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IGOR (o la Internacional Boliviana)

 

Los nada de hoy, todo han de ser

La primera vez que pisé la guardia no me esperaban a mí. En realidad a nadie de Salud Mental, a pesar de que los médicos estaban alertados de que se formarían los equipos psi. Psiquiatra o trabajador social tienen más sentido dentro de la división del trabajo médico, pero ¿un psicólogo en urgencias? Cualquiera puede cumplir esa función innecesaria de dar una palmadita para calmar al angustiado y despacharlo luego. “Lo que yo necesito es un traumatólogo”, me dijo la entonces Jefa de guardia. Pedido más que razonable si se tiene en cuenta que los niños se rompen algún hueso o la crisma con regularidad. Pero lo que yo quería explicarle a la Camarada en Jefa era que durante veinticinco años los “psi” habíamos sido la nada misma, el grueso proletariado olvidado de la salud y ahora, reivindicados nuestros derechos, yo tenía mucho para dar a la causa; que yo creía fervientemente en la salud pública y en la ayuda al compañero necesitado del conurbano bonaerense.

No sirvió de mucho la explicación y en ese momento tuve que contentarme con ser la profesional burguesa en un mundo de trabajadores explotados: suplentes pediatras casi sin cobertura, residentes en negro que cubren horas y por supuesto, el nombramiento de cargos sin sentido como el mío.

Hasta que un día, seis años después, los camaradas traumatólogos desembarcaron en la guardia y fueron recibidos con honores. Y pasa que, a diferencia de los infames cirujanos, yo a los traumatólogos los considero parte de la lucha diaria en la trinchera. Una aprende a querer a cierta gente, en especial hacia el final del día cuando pensás que vas a enloquecer por el encierro.

El traumatólogo del jueves es José, un descendiente de gallegos que tiene a su cargo a Igor, el residente aprendiz al que le empoma la mayoría de las consultas, mientras él charla con Cristina y conmigo. Y si yo digo Igor cualquiera piensa en vodka y la Internacional. Pero no, Igor bajó del altiplano boliviano para convertirse en traumatólogo, rompe con la regla étnica del medio metro y ríe poco y nada. Podría decirse que es un verdadero representante de las masas trabajadoras que, merced al esfuerzo y la lucha, ha sabido hacerse un lugar dentro de la ley del gallinero.

El perro no era el de Pavlov

El día en que la mitad de los médicos aplaudían porque ordenaban la detención de Hebe de Bonafini, los traumatólogos nos regalaron un protocolo de riesgo.

Protocolo de riesgo ¿qué es, camarada? Le voy a explicar: es una oda antipoética, un manifiesto a contranatura que pide a gritos la liberación. El protocolo de riesgo debe tomarse obligatoriamente con cada caída y cada fractura que llega a urgencias. Pero ese no es el problema, sino que, fuera de algunos datos básicos de identidad (nombre, apellido y nacionalidad), es casi imposible preguntar lo que pretende ese engendro, malformación panfletaria que aspira a comprobar signos de maltrato y/o negligencia sobre los niños. Por ejemplo, preguntarle a los padres de un niño que se ha caído del triciclo cosas como si consume drogas o si tiene armas de fuego en la casa. Además de insistir en el nivel de educación de los padres y si trabaja en negro o relación de dependencia, ítems sumamente importantes para detectar el maltrato sobre los párvulos.

Entonces una lo va “adaptando” hasta que termina preguntando los datos filiales y apelando al famoso qué-pasó-mami.

Esta vez, el elemento evaluador iba a recaer sobre una pareja de trabajadores, padres de un bebé de seis meses con fractura de fémur en ambas piernas de diez días de evolución.

El camarada masculino, mecánico y la camarada femenina, maestra de primaria que trabaja doble jornada. Al evaluar el estado de la situación, nuestro camarada traumatólogo Igor nos dice muy serio que hay que enyesarlo. Y debe hacerlo en el servicio de traumatología donde tiene el yeso, claro. Y que la situación amerita el protocolo, obvio.

Así que ahí vamos con la camarada Cristina, a sabiendas que esta vez, el casito no es tan ingenuo, pero que lo de las armas de fuego quizás no deba ser preguntado.

Después de completar lo que podemos de esa ficha infame, vamos al qué-pasó-mami y sucede la entrevista:

Camarada Padre: No sé qué pasó. Estuvo varios días con broncoespasmos y vino el médico varias veces, le dio para hacer nebulizaciones. Hicimos todo…

Camarada Madre: Pero no mejoraba.

Camarada Cristina: De todas maneras, esto se trata de otra cosa…una fractura así genera dolor. ¿No lloraba?

