El 30 de mayo de 2008 fallecía Fernando Ulloa. Parece mentira que hace ya cinco años que no está físicamente con nosotros. Es que la potencia de sus ideas, sus intervenciones, su creatividad siguen atravesándonos. Es por ello que publicamos este texto que permite “volver a Ulloa , a su producción de inteligencia y instar en seguir apropiándonos de su legado. Y seguir avanzando por los caminos que nos enseñó.
Al fin se ha reeditado Novela Clínica Psicoanalítica. Historial de una práctica, de Fernando Ulloa, y al mismo tiempo ha salido un nuevo libro, concebido como su último gran trabajo escrito. Festejémoslo con algunas líneas de nuestra propia tintera. Llamémosle Los libros de Ulloa.
Durante muchos años no pudo usarse, si no acaso por confusión, por ignorada ignorancia o fallido mediante, la frase con la que damos título a este texto. Lo que no podía usarse verídicamente era el plural, pues sólo había un libro de Ulloa. Y había, en más de un lugar, el deseo de sus lectores de que Fernando modificara esa situación. Ahora, desde su factura reciente, se inscribe como publicación póstuma y no sin requerir labores de Chichú y de su hijo para un barniz sobre lo inconcluso, este segundo libro: Salud ele-Mental. Con toda la mar detrás.
Entonces, es a partir de su mera tapa que esta edición puede hacer surgir o retornar, en algunos de nosotros, el sentimiento de que el aporte de Ulloa es imprescindible.
Si uno le planteaba a Fernando: Dígame Ulloa ¿qué porta su aporte?, hubiera obtenido sin duda una respuesta, ya que él era consciente de haber operado originalidades, y carecía además de falsa modestia. Probablemente, su respuesta hubiera contenido elementos conceptuales de variado tipo, no faltando entre ellos anécdotas polisémicas, reflexiones etimológicas, referencias meditadas y serenas a lo que consideraba criticable en otros o en sí mismo, denuncias enérgicas de aquello contra lo que creía necesario enfrentarse, y el consabido despliegue de una estrategia de variaciones y desplazamientos para que esta respuesta no fuera concluyente. Ante esta pregunta, es seguro que Fernando hubiera hablado largo rato, como si su aporte llegara junto a otros en los vagones sucesivos de un tren cuyo final no se avizora. Afirmar tales cosas no vuelve menos preciso conjeturar que, esas declaraciones, estarían signadas por delicados modismos y complejos históricos, y por cierta austeridad en el ego; y que esto constituye una razón más por la cuál es importante que articulemos nosotros, sobre el aporte de Ulloa, lo que él no dijo ni hubiera dicho.
En la tapa de este nuevo libro encontramos por dónde empezar.
Por ejemplo, el título ya presenta varios atributos fundamentales de su estilo. Se trata de dos frases con belleza literaria, sonoras, que elevan a su vez cada palabra al valor de idea. Es un título ingenioso, pero más que ingenioso es astuto y, para que quede claro de qué astucia se trata, la segunda frase proviene directamente de una canción popular.
Es asimismo un título sorprendente. En un campo teórico como el nuestro, repleto de complejidades y sofisticaciones, uno se pregunta ¿qué es lo ele-Mental?; ¿cómo puede algo ser ele-Mental?; ¿Y la Salud ele-Mental, no parece algo así como la canasta básica de la subjetividad?; ¿Será posible? Con humor amigable, es también provocativo. O, para intentar ser más preciso, diría que su primera frase es ingeniosa y ligeramente provocativa, mientras que la segunda es evocativa. Modos de posible injerencia analítica, linderos ambos a la interpretación de lo inconsciente.
Todavía sin abrir el libro, en la imagen de la portada, encontramos el retrato realista de un hombre añoso pero ávido que, con los ojos empequeñecidos, no parece posar, sino que más bien estaría en una postura muy propia, producto de la frecuentación de ciertos hábitos. Así, la mano envuelve la boca de la pipa pero no se quema. ¿Será algo de esto lo que Ulloa conceptualiza como veteranía, como baquía en lo real, como estar analista? Esta simple obra de arte en carbonilla, la debemos a Chichú.
Compartir estas preguntas iniciales me precipita, inesperadamente, a un comentario que más bien quisiera situarse en una discusión nodal: como los más contemporáneos de entre los mejores psicoanalistas, Ulloa se ocupa sostenidamente del problema de la desestimación y la desmentida.
Con esto quiero decir que, se trate del concepto particular del que se trate (numerosidad social, crueldad-ternura, estructura de demora, abstinencia-pertinencia, etcétera) lo surcarán transversalmente al menos dos ejes: uno que insiste en que algo ha de constituir efectivamente la verdad histórica que quiero saber (todo con minúscula), y otro que consiste en una interrogación acerca de la alteridad del semejante, que se presenta como fuente irreductible de la propia.
