La pandemia puso en evidencia algunas cuestiones que habitualmente no son materia de debates masivos. Antes de la pandemia el valor de los cuidados como un asunto de la comunidad no entraba en la agenda de los grandes medios de comunicación y si llegaban a aparecer era a título de recetas para el "buen vivir" poniendo de relieve el cuidado, pero no como una tarea realizada para beneficio de la sociedad sino como acción individual para el bienestar de cada uno. La pandemia nos obligó a pensar de otra forma la necesidad del otro, aun de aquel que desconocemos; nos instaló la pregunta sobre cómo cuidarnos como sociedad. Las discusiones sobre los cuidados ligados a la atención a la dependencia y que son producidos en el hogar empezaron a ganar mayor valor, si bien sabemos que estos cuidados en la cultura capitalista no son por regla reconocidos monetariamente; cuestión que ya ha sido denunciada desde amplios sectores del feminismo. Sin embargo, hablar de cuidados hoy "garpa" y pareciera que tuviese que ser necesario que esté en riesgo el cuerpo biológico para que así sea. Muchos hicimos un parate que nos dispuso para la pregunta por cómo cuidar la vida y cuidarla más allá de la conservación del organismo.
Con la pandemia y la cuarentena las casas que habitamos pasaron a ser en gran medida los escenarios privilegiados de las relaciones sociales
Con la pandemia y la cuarentena las casas que habitamos pasaron a ser en gran medida los escenarios privilegiados de las relaciones sociales. Voy a observar un aspecto favorable de esta situación y que deriva del poder estar (permanecer sin tanto aceleramiento) en un adentro que genera preguntas también por el afuera que queremos y por los modos para empezar por casa, sin desconocer que hay otras realidades que merecerían otro tipo de análisis.
Escuché a madres y a padres redescubriendo la crianza desde la posibilidad de estar cotidianamente más en sus casas o bien, de estar de otro modo, aunque la cantidad de tiempo fuera la misma. Incluso, algunos aseveran que no volverán a incurrir en vértigos que avancen sobre los territorios ganados: el de los juegos sin tanto reloj y el de descubrirse en otra forma de mirar y de poner el cuerpo en el estar con sus hijos. Una amiga hace poco me dijo: "prefiero andar con menos plata, pero más tranquila y con más tiempo para estar en casa, para estudiar”. Otro hombre padre descubrió que hacer parte de su trabajo en la casa no estaba tan mal; pudo empezar a desayunar con menos apuro y compartir los almuerzos con su hija pequeña.
Una profesional trabajadora esencial que continuó concurriendo a un Centro de Salud expresó: "descubrí lo importante que son las posibilidades de mis hijos para elaborar situaciones excepcionales como la del "corona" y pude advertirlo porque estuve más atenta que nunca a las manifestaciones de los chicos".
Por último, otra mujer, también profesional dice que su hija es aun chica y no quiere perderse de un momento en el que siente que algo de su presencia no tiene reemplazo: "aunque haya otras manos quiero estar. Ya habrá tiempo para retomar cuestiones laborales con más intensidad". Entiendo que cuidar lo cotidiano por sobre las grandes proyecciones abrió a pensar en un cuerpo más presente y situado y menos "volado" o disperso en mil planes a sostener a la vez.
En el mundo que anhelamos construir quienes nos reciben al nacer ofrecen su piel, sus brazos y caricias, así como las palabras y las miradas continentes que nos aportan sentidos y ayudan a regular la excitación que la oferta de cuidados corporales nos produce para que esta sea tolerable. Luego necesitaremos encontrar a quienes nos sigan habitando para construir los propios sentidos, pero también necesitamos de los cuerpos de nuestros semejantes para que nos sostengan. ¿Cómo soportaríamos si no que la realidad sea lo que es; incontrolable y además cada vez más hostil? De ahí lo difícil de pensar la distancia física en momentos de mayor vulnerabilidad como el de la pandemia. De ahí la dificultad de resignar los abrazos porque en ellos, en ese histórico refugio frente a los apremios de la vida podría estar la fuente del contagio del virus.
