Llevamos casi dos años en un mundo conmocionado por la pandemia. Esta crisis dejó a la vista las contradicciones de un sistema que no puede garantizar ni la salud ni la vida de millones de personas, porque prioriza las ganancias de unos pocos. Tan solo en el último año, 100 millones de seres humanos cayeron en la pobreza, mientras que las 500 personas más ricas del planeta obtuvieron el mayor crecimiento de su patrimonio en una década. Al mismo tiempo que las multinacionales farmacéuticas hicieron fabulosos negocios con las vacunas, ha crecido la precariedad de la vida y ha aumentado la carga de los trabajos domésticos para las mujeres en los hogares. No es el virus, es el capitalismo patriarcal y racista.
Tan solo en el último año, 100 millones de seres humanos cayeron en la pobreza, mientras que las 500 personas más ricas del planeta obtuvieron el mayor crecimiento de su patrimonio en una década
Esta pandemia también ha puesto de manifiesto lo que desde algunos sectores del feminismo se viene señalando hace tiempo: los trabajos de cuidados y los empleos más precarios siguen recayendo en las mujeres. Durante décadas, los Estados recortaron servicios públicos, mientras se promovió el ingreso de empresas privadas en sectores como la sanidad o el cuidado de ancianos. A su vez, se impulsó una mayor demanda desde el norte global para una mano de obra feminizada y migrante en el trabajo doméstico y otros empleos precarios. Pero esto no implicó una reducción en la cantidad de horas dedicadas al trabajo doméstico para la gran mayoría de las mujeres.
La crisis también evidenció quiénes ocupan los trabajos esenciales. Las trabajadoras y los trabajadores del campo, las que trabajan en envasadoras y fábricas de alimentos, las cajeras de supermercados, limpiadoras de hospitales, cuidadoras de ancianos, las enfermeras y médicas, entre muchas más, junto con sus compañeros en los centros de logística, producción y distribución, han estado en la “primera línea” durante la pandemia. Lo que nos interesa destacar en este artículo es que ellas también comienzan a estar en la “primera línea” de la resistencia ante una redoblada precariedad.
En los últimos años se vivieron a nivel global importantes jornadas de protesta y movilización del movimiento de mujeres y LGTBI. Si ponemos el foco en la intersección de clase y género, vemos que diferentes sectores de trabajadoras participaron de las huelgas del 8M en el Estado español, Francia, Italia, Argentina, Chile y otros países con reivindicaciones propias contra la precariedad, por el derecho a la vivienda, contra el racismo institucional o denunciando los abusos laborales.
En diciembre de 2020, en plena segunda ola de la covid, se realizaron las Jornadas “El feminismo sindicalista que viene. Trabajadoras somos todas” en el Museo Reina Sofía de Madrid.2 Allí se encontraron trabajadoras que, desde diferentes trincheras, se organizan en medio de la crisis: auxiliares de residencias de ancianos, limpiadoras de hospitales y de hoteles, trabajadoras del hogar, asociaciones de trabajadoras sexuales, jornaleras del campo, comisiones de mujeres migrantes y otras. Quiero destacar aquí algunas de estas experiencias, que permiten dar cuenta de un cambio subjetivo en sectores de trabajadoras en lucha.
Las Kellys son trabajadoras precarias de las cadenas hoteleras en España. Su nombre proviene de que ellas son las-que-limpian las habitaciones (las kellys). En su mayoría migrantes y racializadas, ocupan los trabajos menos valorizados en el gran negocio turístico. Desde hace varios años participan de las movilizaciones feministas y han sido pioneras en la lucha contra la precariedad laboral y la externalización de los empleos (tercerizaciones), exigiendo ser contratadas de forma directa por los hoteles, el reconocimiento de enfermedades laborales, seguro por desempleo, etc. Tienen plataformas activas en decenas de ciudades españolas, en especial en la costa Mediterránea.