Tal preocupación estuvo muy vigente desde la experiencia del dispositivo llamado Asambleas Clínicas, que comenzó a funcionar en la Facultad de Psicología de Buenos Aires en el año ‘66. Según nos cuenta, uno de los principales temas tratados en aquellas asambleas fueron los pequeños fraudes cotidianos que, entre estudiantes y docentes, eran moneda de cambio institucional aunque no levantaban hasta ese momento críticas audibles. Luego, fue posible articular un discurso que diferencie la infracción de la transgresión, pudiendo reconocer en esta última la potencialidad de un valor creativo.
Esta clínica que incluye problematizar la desmentida, encuentra correlatos formales en la esmerada honestidad intelectual con que Fernando construía su discurso, y en cómo elegía transparentar, en la medida que le era posible, los procesos imperfectos, y no sólo presentar resultados. En esa escritura que reflexiona sobre su propia fábrica, y que a veces se arriesga en una pesquisa sobre el pasado de las palabras, nos recuerda la vocación materialista de algunos poetas, entre los que Francis Ponge daría la talla. En Salud ele-Mental, se demora varias páginas contándonos detalles sobre el fraguado de este título, y también, en algún pasaje, mientras avanza argumentaciones va reflexionando sobre frases que en el primer manuscrito había dejado tachadas.
Se trata de la misma honestidad, lanzada y a su vez estratégica, que en el prólogo de Novela Clínica le permitía escribir: “…del propósito de teorizar mi práctica psicoanalítica con las instituciones. El resultado reflejaba más bien lo contrario, al constituir una expresión de mi manera de ser psicoanalista, influenciada por mi trabajo con las instituciones.
No se trata entonces de un libro que piensa lo institucional desde el psicoanálisis, sino de un trabajo que piensa el psicoanálisis desde la práctica con la numerosidad social.” Y en la página siguiente “Con respecto al propósito fallido y su posible validez, tomo en cuenta que una flecha interpretativa suele no dar en el blanco, pero resulta de especial interés advertir aquello que resultó flechado”.
Les adelanto a quienes aún no lo hayan transitado, que este segundo intento insiste y rectifica considerablemente el desvío de la primera flecha. De hecho, hay grandes extensiones de Salud ele-Mental que parecen rescrituras de la Novela Clínica, pero con una leve diferencia de punto de vista, lugar de partida y de llegada.
Si hasta su redacción final la Novela Clínica habló fundamentalmente de los efectos de la práctica institucional sobre la analítica; en sus últimos años, sin redacción final, Ulloa consiguió acercarse a un pensar la numerosidad social desde un psicoanálisis (con p minúscula, de lo que él llamaba propio análisis) orientado hacia ella.
No obstante, tengo la impresión de que estos trayectos de repetición reelaborativa, como reimpresos, no alcanzaron la altura de su propia huella, y que, al menos en lo que a mí respecta, la preferencia se inclina sobre aquel primer intento, el de los aciertos fallidos.
Tal vez sea así porque me simpatiza esa experiencia. La de querer concebir cierto escrito y terminar con otro, o sencillamente con ninguno. De hecho, cuando empecé este, lo hice con la idea de reseñar positivamente los contenidos de ambos libros. Mientras que ahora se me va haciendo más claro lo que me impulsa a escribir, y se trata de comunicar una serie de impresiones personales sobre Ulloa.
De lo único que me abstendré deliberadamente, en esta ocasión, es de pasar al registro de la anécdota, aunque se haga valer y descubra lugar en el recuerdo. Esto último nos pasa a muchos con la figura de Fernando, y suele hacer lazo en nuestra conversación ya que, no sólo en tanto autor, sino a través de su presencia como persona en el mundo, nos ha impresionado de manera íntima. En ese sentido, creo no equivocarme si digo que numerosas personas guardamos la marca de que Ulloa fuera una vez nuestro analista, o el que nos acompañó a soltar amarras en al menos un punto de nuestro propio análisis. Esto no se explica sólo por su trabajo con la numerosidad social, en diversos ámbitos perelaborativos y multiplicadores (así atinó a calificarlos), también se debe al modo suspicaz en que Ulloa captaba las transferencias singulares a las que daba cuerpo, y a las que intentaba no dejar pasar sin algún trabajo, aprovechando cualquier ocasión aunque fuera breve. De allí que un anecdotario, en todo caso colectivo y por ahora en plena dispersión, podría aspirar algún día a cifrar narrativamente lo más inasible y vivo del aporte de Ulloa.
Entonces, diré mejor algo que fui insinuando, y que suelo pensar en voz baja acerca de él y de otros autores a los que aprecio particularmente: su obra pertenece a la literatura menor. ¿Y qué es la literatura menor? En principio, podemos recurrir a Deleuze y Guattari para una definición. En su libro sobre Kafka se distinguen tres características claras. Sugiero ver dicho texto, pero las resumo a modo personal para un uso acotado e inmediato.
