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Desmanicomializar Pasado y Presente de los manicomios

 

Enrique Carpintero
La película Comunidad de locos de Ana Cutuli que vimos ayer muestra como, luego de 30 años, el sistema manicomial en la Argentina sigue igual. Es decir, no existe una política desde el poder que lleve a modificar el sistema manicomial. Los cambios que se han realizado y se siguen realizando dependen de la iniciativa de profesionales sin que puedan plasmarse en una política del campo de la Salud Mental que beneficie a la mayoría de la población. Brevemente voy a desarrollar como fue tratada la locura en diferentes períodos históricos en nuestro país hasta llegar a la actualidad.

Para comenzar debemos aclarar que, con el término “locura”, nos estamos refiriendo a un padecimiento psíquico que es emergente de diversas patologías. Esta fue teniendo diferentes significaciones en la historia de nuestro país, ocupando un lugar en la cultura de estigmatizaciones y prejuicios propios de cada época. Es decir, el poder dominante, en cada período histórico, fue determinante para generar una cultura de la locura en la que se desarrollaron las prácticas de tratamiento.
El primer libro que trata este tema, en nuestro país, lleva por título La locura en la Argentina. Fue escrito, en 1919, por José Ingenieros donde describe la situación en la época de la Colonia. Según la clasificación de la época, se dividían en tres grupos: los furiosos, los deprimidos y los tranquilos. Los varones furiosos eran conducidos a la cárcel donde se los retenía por simple disposición municipal. Allí los “amansaban” con ayuda de palos y duchas, se los ponía en cepos y, si aún así no se lograba “amansarlos” eran atados con una cadena fija de una pared, cuyo extremo se sujetaba a un solo pie. Las personas con dinero hacían construir calabozos en el fondo de la casa o en alguna quinta donde no pudieran molestar ni ser vistos. Las mujeres furiosas, si eran blancas y tenían dinero, eran recluidas en los conventos donde tenían celdas especiales. Si eran negras, mulatas o pobres recibían el mismo trato que los hombres. Es decir, durante el período colonial, los encargados de dar cuenta de la locura eran las autoridades, en el caso de los considerados “furiosos”. El resto, se integraban de diferentes maneras, según la clase social a la vida comunitaria o se los escondía para evitar el estigma de tener un loco en la familia. Como podemos ver ya desde los inicios de nuestra historia el tratamiento hacia la locura tenía características diferenciadas para los ricos y los pobres.
Para que se modificara este tratamiento debemos esperar que Pinel inaugure el mito de la psiquiatría, al liberar a los locos de sus cadenas. Este hecho llegará con muchos años de retraso a nuestro país.
De esta manera comenzará la era del “Alienismo” en la que el loco será recluido por razones médicas. Como dice Foucault, con la moral que plantea Pinel entrará al asilo la moral burguesa para corregir y reeducar al loco a través de la culpa, el castigo y la recompensa desvaneciendo los límites entre tratar y penalizar. Este es el papel que cumplirá la psiquiatría. La misma estará determinada por:
A) la vocación médica de curar.
B) la inclinación social del alienista para ofrecer un medio que proteja al loco.
C) La protección de la sociedad del loco, considerado como peligroso.
La institucionalización del orden psiquiátrico, en nuestro país, se realiza entre 1880 y 1910. La Argentina del Centenario pletórica de riqueza y potencialidades comienza a construir hospitales y asilos regionales a lo largo de todo el país para responder a los graves problemas sociales que se denunciaban con respecto a los “enfermos indigentes, alienados e idiotas; así como el tratamiento de males como la tuberculosis y la lepra”. Este dispositivo se efectúa sobre la base del alienismo francés y, las condiciones en que se consolidó, lo llevó a un destacado médico como González Bosch a publicar, en 1931, un artículo en la revista de medicina cuyo título es significativo: “El pavoroso aspecto de la locura en la Argentina”.
Debemos esperar el fin de la Segunda Guerra Mundial para que el capitalismo necesite reformular un nuevo pacto social en el que se debía asegurar el desarrollo económico. Para ello, el Estado debe cumplir la función de brindar seguridad social y económica a los ciudadanos. El Estado de Bienestar, en su formulación keynesiana, establecía un nuevo pacto entre el capital y el trabajo. Podemos señalar que, en este momento, la mitad de las camas de internación en el mundo eran psiquiátricas. Por lo tanto era necesario disminuir esos tremendos costos. Es en este contexto donde el proceso de transformación del orden manicomial estará determinado por esta dinámica política y económica. De esta manera, los manicomios comienzan a ser reestructurados en diferentes países de Europa y EE.UU., dando cuenta de nuevas experiencias institucionales como las Comunidades Terapéuticas, los Hospitales de Día y el trabajo preventivo con la comunidad. Para ello se utilizaban los instrumentos que proporcionaban el psicoanálisis, la psicología institucional y la psiquiatría social. Es aquí donde aparece el concepto de “campo de la salud mental” como aglutinador de esta nueva corriente que pretende superar el manicomio como forma de asistencia.
En la Argentina, esta política coincide con la imposición del desarrollismo como estrategia económica, política y social en el período tecnocrático del gobierno de Frondizi y durante la dictadura de Onganía.
Es así como, durante el año 1957, se producen tres hechos determinantes para reafirmar en nuestro país el “campo de la salud mental”:
1) Se crea el Instituto Nacional de Salud Mental. Es cual se incluye en una serie de medidas comprometidas con las nuevas concepciones dentro de la Salud Pública.
2) El Dr. Mauricio Goldenberg funda el primer Servicio de Psicopatología en el Hospital General de Lanús, es decir fuera de un Hospital Psiquiátrico y
3) Se crea la carrera de Psicología en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Aunque, en 1953, se había iniciado la carrera de Psicólogo en Rosario, la importancia de su creación en la UBA deviene de la influencia que tiene el psicoanálisis y la masividad de su matrícula.
