“Los buenos deseos me vienen particularmente bien, puesto que han lanzado a todos los espíritus maléficos contra mi. Afortunadamente los conozco desde muy atrás y, por tanto, me inspiran escaso temor” S. Freud (1913)
Joseph Breuer y Sigmund Freud desbordaron el marco de la perspectiva técnica, científico-natural de la medicina de su época, en tanto no denigraron los extraños fenómenos histéricos (padecimientos somáticos sin sustrato orgánico), catalogándolos como simulaciones. Muy por el contrario, pusieron a sus pacientes en valor(prominentemente, Bertha von Pappenheim y Anna von Lieben), considerándolos como aliados y como proveedores de conocimiento. En suma, entablaron un verdadero diálogo con aquellos. Freud se transformó de un científico del objeto a uno del sujeto. Avanzó hacia una posición crítica de las instituciones -erigidas por la historia individual y social- esto es, desentrañó la esencia engañosa de lo pretendidamente natural. El Psicoanálisis se volvió Ciencia Social a raíz del hallazgo que el poder avasallador de las producciones neuróticas (o religiones privadas) del individuo -apabullado por la cultura de la domesticación- se funda en el olvido o en la represión de la propia historia, de nuestras propias invenciones. Lo mismo vale para el poder de las instituciones culturales del tipo de las religiones colectivas.
Presumiblemente teniendo presente a Francis Bacon, Freud mantuvo la postura que su método -concebido para desentrañar el enigma de las instituciones que someten al individuo, que lo restringen- habría de situarse en el ámbito de las Ciencias Naturales, apropiadamente entendidas.
Pronto les pareció escasamente convincente a los médicos y psicólogos, vueltos psicoterapeutas freudianos, concebir la terapia que procura devolver a los neuróticos su condición de autores de su biografía y con la aspiración al establecimiento de una cultura “que ya no oprime a nadie” (Freud). Particularmente en épocas de movimientos y regímenes autoritarios, percibieron como riesgosa la amalgama entre la terapia y la crítica de la cultura (la terapia como cultura crítica práctica). Discretamente la dejaron de lado.
La terapia comprendida como “técnica” y como tal aparentemente aplicable a los más diversos usos, se disoció de su fuente freudiana fundacional (teoría de la pulsión y del lenguaje). Fundamentalmente, fueron filósofos sociales y científicos literarios los que recogieron el guante y ahondaron en un terreno ignorado o rechazado por la mayoría de los psicoanalistas agremiados.
El mismo Freud trató de mantener al Psicoanálisis (como teoría y como organización), al margen de la guerra civil europea, que aquel veía asomar amenazante. En los años 32/33 resaltó una vez más la estirpe anti-ideológica, científico-natural del psicoanálisis (en sus últimas Lecciones de Introducción al Psicoanálisis). Simultáneamente apuró la expulsión de Wilhelm Reich, exponente de la “izquierda freudiana”.
Ideólogos, tales como Carl Müller-Braunschweig, se dieron prisa en “salvar” en 1933 a la organización psicoanalítica, colocando su técnica terapéutica al servicio del movimiento nacionalsocialista. De cara al encumbramiento de la corriente hitleriana, que inmovilizó tanto al movimiento obrero como al psicoanalítico, los freudianos se auto percibieron como una colectividad de interpretadores, terapéuticamente activa, liberal, filantrópica, social pedagógica y pacifista. En el marco del espectro partidario, se situaron en las cercanías de la mayoría reformista de la social democracia. Recién hacia el final de la República de Weimar reconocieron el lado peliagudo de la entraña crítica de la cultura, el estatuto teórico-científico y el contenido político de la terapéutica freudiana.
