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Relato de una experiencia desmanicomializante

 

Dicen que la mejor forma de aprender un nuevo idioma es viajando al lugar donde ese lenguaje es hablado. Que existe un abismo insoslayable entre el aprendizaje a través de los libros o por medio de relatos de otros, y la experiencia vivida en carne propia.

En tiempos de la nueva Ley Nacional de Salud Mental, decidí viajar a la cuna del movimiento que llevó al mundo a repensar la salud, el sufrimiento y la asistencia de quienes poseen padecimientos mentales. Mi objetivo era buscar el espíritu que nació en Trieste y que se desliza en los párrafos de nuestra nueva ley.

Apenas arribados a la “Ciudad de la Reforma” nos advirtieron, a mis colegas y a mí, que durante unas semanas sentiríamos que nuestras ideas eran puestas en un lavarropas. Sería lógico que al inicio experimentáramos gran confusión y que nos llevaría tiempo empezar a pensar desde este nuevo paradigma.

Como tirocinante (rotante o pasante) encontré la puerta de acceso al sistema sanitario triestino en uno de los cuatro “Centros de Salud Mental” (CSM), en que se divide territorialmente la población de la ciudad. Los centros operan como perno de todo el sistema de salud y son el primer punto de contacto entre servicios sanitarios y usuarios (jamás hablan de pacientes). El CSM Barcola, del cual formé parte durante mi rotación, es una gran casona ubicada frente al mar que mantiene sus puertas abiertas las 24 horas durante todos los días del año. Cada mañana, los usuarios se acercaban al centro para comenzar el día con un desayuno compartido y luego participar de alguna actividad organizada, jugar una partida de cartas, fumarse un cigarrillo o conversar con algún otro en el jardín. Entre usuarios y profesionales trascurrían las primeras horas en el centro de Barcola. Mi rutina se veía cambiada cuando alguna dupla de enfermeros me invitaba a salir in giro por las viviendas del altiplano. Nos trasladábamos a los hogares para llevar una medicación, mantener una entrevista dando una mano en el orden de la casa, o trasladar a una usuaria desde el centro diurno al consultorio del dentista.

De vuelta en el centro hacia el mediodía, nos reencontrábamos todos en la sala comedor donde profesionales, operadores y usuarios compartíamos el almuerzo. Posteriormente el equipo de profesionales se reunía para poner en común las novedades de los usuarios y replantear los objetivos terapéuticos de cada uno. Psiquiatras, psicólogos, asistentes sociales, enfermeros especializados. Voces y miradas provenientes de las distintas disciplinas eran, no sólo, cuidadosamente escuchadas, sino consideradas en un plano democrático de igualdad. Contaban los profesionales del centro que del armado de este proyecto terapéutico individual y personalizado, también formaba parte el propio usuario.

Los CSM cuentan con ocho camas aproximadamente, donde pasaban la noche algunos usuarios que, encontrándose en momentos de agudas crisis, requerían de un lugar para estar. Los triestinos lo llamaban accoglienza, que significa acogimiento, dar cobijo; en oposición al sentido coercitivo que podemos pesquisar en el concepto de internación.

Además del centro, pude transitar por otros servicios sanitarios que forman parte de la estructura de salud mental de Trieste: el Servicio de Rehabilitación, que trabaja para la rehabilitación integral de los usuarios (psicosocial, laboral, profesional); el Servicio de Activación y Residencia, que asiste a los usuarios con dificultades habitacionales; la Asociación Club Zyp, que brinda un espacio creativo de experiencia cultural a través de una orquesta integrada por usuarios, profesionales y operadores; el Centro Diurno de Aurisina, que propone un interesante programa de propuestas y actividades recreativas orientadas al bienestar de las personas (dentro de las cuales existe un concurrido curso de español, que los rotantes argentinos, que somos muchos año tras año, estamos tradicionalmente “encargados” de dictar).

Durante mis tres meses en Trieste fui testigo y parte de una forma de trabajo en un sistema de salud que da cuenta de un complejo proceso social que involucra a los sujetos sociales, modificando las relaciones de poder entre la institución y los pacientes y sustituyendo el hospital psiquiátrico por estructuras de salud mental que surgen del desmontaje y la transformación de los recursos materiales y humanos disponibles.

El movimiento de desinstitucionalización y desmanicomialización, del que Trieste es ejemplo, no implica solamente el cierre de los manicomios, sino un profundo y radical cambio en la forma de pensar los servicios de salud mental para que estén fundamentados en la protección de los derechos humanos de los pacientes, en el trabajo interdisciplinario, que elimina la hegemonía psiquiátrica, y en la igualdad entre los profesionales de la salud mental.

En Trieste finalmente comprendí un poco de aquello de lo que hablaba Basaglia, que “abrir la institución no significa abrir una puerta, sino nuestra cabeza”.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2014

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