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Reflexiones éticas acerca de Cromañón

 

El 28 de diciembre de 2009 se realizó el Tribunal Ético convocado por Familiares, Sobrevivientes y Amigos de las Víctimas de Cromañón. El autor fue Jurado de dicho Tribunal y redactó el siguiente texto para dicha ocasión.

 

Éste -el mío- es un alegato que no pretende objetividad alguna y que, abrazando argumentos éticos, se ha nutrido de la indignación y del dolor.

Del dolor queme producen las pibas y los pibes que murieron allí; del dolor por las pibas y los pibes que se salvaron pero quedaron heridos para siempre; del dolor compartido con los familiares, amigos y amigas que ya nunca volverán a ser como eran antes.

Este alegato, que nada tiene de neutral, está pensado desde el sufrimiento, desde ese sentimiento entrañable, verdadero, que ahoga y se hace nudo en la garganta... y que me interroga así: el padecer que inunda con lágrimas el rostro, el desgarrón espasmódico que nos arrasa ¿estará al servicio de la captura simbólica del hecho traumático o sólo servirá para bloquear el reconocimiento de las causas que produjeron el espanto, garantizando así su permanencia y su repetición? 

Decía del dolor y de la indignación. De la indignación que me habita. Me refiero a esa ira indetenible que dispara la injusticia; aludo aquí a esa furia insoportable provocada ante el obsceno ejercicio de la crueldad... quiero decir: ese volcán en erupción que se reactiva cuando presenciamos el agravio abusivo a nuestras hijas y a nuestros hijos, a lo más sagrado que tenemos ¿será la fuerza necesaria que contribuirá a cambiar radicalmente el orden de las cosas, o sólo aportará al refuerzo de lo instituido de modo tal que, muy a lo Lampedusa, algo cambie para que todo siga igual?

En definitiva ¿cómo va a cicatrizar la herida que Cromañon abrió en la trama social, en la vida urbana? ¿Sobre qué marcas se produjo este nuevo traumatismo? ¿Cuál es la llaga expuesta que recibió el golpe?

Este alegato parcial afirma sin hesitar que no hubo incendio, ni siniestro, ni accidente, ni tragedia evitable, ni catástrofe natural.

Masacre.

El 30 de Diciembre del 2004 casi doscientos niños, adolescentes y algunos adultos fueron masacrados en la ciudad de Buenos Aires. 

De la masacre de Cromañon no fueron responsables las víctimas. Esas pibas y esos pibes no se merecían ese destino. Seguramente quienes fueron masacrados no eran santos, seguramente garantizaban parcialmente su permanencia en este mundo a través de identificaciones mortíferas con representaciones autodestructivas ofrecidas por el poder -eso que Freud nos enseñó a reconocer como sentimiento de culpa inconsciente-, pero en última instancia eran pibas y pibes a quienes el Capitalismo había despojado de casi todo y que sólo defendían su derecho a un lugar en este mundo, aunque sólo fuera un lugar pequeñito, residual, un lugar en la música, un espacio de alegría. Por lo visto esa pretensión fue considerada como una “herejía”, un “sacrilegio” que debía ser castigado.  

De los culpables de la masacre se encargará la Justicia y, ya que se trata aquí de una perspectiva ética, yo sólo aludiré a los responsables. Y lo hago así porque la responsabilidad, esa palabra banal, esa noción que alude al deber subordinado a una moral, es el fundamento de la construcción subjetiva. La responsabilidad es, como categoría teórica, el fundamento de la construcción subjetiva pero, justamente, por lo que no es en su acepción convencional. No, como deber, ni siquiera por su proximidad a la culpa -al resultado en mi conciencia por las faltas reales o imaginarias que pude haber cometido- sino como exigencia que el otro me impone con su desvalimiento a pesar de que esa precariedad nada tenga que ver conmigo: ni me concierna, ni sea asunto mío.