Esta pandemia también ha puesto de manifiesto lo que desde algunos sectores del feminismo se viene señalando hace tiempo: los trabajos de cuidados y los empleos más precarios siguen recayendo en las mujeres
Las Jornaleras de Huelva en lucha es una asociación de trabajadoras que surgió hace tres años para enfrentar la explotación laboral en los campos de Andalucía. En esta región se recolectan toneladas de frutos rojos que empresas multinacionales exportan a Europa. Cada año, llega a la zona un contingente de 18.000 temporeras provenientes de Marruecos para trabajar en la cosecha por unos meses. La contratación temporal, coordinada por los gobiernos de ambos países, establece condiciones muy claras: deben ser mujeres con hijos menores a su cargo. Así se aseguran de que, al terminar la cosecha, no se quieran quedar ilegales en España. Patriarcado, racismo y capitalismo actúan en común para garantizar las ganancias empresarias.
Entrevistamos en varias ocasiones a Ana Pinto, una de las referentes de las Jornaleras de Huelva, y le consultamos cómo lograron organizarse en un sector laboral muy difícil, con mujeres que no hablan el idioma, no tienen documentación ni derechos laborales. “Si te dijera la red que tenemos ahora mismo, no te lo creerías. Esto surgió inicialmente en 2018, gracias a la denuncia de las compañeras marroquís”, explica. Se refiere a las jornaleras que en aquel año se animaron a declarar públicamente contra los abusos sexuales y laborales que ocurrían en una de las empresas del sector. Los abusos sexuales habituales en los campos de Andalucía, al igual que ocurre en la cosecha de tomates en el sur de Italia, o en las fincas de frutas en California. Tal como hemos analizado en otro trabajo3, frente a esta situación, a un lado y otro del mapa grupos antirracistas y asociaciones de trabajadoras del campo exigen la regularización inmediata de las migrantes, la anulación de las leyes de extranjería, viviendas dignas, un salario mínimo, libre sindicalización y reducción de la jornada laboral. Son demandas que ningún gobierno, ni los conservadores ni los “progresistas” como el del PSOE-Podemos en el Estado español, han resuelto. Y aunque esto, si se lograra, permitirían mejorar las condiciones laborales de toda la clase trabajadora, tanto inmigrante como nativa, para los sindicatos mayoritarios tampoco es una prioridad. “Es parte también de nuestro problema, la pasividad y el consentimiento de los grandes sindicatos con lo que ocurre aquí en nuestra provincia”, asegura Ana Pinto.
Organizaciones de trabajadoras del hogar en varios países exigieron desde el comienzo de la crisis sanitaria medidas como subsidios de emergencia, la regularización de las personas migrantes y el reconocimiento de derechos laborales
La jornalera andaluza reflexiona sobre su encuentro con el feminismo, y cómo sectores de las mujeres trabajadoras se proponen transformarlo: “Cuando empecé a conocer la situación de las compañeras marroquís, empecé a sentir que para nada ese feminismo de los techos de cristal nos representaba. Ni a las jornaleras, ni a las compañeras que vienen de otros países, ni a la clase trabajadora más precaria. Entonces, creo que nosotras mismas hemos tenido que reinventar nuestro feminismo y nuestra propia lucha, en la que todas nos sintamos representadas.”
En medio de la pandemia, algunas trabajadoras del hogar4 han comenzado a organizarse, superando el aislamiento del sector. Para muchas de ellas, la pandemia implicó tareas extra, para otras, quedarse sin ingresos. Organizaciones de trabajadoras del hogar en varios países exigieron desde el comienzo de la crisis sanitaria medidas como subsidios de emergencia, la regularización de las personas migrantes y el reconocimiento de derechos laborales. Si el lugar de trabajo es el mismo espacio en el que se duerme y en el que se pasa el tiempo libre entonces el confinamiento puede transformarlo en una cárcel. “Nosotras tenemos una frase: Trabajo de interna, esclavitud moderna”, dice Edith Espínola, portavoz de Sedoac (Servicio Doméstico Activo).
