*Publicado en Clepios, una revista de residentes de Salud Mental, Número 31, Junio 2003.
El trabajo clínico en salud mental es insalubre. Para eso no hay edad. Desde el primer contacto durante residencia o concurrencia hasta el final de nuestros días. Es una tarea que tensiona nuestra subjetividad llevándola a sus límites. Las angustias, defensas, fracturas, síntomas, corazas caracteriales son parte de una larga serie de fenómenos que tenemos que atravesar quienes trabajamos en este campo.
Por eso son necesarios cuidados especiales para quienes trabajamos. A lo largo de la historia se fueron consignando diversas medidas que resultaron de protección. Muchas de ellas continúan reproduciéndose. Uno de los privilegios no explicitados de las residencias de Salud Mental es ese. El inicio de la formación con un racional cuidado por quien se capacita.
Pero nuestro campo está atravesado por situaciones sociales, políticas y económicas que han desdibujado las condiciones de “seguridad psicológica”, tal como lo llamaba Fernando Ulloa. Bajo las coartadas de la eficacia y la eficiencia empezaron a contabilizarse solamente las prestaciones. Había que aumentar la “productividad” en esta fase del capitalismo. No alcanzaban las ganancias. Tampoco en Salud Mental. O sea, bajar todo para que se multiplique para unos pocos. Por supuesto que no ganan ni trabajadores ni pacientes. Y el terror a la caída social es una forma de coacción suficiente en un país con un desempleo de un 20 %; la mitad del país debajo de la línea de pobreza y altos niveles de indigencia.
¿Y los cuidados? Bien, gracias. Quedaron como una vieja moda del Estado de Bienestar. Ahora son tiempos de productividad y malestar. Por eso son tiempos de “burn out”. Este describe los efectos de los descuidos necesarios para maximizar ganancias económicas. Total, luego vendrá otra generación para suplir a los caídos y a menor costo. Poco importamos los seres humanos. Y para quien nos oponemos al estado actual de las cosas, quedan las acusaciones simplistas: somos idealistas y no entendemos que los tiempos cambiaron. Ellos dirán que esto no es lo deseable, pero es lo posible. Pero si los cuidados son lujos, uno debiera preguntarse donde se perdió la racionalidad.
Mi preocupación es que esto es moneda corriente fuera de las residencias. Y comienza a serlo dentro. Un (sin)sentido común ante el cual la mayoría padece pero acepta como naturalizado. Por ejemplo, que haya quienes trabajen sin tener su propio tratamiento. Supervisar solamente cuando se está al borde del abismo. Desestimar reuniones de equipo. Largas jornadas laborales con muchos pacientes vistos en pocos minutos. Una dejadez en el estudio por falta de motivación. La lista de los malestares de hoy podría continuar.
No siempre fue así. No siempre se trabajó de esta manera. Y es bueno recordarlo para poder retomar los avances que desaparecieron bajo la furia del eficientismo. El encuentro clínico es un trabajo arduo. Todas las corrientes teóricas lo sostienen con diferentes nombres, pero una sesión individual, familiar, grupal o un control de medicación implican un costo subjetivo. Por eso se mencionarán algunos clásicos cuidados para quienes trabajamos en Salud Mental:
Primero y principal, el propio tratamiento. Esto permite no sólo y didácticamente aprender el método, sino metabolizar el impacto del trabajo clínico en nuestra subjetividad. Durante muchos años se sostenía que era imposible atender pacientes sin tener un propio tratamiento. Lo cual protege a uno, y por ende, a los propios pacientes. El propio Freud sostenía que todo analista debería someterse a nuevo análisis periódicamente a raíz de lo que el trabajo clínico produce. No lo dice como mandamiento, sino como protección, en Análisis terminable e interminable.
