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Racionalidad y locura

 

Es posible abordar la cuestión de las diferencias entre las psicosis desde los balizamientos que ofrecen las diversas nosografías, los aportes de que provienen de las intervenciones clínicas referidas a tales “cuadros”, las posibilidades de explicar sus devenires en las dimensiones topolológicas y “económicas”, ubicarnos ante ellas estableciendo los “mecanismos” psíquicos que operaron en su “génesis”, reconstruir la constitución del narcisismo/atravesamiento por los tiempos del Edipo, destacar la forclusión (total o parcial) del Significante del Nombre del Padre tanto como la preeminencia del Deseo de la Madre, la búsqueda de los “fantasmata” y las condiciones descriptivas que los definen, puntualizar la sintomatología en tanto ornamentas de constatación de que nos encontramos ante una “estructura psicótica”. Eventualmente es deseable destacar que ello retrae la pluralidad fenoménica de las psicosis al plano de la particularidad del funcionamiento intrapsíquico. Se tracciona la multiplicidad de sus determinaciones a los vectores de la “individualidad” entramada al modelo de subjetividad hegemónicamente definida en términos de “adaptación a la realidad”. Las psicosis son bramidos que trazan cartografías desoladas, acequias intempestivas surcadas en la aridez de un mundo feliz que desaparece las pasiones que se fugan de las zanjas de la racionalidad. Delirium es aquello que “se sale del surco”: boceto de los nomadismos espantados de los cuerpos entrecortados, torturados, humillados por los sedentarismos glorificados y encarnados en la tiranía de la “normalidad”: Forma de estar presente en el mundo desapareciendo. Psicosis forma de aparecer en las extranjeridades de la multiplicidad, desterritorializado de lo uno y desterritorializante de la claridad y distinción de los desaparecidos en la “racionalidad”. La psicosis es también un analizador de las emociones y sensibilidades no toleradas en las reglamentaciones de la quietud y a los fines de su inmovilización se las aprisionará en los confinamientos de la Razón. Sufrimiento innombrable ante la totalidad de la “razón/normalidad”. Espanto por ser desaparecido y “desmovilizado” por los desaparecidos en y de la “adaptación”.

Sobre este horizonte también se puede avanzar por diversidad de dimensiones a las cuestiones que emergen de la “locura”. En primer término es dable reconocer la igualación, operada científicamente y luego propagada por el “sentido común”, entre “psicosis” y “locura”. Nos detendremos en un punto muchas veces elidido: el que refiere a la locura de la racionalidad en términos que van de las represiones a los exterminios para acceder a la “normalidad”. Ello pone de relieve la disposición a “adecuarse” de gran parte de la Humanidad a tal normalidad que contiene las condiciones de posibilidad de las operaciones que le imponen desde su mortificación sistemática a su fatalización cíclica.

Se trata de la racionalidad tanto como de los tratamientos/procedimientos de racionalización del sujeto. Correcciones de la variedad de “aberraciones”, “enfermedades”, “extravagancias”, “patologías” que son tipificadas como “desvíos” de la consumación hegemónicamente impuesta, en diversas sociedades, en distintos períodos históricos y a través de vastedad de mecanismos, de la existencia humana sometida en todos sus planos a la diagramática reticulada de la racionalidad única; prístina y sutil máquina de homogenización y pontificación de las bases de los totalitarismos.

Tal operatoria de asimilación, e incluso desaparición de la diversidad y más incisivamente de la multiplicidad, a la fetichización de lo Uno como modalidad aparente de la “armonización” del sujeto, de “normalización serializada de conductas”, de establecimiento de relaciones sociales “aconflictivas” es “concebida”, ambiguamente, como fundamento del “progreso social y la convivencia” conquistadas mediante los “ordenamientos” propiciados por la aplicación de tecnologías de represión/coacción/dominación. Al tiempo la aceptación dócil, sumisa y estereotipada del exterminio de lo diverso/múltiple es recompensada con la “pertenencia social”, la suposición del par adaptación/salud y la inclusión en el imaginario de los “buenos ciudadanos”. Ello es una fuente decisiva en la producción de sufrimiento del ser humano siendo la condición histórica social del sujeto (dimensión de su origen y originalidad) la dimensión violentada y arrasada por las operatorias de fijación de lo múltiple en movimiento hacia la quietud de lo igual.