Marina Díaz es de Honduras y trabaja hace 13 años en España. Explica que las trabajadoras del hogar han sido uno de los sectores más afectados por la crisis de la covid. Con el cierre de los colegios, los niños en las casas y el teletrabajo de sus empleadores, todo se complicó. Para ellas esto generó una sobrecarga. “Y nosotras también tenemos familias que cuidar, pero eso no se tuvo en cuenta”, asegura. En octubre de 2020 nació en España el Sindicato de Trabajadoras del Hogar y los Cuidados (SINTRAHOCU). En su presentación, denuncian la precariedad: “Aislamiento, despidos injustificados, abusos laborales, etc., son algunas vulneraciones de derechos que enfrenta el sector. La pandemia ha sacado a la luz la exclusión y explotación que venimos denunciando desde hace años”. La crisis también puso en evidencia que ejercen “un trabajo fundamental”, porque son ellas quienes “a través de los cuidados hacen viable y digna la vida, desde la primera fila de lucha”. “Pero no fuimos incluidas en ninguna de las medidas del Gobierno. ¡Somos trabajadoras esenciales sin derechos laborales!”, afirman.
En medio de la pandemia, se han desarrollado huelgas y nuevas formas de autoorganización, cuestionando el papel de las burocracias sindicales y cruzando las dimensiones del género, el antirracismo y la clase
El fenómeno es global. Hace unos años, un equipo médico descubrió un malestar particular que aquejaba a cientos de mujeres en una clínica en Iasi, Rumania. Los síntomas eran fuertes dolores corporales, angustia, depresión, estrés e incluso alucinaciones. ¿Qué tenían en común esas mujeres? Todas habían trabajado como badanti (cuidadoras de ancianos, niños o enfermos) en Italia por más de una década. Volvían rotas, habiendo perdido años de relaciones familiares y sociales. Los investigadores llamaron a ese malestar el “síndrome italiano”. Más de un millón y medio de trabajadoras del hogar ejercen como cuidadoras en Italia, en su mayoría son rumanas, ucranianas y moldavas. Mientras en países como Italia se requieren cada vez más cuidadoras para las personas ancianas, en Rumanía ocurre un fenómeno paradojal: las personas mayores están cuidando a sus nietos, para que sus hijas cuiden, por salarios miserables, a los abuelos de otros.
Las migrantes se ocupan como trabajadoras del hogar, cuidadoras de niños y ancianos, limpiadoras, etc. Toma forma lo que se ha denominado una cadena global de cuidados y familias transnacionales, marcada por el racismo, las fronteras y la explotación. Estos trabajos son esenciales para la reproducción social capitalista, porque garantizan una parte de la reproducción de la fuerza laboral en los hogares, ya sea como trabajo asalariado o como trabajo doméstico no pago. Sin embargo, siguen siendo desvalorizados, como si se tratara de una tarea secundaria. Esta depreciación no solo es simbólica, sino concreta y material, ya que en muchos países el trabajo doméstico no se encuentra regido por la misma legislación laboral que ampara al resto de los empleos. Bajos salarios, falta de regulación, ausencia de derechos laborales básicos como vacaciones, bajas médicas, seguro de desempleo, despidos “fulminantes” por parte del empleador o la empleadora, horas extras no pagadas, pero también maltratos físicos y psicológicos, humillaciones y abusos sexuales son parte de la experiencia de miles de trabajadoras domésticas en todo el planeta.