La minoría socialista quedó perjudicada por la estilización en ciencia natural y por la pretensión de neutralidad política: A partir de ahora se catalogó como herejía la interpretación sociológica de los hallazgos psicoanalíticos (Ernst Jones, 1949). Asimismo se condenó la actividad política en organizaciones de “izquierda”, con el argumento del riesgo que entrañaban para la estabilidad de las asociaciones psicoanalíticas. El aislamiento y la expulsión amenazaban a los terapeutas (como Wilhelm Reich), que tomaron en serio el antiautoritarismo de las asociaciones libres –el desmontaje del Super-Yo (Ferenczi)- y que procuraron aplicarlo trascendiendo los linderos de la cura psicoanalítica, desafiando el estatus quo. En el polo opuesto se situaron los que pusieron su conocimiento médico al servicio de la curación de funcionarios y de la represión de opositores al régimen (inclusive la eliminación de “indeseables”), y que se asumieron como especialistas que no se sentían responsables, ni de los motivos de la aplicación de su técnica, ni del proyecto marco del estado fascista, devorador de seres humanos. A estos el régimen los toleraba. Iba de suyo la abjuración de la crítica y de la resistencia, así como la abominación de la ilustración freudiana y la indiferencia ante el asesinato de sus colegas. La medicalización del psicoanálisis (Paul Parin) se convirtió en el programa encubierto, en el contexto de la “inflación” de la psicoterapia de raza aria de los años de pre-y de guerra.
El psicoanálisis organizado jamás fue apolítico (o “neutral ”). Sus portavoces descalificaron como “aprovechamiento político”, una teoría y praxis que va en contra del estatus quo, que aspira a la superación de una cultura de la guerra, de las masacres y de la superstición.
Por el contrario, la política orientada hacia el orden establecido (y siempre subordinada a los batallones más formidos) no fue percibida como tal -como política- por los psicoanalistas y sus funcionarios. Verbigracia, la asesoría al gobierno estadounidense y al FBI durante la guerra y luego en la etapa de la guerra fría. En los hechos, el establecimiento psicoanalítico aceptó tácitamente aquellas acciones o hasta las aprobó de manera explícita.
En la historia del psicoanálisis organizado hizo escuela la ruta ideológica trazada en los tempranos años treinta: la neutralización del psicoanálisis definido como Ciencia Natural, el primado de la “técnica” terapéutica, el escarnio del compromiso de algunos psicoanalistas contra el poder establecido. Lo que inicialmente parecía una medida coyuntural en tiempos difíciles, se consolidó pronto como norma institucional. La incomprensión y no procesamiento del destierro de sus casas matrices de formación en Berlín, Viena y Budapest, persecución y -en no pocos casos- asesinato de psicoanalistas judíos y socialistas ha teñido directa o indirectamente la selección y la formación de las subsiguientes generaciones de psicoanalistas. Similar efecto alcanzan la discriminación y marginalización del psicoanálisis en la Unión Soviética estaliniana (y en sus países satélites), así como ulteriormente la persecución de psicoanalistas latinoamericanos en los países regidos por dictaduras
La actual adaptación
Las dificultades del psicoanálisis provienen de su fortaleza. Se contrapone a la situación dominante, el hecho que sus profundas percepciones promueven una comprensión crítica de la historia de vida y de la cultura. Resulta cada vez menos factible lograr el arduo equilibrio de desenvolverse simultáneamente dentro y en contra de la situación reinante. Al hacerle el psicoanálisis el juego a las condiciones existentes, termina engullido por estas. Se convierte en víctima del sistema, que erosiona lo específico de su entidad. Aparece como disfuncional en la competencia con terapias biomédicas más rentables. En el mercado de las miles de promesas curativas, queda rezagada la exigente y diferenciada terapia psicoanalítica, que no reprime ni desplaza síntomas, sino que al contrario procura devolverle al individuo algo de su soberanía. La embrollada situación en la que se encuentran numerosas instituciones y terapeutas, los hace proclives a compromisos problemáticos y a la búsqueda de aliados, aunque sean impropios.
Las sociedades psicoanalíticas de la República Federal Alemana bregaron por conseguir que los seguros médicos asumieran los costos de los tratamientos. Se apuntaba a que “todas las capas sociales tengan acceso al tratamiento psicoanalítico”. En tanto aspiraban a lograr de este modo influencia social, presionaban en búsqueda de reconocimiento. Para garantizar la demanda de atención, se optó por capacitar psicoanalíticamente a un alto número de profesionales. Estos se volvieron dependientes de los pagos de los seguros, puesto que aquellos garantizan su manutención.