El proyecto desarrollista era formar profesionales que fueran “agentes de cambio” -como se los denominaba- de una sociedad en transformación. El fracaso de este proyecto no impidió una transformación en la manera de entender y abordar la salud mental cuya profundidad va a tener consecuencias en las décadas posteriores. Entre sus principales maestros podemos mencionar a Enrique Pichón Rivière, Mimi Langer y José Bleger. Estos llevaron a un replanteo de los problemas de la Salud Mental en la Argentina, creando la construcción de un ámbito nuevo donde el psiquiatra debía compartir su práctica con otras disciplinas y teorías provenientes de diferentes áreas del saber. Las conceptualizaciones del psicoanálisis, la sociología, la antropología, la psicología institucional y la psiquiatría comunitaria cuestionaban las instituciones manicomiales y ponían el acento en las prácticas comunitarias y preventivas-asistenciales.
Sin embargo la realidad se encargaba de desmentir esos supuestos. Las experiencias en “el campo de la salud mental” eran parciales y, sus modificaciones, no terminaban de plasmarse en su totalidad.
La dictadura militar instala el Terror de Estado y el miedo se inscribe en la subjetividad determinando la ruptura de los lazos de solidaridad. La acción sistemática del terrorismo de Estado para los líderes políticos, sindicales y sociales, tiene como objetivo imponer una política económica y social que, con diferentes variantes llega hasta nuestros días. En esta perspectiva se destruyeron los servicios de Salud Mental. La mayoría de los hospitales y Centros de Salud Mental fueron intervenidos por una burocracia cívico-militar para llevar adelante la Doctrina de la Seguridad Nacional.
Cuando comienza el período de transición democrática, se intenta generar una política en Salud Mental para recuperar los espacios destruidos por la dictadura. Desde la perspectiva de Atención Primaria en Salud se realizan experiencias, como la del Plan Piloto de Salud Mental (La Boca-Barracas), que se agotan rápidamente por falta de un presupuesto adecuado y una decisión política para continuarlas. El mayor logro fue la reforma antimanicomial realizada por Héctor Cohen, en la provincia de Río Negro. Pero en los noventa se reafirma una política neoliberal capitalista regida por la desregulación, la privatización y la competencia. La salud queda en manos del mercado. Es decir, de los grandes laboratorios y empresas de medicina. Su consecuencia es una derechización de la gestión de las crisis sociales que modificará las reglas de juego en el campo de las políticas sanitarias. El Estado desaparece en su función social de atender la salud pública. De esta manera se produce el desmantelamiento de las instituciones públicas ya que, la salud queda en manos de la iniciativa privada donde su eje es costos-beneficios. El proceso de concentración y globalización capitalista trae aparejado la exclusión y desafiliación de amplios sectores de la población, cuyo resultado es quedar en los márgenes de la sociedad.
Si en los inicios de la modernidad, la locura ocupó un lugar periférico en la ciudad y su modelo es el manicomio como orden represivo, en la actualidad no existe interés en producir nuevas instituciones. Si la psiquiatría clásica, a principios de siglo, estaba al servicio de mantener el orden represivo de la locura para luego, compartir con otros profesionales el “campo de la salud mental”. En la actualidad, pretende hegemonizar la salud mental al servicio de las empresas de medicina y los grandes laboratorios. Su consecuencia es el avance de una contrarreforma psiquiátrica donde el consumo de psicofármacos se ha transformado en una de las adicciones más importantes de la actualidad. Por otro lado, los últimos adelantos en psicofarmacología sólo pueden ser utilizados por aquéllos que tienen un gran poder adquisitivo. De esta manera la locura importa, si el paciente tiene plata para comprar medicamentos, pagarse una internación o lograr que algún pre-pago u obra social pueda solventar sus gastos. A los locos si son pobres se los ignora. Hoy la Salud Mental es para los que tienen plata. Los pobres no pueden obtener del Estado aquellos servicios a los cuales tienen derecho. Su salud depende de profesionales que tratan, parcialmente, de dar cuenta de su padecimiento psíquico en instituciones públicas cuyo abandono refleja esta situación. En esta perspectiva pensar modificar el sistema manicomial sin dar cuenta de una estructura social, política y económica que lo determina se convierte en una ilusión.
La Ley 448 se ha transformado en un analizador -como dirían los institucionalistas- de lo que vengo afirmando. Mientras la Ley es aprobada y reglamentada por la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires nos encontramos con que el Estado no tiene interés político en aplicarla. Aún más, el Estado por acción u omisión sigue defendiendo los intereses privados en el campo de la Salud Mental. Las autoridades de Salud Mental en el gobierno de la Ciudad permanentemente generan trabas y obstáculos para impedir su plena aplicación apoyándose en asociaciones de médicos, burócratas sindicales y empresas de laboratorios. Sin embargo la Ley 448 con sus virtudes y defectos es un excelente programa desde el cual podemos unificar la lucha contra las estructuras manicomiales en la búsqueda de una organización de la Salud Mental que beneficie al conjunto de la población.

AlejandroVainer
Luego del recorrido histórico de Enrique Carpintero voy a enfocar una temática preocupante para nuestro presente.
¿Hasta donde llegan los manicomios?
Tal como hemos visto ayer en el documental y como trazamos con Enrique a lo largo de las mil páginas de Las huellas de la memoria, el movimiento de la Salud Mental surgido alrededor de hace 50 años en el mundo tenía como objetivo la transformación de la atención y la desaparición de esos monumentos tan parecidos a los campos de concentración. Todos los esfuerzos terapéuticos y políticos iban hacia ese lado. Así se conjugaron el psicoanálisis, las distintas formas de psicoterapias (individual, grupal, familiar y de diferentes orientaciones teóricas), la naciente psicofarmacología (qué diferencia que había entre los textos y los usos de psicofármacos hace 50 años a hoy), la psiquiatría (que era social entonces, y ahora es asocial), para organizar distintos dispositivos que pudieran ir en contra del manicomio. Así surgieron no sólo las comunidades terapéuticas (recordemos que la OMS recomendó en 1953 la transformación del Hospital Psiquiátrico en comunidades terapéuticas), sino también los servicios de Salud Mental en los Hospitales Generales, los Centros de Salud, los Hospitales de Día, las distintas clases de trabajos comunitarios (desde la atención en crisis a diferentes modos de “prevención”).
