Los analistas de niños, cual artesanos a la hora de elegir recursos para intervenir, solemos guardar en la manga unos cuantos. En todo caso portamos una bolsa con un poquito de cada: las palabras en todas sus expresiones y formas: preguntas (¿de quien te acordás cuando me contás esto?), interjecciones (¡qué lío se te debe armar en la cabeza...!), reflexiones (tal vez te asustaste cuando te apagaron la luz..); la voz en todas sus inflecciones: crear un clima acogedor para promover la reflexión; sostener el silencio activo de guardarse las palabras por un rato largo para no pinchar el globo que se va inflando trazo por trazo hasta que se completa y se pinta el dibujo, (porque a casi todos los niños les molesta que se les pregunte algo acerca del dibujo antes de concluirlo).
Tal vez haya algunos recursos que sean los verdaderos reyes de la escena: nuestra mirada interesada y curiosa, y los climas de nuestra voz, que son la sal y la pimienta de la interpretación. Y como ingrediente principal, la ausencia de certezas. La certeza de un analista adulto no hace más que aumentar la asimetría con el niño y parece ser escuchada casi siempre como sentencia o mandato. Tal vez..., por ahí..., me parece que..., ¿podría ser que...? son el mango de la sartén. Si uno no se agarra de ahí se quema.
No se puede apagar el fuego y llamar a comer si antes no se va probando el punto. Tampoco hay interpretación sin pruebas ni ensayos. Una verdad dicha así, de golpe, es como destapar la olla y nublarse de vapor. Mucho no se ve.
En el menú del análisis infantil la interpretación suele ser el plato fuerte, entendido éste como un lugar por el que indefectiblemente hay que pasar en algún momento. Me refiero a la importancia de la “puesta en palabras” por parte del analista que habilita al niño, y le traza un camino en la simbolización, aunque muchos otros recursos (intervenciones del analista en el juego desde un personaje, preguntas sobre la dinámica del juego o el dibujo orientadas a preparar una interpretación) sean implementados.
La infancia es una etapa en la cual el niño va realizando un paulatino desprendimiento del cuerpo de la madre; y el contacto alrededor de la higiene, la alimentación, la defecación, la puesta de límites y la transmisión de afectos de los adultos significativos por vía corporal son muy intensos. El analista de niños, al privilegiar la palabra como intermediadora, permite también sostener la abstinencia frente al uso de su cuerpo en contacto directo con el cuerpo del niño.
Cuando Fernando de 5 años va al baño en la sesión y deja la puerta abierta, le pido que la cierre quedando solo en el baño, le digo que me quedaré cerca y que cuando tenga que limpiarse, si él solo no puede, le iré diciendo, paso por paso, con palabras, y del otro lado de la puerta, cómo hacerlo. No acepto verlo desnudo ni tocarlo para limpiarlo.
Si se trata de conceptualizarlo, ¿qué estoy haciendo? Pienso que estoy operando en un psiquismo en constitución ayudando a construír los diques de la represión, especialmente el pudor.
Pienso que el analista de niños debe rehusarse al uso de su cuerpo en contacto con el del niño salvo en aquellas situaciones en las cuales el uso de la palabra fuera ya imposible.
Cuando Fernando llegó al tratamiento tenía trastornos en la construcción del lenguaje. Pronunciaba bien las palabras pero era difícil comprender lo que quería expresar. Esto estaba vinculado a una falla en la constitución del Yo por la cual no podía emplazarse en una posición de sujeto para hablar.
Tenía un papá muy amenazador. Frente a un comentario de Fernando de que le dolía la pierna decía el padre: Esperá que traigo el serrucho y te la corto. También le decía que se portara bien porque él sabía siempre qué estaría haciendo su hijo aún sin verlo.
A Fernando le costaba bastante entrar solo al consultorio al principio. Las primeras veces lo hizo con su mamá. Después empezó a quedarse solo. Tenía mucha desconfianza.
Un día, después de varias sesiones en que entraba solo, llegó furioso porque quería que la madre se quedara. No quería entrar. Le pregunté a la mamá qué había pasado y ella respondió que ese día él no quería venir. Pensando que sería importante que él desplegara todos sus temores alrededor de quedarse solo conmigo y llegar a ponerle palabras, lo agarré fuerte con los brazos y lo introduje en el consultorio. Cerré la puerta de calle y le dije que nos quedaríamos el tiempo de la sesión y que su mamá vendría a buscarlo como siempre. Él pataleaba e intentaba evitarlo. Estuvimos unos minutos en el pasillo de entrada mientras gritaba y pateaba todo. Lo metí adentro. Entró corriendo y fue a agarrar un reloj que hay sobre el escritorio para romperlo. Se lo saqué. Enseguida tomó la tijera y cortó una hoja de una planta e intentó amenazarme con la tijera. Se la saqué. Dijo: _ Yo hago lo que quiero. Le dije que él podría hacer lo que quisiera siempre y cuando no se lastimara, no me lastimara a mí ni rompiera el consultorio.
Mientras ocurría todo esto yo pensaba que no cabía allí ninguna interpretación. Sólo había que contener lo pulsional usando todos los recursos posibles: mi cuerpo, mi fuerza, mis brazos y alguna palabra que lo reforzara: ¡Pará Fernando! Agarrarlo fuerte, sacarle lo que nos pusiera en riesgo. Pensaba que una interpretación en ese momento sería un proyectil más, pero esta vez mío hacia él.
Después de un rato empezó a calmarse, se estiró en el diván, se quedó quieto un rato mientras me miraba. Me dijo: _ Las cosas que estoy hablando con mi papá en mi casa, porque vos estás espiando.Mi papá me dijo que vos espiás mucho y él te ve mucho.
Yo le dije: ¡Me imagino qué temor te debe dar venir y quedarte solo conmigo dejando a mamá y a papá afuera curiosos de lo que hacemos aquí! Yo te creo, debés tener miedo de que no haya ningún lugar cerrado y seguro, ni el consultorio ni tu propia cabeza.
Me pidió marcadores y hoja para dibujar.
Si tratara de conceptualizarlo, ¿qué ocurrió? Cuando Fernando entró al consultorio, en pleno ejercicio pulsional, intervine con mis acciones tratando de instalar un dique que le ayudara a abandonar y reprimir los deseos que ligan su sexualidad a las pulsiones parciales. Esto posibilitó la vigencia de condiciones para el uso de la palabra y el pensamiento por parte de Fernando y mía, y para que él simbolizara dibujando. ¿Qué hubiera ocurrido si yo hubiera empezado a interpretarle mientras él hacía volar objetos y patadas en el pasillo o en el consultorio?
Recibir una interpretación cuando no hay condiciones para que sea escuchada es como recibir una piña desprevenida. No sirve y encima alienta la paranoia: el niño puede sentirse manipulado y desplegar una resistencia al análisis. Creo que, desde el terapeuta, es sólo un modo de usar su poder de adulto en un momento en el cual se siente débil porque ha visto resentida su capacidad de pensar a causa de la violencia suscitada en el consultorio.
Crear condiciones para hablar escuchándose. Tal vez de eso se trate. Las palabras, en su función simbólica y simbolizante, requieren de un sujeto que enuncie y a la vez pueda escuchar su propio enunciado. Y ahí se juega el arte del analista de cómo sacar de la manga el recurso más apropiado, el que cree las condiciones para que él y el paciente hablen y sean escuchados.
Tal vez haya pocas profesiones que pongan tan en juego la capacidad de espera del ser humano como la de ser analista.
Susana Toporosi.
Psicoanalista
stoporosi [at] latinmail.com