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Psicoanalistas ventrílocuos

 

Michel Tort es un psicoanalista francés. Es profesor en la Universidad de París VII. Entre sus textos se destacan los libros  El cociente intelectual (1981) y El fin del dogma paterno (2008). A lo largo de su obra Tort ha criticado al establishment psicoanalítico francés, que con sus posturas se ha aliado a los sectores más reaccionarios. Con argumentos pseudopsicoanalíticos se han opuestos a cambios sociales tales como el matrimonio igualitario o la adopción por parte de parejas homosexuales.

 Para este número nos ha enviado especialmente este texto, que será publicado en la revista Cités Nro. 54 (PUF), donde actualiza dichas críticas. Creemos que merecen leerse con suma atención considerando que las hegemonías psicoanalíticas no tienen fronteras y asumen dichas posiciones también aquí, a través de sostener un psicoanálisis por fuera de la sociedad y de la historia.

 

1

Hostilidades

No es nada nuevo que se pinte al psicoanálisis como una realidad insoportable, tanto en su discurso como en cuanto práctica. Las fantasías más mortíferas se despliegan omnipotentes con toda tranquilidad. Siendo la más pacífica la de su decadencia. Cosa extraña, esa orgía de ataques no ha afectado al crecimiento del psicoanálisis como práctica.

Es que la historia cultural y social del psicoanálisis da origen a dos movimientos. Uno de ellos concierne a la difusión, indefinidamente cuestionada por los mismos analistas, de un dispositivo (la situación analítica), de un proceso (el proceso analítico) y de los elementos teóricos vinculados a ellos: sexualidad infantil, formaciones del inconsciente, divisiones del sujeto, transferencia, interpretación, etc. Esas realidades, una vez identificadas, no cesan de dar origen a innovaciones teóricas y prácticas que discretamente, a través de los análisis de incontables sujetos, modifican la vida cotidiana de todo el mundo. Es por lo demás ese carácter laborioso e inventivo el que, las más de las veces, deja a los psicoanalistas, mientras puedan trabajar, relativamente impávidos frente a las agitaciones malévolas.

Sin embargo, el ejercicio mismo del psicoanálisis, al ser expandido, tiene condiciones que no son psicoanalíticas sino culturales, sociales, políticas. El otro aspecto del desarrollo del psicoanálisis está así constituido por las condiciones históricas, extraordinariamente distintas, que regulan, en cada momento y lugar, la difusión no tanto ni tan sólo de la práctica del psicoanálisis sino de una suerte de explotación de las temáticas del psicoanálisis, explotación que las capta, las dirige hacia diversos objetivos.

¿Qué es lo que, en última instancia, ha determinado durante tanto tiempo la posición del psicoanálisis en ese contexto? Su relación con el liberalismo. Esa relación en Europa ha sido difícil y marginal con los dos movimientos políticos, liberal y socialista, entre los que los psicoanalistas se repartieron hasta que unos y otros fueran dejados fuera de juego por el fascismo y el nazismo. En los Estados Unidos, el historiador Eli Zaretsky[1] ha señalado que el considerable éxito del “psicoanálisis” durante cincuenta años, entre 1910 y 1960, está unido a condiciones singulares improbables, a su puesta en fase con los movimientos terapéuticos religiosos del autoexamen puritano, generador de toda una psicología popular que moviliza a los individuos de una manera distinta, y además a su empalme con el recato autónomo correlativo de la racionalización fordista del trabajo. La “peste” que Freud decía llevar ha sido pasteurizada. Desde fines del siglo XIX, el psicoanálisis le proporcionó a la psiquiatría un modelo etiológico y terapéutico coherente de las neurosis. Por el contrario, la medicalización del análisis en los Estados Unidos (la condición de ser médico para ser analista) preparó desde 1927 el frenado de su desarrollo, al convertirlo en tributario de los objetivos de la medicina, que nunca serán los suyos.