Estos dispositivos y las distintas teorizaciones que fueron surgiendo a partir de las experiencias fueron de capital importancia para la lucha antimanicomial enmarcada en una serie de luchas de transformación social y política dentro del capitalismo del Estado de Bienestar.
Sin embargo, a partir del tránsito del capitalismo del Estado de Bienestar a este capitalismo neoliberal, a partir de la última dictadura se ha gestado un cuestionamiento del campo de la Salud Mental. Tanto es así que en Las Huellas de la Memoria titulamos a la tercera parte -aquella que comprende la última dictadura- con un título que se presta a dos sentidos al menos: “El fin de la Salud Mental” (tomando salud mental con minúscula como aquella que las dictaduras atacan y tomando Salud Mental con mayúscula, ese campo gestado en nuestro país a partir de 1957).
Desde entonces se fue desdibujando la concepción de campo de Salud Mental, deudor del Estado de Bienestar. Es que en esta fase del capitalismo hay aún menor interés por los seres humanos, y mucho menos por quienes padecen sufrimiento mental. Por eso, ese campo de la Salud Mental comienza a estar cuestionado desde su propio nombre.
¿Y cuál es la salud mental que tenemos al día de hoy? Un campo fragmentado en el que conviven esos diversos dispositivos que en su origen fueron antimanicomiales, pero que hoy -como sistema- sigue siendo centralmente manicomial. O sea, se trata como cosas a los que padecen.
Cuando digo manicomial no me refiero a las paredes de los manicomios que se encuentran a pocas cuadras de aquí. Tampoco a quienes allí trabajan, como lo hice yo en mi residencia en el Borda. Me refiero a un sistema anquilosado que atraviesa los distintos dispositivos de trabajo. Distintos dispositivos que en muchos casos han perdido su sentido original y se comportan manicomialmente. Y profesionales que los sostienen. Y no importan cómo se llamen ni el barniz progresista que los atraviese.
Por ejemplo:
-Una internación puede ser manicomial en un Hospital General si solamente se interna al paciente para custodiarlo, darle la medicación y tener algunas entrevistas con un psicólogo. ¿Qué hace el resto del día el paciente? Lo mismo que en un manicomio: es depositado allí iniciando su carrera manicomial.
-Una guardia en el mismo Hospital General es manicomial cuando se deriva a los manicomios todo paciente que haya tenido una internación previa.
-Un centro de salud o un Servicio de consultorios externos es manicomial cuando se convalidan listas de espera de seis meses o un año. O si se cierran directamente las admisiones y las listas de espera. Puede haber falta de recursos, caso en el cual, tendría que haber una lucha gremial y política. Pero también hay otra falta de recursos, los simbólicos. Porque muchas veces se sigue pensando en atención de uno a uno, cuando hay otros dispositivos posibles como las admisiones grupales, método que existe hace más de 30 años. Con esta falta de recursos se promueve a que un paciente o un grupo familiar que necesita atención sólo puedan esperar ingresar por guardia cuando la situación sea tan grave que necesite una internación.
-Cualquier TSM funciona de manera manicomial si pasa de una consulta semanal brevísima a una internación desconociendo los diferentes dispositivos intermedios que existen y se pueden aplicar.
Lamentablemente podría seguir con estos ejemplos que nos muestran la actualidad de lo manicomial.
Pero esto que estoy diciendo ya fue dicho hace tiempo: que los Servicios en Hospitales generales, sus internaciones, podían ser manicomiales viene casi desde un inicio. En un informe de 1972 de la FAP de Capital, un equipo coordinado por Fernando Ulloa trabajó sobre un relevamiento de la atención y condiciones de trabajo en Salud Mental. Allí vieron los diferentes dispositivos (Centro de Salud, Servicio en Hospital General y un Servicio en un Hospicio). Los resultados siguen siendo sorprendentes.
En los Centros de Salud, a pesar de que había programas preventivos predominaba el área asistencial con un parecido a los consultorios privados.
En los Hospitales Generales encontraron varios inconvenientes. Un plantel mayoritario de trabajadores no rentados provocaba un recambio continuo de profesionales. Un reducido espacio físico para una creciente demanda llevaba a soluciones imaginativas, tales como convertir pasillos o jardines en consultorios. Pero por sobre todo, una tradición médica hospitalaria cuyo peso iba desde la presión hasta la descalificación de los TSM, que hacía que los Servicios no terminaran de ser aceptados por el resto del Hospital. Además se notaba que había problemas de organización del Servicio, lo que llevaba a que no se distribuyeran los recursos productivamente. Entre las dificultades, Ulloa relataba detalladamente el caso en el que los propios pacientes de un Servicio se opusieron a las amenazas de ser expulsados de su internación (“dados de alta”) mediante pintadas y carteles en el Hospital denunciando la situación. Un psiquiatra del lugar afirmaba que ellos mismos habían actuado como psiquiatras “tradicionales, cuidadores de nuestra seguridad y nuestros propios límites... decimos que hay poca enfermería, pero cuando los pacientes hacen algo tapamos la olla. Por ahí pasa la autocensura.” Se reprimía tradicionalmente -o sea al estilo “manicomial”- a los pacientes. Y también al mismo Servicio, que fue intervenido por la dirección del Hospital dos días después, acusando a los pacientes por las pintadas “tipo París 1968” (sic). El nuevo interventor fue un cirujano. Todo el Hospital funcionaba restableciendo la psiquiatría tradicional. Este manejo, en un Servicio de Psicopatología en un Hospital General, mostraba que las ambiciones de la reforma de “sacar el manicomio” mediante la creación de otras formas de institucionalización no alcanzaba.
En el Hospicio se encontraron con un Servicio diferente ya que contaba con una supuesta organización no manicomial. Tenía una Asamblea de pacientes con carácter deliberativo y legislativo. Pero estaban en un hospicio, con 2800 pacientes. En dicho servicio había una sola renta -la del jefe- y 18 TSM, eran pocas las modificaciones que podían realizar en este contexto.
Con este recuerdo de 1972 respondo a esa primera pregunta: los manicomios estuvieron y están en los distintos dispositivos.