La condición sociohistórica es mayormente encauzada, direccionada, conducida, reducida en la imposición de controles y castigos sobre los aspectos vitales que se fugan de la eficacia/eficiencia/productividad/buena conducta. “Atributos” así definidos por la racionalidad cientificista invocada por el pensamiento burgués en el deslizamiento que produce desde la positividad religiosa hacia la unidad del Estado en tanto instrumento de dominación/represión y disciplinamiento interno de las hegemonías.  Y es la “locura”, contrapuesta a la “normalidad de la razón”, la que en los albores de la modernidad tendrá que comparecer ante los tribunales de la Razón presididos por la vigencia del racionalismo filosófico cartesiano y el Positivismo lógico que ofrecieron los marcos de fundamentación conceptual a las prácticas político ideológicas de las hegemonías (clase propietaria) desde el advenimiento del sistema de producción económico cultural del capitalismo. 

Si la locura es tipificada como “pérdida de la racionalidad y del Juicio”, por su “peligrosidad” siendo necesario “ordenar las pasiones de los alienados” acaso sea pertinente recorrer someramente algunos trazos de la denominada “Antigüedad” con la finalidad de esclarecer ciertos cimientos de la “racionalidad”. La racionalidad como única vía de construcción de sentidos revoca las significaciones y producciones humanas que se escapen de las tramas representacionales concatenadas por “el principio de realidad” al tiempo que define las instituciones de punición a la “indignidad de lo insensato”. La extravagancia que ajeniza, que produce extrañamiento, que lanza las cuestiones acalladas por la certeza de La Razón, será marcada no sólo como “desvío moral” sino como “irracionalidad”. Claro está que la irracionalidad será igualada a “sinsentido” bocetándose las nuevas filigranas en el salimpsesto de los exegetas del “orden y el progreso” que impelerán la restitución del cogito cartesiano y el arrancamiento de lo que se tipifique como “genio maligno”. 

Es en Grecia donde se traza al “logos” en tanto espacio de reconocimiento de los recursos sistematizados de la razón como marco explicativo de las inquietudes del ser humano, tanto como de su “naturaleza” y de sus modos de relación y organización estableciéndose, correlativamente, la posibilidad de trascender el pensamiento mágico y el pensamiento mítico. Tal sistematización reconoció el forjamiento de métodos aplicables a variados ejercicios del pensamiento. Es allí y entonces donde se crea la Polis, espacio del ejercicio político y campo de experimentación de la “igualdad”. Fertilidad de tal instancia, pues es allí donde nace la filosofía y se lanza la posibilidad del goce estético, la pharresia como la base de lo que será la “libertad de expresión” (en un deslizamiento del “todo decir” a la “expresión libre del pensamiento”), se erige la figura del filósofo en su humanidad contrapuesta a la distancia sacerdotal del sabio que reinaba desde las alturas de las torres de marfil definiendo las condiciones concretas de existencia de los seres humanos. En las expresiones cotidianas se le reconocía vida a otro ser humano si se hallaba “entre los hombres”: ni ante, ni sobre, ni debajo, ni delante, ni atrás. Entre. Es allí donde emergen los dualismos “mente/cuerpo” y los concernientes a la “contemplación/acción” tanto como una retahíla de consideraciones admonitorias al respecto de las pasiones como foco de irradiación de “anomalías”. Es destacable, también, el momento fundacional de la retórica (y de la figura del rethor) sus relaciones con la aparición ulterior del derecho, tanto como la entrada en escena de la medicina y las clínicas (Kliné y Klinamem). La responsabilidad política (atender los “asuntos de la Polis”) era uno de los elementos distintivos de quien aspiraba al “bien común” (como origen de la “felicidad pública”) en la búsqueda de la resolución colectiva de las necesidades sobre la base del diálogo (razón junto a otro) y la comprensión recíproca. 