Ese apogeo estadounidense y anglosajón se debe también a la oportunidad histórica dada por la inmigración de incontables analistas europeos, expulsados de los países que inventaron e inauguraron la práctica del análisis y la cultura que él produce, por el nazismo y luego el comunismo estaliniano. La actual hostilidad respecto del psicoanálisis tiene en efecto siniestros antecedentes. La cabalgata donquijotesca que se lanza hoy al asalto del “psicoanálisis” se olvida que ella misma se basa en esa cultura compartida. Durante treinta años, entre 1930 y 1960, la llamada Escuela de Frankfurt conjugó escrupulosa e inteligentemente filosofía, psicoanálisis y sociología marxista, aplicados a las situaciones de actualidad, proyecto que en ciertos aspectos nunca fue abandonado.

En resumidas cuentas, por mucho que se haga y diga, las representaciones del psicoanálisis, sus conceptos, están integrados de múltiples maneras desde hace un siglo al ideario, académico y en general. En cuanto a los Estados Unidos, lo que ha desaparecido es una suerte de capricho asociado a los objetivos de un momento dado, al servicio de los cuales el psicoanálisis ha sido utilizado: el uso psiquiátrico, normativo, contra el cual se han levantado con justa razón las luchas denominadas como de minorías: feministas, homosexuales, etc. Lo que de ninguna manera significa que desde el final del boom de entreguerras las corrientes psicoanalíticas estadounidenses no hayan podido desarrollarse en su diversidad.

En Francia, el auge del interés por el psicoanálisis a partir de los años 50 y el boom ideológico de los años 60-80 se realizó en condiciones totalmente distintas a la conquista estadounidense del Oeste Psíquico. En nombre del liberalismo contestatario que atraviesa los movimientos de los años 60, el relanzamiento de una orientación distinta del psicoanálisis se efectuó allí a la vez contra la normalización psíquica engendrada por la versión estadounidense del psicoanálisis y contra la desubjetivación y la desexualización despiadadamente exigidas por los partidos comunistas en nombre del sacrificio del individuo y del pensamiento a la Revolución. Mientras la práctica del psicoanálisis evolucionaba tumultuosamente en medio de repetidos conflictos institucionales, su movimiento social se difundía en las instituciones de salud mental y participaba a la vez de todas las formas de alzamiento contra las normas.

Durante ese período las controversias públicas acerca del “psicoanálisis” se referían no al desarrollo del ejercicio del psicoanálisis, que seguía su curso, sino al movimiento ideológico, en el que establecía, de maneras históricamente muy variables, acuerdos con las grandes fracciones ideológicas y políticas. Así, en los años 60 y 70 el interés por el psicoanálisis no era incompatible de un festival de críticas en regla hechas por los Deleuze, Foucault, con un estilo que nada tiene que ver con las operaciones de baja calaña que hemos visto desplegarse desde los años 90. La voluntad de saber de Michel Foucault, recibido muy fríamente por la comunidad psicoanalítica en 1976, más bien obliga a los psicoanalistas a reconsiderar su relación con la historia: sin mayor éxito en treinta años. Pero el psicoanálisis también obliga a los historiadores, sin hablar de los filósofos, a tomar en cuenta la dimensión del inconsciente, del sujeto, de la sexualidad, de lo femenino y lo masculino, artículos poco frecuentes en tierras de filosofía hasta entonces.

¿Qué tiene de original la guerra declarada al psicoanálisis desde los años 90, y qué se juega en ella? Podemos considerar que el aspecto central consiste en cuestionar la función social del psicoanálisis, cuestionamiento estrictamente contemporáneo del desarrollo del neoliberalismo bajo la forma de los requerimientos que éste, en sus versiones económicas más brutales, plantea respecto de las condiciones establecidas de explotación de los sujetos.