El documental Comunidad de locos ayer nos puso de frente con el proyecto de otra Salud Mental posible. Y sus límites. Pero era, y es hoy, una forma de trabajar en Salud Mental de forma no manicomial. Piensen que tenemos más de 40 años de otra forma de abordaje. Sin los adelantos terapéuticos de hoy (ni los últimos dispositivos clínicos, ni los nuevos fármacos, ni tanto personal como en la actualidad).
Estos dispositivos se implementaron a fines de los 60 como dispositivos para la transformación de algunos manicomios del país. Este dispositivo tiene casi más de medio siglo de existencia. Pero estas experiencias fueron clausuradas. No porque no funcionaran, sino todo lo contrario: se cerraron porque funcionaban. Y esto molestaba al poder manicomial, que aliado con las dictaduras de turno decidieron terminar con ellas.
Y tenemos que el mismo poder manicomial se ha difundido por los distintos dispositivos de trabajo que en su momento fueron concebidos como alternativa a las prácticas manicomiales. Hoy muchos se encuentran “contagiados” por dicho poder.
Y para finalizar, ¿cuál podría ser nuestro camino?
La cuestión política. El sistema manicomial con sus cambios sigue siendo funcional al capitalismo en el que vivimos. Veamos como sigue existiendo a pesar de que contemos con la Ley 448 en la ciudad de Buenos Aires. No ahondaré sobre cuestiones sobre las que seguramente les hablará Ángel Barraco.
El poder manicomial siempre estuvo aliado con quienes sostenían el poder en nuestra sociedad: las clases dominantes. Y cuando se vieron amenazados atacaron sin ningún miramiento. Esto está mostrado descarnadamente en las dos experiencias de la película. “No más comunidades terapéuticas”. Y la dictadura las cerraba.
Esto lleva a que como dice muchas veces Enrique, la historia de nuestra Salud Mental es la historia de las experiencias piloto. Experiencias puntuales porque no había decisión política de terminar con este sistema manicomial. Yo agregaría, es la historia de las luchas que se dieron en nuestro campo, que no son ajenas a las luchas sociales.
¿Lo de hoy es lo único posible? No, pero serán necesarias luchas políticas articuladas dentro y fuera de nuestro campo para poder implementar dispositivos articulados no manicomiales de trabajo en el Campo que hoy llamamos Salud Mental.
Las luchas jamás fueron ni serán sencillas.
Los que estamos aquí y muchos más que trabajan en distintos lugares estamos dispuestos para poner manos a la obra.
Esto que tenemos no es lo único posible, pero habrá que luchar para transformarlo y no seguir viviendo en esta Comunidad de locos.

Gregorio Kazi
Primero quiero agradecerle la presencia a los compañeros Enrique y Alejandro, que son una referencia a la militancia cotidiana, no sólo en la especificidad de la lucha antimanicomial sino en la búsqueda de materializar utopías activas, transformadoras, en diversidad de casos que obviamente se articulan y a los fines de comprenderlos singularizamos y categorizamos especificidades.
Desearía retomar algunas de las cuestiones que lanzaron los compañeros, en realidad de pasado-presente, aclarando que toda lectura histórica seguramente tiene recortes arbitrarios.
Sería interesante comprender el nacimiento de los manicomios en la Argentina. Se habló de José Ingenieros, articulado al poder político en el que esas obras de la generación del 80, de Bunge, autor de Nuestra América, ese libro siniestro que estigmatiza de una forma perversa y destructiva, como forma de construcción conceptual de lo que fue el exterminio por parte de Roca de los pueblos originarios. Nuestra América ya detiene a los inmigrantes, al indio, al negro, como motivo y germen de la vagancia, la extravagancia y la locura de los pueblos. Bunge era un filósofo vinculado a la tradición positivista y cientificista.
Creo que esta temática, como tantas otras, hay que comprenderla en el interior de lo que se llama lucha de clases. Es imposible comprender la historicidad, el pasado y presente y el devenir histórico de la institución manicomial en un contexto social histórico, en un sistema de producción económico y cultural con ciertas configuraciones estatales si no lo comprendemos como un enfrentamiento entre clases sociales. Al mismo tiempo, cuando decimos el Estado, -si bien defendemos a rajatabla, poniendo nuestro cuerpo colectivo a disposición de todos los movimientos que defiendan la gestión pública-, no es solamente un instrumento de represión y reproducción de los intereses de la burguesía, sino que es un instrumento de legitimación a través de la parafernalia jurídica de la que dispone -se dice que es una institución autónoma y no lo es-. No sólo debemos entenderlo como instrumento de represión, como instrumento de reproducción de formas de explotación y dominación, sino también como espacio de unificación de la clase proletaria. Cuando concebimos al Estado como espacio de unificación, creo que debemos comprender la institucionalidad que reproduce la lógica de Estado, y a su vez unifica la clase proletaria y donde se diseminan los intereses y objetivos de clase, debemos comprender las instituciones que va moldeando como instituciones de reproducción social de la ideología. Esto no quiere decir que los espacios estén lejos de la lucha de clases. Y ahí es donde se inscriben el movimiento de Trabajadores de Salud Mental, la Red Solidaria de Salud Mental, el movimiento de desmanicomialización y transformación y las experiencias singulares que intentamos que se articulen.
No es posible pensar por ejemplo la producción teórica de Ingenieros, o un crápula como Bunge, sin comprender el hecho que existe algo que se llama ideología, algo que se llama sistema de producción, y que refuerza la represión. Insisto, la Campaña del Desierto, la articulación Roca-Sarmiento, el “maestro de la patria” que legitimó el exterminio de pluralidad de cultura para unificar la lengua que es la imagen sensible de una nación. Y pedía dinero para una biblioteca y para las Remington que después usaría Roca en el exterminio.
