La regulación de la sexualidad | Topía

Top Menu

Titulo

La regulación de la sexualidad

 

 ¿Hasta dónde el ejercicio de la sexualidad es una elección o un hecho meramente biológico, cultural? ¿Quiénes deciden realmente: nosotros o los cánones económicos y sociopolíticos imperantes?

La diputada Diana Maffía e Irene Meler, psicoanalista especializada en temas de género, responden algunos interrogantes para desentrañar los hilos de una trama tan vasta y tan compleja como lo es la sexualidad contemporánea.

 

Diversidades versus hegemonía

 

Siglos atrás, los que podían hacerse llamar ciudadanos griegos, ejercían la homosexualidad como parte natural de sus vidas. Siglos después, los que se decidían por una orientación diferente a la heterosexual, eran perseguidos. Hoy, muchos de ellos abogan por obtener derechos civiles, conformando una lucha de clases frente al poder hegemónico y a los modos de dominio y autoridad que plantean que sexualidad hay una sola. De la misma manera, las mujeres “herejes” de la Edad Media fueron las neurasténicas del siglo XIX y son las que hoy intentan seguir abriéndose paso en un mundo preferentemente masculino. No sólo eso: una mujer puede devenir varón y un varón mujer. No sólo eso, sino más: no hace falta tocarse para hablar de sexualidad.

Masculino-Femenino. Sexo=procreación. Cuerpo y mercancía. Pareciera que el mundo se sigue rigiendo por paridades, pero la realidad es que el llamado campo de la sexualidad es de todo menos dicotómico: relaciones cada vez más efímeras, de modos cibernéticos, con la sexualidad por doquier apelando a un consumo masivo, en una época de poco lazo social y de laxo compromiso político.

Entonces ¿de qué se trata realmente la sexualidad humana? ¿De un rito de pasaje, de poner en acto el deseo o de una marca política y social que regula ese mismo deseo al compás del cual todos bailamos una farsa más o menos convenida?

 

Diana Maffia, afirma que al continuar operando el paradigma de sexualidad= procreación, se obtura cualquier la posibilidad de placer, que, junto con la comunicación, son dos condiciones intrínsecamente humanas. Todo lo que quede por fuera de la norma, se condena:

“Las relaciones sexuales quedan reducidas a la penetración del pene en la vagina de la mujer, desde la concepción de “sexualidad normal” (heterosexual), en la cual prima la dicotomía femenino-masculino. Hoy, sí puede hablarse de nuevas sexualidades, desde el momento en que hay toda una tecnología, que antes no existía, a disposición de aquéllos que han construido subjetivamente, una identidad diferente a la biológica y pueden transformar su cuerpo para finalmente expresarse, lo cual es mucho más complejo que la dualidad femenino-masculino”.

           

Por su parte, Irene Meler, sostiene que la sexualidad es una construcción sociohistórica, y que, desde esta perspectiva, siempre hay cambios: “Nadie cuestionaba en la Grecia Antigua la práctica de la homosexualidad porque entraba dentro de la formación que los hombres jóvenes recibían de sus maestros. Pero hasta no hace mucho, la homosexualidad se consideraba una perversión, cuando en realidad, la perversión se define por las prácticas respecto del otro, no por la elección de objeto: se basa en una lógica de sometimiento, en donde el deseo se anula en tanto hay una imposición”.

 

Parecería, sin embargo, que esta lógica aún continúa operando, quizás más solapadamente, pero con la fuerza suficiente como para no tolerar las diferentes elecciones de objeto: aún quedan conservadurismos a favor de un modelo hegemónico que contempla sólo a los ciudadanos que han “elegido bien” en detrimento de aquéllos cuya orientación o cambio de género es diferente a la heterosexual. Maffía, trabaja el concepto de frontera versus el muro, como propuesta alternativa:

 

 “Se trata de que la sexualidad tiene que construirse dentro de fronteras, no de muros. Los límites llegan hasta donde se acuerde, siempre en un intercambio con el otro. El concepto de “frontera” versus el de “muro”: hablamos de frontera como un límite que reordena dimensiones como de la vida, como el tiempo, el espacio, los comportamientos y los deseos. Y hablamos de muro, como perversión de esa frontera, levantando una barrera para el contacto o la comunicación. Como las fronteras geográficas, nuestros cuerpos pueden ser lugares de separación o lugares de encuentro, lugares amurallados donde lo diferente es una amenaza”.