Sin embargo, la formación de terapeutas de orientación psicoanalítica requiere de estructuras que se diferencien nítidamente de los modelos convencionales y que colisionan con el sistema actual de control de aprendizaje. El conocimiento psicoanalítico choca –como también les ocurre a otras ciencias sociales críticas- con el sentido común del candidato. Se produce una disonancia, no sólo cognitiva, sino y sobretodo afectiva. Este “efecto sorpresa” (Thomas von Salis) puede propiciar una transformación del esquema referencial común. No se trata de un procedimiento simple de aprendizaje, sino de un proceso formativo integral que comporta tiempo y por tanto está en las antípodas de la corriente que reduce todo a la perspectiva económica.
Por cierto que la corriente preponderante marchó en una dirección totalmente diferente. Pronto se impuso la convicción de subordinar, tanto la propia praxis como la formación psicoanalítica a las exigencias de los seguros y de los colegios médicos. Esto es, se incorporó al psicoanálisis en el reino de la economía. Sucedió a través de los peritajes externos para aprobar la asunción de los costos y para la limitación del número de sesiones. De esta manera se transformó la identidad, la praxis y la investigación. Los psicoanalistas ya no escriben “novelas”, sino solicitudes de aprobación de costos. Los diagnósticos no incluyen conflictos pulsionales, sino las letras y las cifras del ICD 10. Este sistema diagnóstico sustituye la dinámica conflictiva por fenómenos patológicos o síndromes. Esta tendencia corresponde a una concepción tayloriana de la enfermedad, según la que se fragmenta el padecimiento psíquico, biográficamente y socialmente determinado (fordismo en la nosología). El sistema diagnóstico se orienta fundamentalmente en la terapia conductual y en la neurociencia.
Su adopción por los psicoanalistas conduce a una especie de “deconstrucción” de la doctrina psicoanalítica, mediante la casi eliminación de la teoría pulsional y del conflicto, de la teoría de formas de interacción relevantes para la neurosis, así como del entorno (Sociedad y Cultura). En el marco de esta tendencia, el Psicoanálisis es desalojado de los lugares conquistados en los
años setenta en la enseñanza e investigación universitaria. Esta marginalización de nuevo cuño incluye crecientemente a organizaciones de orientación exclusivamente clínica.
Si bien la comunidad psicoanalítica lamenta este movimiento regresivo, no lo contradice, ni mucho menos ofrece resistencia. Paulatinamente ha cobrado forma el tipo preponderante del psicoanalista políticamente abstinente, que ha hecho las paces con las condiciones sociales imperantes. Estos eluden casi siempre “los lacerantes problemas contemporáneos”. A la fecha la fracción freudiana ya no se reduce a algunos centenares. Los varios miles que la componen, no poseen voz en las luchas políticas. Sigilosamente se abandona la amalgama freudiana entre investigación y curación y es suplantada por estándares “objetivos” que sirven a la auto justificación.
La mayoría de psicoanalistas se inclina a apañarse con los antagonistas del psicoanálisis y procuran conciliar la herencia freudiana con la neurociencia y con la psicología cognitiva. A posteriori, se proclama a Freud como investigador del cerebro y se degrada a la psicología del inconsciente a la categoría de recurso de emergencia. En el contexto del “neuro psicoanálisis” se le atribuye a la pulsión la función de un sistema de búsqueda, identificable dentro de la anatomía patológica, al inconsciente se le cataloga como “memoria implícita”, la metapsicología sería obsoleta y se entiende a la neurosis como un asunto exclusivo del mundo interno, o como secuela de “traumas” .