En ese espacio exaltado, el desarrollo persistente del psicoanálisis se les presentó a los psicólogos y filósofos cognitivistas como una competencia insolente en un mercado de la explotación psíquica que consideran les corresponde por derecho propio en nombre de la “cientificidad” de su disciplina, cuya vocación clínica había pasado hasta entonces inadvertida para todos. El guión es conocido: ha sido puesto en evidencia desde hace diez años por el movimiento de los psicoanalistas en sus movilizaciones contra las grandes maniobras de los psicólogos “fascinerosos”, como los denominaba Foucault. La operación empezó con un exitoso intento de copamiento sistemático de los cargos clínicos universitarios, en los que se supone deben prevalecer las exigencias “científicas” del más chato positivismo. Sigue adelante en el marco de la aplicación de la “racionalización” de la psiquiatría y la organización del trabajo, con el cuestionamiento de la psicopatología clínica del trabajo, presentada como la expresión del lamento miserabilista francés en relación al trabajo.

Se ha visto recientemente al sociólogo Alain Ehrenberg[2], haciéndose cómplice de esa operación, presentar a las nuevas modalidades laborales, que se distinguieron por una epidemia de suicidios en el trabajo, como una encarnación de la racionalidad misma. Las argumentaciones del psicoanalista Christophe Dejours, que trabaja desde hace treinta años sobre psicopatología del trabajo en el CNAM[3], según Alain Ehrenberg, expresarían más un empedernido rechazo político a la dominación que la asunción de la dura e ineludible realidad de la organización del trabajo.

Es desde esa perspectiva de justificación del reinado de la “racionalidad” y de la “ciencia” que se hizo posible manifestar que el psicoanálisis, que acoge los efectos psíquicos de esa política de modernización de los psiquismos, es no científico y falso, incluso falsificador, etc. Paralelamente, la generalización de la filosofía pop de revistas deja en evidencia la trama de la ambición económica del entrenador (coach) filósofo de “birlarle” el mercado de almas al psicoanálisis. En esta operación de piratería intelectual, ciertos filósofos le disputan el botín a las psicoterapias más pintorescas, las que tras haber vivido a crédito, colgadas del psicoanálisis durante lustros sin hacer el menor aporte intelectual, estiman que ha llegado la hora del despojo.

De ello no se deduce que los psicoanalistas nada tengan que ver con la lamentable querella actual. Ya desde los años 1980 el meollo de su intervención en los debates de sociedad consistió en Francia más que nada en defender, en nombre de una presuntuosa pericia acerca de “lo social”, las más chatas normas tradicionales en materia de familia, de filiación, de sexualidad y de género, todo ello en nombre del “orden simbólico” (entiéndase: la legislación del derecho canónico revisada sin haber sido corregida).

Ya se trate del Pacs[4], de la paridad[5], de la igualdad, etc., un increíble repertorio de disparates “psicoanalíticos” -del que nada indica que haya concluido- se ha volcado con total obscenidad en los medios por la pluma de ciertos psicoanalistas. La negación como respuesta permanente a los interrogantes delicados pero legítimos planteados desde hace tiempo por tales enunciados y posiciones indefendibles de psicoanalistas, ha propalado ampliamente la representación de un psicoanálisis reaccionario.

La cuestión principal es sin dudas la siguiente. Existe una política del psicoanálisis, lo que quiere decir por una parte que las cuestiones políticas, en particular lo que desde los años 20 se denomina la “política sexual” -la de las relaciones de género y de sexo y sus vínculos con los principios políticos de libertad, de igualdad- dividen a los psicoanalistas tanto como a los demás: como sujetos, como ciudadanos, como terapeutas, como miembros de instituciones o francotiradores. En un sentido esta división política, cuya compleja historia sigue el ritmo de la Historia, fue para los psicoanalistas de una evidencia y una realidad inmediatas.

Hubiera sido necesario que los psicoanalistas se esmerasen desde hace ya mucho tiempo, en sus intervenciones públicas en los debates de sociedad, por distinguir lo que es propio de estereotipos milenarios vestidos con peletería “psicoanalítica”. Porque el psicoanálisis se defiende por sus propios medios y únicamente con ellos: por el análisis, que sigue adelante impávido. Pero no debe convertirse en peritaje, en evaluación de especialista.

