Allí estaba yo, pálida y muda, con el cuerpo ocioso, mirando por el
agujero de la cerradura de un portal inmenso de madera maciza, mientras un haz
de luz se filtraba en la oscuridad recortada. Quería descubrir lo que
sucedía del otro lado, en el lado incandescente de la existencia, mas
allá de esa esquina pausada, fuera de la blandura del sueno. Pasaba
horas mirando a través de la claraboya que iluminaba la habitación
donde yo giraba hasta desaparecer casi sin aire, entre las cortinas