En los últimos años, corrientes de la “nueva derecha” han llegado al gobierno en Estados Unidos, Brasil, Italia, además de estar creciendo en varios países europeos. Una “ola” a la que se sumó Milei en Argentina. En muchos casos, han irrumpido con campañas de escandalización y moralización, buscando generar pánicos morales contra las feministas, las activistas LGTBI, contra las poblaciones migrantes y empobrecidas y, más en general, contra los movimientos sociales y la izquierda.
Si el neoliberalismo se presentó alguna vez como un largo presente sin futuro, la crisis polivalente que vivimos desde hace unos años vuelve a poner en cuestión la relación entre pasado y futuro. Y las derechas reaccionarias construyen su relato sobre esa crisis
En el libro La reacción patriarcal Marta Cabezas Fernández y Cristina Vega Solís1 señalan que estas corrientes combinan una matriz reaccionaria tanto en su dimensión reactiva como en la propositiva: “Interpretar este fenómeno en clave reactiva -reactiva a la institucionalización de derechos de mujeres y diversidades sexuales, a los movimientos feministas y a las transformaciones socioculturales en las relaciones de género- no nos impide reconocer su dimensión propositiva, productiva, que gira en torno a la familia tradicional, a la definición de la nación y de la ciudadanía en clave excluyente y a la reversión de la secularización, en contextos de desestabilización del patriarcado, rearme del capitalismo neoliberal y actualización del racismo o restauración del legado colonial.”
Los investigadores Roman Kuhar y Aleš Zobec planteaban que este tipo de movimientos ponía el foco en las “elites corruptas” y ofrecía a sectores descontentos “la promesa de un mejor futuro”: “El futuro, sin embargo, está en el pasado: nuestras sociedades, afirman, deberían volver al orden natural de las cosas, según el cual los hombres son hombres y las mujeres son mujeres y ambos son igualmente respetados, pero no son iguales.”2
Si el neoliberalismo se presentó alguna vez como un largo presente sin futuro, la crisis polivalente que vivimos desde hace unos años vuelve a poner en cuestión la relación entre pasado y futuro. Y las derechas reaccionarias construyen su relato sobre esa crisis. De este modo, el futuro que ofrecen no es más que un retorno reaccionario (en muchos sentidos) a pasados que se idealizan como momentos de “orden” y “buena vida”. Ideas que se condensan en los discursos “antigénero”, racistas y tradicionalistas.
Sara Garbagnoli y Massimo Prearo3 señalaron también que el concepto de “ideología de género” fue una creación del Vaticano y grupos antiabortistas. La definición implica una carga negativa y supone la deformación -como una caricatura- de las teorías feministas o LGTBI para demonizarlas. Se trata de un dispositivo retórico con el objetivo reaccionario de oponerse a la desnaturalización del orden sexual y las luchas por los derechos de las mujeres o la diversidad sexual. La “ideología del género” se convierte en un nuevo enemigo ideológico a batir (junto con el derecho al aborto, el matrimonio igualitario, la adopción de niños por padres del mismo sexo, etc.).
Uno de los frentes más activos de la batalla “antigénero” viene siendo el ámbito escolar. Los cruzados modernos despotrican contra la infiltración de las “ideologías del género” en la escuela, acusando a las maestras y profesores de adoctrinar a los niños. El discurso antigénero moviliza un sentido común machista, homófobo y transfóbico detrás la idea de la “defensa de los niños”. La gran trampa es mostrar como un movimiento defensivo -proteger a los menores- lo que es una ofensiva reaccionaria contra las mujeres, la comunidad LGTBI y los propios niñes y jóvenes. El mismo movimiento (mostrarse como los que están siendo “atacados”, “invadidos”, “adoctrinados”, “censurados” por lo “políticamente correcto”) forma parte del ABC de las nuevas derechas contemporáneas. Paradójicamente, quieren mostrar al feminismo, al antirracismo, a las luchas salariales o de la clase trabajadora, como luchas exclusivistas o de “privilegiados”. Bienvenidas al mundo del revés.
Al unísono de las “guerras culturales” de las nuevas derechas, que ponen en cuestión los derechos conseguidos con décadas de lucha por las mujeres, los colectivos LGTBI o la clase trabajadora, se despliega también una verdadera “guerra de clase” por imponer mayor precariedad y explotación, como vemos hoy en Argentina con el ataque generalizado de Javier Milei a los derechos de las mujeres, la clase trabajadora y la juventud.
