Si hay algo que está cambiando en nuestro tiempo, es la sexualidad de los adultos y los niños. La represión que operaba sobre la genitalidad de los adultos, hoy se ha aflojado y podríamos preguntarnos qué efectos esto ha producido en la sexualidad infantil.
Los padres atraviesan una crisis a partir de la caída de la jerarquía paterna. Para no censurar ni reprimir excesivamente, se preguntan cómo intervenir, qué regulaciones producir; pero muchas veces se asustan bastante y no dicen ni hacen nada.
Lo mismo ocurre con los maestros que, viviendo en una sociedad en la que los ideales pasan por una sexualidad menos represiva, pero estando la institución educativa conducida aún por docentes formados con ideales más represivos; y además atravesados hoy por los fantasmas del riesgo de ser acusados por abuso sexual, temen realizar intervenciones inadecuadas y muchas veces no saben qué decir ni qué hacer.
Con el fin de poder discriminar y, a partir de allí, plantearnos como adultos la necesidad de intervenir o no, y cómo hacerlo, puede ser útil diferenciar si estamos frente a juegos sexuales, necesarios y normales en la infancia, o frente a alguna otra cosa producto de la intrusión traumática de la sexualidad adulta.
Recordemos que siguiendo a Freud hacemos una diferencia entre sexualidad adulta e infantil, y que lo que caracteriza a esta última es ser autoerótica, es decir, que aún no está dirigida a otra persona, sino que se satisface mayormente en el propio cuerpo. Su meta o fin sexual es la búsqueda de satisfacción mediante la estimulación apropiada de la zona erógena elegida, y las pulsiones parciales (oral, anal, fálica) funcionan al principio independientemente, no organizadas. En este sentido, Freud sostiene que, en una disposición perversa polimórfica, por la falta de diques de pudor, repugnancia y moral ya que aún no están constituidos, la seducción del adulto puede conducirlo a una sexualidad polimórficamente perversa.
Hablamos de juegos sexuales, como parte de la sexualidad infantil, básicamente cuando hay acuerdo entre ambos niños de jugar a ese juego. El mismo tiene un nivel de representación que implica una transformación y una sublimación. Se juega al doctor y cada uno representa un personaje, hay una transformación en la asunción de esos roles. El juego suele tener reglas acerca de las cuales se ponen de acuerdo ambos niños. Un niño mira y toca a otro como si fuera un médico y es mirado y tocado por el otro como si fuera un paciente. Otra característica de los juegos sexuales es que ambos niños suelen hacerlo en complicidad, en secreto hacia los adultos, y sin relatárselos nunca.
¿Cuándo pensamos que no se trata de un juego? Cuando un niño obliga a otro y lo somete a realizar algo que no desea. Se instala una situación sometedor-sometido, y lo que está en juego es el ejercicio del poder de un niño sobre otro. Esto se puede producir no sólo entre un niño más grande y otro más pequeño, o entre un adolescente y un niño, sino también entre niños de edad similar. Esto suele despertar angustia en quien no pudo evitar quedar sometido, y suele ser relatado a un adulto cercano que le resulte confiable de que lo va a escuchar y le va a creer. En este caso estaríamos hablando de prácticas abusivas de un niño hacia otro, o de un púber o adolescente hacia un niño, que diferenciamos de abuso sexual, ya que esta última categoría queda reservada para la intromisión de la sexualidad adulta en la infancia o en la adolescencia. Las prácticas abusivas de un niño o adolescente hacia otro se producen en una etapa en que aún está el psiquismo en constitución, y nos alertan acerca de la posibilidad de estar frente a una cadena de abusos, o sea, de que el niño, púber o adolescente sometedor esté repitiendo compulsivamente un abuso sufrido en su propia infancia por parte de un adulto. La intromisión de la sexualidad adulta en el niño resulta traumática porque no tiene resolución la tensión psíquica, aunque el niño haya sentido placer en alguno de los episodios del abuso. Tampoco tiene capacidad de simbolizar y comprender lo que está ocurriendo, y si esto no produce un estallido en la edad en que se produjo el abuso, suele producirse con la llegada a la pubertad en que el suceso se resignificará como genital. Así, hay adolescentes que, habiendo sido abusados en la infancia, presentan una corriente psíquica ligada al traumatismo y desarrollan una compulsión.
