Introducción
El tema que lleva por título este trabajo se apoya principalmente en el interés que me despiertan dos hechos clínicos.
El primero proviene del psicoanálisis británico y se refiere a la importancia que Winnicott le adjudica a las paradojas en el marco de los tratamientos psicoanalíticos con determinado grupo de pacientes.
El otro procede del psicoanálisis francés. Sylvie Le Poulichet –siguiendo las reflexiones de J. Derridá acerca del farmakón- advierte en la clínica con pacientes toxicómanos, cierta ambigüedad que revisten los tóxicos, funcionando ora como venenos, ora como remedios2.
Antes de continuar, quisiera resaltar que el término que usan Derridá y Le Poulichet para hablar de los tóxicos, y más precisamente del farmakón, es “ambigüedad”. En este sentido, no me parece ocioso diferenciar la lógica de la ambivalencia de la lógica de la ambigüedad3. La primera podemos situarla claramente en los conflictos neuróticos. Puede tratarse de conflictos entre el deseo y la defensa, entre pulsiones diversas o bien, entre diferentes instancias del aparato psíquico; el conflicto proviene del hecho de que en el interior de un mismo sistema dos elementos emiten órdenes o enunciados contradictorios, de los cuales, por lo menos uno es inconsciente. El resultado suele ser un síntoma que satisface simbólicamente a ambos enunciados. Un ejemplo freudiano clásico es la paciente que durante un ataque conversivo, con una mano intenta arrancarse la ropa y con la otra se aprieta el vestido contra el vientre. Es la lógica de la ambivalencia y las formaciones de compromiso.
(Si es que tiene una) la lógica de la paradoja es diferente. Los dos enunciados antagónicos actúan alternativamente y no se ubican en el mismo nivel lógico. Por lo tanto, ni uno ni otro puede ser verdadero o falso.
En relación con este último punto recuerdo una entrevista de admisión en la que consultaban Daniel, un joven de 14 años y su madre. A la pregunta por el motivo de consulta respondió: Consultamos porque Daniel fuma marihuana. (…) A mi me preocupa porque él es muy sumiso, muy influenciable,… yo quiero que tenga más carácter, más personalidad, que pueda decir que no (…)
Aquí Damián se encontraba ante un pedido paradójico de la madre. ¿A quién debía decirle “no”?, ¿a sus amigos?, ¿a su madre? Así, si obedecía al pedido de su madre de no ser sumiso, era sumiso por obedecerle. Por otro lado, desobedecerle implicaba ser sumiso, pero no lo era por desobedecerle.
Nos encontramos en la lógica de la ambigüedad y no es posible en ella una formación de compromiso. Notemos, además, que estamos situados en dos planos o niveles diferentes, el del enunciado y el de la enunciación.
La paradoja en Winnicott
En 1971 Winnicott publica Realidad y Juego. En su introducción advierte que es una ampliación de su hipótesis de 1951 formulada en Objetos transicionales y fenómenos transicionales. Allí pone el acento sobre lo que califica como “un descuido de los psicoanalistas” para hacer referencia a que había sido mal interpretado.
Donald Winnicott llama la atención sobre el hecho de que los psicoanalistas se habían dedicado al estudio de la naturaleza humana -o bien, como efecto de las relaciones interpersonales o bien, por la acción de la realidad interior- soslayando el estudio de determinada zona de la experiencia individual. Así, orienta todo su esfuerzo a la demostración de la existencia de una tercera área. Se trata de un área de transición entre el yo y el no-yo; entre la realidad psíquica, que es personal e interior y la realidad exterior o compartida; entre la creatividad primaria y la percepción objetiva basada en la prueba de realidad. El objeto transicional, que no es más que el signo tangible de ese campo transicional de experiencia, había pasado desapercibido en su singularidad, se había visto reducido a la suposición de que era un objeto más. ¡Otro objeto más! ironiza Pontalis en el prólogo a la edición francesa.
Winnicott señala que en esos 20 años la experiencia cultural no había encontrado su verdadero lugar en la teoría psicoanalítica; así, es evidente que lo que él estudia no es el trozo de tela o el osito del bebé, sino su uso. Con este movimiento, vira el centro de atención del objeto usado hacia el uso del objeto y hacia la paradoja que implica. Si la adaptación de la madre al bebé es lo bastante buena (good enough), se produce en el niño una ilusión: existe una realidad exterior que corresponde a su propia capacidad de crear. “Nunca le preguntaremos: ¿concebiste tú esto o te fue presentado desde fuera?” (Winnicott, 1951:321) “Mi contribución consiste en pedir que la paradoja sea aceptada, tolerada y respetada, y que no se la resuelva.” (Winnicott, 1971:14)
Cita a la que si prestamos especial atención, veremos que contiene cuatro verbos, ninguno de ellos es “buscar”. En este sentido, advertimos una diferencia importante con los que “buscan” provocar activamente paradojas. Para Winnicott no se trataba de provocarla o buscarla, sino de aceptarla, tolerarla, respetarla y no resolverla cuando ésta se presentaba.