“No somos esclavas” ha sido el grito de muchas trabajadoras desde sus lugares de trabajo en medio de la crisis actual. Destaquemos aquí, por último, las luchas de las trabajadoras en las maquilas del sudeste asiático, que producen textiles para marcas europeas como Zara o Primark. En decenas de fábricas, las trabajadoras mantuvieron piquetes de huelga en los primeros meses de pandemia en 2020. En medio de una huelga, en una planta donde confeccionan bolsos para las computadoras Dell, las trabajadoras compartieron un mensaje contundente en redes sociales: “Nosotras hacemos vuestros bolsos en Myanmar. Hemos tratado de organizar un sindicato para pedir protección ante la covid-19 y hemos sido inmediatamente despedidas. No somos esclavas”. Miles de jóvenes trabajadoras de las fábricas de Myanmar, protagonistas de estas huelgas “salvajes” por derechos laborales han estado poco después al frente de la resistencia al golpe de Estado en ese país, un proceso de resistencia obrera de una profundidad enorme.
A lo largo de su historia, el capitalismo ha promovido y utilizado a su favor el racismo y el machismo como formas de diferenciar sectores ultra precarios y con peores salarios al interior de la clase obrera. También han funcionado como mecanismos para dividir a las oprimidas entre sí. Por ese motivo, las cuestiones raciales y de género se encuentran entrelazadas a la cuestión de clase, y esto es aún más cierto en el siglo XXI, cuando la clase trabajadora se ha extendido a nivel mundial, con mayor precarización, racialización y feminización. Las leyes de extranjería, los muros fronterizos y las vallas son nuevas formas de segregación, funcionales a un capitalismo globalizado.5
La lucha de las mujeres trabajadoras contra ese monstruo de varias cabezas no comienza hoy. Recuperar esa enorme tradición de combates de género y clase, tirar de los múltiples hilos que la unen con el presente es fundamental. La huelga de Pan y Rosas en Estados Unidos en 1912; las luchas de las inquilinas en varios países contra el alza del precio de los alquileres en las primeras décadas del siglo pasado; las huelgas de mujeres en la Revolución rusa; la revuelta de las mujeres contra el aumento de los precios de los alimentos y el carbón en Barcelona, Málaga y Alicante en 1918 o algunas de las luchas de las mujeres trabajadoras en los años sesenta y setenta, al calor del mayo francés y la Transición española, por poner algunos ejemplos.6
Hemos intentado mostrar en este artículo que esa tradición comienza a ser retomada en la actualidad. En medio de la pandemia, se han desarrollado huelgas y nuevas formas de autoorganización, cuestionando el papel de las burocracias sindicales y cruzando las dimensiones del género, el antirracismo y la clase. Estos procesos de organización muestran en pequeña escala la potencialidad de un feminismo de clase y anticapitalista. Un feminismo que tiene un núcleo fuerte en las reivindicaciones y métodos de lucha de las trabajadoras y la clase obrera de conjunto por su emancipación.
Josefina L. Martínez
Historiadora y periodista
Autora de No somos esclavas. Huelgas de trabajadoras, ayer y hoy (2021), Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018). Reside en Madrid, donde forma parte de la agrupación de mujeres Pan y Rosas.
Notas
1. Autora de No somos esclavas. Huelgas de trabajadoras, ayer y hoy (2021), Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018). Reside en Madrid, donde forma parte de la agrupación de mujeres Pan y Rosas.
2. Josefina L. Martínez, “Organizarse es comenzar a vencer”, CTXT, 10/12/2020, disponible en: https://ctxt.es/es/20201201/Politica/34402/feminismo-sindicalista-jornad...
3. Josefina L. Martínez, “Frutos con sangre, campos de lucha: jornaleras contra la explotación” en No somos esclavas, Ediciones Libros y Rosas, Madrid, 2021.
4. Así se denomina en España el trabajo doméstico que incluye la limpieza de casas particulares, pero también el cuidado de niños, ancianos y enfermos.
5. Josefina L. Martínez y Cynthia Burgueño, Patriarcado y capitalismo, Akal, 2019.
6. Josefina L. Martínez, No somos esclavas. Huelgas de mujeres, ayer y hoy, Ediciones Libros y Rosas, Madrid, 2021. La primera parte del libro aborda estas huelgas históricas. La segunda parte está dedicada a las luchas de las mujeres trabajadoras en medio de la pandemia.