Frente al acontecer de lo contemporáneo se hace factible la aceptación y visibilización de lo que muchos consideran “nuevas” o “modernas” presentaciones identitarias. Estas formas de autopercepción nada tienen que ver con lo nuevo o lo moderno, las mismas se dan en el interjuego contextual que va posibilitando que determinados sectores de la sociedad, denominados históricamente como minorías, vayan teniendo un reconocimiento social que se corre del modelo hegemónico heteronormado que ha oprimido todo lo que esté por fuera de la norma de manera sistemática y cultural a través de los tiempos.
La noción de sujeto ha transitado por diversos enfoques como sujeto de conocimiento, sujeto ético y sujeto político; esta noción moderna de la condición humana pone el acento en alguien que es lo que es porque responde a su propia naturaleza: racional, social y política. Lo que subyace es lo que hace a ese animal humano un sujeto, lo sostiene. Como concepción antropológica, la de “sujeto” es heredera del término utilizado por Aristóteles hypokeímenon.
Se cae de maduro para cualquiera que amar depende de una elección. Amar es elegir, de entre el conjunto de los seres, a aquellos a los que se quiere ayudar, con los que se quiere ser solidario, a los se les quiere dedicar su cariño, su tiempo, sus bienes, con quienes se quiere construir, crear; en resumen: aquellos con los que se quiere estar y vivir, compartir la vida.
Solamente el escribir el título de este texto me da escalofríos, creo escuchar, o por lo menos lo imagino, una risa “diabólica”, la amenaza se actualiza, la fragilidad de la vida se manifiesta: ¡el mal existe!
En efecto, si bien la cuestión del mal evoca inmediatamente un territorio teológico, místico, la diferencia reside en el hecho que siempre hizo falta mucha tinta y mucha fe para creer en dios y que, por el contrario, nadie duda de la existencia del mal.
Pero ¿qué es el mal? y ¿cómo podemos pensar hoy, en 2012, esta cuestión?
La frase es clara como el agua. Mueve inmediatamente a un acuerdo programático: el cuidado de la vida humana tiene prioridad ética sobre cualquier otro, incluso sobre el de la flora y la fauna. La frase a la que nos referimos -parte del discurso de nuestra Presidenta en la apertura del Congreso- dice así: “Es muy loable cuidar la fauna y la flora, pero primero hay que cuidar a la especie humana: que tenga trabajo, que tenga agua, que tenga casa.”[1].
Cuando la luz comienza a desteñir las sombras que rodean los mandatos se pueden vislumbrar como relámpagos las prácticas, a veces espurias, que los sostienen. Al iluminar nuestros orígenes -donde el mito se entreteje con la historia- surgen vestigios de las llamas que forjaron los inicios y ante nuestros ojos asombrados desfilan, como en una linterna mágica, asesinatos, estupros, traiciones, incestos, parricidios y fratricidios. Figuras y conceptos que se podrían expresar en pocas palabras: hablemos de transgresión.
El pasado 4 de setiembre falleció León Rozitchner. Resulta extraño resumir en una breve frase el final de una vida. De cualquier vida. Pero especialmente para nosotros de la vida León Rozitchner. No fue solo un colaborador permanente de nuestra revista ya que fue un referente intelectual para el desarrollo de las ideas que fuimos elaborando en todos estos años.
Si nos tomamos en serio el carácter prematuro del nacimiento del hombre a la cultura, quiero decir del niño que nace de vientre de madre y forma con ella al comienzo el primer Uno que sólo el tiempo irá desdoblando y separando. Y reconocemos por lo tanto en nuestro origen la existencia de una etapa arcaica en la infancia donde la carne, materia ensoñada desde el origen de la materialidad humana, organiza las primeras experiencias en unidad simbiótica con el cuerpo que le dio vida, absoluto sin fisuras donde el sueño y la vigilia no estaban separados todavía.
La legitimidad es la relación de correspondencia que se establece entre la intimidad de los juicios de la conciencia y la exterioridad objetiva de las prácticas y de las instituciones.
Según el estructuralismo el ser humano como tal no existe porque su base conceptual originaria ha cambiado de modo que ahora o en adelante sólo se concibe un resultado cambiante por una cultura social, y esto quiere decir que comporta toda verdad una estructura. Lo verdadero del ser humano anterior es irrecuperable en cuanto a que “ahora” es un resultado o algo distinto.
Como tantos otros términos de uso muy frecuente, el de subjetividad tiene tal amplitud como escasa precisión, tal como lo demuestra una somera revisión a diccionarios en general y especializados de distintas disciplinas en particular.
Carla Delladonna (compiladora), Rocío Uceda (compiladora), Paulina Bais, María Sol Berti, Susana Di Pato, Marta Fernández Boccardo, Romina Gangemi, Maiara García Dalurzo, Bárbara Mariscotti, Agustín Micheletti, María Laura Peretti, Malena Robledo, Georgina Ruso Sierra