Contar con el cuerpo presente amoroso del otro es imprescindible, aunque el momento de la vida y las épocas propongan distintos modos de cercanía y aunque esta necesidad de contacto (que no es igual a conexión) no sea igual para todos
Cuando los seres humanos ya constituidos podemos abandonar las primeras dependencias empezamos a necesitar más de otras otredades, de otros cuerpos, de otras pieles y palabras que nos calmen y den placer.
Entonces, contar con el cuerpo presente amoroso del otro es imprescindible, aunque el momento de la vida y las épocas propongan distintos modos de cercanía y aunque esta necesidad de contacto (que no es igual a conexión) no sea igual para todos.
La necesidad de encontrarnos con otros cuerpos en un aquí y ahora es hasta ahora algo invariante. Se sostiene a pesar de los cambios históricos dados al momento.
No somos sin la mirada de los otros, pero tampoco sin los cuerpos. La necesidad del otro y de su cuerpo (tacto, olor, mirada presente, disposición) es algo de lo que aún no podemos prescindir y no podemos hacerlo porque es el alimento de nuestra materia erógena, de nuestro territorio sensorial y táctil.
Aun en el avance de los escenarios distópicos y las diversas propuestas de realidad virtual, la real realidad es vivenciada por personas con cuerpos. Cuerpos atravesados por la búsqueda de sentido[i] así como también por el dolor que, como dice Mariana Enriquez[ii] no se puede sentir en los sueños. El dolor no podría aliviarse sin el cuerpo agregamos nosotros. Mientras haya vida, enfermedad, y muerte, no podremos huir de la materia y de lo ingobernable de ella.[iii]
Las miradas están, pero no se encuentran. En un punto hasta se vacían en ese mirar a todos y a nadie. Si se mira a alguien la mirada se enfoca, pero los ojos de ese que está en la pantalla no se pueden encontrar con quien los mira
¿Qué nos pasa con los cuerpos y con las presencias en estos tiempos? ¿Qué implica estar presentes? ¿Qué le suma la corporalidad al encuentro con otros y que nos sucede con la propuesta de conectarnos sin cuerpo, pero con imagen y sin un "aquí" material compartido, pero en una "sala" que nos une desde alguna tarea? son preguntas que me vengo haciendo y que durante la pandemia siento que demandan aún de más respuestas.
He escuchado que el Zoom y otras aplicaciones para la conexión virtual usadas durante varias horas al día "cansan" y me pregunto por qué. ¿Es porque "resuelven" algo de la distancia al mismo tiempo que la ponen de manifiesto todo el tiempo? ¿Será que cansa ese esfuerzo por revertir la distancia y el relativo desencuentro? ¿Nos cansa renegar de los efectos de la inmaterialidad? Las miradas están, pero no se encuentran. En un punto hasta se vacían en ese mirar a todos y a nadie. Si se mira a alguien la mirada se enfoca, pero los ojos de ese que está en la pantalla no se pueden encontrar con quien los mira. El encuentro puede traer cierta frustración y añoranza de presencia. Añoranza de cuerpos y de lo que es difícil que se de en el Zoom: el debate, el encuentro de diferencias y su eventual composición. En contraste con Facebook o Twitter donde los hilos se sostienen en la impunidad alentada por la ausencia de cuerpos (nadie se va a las manos en la red y cada quien "elige su propia aventura" en intercambios muy limitados) en las más recientes aplicaciones todo debe ser ordenado para lograr escucharnos. Cuando los fines son laborales, académicos, profesionales, la comunicación suele fluir de manera más prolija que en los intercambios amistosos o familiares de a pocos. Levantamos una mano virtual o chateamos para participar y los aportes raras veces logran abrir a intercambios fecundos en salas con muchas personas. Si hay descontento con lo que pasa en la pantalla también se puede optar por sustraerse de la imagen o apagar la cámara y restar aún más el cuerpo.