 

2

La posición de peritaje del psicoanálisis y sus resortes

Desde hace cincuenta años, en todos los teatros en los que se desarrollan los lances de sociedad y los movimientos que reivindican la libertad, la igualdad entre los hombres y las mujeres a través de la paridad, la no discriminación de las sexualidades, hay psicoanalistas que se levantan de sus sillones para defender y justificar, en nombre del Psicoanálisis, el mantenimiento del status quo. ¿Por qué resulta problemático el discurso sostenido por muchos psicoanalistas sobre estas cuestiones?

Las intervenciones tienen lugar a distintos niveles. Pueden atañer a los títulos que habilitarían al psicoanálisis a tomar parte, a los principios mismos de la política democrática, a la igualdad que se juega en las leyes sobre la paridad, o a la aplicación concreta de esos principios en las instancias electorales (“¿puede una mujer aspirar a la máxima magistratura? (sic)”[6]. Pueden por fin referirse a la naturaleza del vínculo social mismo en las sociedades liberales o neoliberales, tema sobre el cual desde comienzos de este siglo ha proliferado una abundante literatura que se presenta como psicoanalítica.

Asistimos en todos los casos a la transformación del psicoanálisis en un discurso de perito. ¿Qué traduce esta pretensión? Solamente la situación en la que se cumplen las exigencias de la situación analítica permite acceder a la realidad psicoanalítica. Pero falta demostrar que lo que de ella se pretende deducir está justificado. Si no, el simple alegato de poder hablar “en nombre del psicoanálisis” sirve solamente para conferirle un peso particular a una afirmación cualquiera. Así, los esquemas de transmisión intergeneracional, cuya existencia han podido reconstruir los psicoanalistas remontándose desde el sujeto a sus padres y de los padres a los abuelos, han sido utilizados con descaro para profetizar acerca del estado psíquico de los niños nacidos por métodos de procreación no tradicionales. A menudo las opiniones expresadas consisten en posturas muy instaladas del “sentido común”; lejos de resultar de la experiencia psicoanalítica, provienen de prejuicios no analizados. Obturan una acción realmente clínica de psicoanálisis.

Cuando la cuestión se refiere a un principio político como la igualdad, se asiste a un asombroso ballet de paralogismos en los que se le hará representar al “inconsciente” un extraño papel. En un primer momento se dirá que “el psicoanálisis” enseña que “el inconsciente” no conoce la igualdad. Enunciado absurdo. De él se podría intentar inferir que la desigualdad está fundada en fantasías que la igualdad disipará, fundando las normas sobre algo distinto. Pero pronto nos enteramos de que la realidad política nunca podrá contra esa desigualdad inconsciente. Porque según ciertos analistas, al ser la organización fantasmática inconsciente por la “lógica fálica” considerada ni más ni menos que como el fundamento in aeternum de la organización social, no hay igualdad posible. Todo ello en nombre de los superiores intereses de “lo Simbólico”.

El padre debe separar a la madre y el niño, tarea tanto más necesaria -como podíamos sospechar- que la instauración de la igualdad. La perorata seguirá pues adelante: la exigencia política de paridad no toma en cuenta que en el inconsciente el sexo fuerte es el femenino, y lo “femenino para el inconsciente” es una exigencia ilimitada de satisfacción. La primacía del sexo masculino en la cultura se explicaría así luminosamente como una equilibración de esa potencia de lo “femenino para el inconsciente”, que pone un límite beneficioso a la bien conocida tiranía de lo “femenino”. Y así sucesivamente.