La angustia real engendra la propensión a ceder ante las “necesidades determinantes” del presente (Nietzsche). El temor a la estrechez material, al no someterse a las exigencias de los seguros médicos; el miedo que aflora al resistirse al primado de la economía y al delirio de eficiencia; el temor al declive de las instituciones, al recortárseles los fondos de investigación, o a la deserción de pacientes y candidatos. Al no afrontar la comunidad analítica estas cuestiones, sólo queda la fuga hacia delante –obediencia apresurada con sentimientos de culpa.
El marco social y perspectivas
Es urgente la contestación, psicoanalíticamente fundamentada de la ascendiente sumisión del individuo ante los intereses de la economía y la administración política, puesto que los espacios internos y externos de libertad que requiere el picoanálisis, se encogen crecientemente como consecuencia del control bio- político y del espionaje global
Colonización y control bio-político
El éxito del sistema económico capitalista reposa en la estandarización de las diferentes facetas de la vida humana, para garantizar su predictibilidad y subordinarlas a los mandatos de la economía del rédito. Hace largo tiempo que esta no se restringe a la explotación de la fuerza de trabajo. Se extiende a la capitalización de todos los aspectos de la existencia humana –alimentación, configuración de los sentimientos (contactos sentimentales vía internet, terapia, consultoría), de las relaciones sociales (capitalización de la atención sanitaria), de la comunicación (mediante las redes sociales y los medios masivos), de la partición (el modelo de negocio “shared economy), de la solidaridad (mediante la privatización de bienes comunitarios y hasta del organismo (a través de la tecnología genética, de la medicina reproductiva y del comercio de órganos)
La creciente penetración del cuerpo, de los afectos y de las instituciones vía el pensamiento instrumental, va de la mano del constreñimiento de la capacidad de actuación. Asoma el ideal del ser humano como “bio-autómata”, que asegura la ausencia de perturbaciones en el proceso productivo, que no llega a ser fardo pesado para ninguna entidad de atención social y que consume hasta avanzada edad mercancías y servicios –incluso aquellos que sirven para la salud y el robustecimiento. De este modo el “derecho a la salud” se convierte en “obligación a la salud”. El cuerpo humano deja de ser algo privado, para estar sometido a controles bio-políticos y ser objeto de una óptima utilización.
A velocidad sideral, la medicina perfecciona técnicas que no sólo se utilizan para el control de la conducta, sino que penetran directamente en nuestro sustrato orgánico: diagnóstico pre-natal, trasplantes , terapia genética, etc.
Surge una confluencia de intereses entre la tendencia a reducir la dimensión psíquica a funciones cerebrales asibles, mediante la neurofisiología, con el “invento” de nuevas patologías o la reinterpretación de las largamente conocidas (ADHD, depresión, etc.). Estas con combatidas a gran escala y con astronómicos beneficios, con psicofármacos de nueva generación.
Erosión cultural
“There is no such a thing as society”, proclamó Margaret Thatcher a fines de los ochenta del siglo pasado. Esta frase subsumió el programa de remodelación de nuestro entorno en consonancia con las reglas del mercado. El capital ejerció presión para obtener utilidades, pese a la contracción del crecimiento económico. Había que reducir los costos de producción, avanzar la desregulación de los “mercados” y capitalizar las instituciones de atención social. No ser rentables les significó ser blanco de ataques. No sólo se les reprocha dilapidación de fondos, sino también alentar la inimputabilidad de sus clientes.
Celebró su reentré la nefasta ideología del capitalismo temprano. La solidaridad y el bienestar común han sido desplazados por la “auto responsabilidad” y por formas de vida emprendedoras. Hasta los desposeídos han de fundar sus “Yo-S.A”. La competitividad despliega sus garras desde el Jardín de la infancia hasta el Asilo de ancianos. Es el todos contra todos de los rankings, dónde sólo puede haber un ganador.
Para el acceso a la formación, salud y cultura, resultan decrecientemente relevantes los derechos conseguidos mediante prolongadas luchas. Muy por el contrario, hoy se impone el más fuerte, la capacidad adquisitiva privada. Ya no son determinantes ni los colegios, ni los sistemas de aseguramiento social. Son los bancos los que cuentan, para cuyo rescate vale todo, hasta la tala rasa social, así como la “liberación” de los que “sobran”, de los sin techo.