Como de la responsabilidad se trata, si Cromañón quedara clausurado por el dolor y la indignación frente a la imprudencia de los pibes, al desempeño de empresarios inescrupulosos, a la irresponsabilidad de inspectores corruptos o a la ineficacia de los políticos de turno que administran el área; si Cromañón quedara así, limitado a las medidas de control sobre las discotecas y a sancionar a los locales que no cumplen con las normas de seguridad; si Cromañón quedara así, “reparado”, oculto detrás de medidas judiciales aunque ésta vez no hagan concesiones y se aplicaran con todo el peso de la Ley, nada de lo padecido habrá servido para acercarnos a las causas que lo produjeron, nada de ese sufrimiento habrá aportado a la tarea de desmontar el compulsivo ritual de un sistema que reclama permanentemente víctimas sacrificiales, ofrendas humanas, para perpetuarse. Y, por lo tanto, sólo contribuiría a sobrecargar la mochila del patrimonio mortífero que les dejamos a las nuevas generaciones.   

En cambio, si Cromañón pudiera verse como la punta de un iceberg, una mínima parte que sale a la luz y da cuenta de esa enorme masa sumergida; si Cromañón se inscribiera como lo que es: sólo algunas monedas humanas del monstruoso precio que el proyecto neoliberal le impone a la Nación y al mundo, entonces, tal vez, algo de la fuerza instituyente (por no decir, revolucionaria) que el dolor y la indignación fogonean pudiera ponerse al servicio de la resistencia a la “globalización”; algo del dolor y de la indignación individual pudiera confluir en el espacio colectivo para construir un proyecto político que no se reduzca a reclamar y a protestar por lo que nos pasa y/o a consentir con la que se nos viene. Algo del dolor y de la indignación individual podría dirigirse hacia esa política de exclusión social; jóvenes que tienen que morir para que el sistema funcione. Política para la cual las masacres, antes que accidentes desgraciados producto de una falla en el sistema, son parte necesaria y esencial. Política que triunfa con las masacres.

Quienes inscriben a Cromañón como una anomalía en el sistema han perdido de vista que el Capitalismo cuando funciona, funciona así. Quienes hablan de corrupción contribuyen a mantener la ilusión de un Sistema que, de haber funcionado bien, hubiera evitado el desastre padecido. Pues bien, el Capitalismo cuando funciona bien, funciona así; y ha triunfado porque logró instalar en el imaginario social su condición de único Sistema posible, dueño absoluto de la democracia y de los valores de la libertad, de modo tal que las crisis por las que atraviesa (y que hace a la humanidad toda correr el riesgo de convertirse en un Cromañón global) vendrían a ser el resultado de su falla y no de su “naturaleza”. Así como Marx sostenía que todo sistema lleva en su seno las fuerzas que le son antagónicas, el Capitalismo triunfa cada vez que logra reforzar la idea de que lleva en su seno las fuerzas que se encargarán de salvarlo. El Capitalismo triunfa cada vez que logra instalar la idea de un Capitalismo malo (con un Jefe de Gobierno malo, como Ibarra, Menem o Bush) y un Capitalismo bueno (con un Jefe de Gobierno bueno, que vaya uno a saber quién es)

Los dueños del poder quisieran ahora neutralizar la fuerza instituyente que el dolor y la indignación provocan instalando en el imaginario social una culpa colectiva -culpa de uno a uno- que ayude a paralizar la movilización popular contra un sistema cruel e injusto apoyado en siglos de cultura judeocristiana; cultura que hizo de “quién esté libre de culpa que tire la primera piedra” la consigna necesaria para impedir que alguien se atreva a rebelarse. Porque, ya se sabe, si todos somos culpables, nadie lo es, y así la culpa queda diluida en una multitud anónima.