Pero se podrá argumentar también de manera distinta. En la vida social, se dirá en ese caso, por cierto prevalece la igualdad, pero en la vida sexual (que aparentemente por lo tanto no formaría parte de la vida social) la igualdad no puede prevalecer sin daño, ya que pondría en riesgo el goce. En la vida sexual “en sí” prevalecería el abuso de poder, la posesión, la conquista, etc.

Vemos cómo el inconsciente está repleto de propiedades ad hoc: la existencia de la “derrota de la mujer” en la vida sexual no tiene relación alguna con el mantenimiento de su derrota en el plano social: lo esencial es no comprometer al “goce”. Cantinela por lo común desarrollada en todos los discursos sobre el carácter fatal para el amor de la igualdad de los sexos.

El peritaje psicoanalítico alcanza por fin su apogeo en el desarrollo de una suerte de psicopatología psicoanalítica del “liberalismo” que utiliza algunas construcciones lacanianas. Actualizando el “malestar en la cultura” freudiano, se trata de describir a la sociedad “liberal” (de hecho el yugo del neoliberalismo), como el triunfo de la ilimitación del deseo y la perversión generalizada.[7] Es una ampliación del área de competencia de la pericia profesional psicoanalítica. No se trata ya tanto en ese caso de detectar los estereotipos presentados como si fueran psicoanálisis sino de interrogarse acerca de los mecanismos de legitimación social de ese discurso, de examinar cómo ciertos analistas se dejan capturar por demandas y finalidades sociales por identificar.

Hemos visto que para Eli Zaretsky el psicoanálisis se ha metido dentro del autoexamen puritano, tan viejo como los pioneros, y se ha difundido ideológicamente con ese ropaje. Señala que el psicoanálisis prospera en el espacio social del fordismo y de la racionalización del trabajo, porque éste último impulsa en dirección opuesta a la racionalización, a cultivar el recato, utilizando los especialistas en relaciones humanas para la gestión de los conflictos el “freudismo”, una suerte de “fantasma del psicoanálisis” que se difunde. Durante cincuenta años, pastores, sectas evangélicas, médicos, neurólogos, psiquiatras, bailaron al compás de la batuta del psicoanálisis en la medida en que su práctica médico-religiosa hacía la cama del psicoanálisis. Así, son los conceptos y prácticas psicoanalíticos los que dan lugar a una psicopatología social que asegura la extensión de la pericia profesional de ciertos psicoanalistas.

 

3

Un psicoanálisis de restauración

Recordemos que en Francia, desde los años 1980, con el surgimiento de los PMA[8] y en ocasión del voto del Pacs, una corriente psicoanalítica francesa desplegó un naturalismo ingenuo que deploraba el riesgo de no “reproducirse” al que se exponía el rebaño humano si se abrazaba la causa homosexual, sin contar con la locura y la esterilidad profetizadas para las futuras generaciones. La confusión de los sexos y de los géneros haría progresos, el incesto se incrementaría a velocidad exponencial.

Diez años después el debate atañe a la homoparentalidad, la adopción y el casamiento igualitario, y volvemos a escuchar, de boca de los mismos, que si los homosexuales acceden a los mismos derechos que los heterosexuales se estaría ni más ni menos que saliendo de la humanidad.

De un lado, las consecuencias jurídicas y políticas de las exigencias democráticas de libertad y de igualdad, aplicadas a los asuntos de parentesco; del otro, se invocan normas trascendentes presuntamente fuera de la historia. Sin embargo en este discurso antihistórico se descubre rápidamente el orden familiar de la tradición francesa. En estos discursos[9] el poder es el de la familia, la autoridad la del padre, que domina a la madre y al hijo. La sociedad es latina, fundada sobre la teología del principio de filiación. Las sociedades anglosajonas, por falta de sutileza, no ponen traba alguna al principio de filiación.[10] La ley es la “ley simbólica”, la de la transmisión Padre/Hijo. Se aplica a la familia, siendo las leyes sociales sólo un último recurso ante los fracasos por hacer reinar la ley simbólica en las familias.[11] Sólo la Institución existe, no las instituciones históricas. No hay política sino ridiculizada como lo políticamente correcto en donde una minoría sintomática por su orientación sexual oprimiría a una mayoría apaciblemente heterosexual que pace dentro de la Ley. No existe la igualdad, sólo el igualitarismo ideológico. Ninguna de las leyes promulgadas desde la Revolución que conciernen a las relaciones entre los sexos y a las relaciones con los hijos tenía razones para ser votada, empezando por las que instituyen y luego facilitan el divorcio, la contracepción, ni las referidas la autoridad de los padres, ni las que atañen a los supuestos derechos de los niños.[12] Al pasar ha sido posible identificar todos los ingredientes del pensamiento reaccionario, pero ni rastros de psicoanálisis si consideramos como psicoanalítico lo que resulta de la experiencia psicoanalítica de la cura.

