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Bases para un Psicoanálisis 3

 

En 1913 Freud escribía y publicaba “El interés por el psicoanálisis”, texto en el cual intentaba dar cuenta, precisamente, del interés que reviste el corpus teórico psicoanalítico no solo para la psicología sino también para otras disciplinas científicas tales como la historia, la sociología o la pedagogía. Me interesa rescatar esta cuestión planteada allí por Freud –las aplicaciones no psicoterapéuticas del psicoanálisis– que pone de manifiesto el valor del psicoanálisis (en tanto herramienta teórico-técnica) como elemento necesario de toda reflexión que tenga al sujeto y a la sociedad como centro de su interés, y que inaugura múltiples entrecruzamientos en el campo de las ciencias sociales, cada uno con una lectura propia de la realidad social y política. Solamente en algunos pocos casos estos entrecruzamientos se transcribieron en intentos comprometidos por generar transformaciones reales, no sólo a través de la crítica y el cuestionamiento del orden histórico-político-económico-social en cuestión sino también mediante una “acción específica” sobre el mismo, mientras que en otros derivó en una suerte de colage teórico, discurso en apariencia vacío y estéril, sin traducción en una práctica concreta. Ahora bien, en este último caso, ¿podemos considerar a este discurso como vacío? ¿se trata realmente de un discurso infértil, ineficaz en su aplicación clínica? Creo que una lectura de ese tipo implica una interpretación tan ingenua como peligrosa, en virtud de que supone desconocer aquello que inconcientemente o de manera deliberada se juega del lado del analista que asume dicha postura ante un paciente en la práctica clínica. Se impone así la consideración de un asunto diferente, más velado y por ende menos transitado en la literatura psicoanalítica: ya no el interés por el psicoanálisis, sino los intereses del psicoanálisis.
Reflexionar sobre esta cuestión implica necesariamente entrar en el terreno de lo político, lo social y lo histórico, en tanto estos constituyen reales que intervienen directamente en la producción de subjetividades, que impactan de diferentes maneras tanto en los sujetos que escuchamos a diario en nuestros consultorios, en los hospitales y en todo lugar en donde desarrollemos nuestra práctica, y por los cuales nosotros mismos estamos también atravesados. Pero también implica analizar los modos bajo los cuales estos ejes se despliegan al interior de las instituciones psicoanalíticas, instituyendo modos de encuadre, de escucha, de pensamiento y de intervención que determinan no solo el psicoanálisis que se practica sino también el modelo de sujeto que se encuentra en su horizonte.
¿Cuáles son los intereses a los que responden las instituciones psicoanalíticas hegemónicas en nuestro país?, ¿a qué intereses respondemos aquellos profesionales para los que el psicoanálisis constituye nuestra práctica?: interrogantes estos no sólo de orden teórico y práctico, sino también y fundamentalmente de carácter ético. Ensayar una respuesta a los mismos requiere, en primera instancia, un análisis del estado actual de cosas a este respecto al interior del campo disciplinar e institucional del psicoanálisis en nuestro país, al tiempo que nos conduce inexorablemente a la problemática de los vínculos entre psicoanálisis e ideología.