A la hora de evaluar las instituciones y sus prácticas, quedan arrinconados los valores tradicionales por códigos de administración de empresas. Cuantificación es el dictado del momento. En los hospitales es decisivo el alto nivel de ocupación de las camas, en las comunas el presupuesto balanceado y eficientemente cubierto, el porcentaje de audiencia en la televisión, en los cines y museos, la maximización del número de visitantes, en las escuelas y universidades el volumen de estudiantes y aspirantes al doctorado. La salud se vuelve mercancía; médicos y catedráticos se transforman en empresarios y pacientes y estudiantes en clientes.
Dentro y contra el sistema
El psicoanálisis brotó de la búsqueda de un escape de los callejones sin salida, biográfica y culturalmente construidos. En los tiempos que corren, parece bastante más intrincado imaginar salidas, que en la época en la que Freud enunció su innovadora crítica institucional.
Paul Parin propuso que de lo que se trata es de “construir islas de razón en un mundo delirantemente auto expuesto”. En este marco es indispensable que la crítica psicoanalítica enfrente a la colonización del entorno y propugne el apartamiento de la tecnificación de la humanidad. Ha llegado el momento en que el psicoanálisis vuelva sobre si y se oriente en su mayor prioridad: facilitar a los individuos y a los grupos la opción de rechazar la estandarización económica de la vida y concebir formas inéditas de trabajo y de vida.
FIRMAN:
Josef Christian Aigner; Hans Albert, Rodolfo Álvarez del Castillo, Ismael Ahmadyan, Susi Anderle, Nina Arzberger, Gisela Bech, Josef Berghold, Ralf Binswanger, Gerd Böttcher, Mathis Bromberger, Markus Brunner, Martina Christlieb, Helmut Dahmer, Rainer Danzinger, Oliver Decker, Brigitte Demeure, Oliver Dietze, Götz Egloff, Albert Ellensohn, Sabine Emmerich, Karl Fallend, Ulrike Fuchs, Hans Füchtner, Thomas Gebauer, Michael Giefer, José Antonio Gimbernat, Albrecht Götz von Olenhusen, Kurt Grünberg, Stefan Gsänger, Ursula Hauser, Denise Heseler, Jens Ihnen, Gordana Jovanovic, Anne Jung, Helmut Jung, Tamara Jupiter, Dave J. Karloff, Anthony D. Kauders, Ulrich Kobbé, Stefan Köchel, Anna Koellreuter, Hans-Dieter König, Julia König, Ulrike Körbitz, Martin Kronauer, Wolfgang Leuschner, Henry Lothane, Gert Lyon, Sama Maani, Jordi Maiso, Peter Mattes, Konrad Mauth, Nadja Meisterhans, Gustav Melichar, Marieluise Melichar, Usche Merk, Josie Michel-Brüning, Emilio Modena, Angela Morré, Knuth Müller, Ulrich Müller, Bernd Münk, Peter Mulacz, Ruth S. Neumeister, Bernd Nitzschke, Eva Novotny, Michaela Okorn, Klaus Ottomeyer, Raúl Páramo-Ortega, Ingeborg Paß-Kosmath, Karl-Josef Pazzini, Andreas Peglau, Beatrice Piechotta, Rolf Pohl, Cornelia Puk, Johannes Reichmayr, Josef Rabenbauer, César Rodriguez Rabanal, Nele Reuleaux, Carl Rothenburg, Gerhard Rudnitzki, Elisabeth von Salis, Thomas von Salis, Elisabeth Sander, Manfred Sauer, Thierry Simonelli, Ekkehard Schröder, Thomas Schwind, Christophe Solioz, Cornelius Textor, Helfried Tiemeyer, Jürgen Todt, Elisabeth Troje, Tom David Uhlig, Urs Vogel, Thomas Vogt, Elisabeth Vykoukal, Andrea Weber, Martin Weimer, Erdmute W. White, Sebastian Winter, Siegfried Zepf, Mechthild Zeul, Markus Zöchmeister…