Camarada Madre: No.

Camarada Padre: No.

Yo: ¿Y cómo se dieron cuenta de lo que le pasaba, entonces?

Camarada Padre: Porque hoy lo llevamos a la salita de Montegrande y cuando el pediatra lo revisó, le encontró esto de la fractura. Y nos preguntó lo mismo que usted, que por qué no lloraba y entonces nos dijo que por ahí el antibiótico y el ibuprofeno tapaban o algo así.

Yo: ¿Tapaban…?

Camarada Padre: Que le dolía.

Camarada Cristina: ¿Cómo fue qué pasó lo de la fractura? ¿Recuerdan que se cayera en algún momento…?

Camarada Madre: Fue el perro, que se subió a la cama y lo quebró. No tengo otra explicación.

Camarada Cristina: ¿Con quién se queda el bebé cuando ustedes trabajan?

Camarada Madre: Tenemos una niñera con cama.

Camarada Cristina: ¿Y ella les dijo qué pasó?

Camarada Madre: Yo pongo las manos en el fuego por ella. No tuvo nada que ver, lo cuida bien. Fue el perro.

Yo: ¿Y cómo lo sabe? ¿Alguien lo vio?

Camarada Padre: ¿Al perro?

Yo: Sí.

Camarada Padre: No. Igual yo no estoy tan seguro como mi mujer. Porque la niñera duerme a veces y no lo escucha al bebé. Seguro la chica lo dejó caer. Yo le vengo diciendo que hay que echarla.

Camarada Cristina: ¿Esto ya sucedió antes?

Y antes de que el camarada padre pueda contestar alguna cosa más, el camarada Igor nos llama desde el consultorio de al lado. “Venga doc, tiene que ayudarme”.

Fuimos las dos con Cristina porque el camarada Igor tiene un vocabulario acotado. Pero la pregunta del millón era ¿en qué podíamos ayudar a nuestro compañero Igor?

¡Agrupémonos todos, el género humano es la internacional!

Podríamos decir que esto es una historia de lucha, la revancha que el tiempo me dio para aunar esfuerzos conjuntos y ayudar al camarada traumatólogo en su labor, pero en general una tiende a idealizar la realidad que fue bien distinta.

Mientras la camarada madre sostenía al crío que, por supuesto, no dejaba de llorar, el camarada Igor dio las indicaciones del caso:

- Usted, camarada doc, venga de este lado y me tiene al niño desde la espalda y usted, camarada doc me agarra la pierna derecha. Antes pónganse los guantes por favor, mientras yo termino de preparar el yeso.

Para visualizar la situación, digamos que la camarada Cristina era la de la espalda y yo, la de la pierna.

Nos calzamos los guantes de látex y ahí fuimos a auxiliar al camarada Igor que empezó a vendar y a enyesar a la criatura. Me quedé con las manos quietas, mientras observaba a la camarada Cristina como si ella supiera qué hacer. Pero las dos estábamos de piedra a la espera de las órdenes del camarada Igor que metía gasa y yeso sin pausa. En cierto momento el volumen del yeso era tal que creí que nuestras manos iban a quedar pegadas junto al cuerpo del infante. Mas la pericia del camarada logró que después de media hora, el niño quedara absolutamente inmovilizado de la cintura para abajo y nuestras manos libres para continuar la tarea inicial de tomar el famoso protocolo.

- Gracias camaradas, pueden lavarse- nos felicitó el compañero Igor.

- De nada, Igor- respondió la camarada Cristina- Igual nosotras somos de Salud Mental ¿viste? Medio que nos muleaste… esto podría haberlo hecho José.

Y entonces, cuando yo pensaba que nada podía conmover al camarada traumatólogo, frente a la evidencia del muleo, el ropero del altiplano dejó entrever sus dientes blancos en medio de su gran cara redonda y dijo:

- Sin ustedes, no hubiera sido lo mismo.

Sentí una breve emoción. Esa confesión y la inesperada media sonrisa borró todo rastro de explotación. Después continuamos la entrevista con los camaradas padres, quienes por supuesto quedaron internados, a sabiendas de que un perro no provoca semejante fractura en un bebé.

Ya lo evaluarían mejor los camaradas del Servicio de Violencia Familiar.

Pero esa, es otra historia.

Porque hay una verdad indiscutible: los parias de Salud mental nacimos para unirnos a causas nobles como las de tomar protocolos infames, sostener el sistema de maltratos de gallineros y colocar yesos en pos del trabajo comunitario y la cooperación internacional.

¿Qué más se puede pedir?

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Articulo publicado en
Abril / 2017