En cuanto a lo primero –el estado actual de cosas– resulta evidente que el psicoanálisis en nuestro país está monopolizado –tanto en sus formas de transmisión de la teoría y la técnica como en los medios para la formación de analistas– por instituciones que reproducen modelos hegemónicos, ya el de IPA, ya el de la “Escuela” lacaniana, tanto en un modo de organización estrictamente verticalista, pasando por las exigencias para acceder a la categoría de “candidato” y luego a la de analista, hasta en los criterios de selección de las problemáticas a investigar y los autores que se deben estudiar.  (de la “peste” al psicoanálisis funcional)Caracterizamos a estos modelos de institución (y, en última instancia, modelos de lo que se pretende “debe ser” un psicoanalista) como hegemónicos porque su influencia trasciende en gran medida al ámbito restringido de los “candidatos” –aspirantes a analistas– que se forman en cada una de ellas, impregnando de manera manifiesta o subrepticia la formación de la mayor parte de los profesionales de la salud mental cuya práctica está orientada por el psicoanálisis. Desde nuestro lugar sostenemos una oposición crítica a estos modelos de institución psicoanalítica, modelos que (re)producen en gran escala un psicoanálisis de elite que clausura la avidez teórica mediante la proscripción y exclusión sistemática de determinados autores; que restringe los modos de intervención sobre el sujeto a la clínica de consultorio privado considerada como el único espacio posible de ejercicio profesional; que en tanto terapéutica limita su acceso a aquellos que poseen los medios económicos para costearla; que limita su acción política a la crítica y la denuncia de modelos nefastos que luego reproduce en la clínica. Un psicoanálisis en definitiva capturado por la lógica del capitalismo neoliberal, puesto al servicio de perpetuar sus mecanismos de reproducción, y que bajo el pretexto de liberar al sujeto de sus conflictos inconscientes olvida –o no considera pertinente a su campo de acción, lo cual es lo mismo respecto a los efectos que ello produce– que aquel también está sometido (y no en menor medida) por un sistema político, económico y social que intenta borrarlo como sujeto y confinarlo al lugar de engranaje de la gran máquina. Son estos intereses los que han ido poco a poco corroyendo al psicoanálisis, haciendo mutar aquella “peste” vaticinada por Freud en un virus casi inofensivo que se adapta al funcionamiento del organismo de turno. (psicoanálisis e ideología)En relación a esto, la cuestión de los vínculos entre psicoanálisis e ideología, asunto sobre el que se suele hablar mucho sin decir nada y cuya discusión encuentra siempre una seudo-solución tranquilizadora en el resguardo tras la invocación de la “neutralidad analítica”, pretendida disociación –en mi opinión más esquizofrénica que instrumental– del sujeto-analista en sujeto por un lado y analista por otro. Si sostenemos que toda producción de subjetividad es estrictamente de carácter histórico, político y social, y consideramos “ideología” a todo sistema de ideas y significaciones imaginarias sociales que coagulan en cada sujeto en una determinada toma de posición por parte de este ante dicha realidad histórico-político-social, de ello se derivan algunas consideraciones de importancia. En primer lugar que la ideología (sea cual fuere), en tanto elemento constituyente de toda subjetividad, no es algo de lo que nos podamos desprender al momento de analizar a un paciente. Del mismo modo que el paciente trae a un análisis toda su subjetividad, el analista hace lo propio con la suya. En segundo lugar, aun si fuese posible para el analista operar este desprendimiento de su propia ideología (como lo sugiere el concepto de “neutralidad analítica”), considero que ello está lejos de constituir algo deseable para todo analista que considere al psicoanálisis no meramente como una técnica a aplicar sino como el ejercicio de una práctica en y con la cual uno se implica.
Desde esta perspectiva, la ilusión psicoanalítica de un purismo teórico y práctico no tiene porvenir alguno: toda teoría y toda práctica psicoanalítica se revela siempre e inevitablemente como cargada de ideología, en virtud de que aquellos que producen teorías y las traducen en una práctica clínica –a saber, los analistas– son sujetos en todos los casos resultantes de una construcción social, sujetos que no solo producen sino también reproducen discursos ideológicos, y que asumen –ya desde un lugar activo, ya desde la indiferencia– un posicionamiento político determinado. Con esto no sugiero transformar el espacio de análisis en un lugar de adoctrinamiento donde se busque inocular al paciente con el suero de nuestros ideales a fin de modelarlo a nuestra imagen y semejanza , sino asumir de manera conciente –y aquí el análisis personal de cada uno tendrá un lugar central– nuestro posicionamiento como sujetos psíquicos, sociales, históricos y políticos, des-velando nuestra propia clausura: solamente de esta manera nos prevenimos de que todo ello no devenga un escotoma en nuestra escucha, nuestro pensamiento y nuestras intervenciones. Parafraseando a uno de nuestros referentes en esta empresa, se trata de “hablar de la soga en la casa del ahorcado”, es decir, de hablar de una cuestión al interior del psicoanálisis que todos desmienten o en el mejor de los casos eluden . Se trata entonces de una apuesta por la honestidad subjetiva y científica reconociendo como propio un determinado posicionamiento en relación a la realidad histórico-político-social, y a nuestra comprensión de la teoría y nuestra práctica clínica como orientada por una ética acorde con dicho posicionamiento, ética que aspire a generar sujetos marcados por el deseo de un pensamiento crítico y no por el mandato de una adaptación sumisa.  (hacia un psicoanálisis 3)Estas son algunas de las cuestiones sobre las cuales hace ya algunos años venimos interrogándonos permanentemente un pequeño grupo de colegas en la ciudad de Santa Fe, en el convencimiento de que tal cuestionamiento constituye un ejercicio tan saludable como necesario para dar a nuestro pensamiento y nuestra clínica un carácter diferente, aspiramos más comprometido y fecundo. Este ejercicio de interrogación, en un primer momento individual, luego se hizo colectivo, llegándose a articular en un movimiento de reflexión y cuestionamiento del psicoanálisis que leemos y practicamos, y que implica al mismo tiempo como exigencia ineludible una consideración crítica de la realidad histórico-político-social de nuestra coyuntura actual; en este sentido –y retomando lo planteado al principio de este artículo– no consideramos a los entrecruzamientos entre el psicoanálisis y otras ciencias y prácticas sociales como “aplicaciones no psicoterapéuticas del psicoanálisis” sino como una reflexión que orienta nuestra práctica clínica. Este movimiento intenta ser plenamente instituyente e instaurar en el campo disciplinar del psicoanálisis la toma de conciencia respecto de la urgente necesidad de un “psicoanálisis 3” , formulación que remite solamente a una forma de nominar nuestra propuesta de una reubicación del psicoanálisis –entiéndase: de las prácticas, las teorías y las instituciones psicoanalíticas– como praxis subjetiva, social y políticamente revolucionaria, por así decir “en la vereda de enfrente” respecto del psicoanálisis predominante en la actualidad, funcional a los intereses de la cultura dominante. Y digo re-ubicar porque la pretensión de un psicoanálisis de ese tipo supone un retorno sobre el carácter profundamente subversivo del psicoanálisis freudiano, cuyo valor reside no solo en haber sido la teoría que sostenemos mejor da cuenta de los modos de padecimiento psíquico y subjetivo y que articula una propuesta innovadora y efectiva de abordaje de los mismos, sino también y fundamentalmente en el cuestionamiento radical de los pilares en los que se apoya gran parte de la cultura y la sociedad occidental, tales como la supremacía de la conciencia, la moral y los valores “universales”, la existencia de Dios y los efectos de los discursos del Estado, la Iglesia y el ejército sobre el sujeto psíquico. Sin embargo esta propuesta de un psicoanálisis 3 no se reduce a una reubicación del psicoanálisis en su carácter subversivo original, sino que implica al mismo tiempo y necesariamente una redefinición del sentido que los profesionales de la salud mental imprimimos a nuestras teorías y nuestras prácticas.
De esta manera, un pensamiento y una clínica psicoanalítica que se pretendan coherentes con esta propuesta no pueden sino estar orientados desde bases sólidas y definidas: bases teóricas que al tiempo que sostengan la existencia de ciertos universales inherentes a los modos de funcionamiento del aparato psíquico (la existencia del inconciente, el complejo de Edipo y el conflicto intersistémico, entre otros) pongan en caución aquellos elementos del edificio conceptual cuya formulación y sentido están sobredeterminados por razones ideológicas conservadoras (por ejemplo cuando se propone una equivalencia entre principio de realidad y sometimiento del sujeto a la lógica y las reglas del sistema neoliberal); bases políticas e ideológicas que den cuenta de nuestro posicionamiento subjetivo –es decir, tanto personal como profesional– ante el sistema político, económico y cultural vigente en esta coyuntura histórico-social y los efectos que este produce tanto sobre los sujetos como sobre los colectivos, posicionamiento que necesariamente debe trascender el trabajo de pensamiento para inscribirse en una práctica clínica implicada; bases técnicas y metodológicas desprendidas de aquellos lastres propios de la teoría de la técnica que históricamente –sobre todo por las mismas condiciones de partida del método psicoanalítico– han situado al análisis individual en consultorio privado como el “verdadero psicoanálisis”, relegando a toda otra forma de aplicación del análisis (tanto individual como grupal) a un lugar marginal; por último, bases institucionales desde las cuales los criterios para la formación de analistas, la transmisión del psicoanálisis, las actividades de investigación y los debates intra e interdisciplinarios den cuenta no sólo de un pronunciamiento sistemático frente a los efectos que produce el modo de producción de subjetividad propio del sistema neoliberal, sino que también se articule –para las propias instituciones, para los profesionales que las conforman, y para los sujetos de análisis– en nuevas formas de inserción social y acción política y científica.
  Todas estas cuestiones constituyen tópicos que no admiten mayor postergación para ser pensados y articularse en una praxis concreta, decisión que implica despojarnos de una vez y para siempre de las excusas y racionalizaciones a las que se acudió históricamente, ya que –como afirmó una vez Gregorio Baremblitt– “no siempre lo impensable lo es por resistencia, y a veces calificarlo así es una táctica” . En cualquier caso, no podemos perder de vista que el psicoanálisis constituye siempre una praxis productora de subjetividades: que se trate de subjetividades signadas por la autonomía del pensamiento y la acción individual y colectiva, o de subjetividades resignadas a un destino inevitable de adaptación a cualquier condición impuesta, esto es algo que depende de nosotros trabajadores del campo de la salud mental.