Los dueños del poder quisieran neutralizar la fuerza instituyente que el dolor y la indignación provocan criminalizando a Cromañón, a la onda expansiva y a sus efectos posteriores, prometiendo justicia -cárcel para empresarios, destitución de funcionarios, clausura de locales- allí dónde la justicia, inevitable e ineludible como es, no alcanza ni para disimular el contenido y el impacto político de la masacre, ni para rellenar el hueco que esas pibas y esos pibes dejaron en el corazón de sus seres queridos.    

Los dueños del poder quisieran neutralizar la fuerza instituyente que el dolor y la indignación provocan psicologizando el hecho a través de tres dispositivos;

·         derivando el problema a la cuestión de los “límites” que hay que ponerle a los pibes

·         satanizando a las adolescentes que conspiran contra el mito del amor maternal cuando reclaman el legítimo derecho a conservar la alegría después de haber sido despojadas de casi todo lo demás

·         privatizando el duelo al proponer la ayuda gratuita y “desinteresada” a los familiares de las víctimas de modo que se tramite en la intimidad de un consultorio lo que sólo puede elaborarse colectivamente en el espacio público.

Los dueños del poder quisieran neutralizar la fuerza instituyente que el dolor y la indignación provocan reforzando el prejuicio de que toda acción política partidaria es sucia, y avivando el fantasma de las fuerzas de izquierda que, se nos dice, acechan para capturarnos y ponernos al servicio de sus intereses espurios, de modo tal que sólo ellos, los dueños del poder, puedan hacer política partidaria. Política de Estado que consiste en desmovilizar a las masas.

Los dueños del poder quisieran capitalizar la fuerza instituyente para reforzar lo más convencional, para afirmar lo más reaccionario, para convalidar lo más instituido. Los dueños del poder quisieran que nunca termine esta pesadilla al tiempo que prometen control y mano dura ante un público indiferente, complaciente y cómplice que, atrapado en la fascinación del horror, no para de llorar de dolor e indignación por Cromañón.

Por todo eso pienso que son responsables: 

Quienes prefieren ver en la masacre de Cromañón un accidente provocado por “chicos” imprudentes, son cómplices de la masacre.

Los psicoanalistas que colaboran con la privatización del duelo y que reducen todo a la cuestión de los “límites” que hay que ponerle a los pibes, son cómplices de la masacre.

Quienes ocultan derivando sólo hacia la Justicia un acontecimiento político, son cómplices de la masacre.

Quienes aprovechan la masacre para hacer política destinada a que algo cambie para que todo siga igual, también son cómplices.

Los que intentan clausurar la cuestión con sanciones a los funcionarios del gobierno evitando el reconocimiento de que Cromañón es sólo la punta del iceberg de una o dos generaciones enteras destinadas al exterminio, son cómplices de ese exterminio.

Los medios que obtienen su ganancia a través del show del horror “informando” de manera obscena y pornográfica para fascinar con el espanto, son cómplices de la masacre.

Los ciudadanos que sin estar directamente involucrados con las víctimas se rasgan las vestiduras, lloran y sufren sinceramente frente a los cadáveres de esos pibes y ante el dolor de los familiares, pero permanecen ciegos y sordos ante la multitud de niñas, de niños y de jóvenes que cada día mueren de más, son cómplices.

Los que pegados a las noticias acerca del “siniestro”, sensibles al padecimiento ajeno, no se retuercen de indignación cuando un Estado con las arcas llenas decide beneficiar a los que más tienen y quitarle el apoyo a los más necesitados, son cómplices.  

Entonces, si en el comienzo aludí al dolor y a la indignación, terminaré, ahora, afirmando que Cromañon es el hecho maldito del comienzo de este siglo, y que si la ética reside en la posibilidad de arrancarnos de nosotros mismos para darle lugar a nuestros semejantes, este alegato aspira a reemplazar el dolor y la indignación por un canto de responsabilidad y de esperanza.

 

Juan Carlos Volnovich

Psicoanalista

jcvolnovich [at] ciudad.com.ar

 
Articulo publicado en
Abril / 2010