Tal es sin embargo el discurso que sostienen algunos psicoanalistas, que no proviene del psicoanálisis sino de la religión, la cual al menos tiene el mérito de reivindicar sus fuentes divinas. ¿De qué sirve entonces “El Psicoanálisis” que invoca esta corriente? Se esfuerza por remendar, por zurcir los desgarrones hechos ideológicamente a la tradición francesa por la política, en lugar de sostener en la práctica del psicoanálisis a los sujetos liberados de la tradición.

Es lógico que hoy, en continuidad con ese movimiento de restauración, se nos anuncie que el casamiento de dos hombres o dos mujeres sería la negación de la diferencia y enunciaría, al parecer, ¡que “una mujer es un hombre”! Lo que siempre ha prevalecido hasta ahora (entre nosotros) debe seguir siendo mañana, no hay historia, la “Ley” no tiene historia.

Habiendo estallado a partir de los años 60 el modelo familiar padre-madre-hijo, en el que dominaban el casamiento y la filiación indivisible, y habiéndose difractado en una miríada de formas de parentalidad, la paternidad ha dejado de ser considerada como una relación natural y la evidencia misma de la heterosexualidad del parentesco ha sido puesta en tela de juicio.

Ahora bien, desde los años 80 a algunos psicoanalistas se les metió en la cabeza que les tocaba legislar acerca de la filiación y el parentesco en virtud de su reinado sobre el inconsciente y sus fondos submarinos. En lugar de tomar apoyo sobre ese cambio de base antropológico como los sociólogos, que se dedicaron a describir el dispositivo de parentalidad que se ha desarrollado en Occidente, muchos psicoanalistas se pusieron en guerra contra las nociones mismas de parentalidad y género que les obligaban a tomar en cuenta a la historia.

El “gender” anglo-sajón, desacreditado y cuya enseñanza en las escuelas está en peligro en Francia, es enemigo jurado de la teología vaticana y del Santo Padre que escribe: “(en la teoría del gender) El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear. Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado. Precisamente esta dualidad como dato originario es lo que se impugna. Ya no es válido lo que leemos en el relato de la creación: “Hombre y mujer los creó” (Gr, 1, 27.)[13] Así habló el holy father en diciembre último a los obispos sinodales.

Los argumentos “psicoanalíticos” no resultan así en absoluto de la clínica psicoanalítica. Echan raíces en el mejor de los casos en una lógica teológica y en lo que es a la vez su esencia y su producto derivado, una lógica de “sentido común”, reactiva, fóbica, que fabrica la hez del debate social en Francia y el fondo de las charlas de café. Un ejemplo entre miles: al evitar los homosexuales al otro sexo, no pueden ser padres, dado que para ser padres hay que ser de dos sexos distintos; en cuanto a los que ya son padres, no son padres, pues el lugar de padre es un lugar que los homosexuales se niegan a sí mismos debido a prohibiciones internas, sin asumir su esterilidad (y así en consecuencia)...

Otros analistas, con Sylvie Pragier[14] a la cabeza, ya se encargaron de poner justos límites a lo que los psicoanalistas pueden expresar en este debate, siempre que acepten atenerse a su práctica y renuncien a cualquier maestría social.

