Las ratas tomaron el hospital. Un hecho que se condice con la clásica y triste verdad de Doña Rosa: “y qué querés, es el hospital público”.
Es sabido que estas criaturas de Dios habitan, junto con las cucas y los alacranes, toda clase de hueco y resquicio, incluso, si una busca bien a fondo en las instalaciones, seguramente, se cruce con algún ex niño expósito que sigue viviendo desde la época en que el hospital era hogar de huérfanos. No somos el arca perdida de casualidad.
Lo primero que circuló a nivel masivo del grupo de WhatsApp, fue la foto de una rata muerta en el pasillo de las habitaciones de guardia
Pero para sobrevivir en el hospital público, querida Doña Rosa, hay que negar. Negar, negar, negar mucho, hasta que le duela la neurosis o se cruce algún ejemplar, como me pasó a mí aquella mañana de lluvia: yo esperaba para cruzar el patio y en eso veo un par de chicos de no más de 8 o 9 años que perseguían a un animal, demasiado chico para ser gato y demasiado grande para cucaracha; la posibilidad de rata calzó justo y ya no pude negar más. Y es que ya ni con los gatos se puede contar: los que no fueron a parar a las milanesas, se convirtieron al veganismo y ya no cazan.
Triste decirlo, pero las ratas llegaron para quedarse.
Lo primero que circuló a nivel masivo del grupo de WhatsApp, fue la foto de una rata muerta en el pasillo de las habitaciones de guardia. La verdad, no se veía como una rata, sino más bien como una alfombrita. No, no era tierna, pero tampoco daba demasiada impresión porque estaba borrosa. Pero era una rata, punto. De todas maneras la cúpula directiva no dio demasiada importancia al asunto. De hecho preguntaron si habíamos alimentado al “bichito”, como si fuera una mascota.
La segunda advertencia vino de boca de una colega: “No dejes la leche para tu hija en la heladera de cirugía, hay una rata viviendo en el aire acondicionado”. Aclaro que estoy en período de lactancia y me encuentro en pleno proceso de: ordeñarme leche durante la noche, guardar el producto en un recipiente apto, envuelto en una bolsa y con etiquetas de ¡NO TOCAR! en un medio refrigerado. Básicamente hay dos: la heladera de cirugía que queda al lado de las habitaciones y la de la guardia, que implica atravesar un largo camino por las catacumbas.
Por supuesto, después de semejante aviso, tomé la última opción y caminé con la mamadera en la mano, rogando que Garayola no se la tomara: ese hombre es capaz de ingerir fluido Manchester si está en la heladera.
Lo que se supo desde ese día fue que las ratas ya tenían su lugar. Y una vez hecho el nido, hechas las ratas.
Cuando se inauguró la guardia nueva, cambiamos varias veces el sector de descanso. Al principio teníamos habitaciones que decían “Dormitorios”, pero por una cuestión de comodidad para otros, fuimos desplazados al ex sector de Personal. Por eso, nosotras dormimos en “Compras” y otros compañeros en “Tesorería”. Ni se molestaron en cambiar los cartelitos, total somos nosotros. Pero en ese remate persa, alguien siempre sale ganando (generalmente los persas) y los de cirugía se proclamaron dueños de un estar con cocina que queda junto a “Recursos Humanos”. Paradójicamente, es el único lugar que el nombre del cartelito es correcto, porque dice “Comedor”. Y es allí, durante las largas noches de guardia, que se hacen la fiesta: asados hechos en la terraza por el mismísimo Vizzolini, quien puede estar sin atender hasta dos horas el celular por estar al frente de la parrilla. Supongo que mantener a punto las achuras y que no se seque el vacío es un asunto de suma importancia, mucho más que enterarse de lo que sucede con la guardia que tiene a cargo. Pero pertenecer tiene sus privilegios: nadie que no sea de cirugía, terapia o neurocirugía es invitado a participar de las comidas, que además implica mantelito, vajilla de verdad, vasos del mismo juego y vinito del rico. Por supuesto, son muy prolijos y cuando terminan de pelar las costillas, tiran todo en un inmenso tacho de basura en la cocina del estar. ¿Y adivinen quiénes se dan un festín de aquellos? Sí, Doña Rosa, no hay que ser muy perspicaz: las ratas.
Desde hace tiempo, el hospital está en el tobogán de la miseria. No somos un basural porque hay un cartel afuera que dice otra cosa, pero si le saco una foto, no hay diferencia. En eso, las ratas siempre salen ganando; su vida se nutre de los desechos de los demás. Aunque pensándolo bien, como venimos, dentro de poco nos vamos a pelear con las ratas por los desechos.
La cúpula directiva no dio demasiada importancia al asunto. De hecho preguntaron si habíamos alimentado al “bichito”, como si fuera una mascota
La transformación comenzó cuando los de limpieza, unos chicos y chicas muy alegres que toman mate en el ex bar, decidieron hacer paro porque no les aumentaban el sueldo. Piense en el tiempo Doña Rosa: días enteros sin quitar la basura de las habitaciones y de los baños de las habitaciones, sin desinfectar, sin pasar un trapito de amor por los pisos, sin tirar las ricas sobras de las comilonas cirujanas. ¿Y los pobres chicos y chicas de limpieza no tienen derecho a protestar? ¡Por supuesto que sí! ¡Aguanten los compañeros! Pero ¿y nosotros? Nosotros nada, Doña Rosa y todavía no le conté lo peor: hace cuatro meses que los baños de la guardia no funcionan, entonces la brillante solución fue poner unos baños químicos en la vereda. Así como lo escucha: los pacientes deben usar unos cubículos llenos de cosas y de olores que, además, se transformaron en el baño público de cualquiera que pase por allí.
Cristina lo planteó en el pase de guardia y nada menos que a Vizzolini, que estaba suplantando al jefe de urgencias, responsable mínimo de este tipo de situaciones en la escala de responsabilidades:
- ¿Y yo qué tengo que ver?- preguntó como si le hubieran propuesto
- Estás a cargo vos, por eso te lo planteo.
- Sí, pero temporalmente.
Es curioso como algunas frases inmortalizan un momento, una situación. Reemplazar a un jefe en el cargo no supone que tengas que hacerte cargo (cuac) porque de eso se trata el tiempo en el hospital: es un fuera de servicio permanente.
Y al final del día, mi querida Doña Rosa, no nos queda más que la resignación y pensar que al otro día se acaba otra guardia infame. Luego de dejar la leche para mi hija en la heladera de la guardia, subí a la habitación a descansar, a tratar de dormir como pude en el colchón que se sale de la cucheta y rogando que la rata no apareciera por el conducto del aire que no podemos prender porque todavía está en modo verano y tira frío.
Y cuando pensamos que ya lo habíamos oído todo, a las siete de la mañana nos despertó la siguiente conversación llevada a los gritos en el pasillo, entre un médico y Ramón, un señor de maestranza/mantenimiento o whatever:
- …sí, la verdad es que estaba preocupado por el goteo, ¿vio? Como los análisis no daban bien…
- No te preocupes, Ramón, no es nada grave.
- Si usted lo dice, doctor.
- Te lo digo y te lo firmo. Y escúchame, ya que estamos te pregunto ¿viste lo de la rata que anda por acá?
- Sí, me comentaron mis compañeros, pero yo no la vi.
- ¿Pero y qué se puede hacer? Viste que acá dormimos todos…
- ¿Usted sabe de dónde viene?
- Dicen que de la escalera de emergencia.
- Y mire, lo único que se me ocurre es que cierren la puerta, doctor.
- Gracias, Ramón.
- No, gracias a usted.
Amén.