Como a la mayoría nos sucede, no sabemos cómo se redefinirá la socialización después de la pandemia
Pero momento, la idea tampoco es argumentar contra los avances tecnológicos contemporáneos. Estos medios han permitido más de un puente entre quienes no podrían haberse comunicado de otra manera y han sido mucho más y mejor que nada. La idea no es pelearse con el libro electrónico porque podría llegar a dejarnos sin el olor y la textura de los libros impresos, así como durante el siglo XX tampoco nos peleamos con el cine que no nos despojó del acto vivo del teatro. La materialidad insiste y de vuelta nos encontramos con los cuerpos.
Como a la mayoría nos sucede, no sabemos cómo se redefinirá la socialización después de la pandemia. Sin embargo, podemos arriesgar algunas hipótesis.
Por ejemplo, ¿los espacios públicos reales serán recuperados como antes e incluso intensificados o convivirán con la realidad de las plataformas virtuales aún más que antes? No lo sabemos, pero creemos que es posible y no sería en si un problema.
Llegados a este punto creo necesario señalar cómo en este contexto hemos llegado a generar un sentido común con el que consensuamos una ilusión en la que la ausencia de los cuerpos podría dejar de conmovernos. Pero, creer que lo virtual tiene la clave para salvarnos de todos los naufragios se nos termina presentando como un obstáculo en tanto nos conduce a la aporía de creer que hay cosas que se resolverían mejor si estuviésemos solos. Para citar un ejemplo, en este contexto asistimos a una intensificación de la idea de que obtener placer sexual de modo autónomo es una opción puesto que eliminaría los conflictos que implican el encuentro con el otro: "no te necesito, tengo internet" leí escrito en un grafiti reciente en la vía pública del centro de la ciudad de Rosario. También nos venden como salvación para la actividad política enredarnos en discusiones que nos llaman a interactuar en distintas redes sociales, las cuales nos obligan a una interacción donde se nos permiten emitir opiniones infundadas y/o exacerbadas condicionadas por dinámicas derivadas de la ausencia de límites que podría plantear el cuerpo presente del otro. Cada uno con su monólogo, cada uno se baja de la pesada discusión cuando se siente interpelado por el otro diferente, cada uno cuando lincha o no lincha a su oponente.
La alteridad (el otro diferente), el cuerpo presente será siempre algo más tentador, aunque nos asuste en tanto no nos hayamos deshumanizado como para colmar nuestra necesidad de lazos mediante los enlaces virtuales.
La ilusión de pensar a la virtualidad como la suplencia ideal para las relaciones presenciales impedidas no es más que una defensa ante una realidad que se ha puesto aún más hostil. Los cuerpos se encuentran más amenazados y con ellos la vida propia o aquella de seres queridos. Las defensas (las negaciones y las ilusiones) frente a esta amenaza proliferan y eso en sí no es algo cuestionable. Lo que sí puede serlo es desatender a lo que estas defensas nos generan si no cuestionamos sus efectos en nosotros. Para hacer ese ejercicio precisamos escuchar qué nos dice el cuerpo sobre nuestros afectos. Necesitamos entonces recuperar la faz corpórea de la realidad si es que queremos habitarla y alterarla.
[i] (2009) Bleichmar Silvia: “Nuevas tecnologías, ¿nuevos modos de subjetividad?” en “La subjetividad en riesgo”. Ed Topia.
[ii] (2020) Enríquez Mariana: “Las cosas que perdimos en el fuego”. Ed. Anagrama.
[iii] Retomo esta idea de Piera Aulagnier quien afirmó que: “El yo nunca termina de reprochar al cuerpo su independencia; tanto más cuanto ese mismo yo secundariamente hará otro descubrimiento, aún más determinante para su relación con el cuerpo y con la realidad: es el cuerpo el que lo condena a muerte”. En (2010) Aulagnier Piera “Los destinos del placer. Alienación, amor, pasión”. Ed Paidós.