En el libro antes citado, Cabezas Fernández y Vega Solís señalan que el ciclo conservador actual se despliega como reacción frente a “más de dos décadas de institucionalización de políticas de género, avaladas por organismos internacionales como Naciones Unidas.” Pero, también, como respuesta ante “un nuevo período de intensa movilización feminista callejera que mira con insatisfacción el resultado de esas mismas políticas ‘femocráticas’ cuyo avance se produjo en paralelo (de forma conjunta en algunos casos) a la legitimación del neoliberalismo”.4
La necesidad de unificar estas demandas y luchas, en una perspectiva anticapitalista y socialista, surge también de que, mientras el capitalismo perviva, ninguno de nuestros derechos puede conseguirse de forma efectiva, integral y perdurable
La primera cuestión nos remite a los análisis de Nancy Fraser sobre el “neoliberalismo progresista”. Recordemos que, para Fraser, éste se podía definir como la combinación de un “programa económico expropiador y plutocrático con una política meritocrática liberal de reconocimiento.” La idea del empoderamiento individual (reemplazando la necesidad de movilización colectiva), la noción de superar los techos de cristal (para unas pocas) o un feminismo restringido a las academias y las ONGs. Algo que contrastaba con la realidad de millones de mujeres pobres, trabajadoras y campesinas en todo el mundo, que se hundían cada vez más en la pobreza. Otro de los elementos característicos del “neoliberalismo progresista” es la notoria separación entre “reconocimiento” y “redistribución”. O lo que, en otros términos, podríamos definir como la escisión entre las luchas por derechos democráticos y por derechos sociales.
Ahora bien, las autoras señalan acertadamente que, en los últimos años, nuevos movimientos de mujeres emergieron desde abajo cuestionando ese restringido feminismo liberal. Desde las huelgas de mujeres en el Estado español, la Argentina y Polonia a la marea verde de la Argentina por el derecho al aborto, desde el Non una di meno de Italia, a innumerables luchas en América Latina. En algunos casos, como por ejemplo en el 8M en el Estado español, el movimiento de mujeres abrió la posibilidad de cuestionar desde diferentes ángulos la relación entre opresión de género, racismo y capitalismo.
En el caso de la Argentina, la marea verde y el movimiento de mujeres irrumpieron en la escena transformando las formas de pensar. Las mujeres consiguieron arrancar el derecho al aborto, después de décadas en las cuales esta demanda había sido postergada una y otra vez por todos los gobiernos. La marea verde mostró la fuerza que puede tener una lucha colectiva en las calles e inspiró a mujeres en toda América Latina y el mundo.
Sin embargo, las tendencias a la institucionalización del feminismo no se limitaron al momento de ascenso neoliberal, sino que se reprodujeron en años más recientes en varios países. Si retomamos el ejemplo del Estado español, la consolidación de un “feminismo de ministerios” o feminismo institucional se instauró al mismo tiempo que la pasivización del movimiento de mujeres, que retrocedió en su participación callejera. Un curso similar podemos ver en la Argentina o México.
En un artículo reciente, Emmanuel Rodríguez5 analiza el particular proceso de institucionalización que se ha desarrollado al interior de los llamados movimientos sociales (feminismo, antirracismo, ecologismo) en los últimos años. Señala que tal institucionalización consiste en concebir que el despliegue de la movilización juega un papel “auxiliar” o “externo” a los mecanismos estatales, pero solo con el objetivo de presionar sobre ellos. Actuar “por fuera” para presionar a gobiernos “progresistas” o “populares” para que adopten leyes y otorguen determinados derechos a favor de los movimientos. Esta estrategia es acompañada de la transformación de los movimientos sociales según el paradigma “comunicológico”: la idea de que la visibilidad mediática es el principal criterio de eficacia, suplantando el desarrollo de instancias de autoorganización de base.
Desde nuestro punto de vista, una deriva de este tipo puede comprobarse en el movimiento feminista del Estado español que, después de grandes huelgas de mujeres en 2018 y 2019, tendió a replegarse en acciones más pequeñas y “simbólicas” para presionar (sin mucha fuerza) desde afuera a los nuevos gobiernos progresistas. En su momento, el gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos fue presentado como el “más feminista de la historia”. En países como la Argentina, desde el Gobierno de Alberto Fernández se anunció incluso que se había “terminado con el patriarcado”. Pero la brecha existente entre aquellas promesas y la realidad de miles o millones de mujeres trabajadoras, precarias y migrantes, no cesó de crecer. En el Estado español, millones de mujeres no tienen acceso a la vivienda, mientras cientos de miles de viviendas vacías siguen en manos de los bancos. El ministerio de igualdad lanzó campañas por la inclusión y la diversidad, pero las mujeres migrantes y racializadas siguen sin papeles, ocupando los empleos más precarios en el sector de cuidados de niños, ancianos y enfermos, como trabajadoras de segunda.
Es decir que, en otra escala, se recrearon variantes de un “neoliberalismo progresista” del cual advirtiera Nancy Fraser, aunque ahora fuera con nuevos rostros. Finalmente, como plantea la antropóloga Nuria Alabao6 analizando el caso español, la deriva de ciertos feminismos, que codificaron “la desigualdad de género en términos de guerra de sexos” (en vez de como una lucha contra el capitalismo y el patriarcado) fue “totalmente funcional a la extrema derecha, que gusta de representar al feminismo como motor de un conflicto entre hombres y mujeres -útil para impulsar la reacción antifeminista-.” Y, al haberse retirado el movimiento de mujeres de las calles, la derecha encontró un blanco fácil para atacar.