 

Pero si de fronteras hablamos, la era cibernética no ha hecho más que atravesarlas. Así llegamos al mail, al Chat, al mensaje de texto y al reciente Facebook, furor de encuentros virtuales con viejos amigos, amores y amigos de los amigos que no llegamos a saber muy bien quiénes son. Todo, desde la comodidad del hogar, sin moverse y sin más evidencia física que una imagen. ¿Cómo se habitan las fronteras en espacios donde los cuerpos que se muestran a otro son cada vez más virtuales?

“Se trata de no reducir el placer a lo genital. El encuentro entre dos cuerpos no tiene por qué ser físico, el deseo sucede más allá de lo que queramos frenar. Cuando escucho que piden la castración física o química de un violador, me pregunto qué piensan hacer con su deseo, cómo harán para detenerlo. El encuentro sucede a través del deseo, cualquiera sea el modo: físico o virtual”,continúa Maffía.

Meler, por su parte, opina que los encuentros virtuales no son positivos ni negativos: “Son un nuevo modo de socialización en la tercera era de la tecnología. Es una sexualidad oral, un lenguaje a través del cual también se seduce, evitando inhibiciones, vergüenza o pudor que se generan en los encuentros cara a cara, lo cual no impide que luego de un tiempo, esas personas se encuentren”.

Y refuerza que es importante recordar que “la subjetividad se conforma con otro, por eso no acuerdo con aquellos que sostienen que la pulsión trabaja sólo para el psiquismo: la pulsión se constituye en el vínculo con el otro”.

 

Mercado de deseos

 

Pocas cosas se ofertan hoy en día tanto como la sexualidad: inmersa en un sofisticado mercado de compra y venta, se prometen totalidades ilusorias, pero efectivas a la hora de la adquisición. La pregunta es qué elegimos y que nos elige a nosotros. Maffía, toma el concepto de “sexualidad represora” para pensar lo que se nos impone desde el discurso de una sociedad de consumo que forma patrones:

“Los cuerpos como mercancías son propios de una sociedad capitalista que marca lo que es “deseable” a los ojos de los demás. Que los adolescentes digan que “prueban” estar con ambos sexos no es poco probable que tenga que ver con lo que se marca desde afuera, por eso hay que distinguir entre lo que marca la sociedad y lo que es una elección. Esto incluye desde los adolescentes hasta lo que “debe” entrar dentro de las categorías de la sexualidad, por ejemplo, al interior de los grupos de lesbianas, transexuales o transgéneros hay disidencias respecto de lo que es y lo que no es. En este sentido, la sexualidad funciona desde la represión y no desde el deseo propio”.

 

Meler, coincide y afirma, desde el psicoanálisis, que la represión ya no es sobre las prácticas sexuales, sino sobre el afecto: “Hay una lógica de la incitación que impulsa al acto y en una sociedad que impulsa al consumo, la sexualidad aparece como mercancía. A diferencia de los púberes de ayer, los de hoy ponen en acto aquello que antes quedaba en el terreno de la fantasía y los adultos, por su parte, entran también en una lógica de las relaciones narcisistas, individualizadas, características del hombre posmoderno”. Siguiendo este planteo, las queridas histéricas freudianas y los obsesivos de ratas quedan como las “raras avis” de los historiales clínicos.

“Hoy, la clínica está más del lado de las actuaciones, de los impulsos, de los trastornos psicosomáticos en donde el cuerpo se ofrece desde un lugar de padecimiento diferente: se evidencia fragilidad en los vínculos y es ahí en donde se sufre. Hoy, el tabú es sobre el apego, que aparece como una dificultad”, concluye.

 

Estado y sexualidad: la frontera entre lo privado y lo público

 

Foucault, sostiene que la regulación de la sexualidad se vincula a los modos de producción de los discursos de poder y de saber. Nuestro “ser en el mundo” está determinado en gran parte por lo que las instituciones pregonan y sostienen para obtener el “orden social” que nos disciplina. ¿Pero que sucede con los que quedan por fuera del ideal de sexualidad implantado discursivamente? ¿Qué lugar hay para aquéllos que optan por una identidad de género distinta o una orientación sexual diferente? Es aquí, donde lo más íntimo de una elección, impacta indefectiblemente con lo público de un Estado que aún tiene blancos en materia de reconocimiento de derechos civiles.

