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Vínculos, informalidad y convivencia en la sociedad digital

 

Hacer un prospecto sobre los vínculos en sociedades urbanas complejas constituye un doble desafío: por un lado, el de intentar acompasar con el pensamiento la aceleración que nos imprimen las profundas transformaciones cognitivas y por otro, el de no sucumbir al pesimismo que se desliza en buena parte de las discursividades contemporáneas occidentales.
En este nuevo giro de época somos muchos y no nos conocemos. Tendemos a construir lazos ad hoc, más variados, numerosos y fugaces. Las relaciones humanas se perfilan como zonas de pasaje en las que se puede entrar sin tener que comprometerse más allá de ciertos límites. Lo acotado, lo parcial, se relaciona con la concentración de la esperanza en cierto contenido de verdad intrínseca a cada relación. La felicidad aparece como exigencia de razón práctica. Los esfuerzos por resaltar las virtudes de la estabilidad y unión familiar dejan a la vista, paradójicamente, una tendencia creciente al debilitamiento de su función simbólica. Las formas institucionales ya no resultan creíbles para dar cuenta de la vertiginosidad de las transformaciones que afectan a sus integrantes. El prejuicio a favor de la permanencia y de la convivencia, un saldo de este siglo, se ve profundamente afectado. La convivencia ya no goza de una valoración social que la ubique como ingrediente indispensable de los vínculos significativos.
Los vínculos mantienen su atracción como utopía posible y adquieren nuevos matices e intensidades que incluyen limitaciones acordadas. Se produce una mayor diversidad y fragmentación de las prácticas vinculares. Surgen nuevas formas de unidades domésticas y se acentúa la desconexión entre parentalidad y conyugalidad, entre procreación y sexo, entre heterosexualidad y conyugalidad.
El mundo digital aporta nuevas asignaciones para los nexos humanos, que pierden formalidad. Van cobrando fuerza los encadenamientos vinculares regidos por otras lógicas que la del parentesco; se trata de lógicas consensuales que operan sobre una base voluntaria. Se produce una flexibilización de los roles atribuidos socialmente y un quebrantamiento de la convivencia como orden ético para las configuraciones de pareja y familia. Los individuos intentan tornarse más adaptables y versátiles. El modelo social implícito es la integración a un esquema de circulación e intercambio rápido de personas. Se construyen imaginarios sociales que destierran la idea de que el vínculo estable, localizado, es el bien mayor. La variedad, el aumento de oportunidades y la diferenciación aparecen como nuevos ideales de una subjetividad acechada por la alienación y la soledad.
Las relaciones de amistad que giran en torno a intereses comunes y a variadas formas de asistencia mutua, cobran una nueva importancia.
Resulta arduo distinguir unas modalidades de agrupabilidad de otras ya que todas comportan rasgos de informalidad orientados hacia una supuesta emergencia de libertad. Los individuos tienden a manejarse como si no tuvieran otras obligaciones y derechos que los que ellos mismos asumen y se otorgan mutuamente. Las conexiones intersubjetivas se revelan como sistemas que interactúan con otros en forma de red, con modalidades más laxas, manipulativas y débiles, tendencia favorecida por la atenuación de la presencia física que caracteriza a las comunidades mediáticas.
Si bien la perspectiva de un desarrollo apacible de las potencialidades vinculares resulta remota, el carácter intersticial y nómade de ciertos intercambios, la diversidad de opciones abiertas y la complejidad creciente de la vida colectiva son algunos de los efectos de la desespacialización de los modos de producción que auguran mayores potencialidades creativas. El campo vincular puede constituir una zona de resistencia a procesos masivos de alienación, de individualismo exacerbado y de exclusión social en la medida que logre generar nuevos movimientos sociales colectivos y pluralistas, capaces de empujar respuestas políticas que reduzcan el impacto de las profundas grietas sociales existentes.

Rasia Friedler
Psicoanalista

 
Articulo publicado en
Abril / 2000