Es interesantísimo cuando Alejandro pregunta dónde terminan las paredes del manicomio. El tema no sé si es donde termina la lógica manicomial, sino que eventualmente la lógica manicomial es singularización de una lógica que la trasciende y que fue claramente definida por los compañeros, que se llama axiomática del capital, o forma de producción capitalista, forma de explotación, de dominación, represión, construcción de alienaciones o formas violentas de relación en nombre de “la paz, la salud, el progreso de la humanidad, la armonía de los pueblos”. Los compañeros están hablando del campo histórico plagado de conflictos y de crisis, de flujos y de reflujos.
Es interesante comprender a su vez, trayendo a Pinel, el padre de la psiquiatría, que define los manicomios literalmente como instituciones de secuestro.
La modernidad habla de la idea de que con la máquina de vapor, una nueva forma de producción, se construye esto que llamamos capitalismo. En ese marco, el del nacimiento del capitalismo es que nace la psiquiatría como ciencia, el manicomio como dispositivo, e infinidad de dispositivos de explicación, constatación, evaluación, control social, modernización y demás mecanismos perversos que claramente define Foucault. Pero que funciona como forma absolutamente funcional de reproducción, de la necesidad de esa hegemonía del Estado, a su vez, reproductora, y esa institución Estado, instrumento de unificación de la lógica de reproducción del capitalismo, de instituciones de homogeneización o de destrucción y destitución de las diferencias en nombre de la heterogeneidad de la convivencia democrática. Esa ambigüedad siniestra, en nombre de la heterogeneidad, homogeneizar. En nombre de las diferencias democráticas, abolir las diferencias. David Cooper se preguntaba quiénes son los disidentes. Cooper era un hombre, hasta donde yo humildemente pude entender, que además de intervenir en la lucha antimanicomial, comprendía al manicomio como espacio de reproducción de la lógica del capitalismo. Los disidentes van a ser exterminados en esos albores del capitalismo, con esa ciencia naciente, con esa institución singular, el panóptico, siempre en nombre del bienestar.
Van delineándose infinidad de instituciones. Ahora la pregunta es si sólo son esas instituciones que las pensamos como arquitectura definida o si hay esa economía del poder con la reproducción y se diseminan esos dispositivos de homogeneización en nombre de la multiplicidad en infinitos territorios tales como los vínculos, las relaciones, incluso la constitución de nuestro maravilloso Superyó que Bettelheim viene a instalarlo como forma posible de comprender nuestra relación con el torturador externo, incorporado a la lógica del funcionamiento intrapsíquico. Es decir, que forma de control, dominación, represión, sanción, reproducción del sufrimiento individual en nombre del bienestar colectivo abstracto, ahistórico, asocial y del sujeto recluido en la propiedad privada, estamos plagados y no es solamente en el manicomio. Más que preguntarnos hasta dónde llega el manicomio, si está todo manicomializado, si el mundo se volvió loco, hay que preguntarse lo que muchas veces nos preguntamos: ¿es que eso está mas allá de la historia, está más allá de la lucha de clases, está más allá de la axiomática del capital? ¿Está más allá de la ideología? La gente internada reproduce el capital. Son unidades reproductivas del capitalismo, son máquinas de testeo de todas las pastillitas de mierda de la industria psicofarmacológica que lo prueban en ellos, produciendo no plusvalía relativa sino absoluta.
La pregunta no es sólo cuanto puede tolerar un cuerpo sino como también Spinoza decía en otras ocasiones, perplejo, por admitir cómo el ser humano luchaba por su esclavitud como si se tratara de su libertad. Entonces, cómo podemos definir esas instituciones de cura y rehabilitación; si sabemos que los objetivos manifiestos están en contradicción dialéctica con los objetivos latentes.
Pero al mismo tiempo también sabemos, y no debemos dejarlo de lado, que existe otra forma de reproducción de la lógica de Estado en cuanto reproductor de los intereses de clase de una minoría. Y estas son las instituciones llamadas de formación. Nos formamos para qué, en relación a qué sujeto histórico; posicionados en la lucha de clases, ¿o somos los técnicos de la torre de marfil? O somos pequeños científicos que observamos la realidad tras un vidrio, absolutamente ascético, pudiendo distinguir lo claro y distinto. Cuando en realidad muchas veces nos ponen a problematizar los reality shows en los cuales están ahí internados, uniendo la lógica individual en nombre de la propiedad privada, el desenfreno, la axiomática del capital acumulada en ese premio de mierda que les dan. Se matan entre ellos, en una lógica neodarwinista terrible. Y el espectador, recluido en su propiedad privada como si fuera el máximo desarrollo de su sociabilidad, puede unirlos o castigarlos, como si fuera el director del psiquiátrico. Y no solamente eso ¿saben como los castigan? Mandándolos a la sociedad. Entonces, cuando me preguntan hasta donde llega, llega a lugares insospechados, y creo que debemos en el pasado, en el presente, comprenderlo como una lucha política, ideológica, que requiere que construyamos nuevas clínicas sin desvincularlas nunca del campo político negándonos a ser agentes reproductores de un plano absolutamente homogéneo -ojalá fuera la homogeneidad de Pichon Rivière, homogéneo como lo definió él-; esa homogeneidad siniestra, perversa, donde lo que sí subsiste son las diferencias, el narcisismo de las pequeñas diferencias para reafirmar a los reproductores de la lógica de la propiedad privada, del dominus de la familia, de la monogestión del capital y del monopolio de los medios de producción.
Creo que tenemos un desafío maravilloso en el pasado, presente y futuro de lucha de clases y lucha revolucionaria.

Ángel Barraco
Antes que nada, dos cuestiones: primero agradecer a Carpintero y Vainer por la invitación para participar de este seminario, también y en otro orden, exigir la aparición con vida de Jorge López y el desmantelamiento del aparato de inteligencia interna y represión, que todavía subsisten en el Estado.
Entrando en el tema convocante, Gregorio Kazi hizo referencia a David Cooper, en cuanto a que “la locura no está en una persona, sino en el sistema de relaciones del cual forma parte eso que llamamos paciente”.
En el marco de aportes históricos de la Salud Mental, desde Italia, Franco Basaglia llegaba a la conclusión que “la locura tiene entonces como función social, la legitimación de la normalidad en la sociedad”. También expresaba: “la locura es el resultado de un orden social que la crea, la define como una perturbación, define los mecanismos que la aíslan y la perpetúan; creando en torno a ella instituciones que le son funcionales y la modifica cuando dejan de serlo”.
