El tema del día son las firmas de los suplentes. Como ahora hay que pasar el presentismo hasta las 9 y monedas en el sistema informatizado que nos metieron, los suplentes tienen que ser los posta. O sea: nada de andar prestando la firma para que vengan residentes a hacer las suplencias, nada de pagar vos las guardias a los ex residentes para que vengan. Te controlamos, nena. En Islandia, claramente, esto no pasa porque además de rompernos la moral en la cancha tienen la suficiente cantidad de suplentes para cubrir las guardias sin necesidad de recurrir al negreo y a la precarización. Sí, ya sé, son apenas 500 personas en toda la isla.
Calculo que me voy a ir vivir a Islandia. Pronto.
La jefa de los miércoles, a la que de repente le agarró la moralina y la fobia amenaza con situaciones inventadas como: “A varios hospitales cayeron auditorías a las tres de la mañana buscando específicamente a los de salud mental”. En fin.
No quieren extras pero no hay suplentes nombrados que efectivamente hagan las guardias.
Mientras hablamos pasillo sobre el engorro que va a ser conseguir reemplazo para las licencias, se me para Vizzolini al lado y me mira fijo como un topo. Tiene algo en los lentes que no alcanzo a darme cuenta qué es.
- Negra- me dice.
- Blanco- le tiro.
- Necesito que me hagas un favor. Necesito que hoy estés.
- Siempre estoy.
- Sí, pero hoy un poco más.
- ¿Por?
- Porque hoy viene Horacio.
Se me paraliza la termostática. Justo hoy tiene que venir el Grinch de la Navidad (es igual, no me digan que no), el hombre al que puteo cada vez que el cochecito de mi hija se queda atorado en los cráteres de la vereda y por miles de cosas más.
- Necesito que vos y alguna otra pediatra estén cuando venga porque quiere salir con mujeres profesionales jóvenes- me aclara Vizzolini.
No puedo responder a eso. Lo miro más de cerca porque mi cerebro no termina de procesar el pedido aberrante. Lo miro más de cerca y hago foco en los anteojos.
- ¿A vos te falta un vidrio, Vizzolini?
- Sí, pero da lo mismo porque de este ojo casi no veo.
- Ok, ahora entendemos muchas cosas. Y la respuesta es no.
- Dale, que lo asesoraron para que haya minas más jóvenes. ¿A quién querés que ponga? Son todas viejas.
- No es mi problema. Pero podríamos decirle que titularice a los suplentes que hace diez años que están.
Tener que hacer la bufonada para el señor Horacio, que viene a ver la “remodelación de la guardia del hospital” que consta básicamente de: un sistema de ventana hasta el piso con amplificación sonora para que todos escuchen en la sala de espera y unos dibujos que decoran las paredes.
Eso mejora altamente el rendimiento profesional, claro que sí. Ahora, cuando vas para la ventanilla y ves pintada esa lechuza preciosa hamacándose en el árbol estilo Klimt, se te derrite el corazón. O cuando te enterás de que los juegos empotrados en la pared de la sala de espera son los mismos que los del hospital Italiano, no sé, hay algo que te reconforta. Esa igualdad de oportunidades es a lo que hay que apuntar.
Apenas se supo la noticia decidimos huir disimuladamente con mis compañeros de equipo. Cristina zafó porque está de licencia, pero a la suplente no le hace gracia el señor Horacio, así que decidió acompañarnos al desayuno extendido.
Nuestra estrategia era simple: prolongar en el bar todo lo que se pudiera. Un entretiempo antes del plato indigesto y rogando que no hubiera algún desubicado al que se le ocurriera brotarse y nos obligara a volver.
Cuando ya llevábamos una hora y media de aguante, Vizzolini interrumpe, irrumpe, amenaza:
- Ormando, no firmaste. No firmás, no cobrás.
Mis compañeros me odian. Por qué no firmaste, boluda. Porque me colgué, soy ascendente en Piscis. Ahora está el sistema informatizado, es hasta las nueve. Sí, ya sé. Quédense, voy yo. No, te acompañamos.
Hay equipo.
Tratamos de pasar desapercibidos pero es imposible: todo está tomado por unas luces gigantes, cámaras y como veinte personas externas al hospital. El señor Horacio está ahí, en el medio, entre los vejetes de la plana mayor. Parece que le pregunta al subdirector acerca de las instalaciones de la guardia y el tipo no sabe ni en dónde está el baño. Una marca indeleble de esta noble institución es no conocerla.
Paso finito entre las minas maquilladas como una puerta y los pibes asesores (o lo que quiera que sea que son) que acompañan la escena. Llego hasta Vizzolini que pasa desapercibido porque francamente los demás son impresentables.
Me acerco despacio y le pregunto en dónde está la carpeta. Me mira y se ríe con el vidrio solo de sus lentes:
- Esta es la única manera de hacerte venir…
- Dale, así firmo.
Me abre la puerta del office que está detrás de él. Busco la carpeta, estampo mi rúbrica. Quiero tratar de volver a irme, a huir y por suerte, San Pedro nos tira una soga: tenemos consulta, me anuncia mi compañero psiquiatra.
Le hago un gesto a Vizzolini de que no podré estar escoltando al señor Horacio porque joven brotada nos espera en la ventanilla informatizada.
Pego una relojeada: las enfermeras, a las que les pagan una miseria por módulos lo saludan como si fuera un líder patrio. Hay una que se volvió a pintar de fucsia los labios y se arregló el pañuelito en el cuello, se acomodó el rodete espantoso. Chocha de salir en cámara.
Salir en cámara. Salir en las fotos. Es eso.
Logramos zafar y nos vamos a atender al Ebola, un consultorio que en principio estaba destinado a salud mental pero hace dos veranos con la amenaza de epidemia, lo redestinaron. El lugar tiene dos camillas y un tubo de oxígeno. Pero dudo que el señor Horacio lo haya notado o en defecto, se lo hayan hecho notar: che, Horacio, mirá cómo atendemos de mal.
Cuando los asesores tienen suficiente material, se apaga la luz y saludan rápido. Tienen que irse a caretear a otro lugar.
Al final salieron en cámara dos pediatras jóvenes y suplentes que nunca verán titularizado su puesto. Le mostraron las instalaciones mientras el señor Horacio preguntaba alguna que otra boludez simulando estar interesado en la salud de los pobres.
En la nota que salió a los medios y en la página aparecieron nuestras compañeras, el señor Horacio y el título de “Bajó la mortalidad infantil”, una gran noticia de la que claramente no estábamos enterados. Porque en definitiva somos eso: un decorado para los forros, una brillantina con la que se engominan los que peor la pasan, como una novia que va ilusionada al baile. Somos parte de una globología absurda de la que no podemos escapar del todo y que tarde o temprano te salpica.
Vizzolini aparece un toque después de la última toma. Se limpia el único lente de sus anteojos, me sonríe otra vez y se esfuma sin otra emoción más que la de ser rey tuerto en la guardia de la ceguera.