La primera característica consiste en que una literatura menor no es aquella escrita en un idioma menor, sino la que una minoría hace dentro de una lengua mayor; aunque por efecto de ello: “el idioma se ve afectado por un fuerte coeficiente de desterritorialización”, léase: las palabras adquieren nuevos usos circunstanciales, y adherencias semánticas que las hacen sonar exó-ticas. Tómense por buenos ejemplos los términos recientemente citados: recinto multiplicador, o numerosidad social (mientras que perelaborativo queda más del lado del neologismo, que Ulloa cultivaba con mesura y estilo propio). De esta pulsión sobre y entre la lengua, territorializante y desterritorializante a la vez, habría muchos ejemplos.
El segundo rasgo de una literatura menor es que en ella todo es político (yo retocaría: casi todo es político, ya que encuentro en el matiz de ese “casi”, la posibilidad de que algo sea decididamente político). Sucede que, en una literatura menor, por efecto del espacio arrinconado que es su referencia, cada problema individual se conecta de inmediato con la política, máxime cuando no se dispone allí de la holgura necesaria para fortificar los ambientes privados. El compromiso y el conflicto intergeneracional realzan su contorno. Dicen Deleuze y Guattari: “Aquello que, dentro de las grandes literaturas, se produce en el sótano del cual se podría prescindir en el edificio, ocurre aquí a plena luz…” (pensemos por ejemplo en el lugar que le dio Ulloa al relato de la escena clínica, que sin ir más lejos, puede apreciarse en lo que escribió sobre las ya mencionadas Asambleas).
La tercera característica reside en que, en la literatura menor, lo individual crece en importancia, pero al mismo tiempo adquiere siempre un valor colectivo. Por esta razón, no es una literatura de Maestros, sino de oficiales, en el sentido de aquéllos que hacen oficio. Esta literatura “es un asunto del pueblo”. (Por acá pasa cada raíz del pensamiento de Ulloa, pero recordemos particularmente cómo se expresa en el título de su nuevo libro).
Considero que con esto tendremos insumo suficiente para alguna reflexión. Y si cabe la pregunta prefásica sobre ¿cuán posible es aplicar estas ideas sobre literatura a la escritura en psicoanálisis? Podemos notar que el mismo Ulloa lo hizo antes con otras del mismo cuño, y que estas que propongo aquí no le caen bien sólo a él, ya que su germen abunda en buena parte de la obra de Freud. Luego, entre los contemporáneos del fundador, estas potencias alimentaron la escritura, por ejemplo, de Viktor Tausk; y para citar un ejemplo más cercano al que nos ocupa, observemos cómo estas ideas pueden situar de modo bastante preciso la obra de un contemporáneo entrañable como J.-B. Pontalis.
Ahora bien, si nos demoramos un poco más en las impresiones de y sobre Ulloa, tal vez podamos extraer algunas nuevas caracterizaciones para la literatura menor, y tal vez ellas ciñan aún más lo que este tipo de escritura puede significar dentro del campo psicoanalítico.
Hicimos referencia, en los términos de Deleuze y Guattari, a la desterritorialización del lenguaje, pero en Ulloa hemos de notar también una profunda personalización del lenguaje. Sobre este tema, tanto otros comentadores como el propio Ulloa han insistido. Yo agregaré ahora que su lenguaje es blando, en el sentido de que genera articulaciones nocionales muy fluidas, poco categóricas. Esa blandura le permite registrar matices de fabulosa sutileza, como lo hacen las láminas de cera que se utilizan para tomar moldes de llaves. Una vez más, no se trata de llaves Maestras, sino del artesanado de algo que no aspira a ser más ni menos que una herramienta personal, cuyo destino en lo social no se decreta.
De este modo Ulloa se inscribe en el linaje medio bastardo de los psicoananlistas que, después de Freud, piensan en lo informal, en lo transicional, en lo poético, en lo radicalmente futuro, en aquello que excede o que nunca accede del todo a conformar estructuras.
Una parte fundamental de su trabajo no dialectiza ni antagoniza con las líneas gruesas del campo teórico al que se refiere, sino que las modifica sutil pero directamente. Las afecta. Les aporta modos de expresión en dimensiones analógicas: unos colores, unas siluetas móviles, una precariedad, una estética.
Por este camino y muy efectivamente, su conceptualidad no proviene ni conduce a ningún ismo.
De aquí puede deducirse que, la literatura menor, en psicoanálisis, es aquella que se aboca a esfuerzos creativos fragmentarios, antes que a comentarios, perfeccionamientos o reformulaciones sistémicas de la doctrina. Por eso las obras que alcanzan esta condición, se perciben como extranjeras de nacimiento, como objetos voladores no identificados, fronterizos, fueras de serie. Se trata de novas que no poseen gravedad para conformar sistemas, ni pretenden para brillar un cielo propio; que fulguran al acercarse a otras, formando pequeñas constelaciones sin signo.
Y para cerrar este escrito, siendo fiel a su estilo precipitado, resumiré una característica más, parafraseando otros decires de Ulloa.
Esta literatura encuentra su objeto en la clínica de los múltiples conflictos de deseo, de la vida psíquica y de la historia; y lo clínico rara vez se trata de hablar del inconsciente, pues más bien consiste en hablar hacia el inconsciente que, como un bebé ¿no nos entiende?
Juan Melero
Psicoanalista
jxmxmx [at] hotmail.com