Son definiciones interesantes, ya que creo, que si hay algo que debemos tratar ante la temática que nos convoca, es respecto de los diferentes actores que intervienen en el tratamiento de la locura, con sus modelos, mecanismos y métodos. Generalmente hacemos referencia a diversos actores involucrados, como el sujeto, la sociedad, los trabajadores y profesionales del campo de la salud mental, y quizá de forma más abstracta, el Estado, confundiéndolo con el gobierno.
Retomando esas definiciones de Basaglia, pienso en cuanto a esta necesidad de generar una normatividad social, o sea, donde lo normal se contrapone a una supuesta anormalidad. Esto se me ocurre, constituye la naturalización de lo instituido, y no sólo en función de la locura, no sólo en función de la existencia de una institución que la captura, el manicomio; sino también cómo naturalizamos la existencia de dictaduras, cómo naturalizamos la existencia de democracias llamadas transicionales o liberales, y cómo también naturalizamos la existencia de un Estado determinado, aceptando profundas desigualdades sociales y económicas.
Se suele hablar del Estado, como si fuera algo abstracto: “es el estado, la culpa la tiene el estado…”, y en ello, la manera de cómo vincular las culpas e inacciones de un actor indolente e indiferente, justamente para justificar lo no hecho.
El manicomio históricamente ocupó dos roles. Uno, el más definido, como mecanismo de control social; y otro que aparece a partir de los noventa, ligado al modelo de reconversión capitalista neoliberal, que tiene que ver más con una unidad de producción, en tanto generador de recursos económicos, y con un mecanismo inherente a dicho esquema, que está basado en la corrupción.
Esta confluencia de objetivos se da dentro del histórico anudamiento entre la psiquiatría tradicional o “pesada” y el aparato jurídico-político estatal, que estableció conceptualmente la relación y asociación del padecimiento psíquico, con el concepto de “peligrosidad” para sí o para terceros. Y esto no es un dato menor, por cuanto las leyes que nos rigen, como los códigos de fondo, civil y penal, están estructurados en base a este concepto. Esa inserción en un código de fondo, que tiene ya, en el caso del Código Civil argentino, 150 años y persiste, puede darnos señales de qué modelo social, de qué modelo de estructura a nivel estatal y de gobierno, se plantean como proyecto de estado-nación.
Ante la vigencia de ese orden, tenemos que pensar que debe advenir el reconocimiento de un nuevo sujeto jurídico, político y social; porque siempre hablamos que desde la perspectiva de los derechos humanos, es antes que nada, un sujeto de derecho. Por ello debemos debatir en el marco del campo de la salud mental, el surgimiento de un nuevo paradigma, que debe atravesar tres planos de intervención: el de los trabajadores y profesionales y sus diferentes niveles de inserción; el del Estado, en cuanto a su función de garante de la salud pública, a partir de la igualdad, equidad y respeto a los Derechos Humanos; y el de la sociedad, en cuanto a modificar un imaginario que por prejuicio, indiferencia e ideales masificantes, es funcional al establecimiento de instituciones totales.
Quiero retomar y profundizar la concepción del Estado, y esta cuestión a naturalizarlo, por cuanto es conveniente reconocer desde una perspectiva ideológica, que es una estructura de dominación. No es un actor neutral, como muchos suponen, sino que es instrumento de las clases dominantes, que son las que generalmente logran, mediante diferentes mecanismos, imponer su criterio de clase y sus intereses de clase. En ese marco, podríamos decir que si se intentase definir qué es el Estado, acordar con el teórico político Nicos Poulantzas, en cuanto a que: “es la condensación material de relaciones de fuerza”. Y en esto, el estado capitalista, nos guste o no, es el vigente, es parte de la división social capitalista. Su rol es asegurar el modo de producción capitalista y las relaciones que conforman la estructura social.
A partir de los 70, con la reconversión capitalista, el llamado “estado de bienestar” ha dado paso al “estado de mercado”, donde todo es pasible de ser mercancía, y la “competencia”, el mecanismo de destrucción social. En estas circunstancias, el estado se presenta con un terreno de lucha totalmente asimétrico, con la lógica consecuencia de exclusión y desigualdad extrema.
Así, pensando el Estado, y en el marco de las asimetrías, el “manicomio” ocupa uno de los más degradantes niveles, de existencia humana institucionalizada. Esto está dando cuenta de porqué hoy nos encontramos aquí, y denodadamente estamos de alguna manera, identificados en pelear, en luchar, para transformar un modelo de atención, que instalándose a través de las décadas, y con diferentes denominaciones, resiste y persiste. Es increíble que hoy el paradigma manicomial, continúe en pleno siglo XXI y que uno se tenga que preguntar qué resiste, porqué resiste y cómo resiste. En esa pregunta, ya habíamos anticipado, hay actores.
Decíamos que el estado es un terreno de lucha muy asimétrico, donde hay que intervenir decididamente. Porque justamente, y en el marco de las contradicciones que se esbozan entre un régimen democrático y un sistema capitalista, y más allá de su capacidad de dominación, surgen brechas, como pueden ser por ejemplo, el reconocimiento de los derechos humanos en su integralidad política, social y económica.
¿Cómo pelear desde esa brecha? Por ejemplo, en la estructuración y sanción de una ley, mediante la participación social y la presión política. En este caso, tomo como ejemplo, a la vigente Ley 448 de Salud Mental de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, una herramienta legal que los sectores que sostienen el modelo manicomial, en el momento del debate (que llevó casi dos años) rehuyeron y subestimaron, “permitiendo” su sanción. Está muy claro, que sólo con una ley no se transforma la realidad, pero ante el poder de los sectores hegemónicos que confrontan, debemos considerarlo como un avance significativo. No olvidemos, que cuando hablamos de los actores, que inciden fuertemente en las cuestiones del Estado, están las corporaciones profesionales y gremiales, el aparato judicial, la policía, la industria farmacéutica, las empresas constructoras y algunos otros, con intereses vinculados a la continuidad de los manicomios.