¿Qué se juega en el debate? El paulatino reemplazo del dispositivo social antaño ajustado al principio paterno por un dispositivo de parentalidad. El orden amoldado al principio paterno devuelve a los sujetos al orden teológico de la naturaleza, descalificando a los bastardos, a las madres solteras, a los contra natura, a las que han abortado, a las divorciadas, etc. Contra ese orden, se trata de describir múltiples situaciones de parentalidad respetando sus derechos. Este cambio formidable ha tomado varios siglos. Los términos de parentesco, “padre” y “madre”, que no deberían ser afectados, también son lugar de relaciones históricas de poder masculino/femenino.

No se puede negar la realidad de las transformaciones que se inscriben en el dispositivo de parentalidad. Ellas modifican profundamente las relaciones de dominación entre los hombres y las mujeres (designadas por el Santo Padre, suavemente, complementariedad). La dimensión simbólica no pertenece a las religiones que la han vampirizado. Libertad, igualdad, fraternidad también definen relaciones simbólicas. Hoy, quiérase o no, el depositario de la función de tercero entre padres e hijos y entre los padres ya no es “el Padre”, sino, de jure y de facto, el Estado de los ciudadanos y ciudadanas: eso es lo que ilustra la existencia de nuestro debate.

Ahora bien, la invocación por parte de muchos psicoanalistas de una presunta “función paterna” ajena a la historia, implica mantener en posición sobresaliente a una figura “simbólica” que mantiene hasta el punto de la caricatura las antiguas funciones sociales del Padre. Se trata de mostrar el carácter universal, estructural, de esa “función paterna”. Desplumada de sus poderes políticos, ésta es astutamente transformada en una capacidad simbólica de separar a la madre y el niño, objetivo patriarcal inalterado. El Santo Padre se ha hecho “infalible” al ser despojado de todos sus Estados y quedar aparcado en el Vaticano. El Padre, el pater patriarcal, se ha transformado en Padre Simbólico al cambiar la condición de los padres. El padre se ha convertido en el interlocutor prosaico de los docentes, de los trabajadores sociales, del personal de la justicia y de la policía, gerentes de facto y de jure de las funciones parentales. Es contra esa evolución que se le ha atribuido una “función paterna” simbólica.

En los años 50-80 se ha constituido en Francia, como una suerte de Contrarreforma, un cuerpo de creencias teóricas que reciclan ciertos elementos del freudismo, con los que se ha construido una “función paterna”, base irrefutable del parentesco. Con esa construcción de Lacan sumada a su original católico del Padre, con ese esquema teológico vestido con harapos “psicoanalíticos”, algunos intentan oponerse a los vertiginosos cambios de las parentalidades en Occidente.

No hay “función paterna” por fuera de las relaciones de sexo y de género. Las funciones de los padres o de las madres dependen del dispositivo parental histórico y geográfico. Pero la problemática de la “función paterna”, lejos de pertenecer solamente a la corriente lacaniana, circula en el conjunto del psicoanálisis francés, reconciliando paradójicamente en forma ecuménica las principales corrientes oficialmente divididas del psicoanálisis.

Finalmente esta corriente reaccionaria pone desde hace años en peligro sobre todos los frentes al psicoanálisis. A través de su camarilla mediática de profetas “molierescos” no representa al psicoanálisis, sino que le hace daño. Es responsable de gran parte de las críticas acumuladas contra “El Psicoanálisis” desde aproximadamente la misma época. Esto es evidente si se considera la última de las “controversias” que pueblan la crónica del psicoanálisis en Francia, la polémica concerniente al autismo. Ésta tiene por origen un documental que entonaba en forma caricatural los cánticos relativos a la “función paterna”, el Padrenuestro “psicoanalítico” que dice: las madres son responsables del autismo, el Garrote Paterno es el Salvador, etc.