Para sostener esta afirmación me referiré a un artículo en el Winnicott alude a la aplicación clínica del concepto de falso self. Allí hace mención a un paciente que en una oportunidad le dijo: “Solo me sentí esperanzado cuando usted me dijo que no tenía ninguna esperanza, y continuó con el análisis” (Winnicott, 1960:198). Se trataba de un paciente que había pasado por la experiencia de un análisis fútil, basado en el self falso, cooperando con un analista que creía que ese era su self total. En ese contexto la intervención de Winnicott apunta al “reconocimiento de hechos importantes, realizados con claridad en los momentos oportunos”. Se trata de no suponer la existencia de una persona donde no la hay. Reconocer una persona que no ha experimentado el sentimiento de estar vivo permite que esta comience a sentirse “real”. He ahí la paradoja. ¿Cómo no relacionarlo con la función del analista “lo bastante bueno” que tiene la capacidad de identificarse con el paciente y que aporta la intervención en el momento en que el paciente la “necesita”? Momento inaugural de una zona de confianza que hace posible la aparición de lo “informe” (“lo no preconcebido por otros”).
Winnicott formula una pregunta con la cual nos encontramos a lo largo de su Playing and Reality ¿qué es lo que hace sentir vivos a los seres humanos?, ¿en qué consiste lo específicamente humano? Del mismo modo que desvía el interés por los objetos hacia su uso, desplaza el acento puesto en las obras de arte (los productos creados) hacia la creatividad misma y el acto creador no intencional. Es aquí donde ubicará el eje del sentimiento de estar vivo: en la apercepción creadora, informe, espontánea, genuina, original. Winnicott afirma que para abordar el tema del vivir creador -variable de una persona a otra- no alcanza con estudiar la realidad psíquica o la realidad exterior, ambas son más o menos constantes, siendo la una determinada biológicamente y la otra de propiedad común (Winnicott, 1971: 138) y propone ubicar la creatividad en la tercera zona de experiencia, el espacio transicional. El contraste está dado por el hecho de que este espacio potencial no se constituye por un orden de determinaciones específicas, sino por una paradoja. Precisamente, lo fundante de los fenómenos transicionales es la imposibilidad de discernir determinación alguna.
Las paradojas en las toxicomanías
Sylvie Le Poulichet –siguiendo las reflexiones de J. Derridá acerca del farmakón- señala que consiste en una reversibilidad particular entre lo interno y lo externo, lo psíquico y lo fisiológico, engendrando una indeterminación y haciendo que los opuestos se comuniquen. No se puede en la farmacia distinguir el remedio del veneno, el bien del mal, lo verdadero de lo falso, el adentro del afuera, lo primero de lo segundo, etc. Pensando en esta reversibilidad original, el farmakon es él mismo, precisamente, porque carece de identidad…” (Derridá, 1968: 58)
Le Poulichet sitúa tres formas de reversibilidad del farmakon. En primer lugar, una reversibilidad entre lo psíquico y lo orgánico bajo la forma de una sustancialización de lo psíquico y el uso del farmakon como una suerte de “prótesis psíquica”.
En segundo lugar, una reversibilidad entre un adentro y un afuera. Algunos elementos del mundo exterior son percibidos como pertenecientes al yo, y a la inversa; provocando una confusión entre afuera y adentro. Esto estaría en la base de ciertas formaciones alucinatorias y manifestaciones dolorosas de los pacientes toxicómanos. Por último, las primeras formas de reversibilidad conducen a una tercera, relativa a una forma de desvanecimiento del sujeto. Esto es, la percepción de quien desaparece durante la operación del farmakon dispone un campo continuo en el que una cosa se conjuga con su contraria y toda diferencia se reabsorbe en la reversibilidad, eliminando de este modo, cualquier posibilidad de emergencia de un efecto de sujeto.
Así, Le Poulichet propone como un lugar importante en las curas de sujetos adictos a tóxicos la formación de un “secreto” en oposición a la obscenidad de transparencia a la que remite el “decirlo todo”. El secreto, aunque se trate de una ficción e implique un “espacio vacío”, no permite la contigüidad, instaura un límite, abre un distanciamiento que crea las condiciones de apertura de un espacio potencial. David Warjach sostiene que la primera función de lo transicional debería tender a colapsar las proposiciones, que circulan en el imaginario social, y cristalizan la posición del toxicómano proponiendo a la droga como determinante universal de su ser. (Warjach, 2002: 121)
Leo -un joven de unos 22 años- concurrió a la primera entrevista con un oficio judicial que ordenaba a someterlo a un tratamiento de su adicción, sino no cumplía con el mismo, la causa penal por tenencia de drogas continuaría su curso, lo que implicaba la posibilidad de terminar preso.
En esas condiciones las posibilidades de un tratamiento eran cuanto menos, dudosas, Leo venía para evitar ser encarcelado. Establecimos un acuerdo por el cual Leo concurriría durante un lapso determinado de tiempo, no se trataba de un “tratamiento”, sino de cumplir con los “requisitos” que estipulaba el oficio. Una suerte de “no tratamiento” en el que se dispuso un espacio, un marco donde Leo fue desplegando diferentes cuestiones y conflictos que hacían a su vida cotidiana. El dispositivo en cuestión consistía en un grupo terapéutico. Allí en diversas oportunidades aludió a que aquél no era un tratamiento, sin embargo, no faltó a ninguna sesión.
