” será, necesariamente, femenino.
Pero no es tan simple como parecería la diferencia entre funciones y portadores. “Tampoco es justo diferenciar la ley de los actos (la supuesta ley paterna, para el caso), de los actos singulares que la enuncian”4, dice con razón Juan Ritvo. Tengo la impresión que, muy a su pesar, algunos psicoanalistas lacanianos reintroducen con la “función de corte”, la sociología funcional norteamericana que suponen rechazar. Cuando, por ejemplo, Joël Dor repite una vez más el concepto lacaniano de la paternidad como metáfora y aclara que no es lo mismo la ausencia del padre en la familia que la ausencia del padre en el Complejo de Edipo dice, como al pasar, “la presencia del padre contingente, es decir, real...”5 Al afirmar esto, Joël Dor equipara al padre simbólico con la categoría de función y de necesidad; y, a ellas, les opone la contingencia y la noción de agente entendida como representante intermediario.
Pero en Lacan, el agente, no es agente de la Ley, sino de la causa y por eso puede llegar a ser “agente doble”. A diferencia de lo que reclama en última instancia la sociología funcionalista, el padre real no es (o no debería ser) un emisario del padre celestial y, “si se la cree”, si se confunde con el sujeto llamado a la paternidad, no hará más que equivocarse asimilándose a la Ley; a los militares que imponen el orden y ponen límites, dicen; a Dios.
Tal vez lo que aquí expongo exceda el tema de este número de TOPÍA revista destinado a reflexionar sobre el impacto del pensamiento lacaniano en la Argentina pero me gustaría dejar consignado, al menos, lo siguiente.
-La letanía: “una cosa es Lacan y otra es el lacanismo” con el que se intenta inocentizar la obra de Lacan salvándola de aquellos “lacaniosos” ecolálicos o diversionistas que la han bastardeado, me parece irrespetuosa y ajena a la poderosa producción psicoanalítica argentina hecha de voces informales que demuestran como, muchas veces, la copia es mejor que el original. Que el psicoanálisis argentino es copia de un original que no existe y que en la multiplicidad de versiones y traiciones a la obra de Freud y a la obra de Lacan es donde vive lo mejor del psicoanálisis es, para mi, una evidencia tan incontestable como lo es la necesariedad del psicoanálisis para el feminismo contemporáneo.
-Al simplificar la densa producción lacaniana, descartándola por pereza o ignorancia, corremos el riesgo de renegar de lo mejor de un capital epistémico atesorado a lo largo de, por lo menos, tres décadas.
¿Criticar a Lacan ? ¿Debatir con Lacan? Si, pero recordando la complejidad de su retórica tragica. “Pensamiento trágico”. Así lo dice Frederic Jameson.6
La celebración de la sumisión a la Ley y la subordinación del sujeto al Orden Simbólico con todas las consecuencias reaccionarias y conservadoras que tiene, no puede entenderse sin aceptar que, ante todo, para Lacan, la sumisión a la Ley es, más que represión, alienación en el sentido ambiguo en el que Hegel, a diferencia de Marx, considera este fenómeno. La celebración de la sumisión a la Ley y la subordinación del sujeto al Orden Simbólico no puede entenderse sin aceptar que, ante todo, para Lacan, el psicoanálisis trata acerca de la subversión del sujeto7.
Juan C. Volnovich
Psicoanalista
Notas
1. Lacan, J.: Seminario "de un discurso que no sería de la apariencia" 16-6-71. Traducción de Beatriz Rajlin.
2. Lacan, J. op.cit.
3. Lacan, J. El seminario: "El reverso del psicoanálisis".
4. Ritvo, Juan Bautista: "La apariencia del padre real" en revista Conjetural. Número 29 Bs. As., junio de 1995.
5. Dor, Joel: "El padre y su función en psicoanálisis" Nueva visión. Bs. As. 1991.
6. Jameson, Frederic: "Imaginario y simbólico en Lacan". Ed. El cielo por asalto. Bs. As. 1995.
7. "La sustitución sistemática del "referente" por el "significado", permitiría pasar lógicamente de la afirmación propiamente linguística de que el significado es un efecto de la organización significante, a la conclusión, bastante diferente, de que, en consecuencia, el "referente" -es decir, la historia- no existe". Jamenson, Frederic: "Imaginario y simbólico en Lacan" Op. cit.