Hasta cuándo permitiremos que la adhesión al credo paterno, que subtiende todas las resistencias del psicoanálisis a la evolución de las relaciones de parentalidad y a las transformaciones sociales en general, ponga en ridículo al psicoanálisis y comprometa ante la comunidad los beneficios del notable trabajo clínico que se hace sin necesidad de esa hipótesis, que es una pesada hipoteca.

Alexandre Koyré, en Du monde clos à l’univers infini[15], describe cómo Dios sale discretamente del paisaje científico. Relata que el astrónomo Laplace le contesta a Bonaparte, que le pregunta acerca del lugar que le reserva a Dios en su “Sistema del mundo”; “Ciudadano Primer Cónsul, no he tenido necesidad de esa hipótesis”. Hoy en día le toca al “Padre”, es decir a la figura patriarcal del padre al que ese Dios eclipsado representaba, dejar a su vez la escena.

Michel Tort

Psicoanalista

Traducción de Miguel Carlos Enrique Tronquoy

 

Notas

[1] Eli Zaretsky, Le siècle de Freud (El siglo de Freud), 2004, edición francesa: Albin Michel, 2008.

[2] Alain Ehrenberg, La société du malaise (La sociedad del malestar), segunda parte, capítulo 7.

[3] Conservatoire National des arts et métiers, establecimiento de enseñanza superior que se ocupa de formación profesional, investigación tecnológica y difusión de la cultura científica y técnica. (N. del T.)

[4] Pacte Civil de solidarité, unión civil (N. del T.).

[5] Término aplicado en Francia en especial a la defensa de los derechos de la mujer, en la lucha contra la disparidad tanto en el campo de la representatividad en las instituciones como en relación a los salarios (N. del T.).

[6] "Ocaso de la figura paterna: Y sin duda debieron conjugarse diversos factores, entre ellos el tan conocido ocaso de la figura paterna, para que se viera tanto a viejos curtidos como a jóvenes provenientes de familias descompuestas buscar el porvenir en los brazos de mamá", Charles Melman, psicoanalista, "Ségolène, mère sévère" (Ségolène, madre severa), Le Monde, 11-12-06, en ocasión de la candidatura de Ségolène Royal a la presidencia de Francia.

[7] He analizado estas construcciones en la conclusión de Fin du dogme paternel, Aubier, 2005. Trad. En esp. El Fin del dogma paterno, Ed. Paidós, Bs. As., 2008.

[8] Procréation Médicalement Assistée (fertilización asistida) (N. del  T.)

[9] Christian Flavigny Avis de tempête sur la famille (Anuncio de tormenta sobre la familia), Albin Michel, 2009.

[10] “Este punto de vista se opone a la tradición más espiritualista de la cultura francesa. Lo que hace a la especificidad de ésta, y a su riqueza, es el ubicar a la alteridad en el fundamento de lo humano. Toma así distancias de la tradición anglosajona.  ...resulta de ello el gap que separa al psicoanálisis francés del anglosajón, y, disculpen mi parcialidad, la inconmensurable riqueza del primero en relación al segundo, lo que me atrvería a denominar su sutileza”. Christian Flavigny, Et si ma femme était mon père (Y si mi mujer fuera mi padre), Les liens qui libèrent, 2010, p. 92.

[11] Et si ma femme...  op. cit.

[12] De donde la impugnación al tratamiento penal de la zurra, a la cual se le prefiere la regulación por el examen de conciencia del padre.  Ibid, p. 85.

[13] Discurso del Papa Benedicto XVI en ocasión de la presentación de los saludos de Navidad de la Curia romana.  Sala Clementina, 21 de diciembre de 2012.

[14] Homoparentalité: psys, taisons nous! (Homoparentalidad: psis, callémonos), Le Monde, 26 de diciembre de 2012.

[15] Edición en español: Del mundo cerrado al universo infinito, Siglo XXI Editores.

 

 
Articulo publicado en
Agosto / 2013