En una sesión llegó a hacer una lista de todas las cosas que le pasaron por “culpa” de la droga. La cocaína es malísima. Te hace mentir, te hace robar, te hace agredir a tu familia, te hace ser egoísta, hace que no te bañes, que no te importe nada…” Un integrante menor que él le preguntó: “¿y quién te hacía drogarte?” Leo le contestó: “La droga”. Otro paciente mayor que él –José- agregó: Entonces tu cocaína es diferente de la mía, porque yo nunca robé, siempre me bañé, siempre me gustó laburar,…” Luego de unos segundos de silencio todos los miembros del grupo –incluido Leo- estallaron en una carcajada general. A través del humor Leo se “sorprendió” a sí mismo riéndose de la proposición que había llevado hasta el absurdo y, de este modo, emergía un atisbo de implicación y responsabilidad que abrían la posibilidad de una futura demanda de tratamiento.
Terminado el lapso convenido se cerró el espacio, un mes después volvió a pedir un turno para iniciar lo que él llamó “un tratamiento”.
Creo que sostener un “no tratamiento” permitió la inauguración de un tratamiento posible. El hecho de soportar la confusión entre el enunciado “esto no es un tratamiento” y el de la enunciación -disponer en acto las condiciones de un tratamiento- hizo posible el acto fundante de la emergencia de un hecho nuevo. Alguien capaz de producir una pregunta sobre la peculiaridad de su relación con la cocaína.
Asimismo, tal como lo muestra Winnicott en su clínica, esta operación lógica no opera por sí sola, requiere que esta sea acompañada por la presencia de un analista con una actitud no desafiante. (Warjach, 1996: 46)
La función holding respecto de Leo fue decisiva. Esta consistió en la creación-disposición de un espacio de confianza donde Leo pudo compartir lo que le pasaba. Este espacio fue sostenido a su vez por intervenciones que apuntaron a permitirle el despliegue de “lo informe”. (cf Barzani, 2003).
Carlos Alberto Barzani
Lic. en Psicología
Psicoanalista
Docente de la Práctica Pre-Profesional “Clínica de los cuadros fronterizos y de las psicosis”, Facultad de Psicología, UBA
Integrante del Equipo de Tratamiento de las Adicciones de la "Dirección de Población, Prevención Social y Casa de la Juventud de Vicente López".
carlos.barzani [at] topia.com.ar
http://www.carlosbarzani.com.ar
Bibliografía
Anzieu, D. (1975): La transferencia paradójica, en “Psicoanálisis. Revista de APdeBa”, Vol.III, N°1, Buenos Aires, 1981, 1-40.
Barzani, C.: La Consulta Terapéutica en el Marco de la Guardia Hospitalaria en Revista Topía, Bs As, Año XIII, N°37, Abril – Julio 2003, 14-15.
Derridá, J.: La pharmacie de Platón en “Tel Quel, N° 32, 1968 citado por Le Poulichet (1987)
Le Poulichet, S. (1987): “Toxicomanías y Psicoanálisis. Las narcosis del deseo”, Bs As, Amorrortu, 1996
Little, M. (1990): “Relato de mi análisis con Winnicott. Angustia psicótica y contención”, Bs As, Lugar, 1995
Warjach, D.: Winnicott y el espacio de la subjetividad. en Grego, B. (comp.): “Lecturas de Winnicott”, Lugar, Bs As, 1996.
Warjach, D.: El tratamiento de pacientes adictos a tóxicos: Dificultades recurrentes. en “Revista del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología”, UBA, Año 7, N°2, 2002
Winnicott, D.W. (1951): Objetos y fenómenos transicionales. en “Escritos de pediatría y psicoanálisis” (1958), Paidós, Bs As, 1999, 305-324.
Winnicott, D.W. (1960): La distorsión del yo en términos de self verdadero y falso en Winnicott, D.W. (1965): “Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Estudios para una teoría del desarrollo emocional”, Paidós, Bs As, 1996, 182-199.
Winnicott, D.W. (1968): El juego del garabato en “Exploraciones psicoanalíticas II”, Paidós, Bs.As., 1993.
Winnicott, D. (1971): “Realidad y juego”, Gedisa, Barcelona, 1996
Notas
1. Este trabajo fue leído el 17 de Abril de 2004 en la Jornada sobre Configuraciones Toxicómanas organizadas por la Facultad de Psicología de la UBA
2. Lo propio del farmakon consiste en cierta inconsistencia, cierta impropiedad, porque esta no identidad consigo le permite siempre estar vuelto contra sí.(…) Esta no sustancia farmacéutica no se deja manipular con plena seguridad ni en su ser, del que carece, ni en sus efectos, que a cada momento pueden virar de sentido.” (Derridá, 1968)
3. Nótese que se trata de la noción de “ambigüedad” en términos de la Lógica, y en este sentido alude a la indeterminación en la significación. (cf Diccionario de Filosofía Herder y Anzieu, 1975)