Para cumplir la ley, hay que exigir, y Gregorio Kazi en su brillante exposición, justamente habló de la militancia, y aquí mi puntualización, respecto de que es muy importante generar y articular actores que formen parte de esta lucha desigual. Por ello, la necesidad de fundar “movimientos sociales”, que integren en un ámbito analítico y estratégico, y de pertenencia y lucha, a actores que hoy están desgranados e impotentes, como ser: pacientes, trabajadores y profesionales de la Salud Mental, luchadores y organizaciones sociales y de derechos humanos, por citar algunos.
¿Y porqué movimientos sociales? Porque justamente, en este modelo de democracia neoliberal, el Estado se orienta cada vez menos a la “supuesta” mediación entre la sociedad y los partidos políticos (que nos representan), para concentrarse en garantizar las reglas del capitalismo global, a través de asegurar la renta del capital y subsidiarlo, teniendo como contrapartida, recortes de los derechos sociales y el control político-policíaco de la sociedad.
Cuando hablamos del manicomio, hacemos referencia a un dispositivo institucional de control social, que continúa hasta nuestros días, como parte de un modelo médico hegemónico, que reniega de la necesidad de una práctica interdisciplinaria e intersectorial, en la asistencia de los padecimientos mentales. Pero que también y fundamentalmente, somete de forma autoritaria a quien padece, estableciendo la diversidad como “inferioridad”, preformando así, las respuestas que invalidan la existencia del ser humano que sufre.
La Ciudad de Buenos Aires sostiene un sistema de salud, netamente “hospitalocéntrico”, con 33 hospitales entre generales y especializados. Para una ciudad como esta, es una desmesura, que habla de la falta de planificación y políticas sanitarias acordes a las necesidades de un modelo de atención primaria de la salud (menos “centro” y más “periferia”, con centros de salud y consultorios barriales). Si tomamos específicamente Salud Mental, tiene 4 hospitales monovalentes (neuropsiquiátricos), desde los cuales un gran número de profesionales y trabajadores resisten el pasaje, a un modelo basado en el desarrollo y apertura de nuevos dispositivos de atención y externación, enmarcados en el pleno respeto de los derechos de quien atraviesa un padecimiento psíquico.
Vale recordar también que en nuestro país, las políticas de estado se fueron aplicando a partir de las definiciones de los grandes organismos internacionales. Tomando el caso de Salud Mental, la OMS se abocó más en controlar y penetrar con su discurso psiquiátrico comunitario, paradojalmente postulando el fracaso de los hospitales neuropsiquiátricos en la atención de los trastornos mentales. En sus informes, como siempre, dando cuenta de los efectos, pero nunca de las causas del deterioro de los niveles de salud de los “países en vías de desarrollo”.
El Banco Mundial, fue otro organismo con fuerte incidencia en el área de salud. En los años noventa, se apropió intelectualmente de conceptos como “comunitario” o “autogestión”, para darle una nueva significación. Por ejemplo, lo comunitario no es lo que seguramente entendemos todos nosotros, sino que consideraba deslindar sobre la comunidad el procurar sus niveles de salud, sólo haciéndose cargo el Estado, de un sistema elemental sólo para los sectores sumidos en la pobreza y exclusión.
Esta ideología neoliberal, terminó estableciendo que la salud pasa a ser una mercancía pasible del consumo, y bajo esta lógica mercantilista basada en la competencia (al mejor estilo darwiniano), se destruye el basamento del bienestar colectivo, amparado en la lógica de la solidaridad.
Acá se dijo que después de la nefasta dictadura iniciada en el año 1976, el Estado tuvo una retracción, a reducir los recursos, y entronizar el debate ideológico, entre lo que era gasto y lo que era inversión. El resultado, que da lugar a una nueva cuestión social, la pobreza, ya lo conocemos: pérdida de soporte salarial como forma de inclusión social, desempleo masivo, precarización laboral, caída del sistema de protección social, exclusión y desafiliación. Y ante estas premisas, el manicomio, recibió su “sentencia”, no olvidemos que quienes están allí internados, lo están más por ser pobres, que por locos.
En el presente, y en parte por estos factores que hemos recorrido, hacen que hoy los fondos que deberían asignarse a los dispositivos alternativos al manicomio, tal cual lo exige la Ley 448 de Salud Mental, sigan siendo absorbidos por los hospitales neuropsiquiátricos. Cuando uno analiza el presupuesto que ha sido asignado para la salud mental, observa: el 80% es directamente absorbido por los sueldos de los profesionales de todo el sistema; del total, el 80 % o casi el 90%, es prácticamente para los 4 hospitales neuropsiquiátricos. Y no termina ahí la cosa. Se ha votado un presupuesto plurianual, esto quiere decir para los años 2007, 2008 y 2009 de 150 millones de pesos, para seguir “remodelando” la estructura de estos cuatro hospitales: el Borda, el Moyano, el Tobar García y del de emergencias psiquiátricas, Hospital Alvear. Para los dispositivos alternativos no se destinan recursos, ni de infraestructura ni para el nombramiento de profesionales y trabajadores de salud mental (recordemos que la mitad de los profesionales actuantes, aproximadamente 1.300, están bajo la perversa modalidad del “ad honorem”).
Para la existencia del manicomio tienen que estar vigentes tres instancias fundamentales: el juicio de peligrosidad; la necesidad del control y vigilancia asilar; y la idea de irreversibilidad y de cronificación de quien padece mentalmente. Estos conceptos son los que permiten la persistencia del modelo manicomial.
¿Qué es la desmanicomialización? Justamente y en el marco de la fundación reciente del “Movimiento Social de Desmanicomialización y Transformación Institucional”, vale destacar un párrafo de un documento de reciente elaboración del movimiento, que expresa: “se debe apuntar a la “desmanicomialización” en cuanto a la supresión del “manicomio”, ya sea como institución asilar, custodial o de control social, que tiene en un modelo de relación humana y poder disciplinario, su paradigma. Por ello, debe quedar claro, que el objetivo de desmanicomializar, no se agota en transformar el indigno tratamiento de la “locura”, sino que debe extenderse a prevenir la puesta en acción de otros dispositivos de control social, que sectores minoritarios y hegemónicos de la sociedad, hoy son alentados para protegerse de los nuevos “peligros” que acechan: adicciones, HIV-sida, anorexia, violencia familiar, etc.”.