Segundo, los dispositivos de control/supervisión. Desde una supervisión individual hasta las supervisiones grupales. Esto abarca también talleres de supervisión con diferentes recursos como el psicodrama. De una de estas experiencias nacieron dispositivos como las llamadas “escenas temidas del coordinador de grupos”. Allí, brevemente, se trabajaba una dificultad que tenía el terapeuta (su escena temida con un grupo), a través de la resonancia con su vida personal que tenía esa “escena temida”. Hernán Kesselman, Eduardo Pavlovsky y Luis Friedlewsky fueron sus autores. Luego de años llevaron ese dispositivo a la “multiplicación dramática”, dejando de lado la necesariedad de trabajar la escena personal. Este es uno de los ejemplos de los diferentes dispositivos de supervisión posibles.
Tercero, el estudio grupal. Diversos grupos de estudio y seminarios brindan el sostén conceptual para poder operar en el trabajo clínico. Esto implica lecturas y discusiones con docentes y pares. Kurt Lewin decía que no había nada más práctico que una buena teoría. Y es cierto. Un buen esquema conceptual es uno de los mejores cuidados que podemos tener. De lo contrario simplemente se está trabajando a ciegas y con parches. No con un esquema que nos permita operar con racionalidad.
Cuarto, los dispositivos de sostén de equipo, tales como reuniones de equipo, grupos de reflexión y otros. Estos son dispositivos devaluados u olvidados. También en las residencias. Las reuniones se transforman en un paso administrativo y los grupos de reflexión (y otros espacios para pensar las ansiedades que provoca la tarea) son descalificados como una forma evolucionada de masturbación colectiva. Sin embargo, todo equipo que sea realmente productivo, tiene esta clase de sostén. Y esto ayuda grupal e individualmente. Tanto es así que en su momento Harold Kaplan y Benjamin Saddock, autores de manuales de psiquiatría y de grupos, coordinaban juntos un grupo terapéutico optativo para residentes durante la década del 60 en EE.UU. El planteo era que cada residente podía optar por participar en dicho grupo, el cual los beneficiaba en poder no sólo recibir la ayuda terapéutica, sino también ir solucionando conflictivas grupales habituales durante la formación, a la vez de tener un modelo de trabajo terapéutico. Sin llegar a tanto, las primeras residencias de Salud Mental siempre tenían su grupo de reflexión para poder drenar allí el impacto de encontrarse en la primera línea de la trinchera de la Salud Mental. Inclusive hubo experiencias de sociodrama con residentes, que trabajaban hacia fines de los 60 las escenas conflictivas dramatizándolas. Así podían llevar desde conflictos grupales hasta los casos difíciles de una guardia (en Psicodrama psicoanalítico grupal de Martínez Bouquet, Moccio y Pavlovsky).
Estos cuatro dispositivos son los cuidados básicos para cualquiera. En verdad, se configuran como una serie de redes que permiten nuestro sostén para el trabajo con los pacientes. Nos sostienen y nos contienen para poder operar.
Sin embargo, la furia neoliberal hizo que muchos de estos dispositivos cayeran ante el huracán del eficientismo cortoplacista. Y ello llevó a la naturalización del descuido de los profesionales y los pacientes. Este es un riesgo que juega en nuestro cuerpo como trabajadores de salud mental. Y sin contabilizar algo que está en boca de todos: las situaciones clínicas de hoy son más graves que las de antaño. O sea, mayor gravedad y menores redes. La fórmula es explosiva. O mejor dicho, implosiva.
Muchas veces se afirma que esta serie de redes no se pueden sostener por dificultades económicas. Aunque algo de eso es cierto, creo que la mayor parte del problema no es económico. Estas redes han sido desdeñadas en función de definirlas como bienes costosos y suntuarios. El problema que tenemos es la lucha simbólica entre quienes consideran que estos son lujos y quienes pensamos que son la base del equipo de quienes trabajamos en Salud Mental.
Sin estos suministros básicos, no solamente se corren mayores riesgos personales y profesionales, sino que la tarea se torna mucho más densa y tediosa. Es que no se cuentan con recursos idóneos para sostenerla. Mucho menos para enfrentar los desafíos de nuestra actualidad. La memoria de estas redes y cuidados es necesaria para construir un futuro en el que nosotros, los pacientes y la vida misma valgan un poco más que unas monedas.