* Licenciado en Psicología  (e-mail: ignaciochiara [at] yahoo.com.ar).

Lejos de resguardarme de esa posible acusación, que algunos plantearán no obstante la salvedad hecha, considero pertinente dicha aclaración en virtud de que seguramente aquellos que eso objeten son seguramente también los que en su práctica clínica permutan la “dirección de la cura” por  una “dirección de la vida” del paciente. Como queda claro, esa no es nuestra ética.

No nos asombra, por ejemplo, la desmentida que un miembro y pionero de la Asociación Psicoanalítica Argentina como Fidias Cesio (en su libro “La gesta psicoanalítica en América Latina”) realiza respecto de grupos de la importancia de Plataforma y Documento, integrados por analistas (M. Langer, J. Bleger, A. Bauleo, Hugo Bleichmar y G. Baremblitt, entre otros) que se autoexcluyeron de APA en 1969 al adoptar una actitud crítica respecto de la ubicación y la función del psicoanálisis de la época.

Para comprender el por qué de esta denominación de “psicoanálisis 3”, remito al lector al artículo de Gregorio Baremblitt “Psicoanálisis, política e ideología” (en “Cuestionamos”, Granica Editor, Buenos Aires, 1971).

Gregorio Baremblitt, “Psicoanálisis y política (Panorámica para la sospecha)”, en “Saber, poder, quehacer y deseo”, Nueva Visión, Buenos Aires, 1988.

 

 
Articulo publicado en
Noviembre / 2008