La racionalidad y el hombre, en la opulencia de la democracia naciente de Atenas, eran la “medida de todas las cosas”. Tal racionalidad diseminada hasta los intersticios de la sociedad ateniense, admirada por muchos hasta hoy, es la que llevó a construir ciertas expresiones harto frecuentes entre sus ciudadanos que afirmaban el modelo de hombre racional como pilar de un sistema político definido y que instauraba los límites ético morales de las acciones que marcaban lo “correcto”, lo “sano”, “lo medido”: “Ni gobernar ni ser gobernados”, “deploramos toda forma de autoritarismo”, “la tiranía pervierte la igualdad entre los seres humanos”. La racionalidad, escala de medición de la totalidad de las producciones humanas aportaba, también, la “coherencia” a la que se arribaba luego del ejercicio de la intelección y superaba las “contradicciones” por los senderos de la “contemplación”. Tal cuestión, además de instituir la escisión entre el pensamiento y las prácticas, se centra en la convicción de la existencia de “esencias” y “apariencias”. Y fue un imperativo que a través de las redes de la razón el ser humano accediera triunfante al mundo de las “esencias” y en las que aprehendiera la Verdad.

En tales horizontes el modelo de la estabilidad, precisión, belleza, pureza, unidad armónica de lo apolíneo fue el modelo identificatorio de los nobles ciudadanos de Grecia que, en su aspiración por encarnar lo Uno, se consideraron “animales sociales y políticos”. La racionalidad modulando el coherente funcionamiento de las interacciones de la Polis es el elemento que repetidamente es presentado como el “ordenador” de la existencia humana. Sin embargo lo que pareciera desconocerse es que lo hasta aquí descrito fue erigido sobre el fondo de la exclusión, la violencia, la tortura, la humillación, el sometimiento, la cosificación, la estigmatización, el exterminio de “lo otro”, la expoliación, la explotación. La racionalidad de occidente nace portando el núcleo de la ambigüedad y la banalización. Y así como pareciera explicar “la invención democrática”, la evolución y desarrollo de las relaciones humanas/sociales hacia el bienestar “colectivo” también tiene por objeto justificar la aniquilación de una vasta mayoría que es portadora de “bestialidad”, que no se ajusta a los parámetros de evaluación racional de “normalidad”. Normalidad que debía reafirmarse en la profundización de “atributos” naturalmente reconocidos entre los seres autoproclamados “libres” y que, concretamente eran tales por la pétrea relación entre la categoría de “individuo racional” y “propietario” que convergía en las “mesuradas” vidas de quienes administraban tanto los “bienes materiales” como los castigos a los “no humanos”. Ello es constatable en la existencia de un lugar/dispositivo específico y de un actor en particular: El “Familus” se comportaba como el territorio de la opresión y el “dominus” era el gestor que aplicaba las reglamentaciones del castigo tiránico a los “no humanos/hombres”. Es significativo que quienes no eran considerados humanos fuesen los que debían producir todo lo necesario para la subsistencia de los ciudadanos libres. Tanto como que el 75% de la población fuera esclava y objeto de todo tipo de violencias por parte de quienes abjuraban de “todo tipo de tiranía”. Las mujeres, los niños y los tomados como prisioneros (de otros pueblos) en acciones de guerra fueron “racionalmente” despojados de cualquier consideración en tanto humanos. Quien manifiestamente se escandalizaba ante diferentes modos de dominación en cierto espacio y tiempo (Polis) devenía en el “Dominus” traspasando los “muros invisibles” trazados por la ratio/racionalidad/normalidad que justificaban la existencia de los sótanos de la supresión de humanidad del “otro/diverso/extranjero.

Tal núcleo fundacional de la racionalidad cuyo “centro” es la ambigüedad, perdurará en repetición y diferencia hasta hoy reconociendo la sofisticación progresiva de sus implementaciones, procedimientos, diseminación, reproducción, intensidad, velocidad en sus redefiniciones, etc. Tales diferencias podrán abordarse en la comprensión de las transformaciones en las formas de organización social que devienen de los nuevos modos de producción económico cultural. Dicho proceso histórico social reconoce tanto a la lucha de clases en tanto fuerza generatriz del despliegue de las determinaciones contradictorias de la humanidad, las correlaciones de fuerzas, la faz de organización de las hegemonías, las tensiones y acomodaciones entre la infraestructura y la superestructura, etc.