Si retomamos la pregunta de qué hacer ante las nuevas derechas reaccionarias, encontramos dos tipos de respuestas que, a grandes rasgos, vienen polarizando el debate político. Por un lado, quienes priorizan el terreno de las batallas culturales como ámbito decisivo para disputar con las “nuevas derechas”. Desde este tipo de posiciones se suele impugnar al marxismo como un “esencialismo de clase”, proponiendo políticas multiculturales en los marcos de las democracias liberales. La clave de las disputas se juega en el terreno de los discursos y la capacidad de hegemonizar un bloque “contrahegemónico” en un plano cultural.
Desde el polo opuesto, hay quienes proponen volver a pensar algunas cuestiones de la política en términos sociales o de clase, pero lo hacen mayoritariamente desde posiciones corporativas y sindicalistas. Consideran que el feminismo y el antirracismo han dejado un flanco abierto para que la extrema derecha avance. Por lo tanto, habría que limitar su despliegue. Este tipo de posturas han cobrado cierta relevancia después de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Paradójicamente, la mayoría de quienes se ubican en uno u otro campo coinciden en la idea de que no es posible ninguna ruptura radical con el capitalismo patriarcal y que solo queda resignarse a una estrategia de administración del Estado y de cambios cosméticos.
Nuestro punto de vista difiere de los anteriores y apunta a la idea de generalizar luchas unificadas por las demandas democráticas y sociales más sentidas de las mujeres, las personas racializadas y migrantes junto a la clase trabajadora de conjunto. Una clase obrera que en la actualidad es más feminizada y diversa que nunca en la historia y que tiene una enorme potencialidad hegemónica para unificar y articular la lucha de todas las explotadas y oprimidos. La necesidad de unificar estas demandas y luchas, en una perspectiva anticapitalista y socialista, surge también de que, mientras el capitalismo perviva, ninguno de nuestros derechos puede conseguirse de forma efectiva, integral y perdurable. Al revés, vemos una y otra vez cómo son atacados.
Ante la idea del “mal menor” que nos proponen para “poner freno a las derechas”, hay que señalar que este tipo de propuestas solo consiguen recrear el movimiento pendular entre neoliberalismos progresistas y derechas conservadoras que venimos viendo en los últimos años, aunque cada vez más inclinado a la derecha. Necesitamos romper el tablero. La disputa contra los sentidos comunes de las nuevas derechas en el terreno ideológico y cultural es fundamental. Pero no podremos avanzar a menos que logremos construir fuerzas materiales capaces de derrotar sus planes reaccionarios. Las experiencias y debates que se dieron en varios países alrededor de las huelgas de mujeres son un gran punto de apoyo. Plantean la necesidad de transformar las luchas parciales en batallas de conjunto de las mujeres, la clase trabajadora y la juventud, al mismo tiempo que desarrollar nuevas formas de autoorganización.
Desde ese punto de vista, lo que está ocurriendo hoy en la Argentina, con el surgimiento de asambleas barriales que buscan coordinarse con docentes y enfermeras, con el movimiento de mujeres, con trabajadoras y trabajadores y con la izquierda militante en las luchas contra Milei, es muy auspicioso. Como planteaba recientemente la referente de Pan y Rosas Andrea D’Atri: “El movimiento de mujeres y los feminismos tenemos que volver a liderar y canalizar, en unidad, los reclamos y las luchas que las mujeres y nuestros compañeros estamos dando divididos, por decisión u omisión de las direcciones de los sindicatos, de los movimientos sociales y de sus representantes políticos.”
Si las nuevas derechas apelan a sentimientos místicos y religiosos para presentarse como enviadas por las “fuerzas del cielo”, nosotras y nosotros apostamos por movilizar las fuerzas de la tierra y por desarrollar esas tendencias que surgen desde abajo. En esos espacios de encuentro, organización y luchas colectivas, están comenzando a surgir nuevas subjetividades que rompen con la resignación y el miedo. Nuevas subjetividades que, en vez de refugiarse en el pasado, se proponen comenzar a construir un futuro alternativo para todas y todes. ◼
Notas
1. Marta Cabezas Fernández y Cristina Vega Solís (Eds); La reacción patriarcal. Neoliberalismo autoritario, politización religiosa y nuevas derechas, Bellaterra, Madrid, 2022.
2. [Traducción propia]: Roman Kuhar and Aleš Zobec; “The Anti-Gender Movement in Europe and the Educational Process in Public Schools”, CEPS Journal Vol. 7 N º2, 2017. Disponible en https://files.eric.ed.gov/fulltext/EJ1145822.pdf
3. Sara Garbagnoli, Massimo Prearo; La croisade «anti-genre». Du Vatican aux manifs pour tous, París, Textuel, col. Petite encyclopédie critique, 2017.
4. Marta Cabezas Fernández y Cristina Vega Solís; Ídem.
5. Emmanuel Rodríguez, “La izquierda post-15M, pilar de la restauración”, Zona de Estrategia Nº 1.
6. Nuria Alabao, “¿Un feminismo incómodo?”, CTXT, 2/02/2024.
Josefina L. Martínez, Historiadora y periodista. Autora de No somos esclavas. Huelgas de trabajadoras, ayer y hoy (2021), Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018). Reside en Madrid, donde forma parte de la agrupación de mujeres Pan y Rosas.
IG: @josefinamarluz