Willy de 14 años fue traído a la consulta por su madre ya que le había apoyado el pene en la cola de su sobrina de 5 años en dos oportunidades, intentando penetrarla. La niña se lo relató a su madre, hermana de Willy, y la situación se interrumpió. Willy había crecido en una familia con varios hermanos, siendo él el sexto. Su padre, que permaneció junto a él durante su primer año de vida, se alejó luego sin preguntar por él ni visitarlo. Willy viene a la consulta y no habla, permanece mudo. Según su madre nunca vivió un episodio de abuso sexual, pero no lo sabemos. Según la madre vivió el abandono de su padre como algo muy humillante y presenta en la escuela episodios de rebeldía no aceptando las consignas, pegando a veces a sus compañeros y buscando su sometimiento. Podríamos pensar que desde una corriente psíquica ligada a un traumatismo, Willy desarrolló una compulsión que lo llevó a apoyar el pene en la cola de su sobrina, y desde otra corriente psíquica narcisista, aquello que podría haber sido una humillación en la relación con su padre devino en buscar enfrentamientos, no aceptar consignas y buscar el sometimiento de sus compañeros en una inversión de lo pasivo en activo. No podríamos descartar que alguna vez aparezca el relato de un abuso sufrido en su infancia, ya que su silencio podría “hablar” de ello.
Hasta aquí los juegos sexuales infantiles y las situaciones abusivas. Sin embargo, estas dos categorías no cubren la diversidad de situaciones que se presentan. En escuelas, consultorios, hospitales, pueden escucharse hoy relatos que nos sumergen en preguntas acerca de qué cambios se han producido a partir de características que hacen a nuestra cultura actual. Relataré algunos ejemplos:
Estamos frente a dos situaciones que podríamos denominar por el momento prácticas sexuales entre niños. No se trata de juegos sexuales, no hay nivel de representación ni transformación simbólica. Hay repetición, se reproducen escenas sexuales vividas o vistas por alguno de los niños que posiblemente resultó traumatizado por la visión de sexualidad adulta, y hay una convocatoria a la intervención de los adultos. Según la noción freudiana de trauma, éste es un “acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica. El aflujo de excitaciones es excesivo en relación con la tolerancia del sujeto y su capacidad de controlar y elaborar psíquicamente dichas excitaciones”2
Podríamos preguntarnos: ¿que cambió en nuestra cultura para que todo esto aparezca?
Estamos frente a una simetrización, un borramiento de las diferencias entre adultos y niños. Hay un analizador para tomar en cuenta. Recordemos cuando años atrás en la TV llegaba la hora de protección al menor. Aparecía la imagen de un niñito con una almohadita que marcaba el fin de la protección a los niños de la presencia de imágenes con sexualidad adulta. Esta protección ha desaparecido. Y se produce una contradicción: mientras se duda si hablar o no de temas sexuales en las escuelas, los medios de comunicación usan la sexualidad para lograr mayor audiencia, banalizando las relaciones sexuales o usando sexo explícito entre adultos o adolescentes en telenovelas o series.
En la economía de mercado la sexualidad es un producto rentable para vender. El mercado no funciona con ninguna otra lógica que la de vender y ganar más. Internet y los medios de comunicación han contribuido a la simetrízación entre adultos y niños: somos todos consumidores por igual y a los efectos de vender ya no interesa producir ninguna regulación que limite. Y estos bordes que tienen que separar a la genitalidad y a los niños también se han borrado en la vida cotidiana. Los niños y adolescentes quedan así expuestos a ver y escuchar escenas que los sobreexcitan y que no pueden metabolizar, y están bastante solos frente a todo esto.
Como efecto también de esa simetrización, los discursos actuales producen realidades en que los chicos no son vistos como niños; un niño puede ser acusado por algún adulto de “violador” porque le bajó los pantalones a otro para mirarle los genitales.
Los tiempos en que la sexualidad infantil no se mostraba a los adultos, y la genitalidad no se mostraba a los niños parece haber terminado, y algunos efectos está produciendo.
Los relatos 1 y 2 pertenecen al libro: “La sexualidad y los niños. Ensayando intervenciones”, de Elina Aguirre, Miguel Burkart Nöe, Adriana Fernandez, Adrián Gaspari y Carolina Haftel. 2008 Lugar Editorial, Buenos Aires.
BIBLIOGRAFÏA:
2- Laplanche, Jean y Pontalis, Jean-Bertrand, Diccionariio de Psicoanálisis, Editorial Labor, Barcelona, España, diciembre de 1971
3- Seminario de Silvia Bleichmar “La sexualidad infantil: de Hans a Jhon/Joan”. Hospital de Niños, 1999. Buenos Aires.