En su rol de diputada, Maffía, responde:

“Aún se conserva desde las instituciones y las disciplinas que las conforman, un punto de vista patriarcal y conservador: la filosofía, la medicina, el derecho y la religión dogmática, reproducen que la conformación de la sociedad tiene como “célula básica” a la familia; es ésta una de las concepciones más disciplinadoras y omnipresentes de la cultura. El Estado debe adecuar sus respuestas en forma de políticas públicas plurales y garantizar los derechos de los que aún no los tienen”.

 

Apelar a la frontera de intercambios plurales, es aún un muro duro de roer. Al respecto, Meler explica que si bien el paradigma patriarcal ha tenido sus embates y ha sido puesto en cuestión, no puede olvidarse que el análisis lo estamos efectuando desde una sociedad industrializada, occidental y con patrones culturales diametralmente opuestos a los de, por ejemplo, países en los que aún el hombre es el que marca las reglas sociales y de relación y, en donde la mujer es aún objeto de vejaciones y sometimientos. Cabe recordar aquí, las ablaciones de clítoris en jóvenes africanas como ritual de purificación a la edad de doce o trece años, edad de la menarca. Lejos están de las muchachitas argentinas que pavonean sus cuerpos en los vagones del tren de su experimentación adolescente.

“El psicoanálisis había entendido las familias mediante una lógica que jerarquizó la sexualidad y la ley. Pero la sexualidad comparte su importancia con otros sistemas motivacionales, entre éstos el apego”[1],agrega.
Maffia, finalmente expresa lo que significa ser una ciudadana con derechos adquiridos: “Yo tengo ciertos privilegios por ser blanca, heterosexual e ilustrada y eso me pone en una situación de privilegio respecto de una mujer que, por ejemplo, tiene otra orientación sexual. Frente a un derecho naturalizado el Estado tiene que replantear aquellos lugares, cuestiones que antes no se tenían en cuenta, por ejemplo, cambiar el nombre en el DNI[2] o el derecho a la familia. Aceptar que sólo son ciudadanos los que entran dentro del estereotipo prefijado por el grupo hegemónico es dejar afuera injusta y arbitrariamente a otras porciones de la población. Se trata de ir en contra de la criminalización de lo que las sociedades conservadoras consideran desviado o fuera del derecho por considerarlo una perversión moral”,explica Maffía.
 
Opresores/Oprimidos
 
Hay discursos Amo: los que nos dicen cómo ser y cómo no ser. En muchos de ellos nos reconocemos y desde allí, corremos el riesgo de operar respecto del semejante. ¿Qué hacer entonces para despejar el nubarrón del prejuicio y construir fronteras en vez de muros?
“Uno puede ser muy progresista en su discurso pero tener en su casa a una empleada doméstica en negro. Se trata de visualizar aquellos aspectos que no conducen al diálogo y al intercambio y un funcionario tiene que tener eso presente todo el tiempo para no caer del lado del muro”,dispara la diputada.
El psicoanálisis no es ajeno a este proceso: se han manejado y continúan blandiéndose posiciones absolutistas, lo cual atenta a la práctica en sí misma y a los que buscamos un espacio crítico de reflexión. Meler, en este sentido, apunta a la valoración de un “psicoanálisis intersubjetivo, relacional, que no maneje términos que se constituyen de modo imaginario en aquellas causas de los procesos que se intentan comprender”[3].
Quizás, después de todo, se trate de aceptar que hay algo que nos determina pero que también podemos elegir construir muros de silencio y segregación o, por el contrario, bordear los límites de algunas fronteras para apegarnos al otro como semejante que a su vez nos constituye.
 
Notas
 
[1] Meler, I. : Sexos Diversos. Diario Página 12. 14/09/06
[2] El 14 de Mayo, la Legislatura Porteña sancionó la ley 836-D-2008 que garantiza el derecho de uso del nombre correspondiente a la identidad de género, en todas las instancias de la administración pública.
[3] Meler, I.: idem.

 

 

María Laura Ormando
Psicóloga
laurapsiar [at] yahoo.com.ar

 

 

Articulo publicado en
Agosto / 2009

Ultimas Revistas