En estos momentos, se están generando proyectos de legislación sobre las adicciones, en la ciudad de Buenos Aires, que sustentan modelos de atención basados en la internación y teniendo como población de “riesgo”, a los habitantes de villas y “barrios de emergencia”. Los futuros “locos internados” van a ser justamente aquellos sujetos que estén transitando alguna adicción, y carezcan de recursos económicos para solventarse un tratamiento adecuado. Hay que observarlo, esto no es futurología sino que tiene que ver con la realidad de lo que ya está ocurriendo en algunas instancias del Estado (en este caso, la Ciudad de Buenos Aires).
Los presos de ayer, los excluidos de hoy. Me hizo recordar una excelente película italiana de los años 70, creo que su título era Feos, sucios y malos.
Hasta los 90, la pobreza estaba en las villas y los locos en los manicomios. Hoy están una pequeña parte en el manicomio, y muchos más están ahora en las calles. Esto quiere decir que justamente, ha operado y sigue operando esta naturalización de la que hablábamos y que se enmascara en la indiferencia social, o en un imaginario, que acepta sin cuestionamientos, por ejemplo, y sólo en el caso de la ciudad de Buenos Aires, que más de 2.500 seres humanos estén 10, 20, 30, 40 y 50 años recluidos de forma degradante y sin derechos. Esta naturalización, es extensiva, al ejército de personas, que deambulan y duermen en las veredas de nuestras viviendas, con el sólo reparo de cartones.
Desde una doble vertiente, el problema de los “manicomios” es político, ya que expresa la forma en que el Estado atiende a las personas, esto nos coloca en una perspectiva ética en cuanto a que tenemos que incidir, por ejemplo, en los recursos que se asignan para la atención de la comunidad. Y es también de Derechos Humanos, porque revela la suspensión atemporal de su condición de sujeto de derecho. Si el “manicomio”, es una institución al servicio del control social, una de las primeras características a transformar es la de las relaciones de poder que lo sostiene. Entre ellos, el poder discrecional del médico o profesional, que no es sólo el de la psiquiatría “pesada”, sino que también de muchos profesionales provenientes de diversos saberes y prácticas, que sostienen ese “status quo” sobre el paciente.
Hicimos referencia al manicomio, como un mecanismo de exclusión y vigilancia, que a partir de cierto momento se revela con beneficios económicos, en el marco de una utilidad política del Estado, por eso hemos hablado de que es ya una unidad de producción importante, y por consiguiente, de corrupción. Tengamos en cuenta que si hoy, haciendo un cálculo muy general, se destinan aproximadamente 3.000 pesos, por cada paciente internado (y creo que es más), para sostener una institución manicomial, ¿que sucedería si se destinasen la mitad de ese monto, asignándole a cada persona que padece mentalmente (y su familia), el dinero para su asistencia, vivienda y alimentación, en un régimen de atención ambulatoria? Sin duda, esto hasta derrumbaría los criterios de los sanitaristas economicistas.
Para ir cerrando el tema, el poder manicomial requiere de un trípode: hospital, cama y fármaco, sustentados en el desarrollo de diferentes saberes y prácticas, hoy manifiestos con el auge de las tecnociencias en el marco del capitalismo global, y que le dan la expresa racionalidad de una supuesta verdad. El “saber normalizador”, condiciona la emergencia de los modos de enfermar y curar, y pensándolo desde una perspectiva psicoanalítica, forma parte de una “operación totalizadora” orientada al rechazo de la castración y de la diferencia. El vaciamiento de la singularidad, permite por un lado universalizar la solución a modo de una respuesta fija a la emergencia del sufrimiento.
En esta “operación totalizadora” (pensada desde un eje Foucault-Deleuze), la búsqueda de las raíces genéticas y fisiológicas del comportamiento, no constituyen meras investigaciones científicas, sino que forman parte de esa misma operación totalizadora, por medio de la cual se busca también, neutralizar los efectos del atravesamiento que las prácticas sociales ejercen sobre el sujeto, mostrándolo como autoregulado por la biología, la fisiología y la genética.
La existencia del manicomio, es una política de estado que se consuma bajo la denominada “biopolítica”. Si bien este tema, requiere de otro seminario, referenciándonos en Foucault y en Giorgio Agamben, la “biopolítica”, no es otra cosa, que el Estado ejerciendo su poder sobre los cuerpos, con el objetivo de un equilibrio de la población y su regulación. Este derecho estatal, sustentado como “biopoder”, y que apunta al “hacer vivir” y “cómo vivir”, es justamente un posicionamiento racista, en cuanto permite pensar la muerte del otro inferior, en un proceso de normalización. Establecer la diversidad como “inferioridad”, preforma la respuesta para invalidar su existencia: loco, pobre, excluído, adicto. En este nivel, curar al enfermo, es garantizar el orden público.
En el desarrollo de las técnicas y procedimientos de la exclusión, estamos asumidos como “jueces de la normalidad”. Médico-juez, psicólogo-juez, abogado-juez, que haciendo reinar la normativa universal, desde cada lugar destacado, se somete cuerpos, actitudes, comportamientos, gestos, presencias, y esto es, ni más ni menos, que “vigilar y castigar”. Por eso, para finalizar, reitero que hay que trabajar justamente en las “brechas” que el sistema presenta y nos permite, casi “distraídamente”. Creo e insisto, que la transformación de la institución manicomial al menos en la ciudad de Buenos Aires, reporta que más allá de la existencia de una apropiada ley, más allá de la buena voluntad de muchos profesionales y trabajadores del campo de la salud mental (y que lamentablemente son también castigados por tener que trabajar dentro un sistema indigno), sólo será posible con el acompañamiento de un movimiento social, plural y democrático. Gracias por haberme escuchado.
 

 
Articulo publicado en
Abril / 2007