Es posible retomar las sintéticas consideraciones del nacimiento del capitalismo y sus “evoluciones/desarrollos” diciendo que tal surgimiento y ulterior despliegue adquiere sus condiciones de posibilidad en el monopolio de los medios de producción, intercambio, distribución y consumo, en la producción de plusvalor/alienación/dominación/represión/coacción/asimilación/serialización, en la fetichización de la mercancía y la objetivación de los seres humanos pertenecientes a las “clases subalternas”, el intercambio de trabajo humano vital por dinero/cosa definidos por la sustracción, en la fijación a la correlación “naturalizada” de “individuo/individualismo/patria fraticida/propiedad/dios” operada por pseudo consensos democráticos o el “sentido común”, en el ocultamiento de los fenómenos de acumulación originaria y concentración, la competencia descarnada como convivencia y escala de medición de la eficacia, el animismo mágico que barnizado de racionalidad “posibilita” que “el mercado tenga humor” o “el campo proteste”, etc. La racionalidad de los genocidios para reconfirmar la vigencia de los derechos humanos, de las guerras preventivas para anticiparse a algún acto de quienes componen el “eje del mal”, de la destrucción de los recursos económicos, naturales y la multiplicidad cultural para no detener el “avance de la humanidad” glorifican la “normalidad”, los valores de occidente y la racionalidad que los legaliza, legitima y valida. Locos y locas han sido y son quienes no “comprenden” que es posible gestar odas a la natalidad exterminando.

La necesidad de producir, reproducir la producción y reproducir la reproducción con la finalidad de incrementar el lucro-cosa a condición de destrozar a lo “otro”, también reinstauró la necesidad de producir subjetividades homogéneas en nombre de la heterogeneidad, a redefinir las esclavitudes apelando a libertad, a exterminar (y crear “mercados”) para preservar “la vida” (de los objetos), a docilizar para fomentar las “inquietudes”, a excluir para incluir, a matar para garantizar la paz, a torturar para preservar valores, a pulverizar la condición socio histórico crítica para resguardar la sociedad, a consumir lo inútil para satisfacer las necesidades, a pacificar reconciliándose con el exterminador, a gestar las seguridades “colectivas” a través de la violencia, a miserabilizar a la mayoría para incrementar el “bien común”. Ambigüedad, racionalidad y la normalidad: sufrir, padecer asumiendo pasivamente el agotamiento de la dimensión socio histórica insurgente a “favor” de “socializarse” encerrado en los feudos de la “individualidad sin otro”. Los impulsos de “natalidad” civilizatoria del capitalismo y sus actores refundamentaron y “humanizaron” su cruzada ante la “barbarie” de la “locura”. Si bien se han tipificado hegemónicamente como “locura”, casi sin excepción, a las formas de oposición/disenso/experimentación de las multiplicidades, es destacable la igualación científica que se opera en el nacimiento de la psiquiatría entre locura y psicosis. Las redes del poder político encontraron otra región de enraizamiento de sus dominios: el saber-poder de la psiquiatría (pieza decisiva en los andamiajes del discliplinamiento) que establecerá un monólogo sobre la locura/psicosis que halla sus fundamentos en el silenciamiento del “insano”. La escenografía y ensamblaje en la arquitectura manicomial del panóptico, el acceso al universo del prestigio “científico”, la unción filosófica del racionalismo positivista determinarán que una nueva tecnología de control, vigilancia, castigo, pedagogización, fijación a las normas, terapeúticas de choque e intervenciones de la violencia, las estigmatizaciones (pobres, locos, revoltosos), las exclusiones, los aislamientos, los tratamientos morales, la medicalización, la abolición del tiempo y el espacio, la extracción de plusvalía absoluta sobre las corporeidades de los “dementes”, etc., etc., sean seguramente las expresiones de la pureza maravillosa de los racionales y justos que anhelan reponer la vital salud racional a través de los procesos de “cura y rehabilitación”.

 

Gregorio Kazi

Psicólogo

Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo

gregoriokazi [at] yahoo.com.ar

 

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Articulo publicado en
Abril / 2010