Después del silencio | Topía

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Después del silencio

 

Nada en el corazón. Apenas el soplo o la corazonada de que volvería a tropezar con él.

Había estado muy atenta a la creciente habilidad de aquel hombre para permanecer en su caparazón, observando prolijamente todos los códigos de reserva emocional, siempre de paso, ocupado de no hacer nada de todo. Tonada conocida, pensó ella, pero olvidada.

-Podemos hablar de cualquier cosa- había dicho- menos de mí.

Durante los últimos años Diego se había mostrado reticente, impermeable a cualquier búsqueda, contemplación o afán de perdurar. Ni siquiera se aferraba a los valores actuales de eficacia, visibilidad o inmediatez. Quizás fuese un personaje de otra época o una faceta propia más nómade que la habitual. En realidad pensaba que Diego se había convertido en un exponente más de la indiferencia social y su actitud parecía un efecto de callar, tragar y callar.

¿Es el análisis de un sueño parte del propio sueño?

Aún estaba oscuro. No debía encender la luz.

La habilidad para fracasar, para los amores difíciles, para desgarrarse, no es un saber dado de antemano: se cultiva con esmero y paciencia. Durante los meses en que se produjo la trágica muerte del hermano de Diego se intercalaron momentos de algo que la gente suele llamar “amor imposible”- único amor posible para mucha gente-

Laura compartía con él cierta vocación para la marginalidad y su fascinación por el pensamiento trágico.

No es la técnica la que hace el amante. Es un clima de complicidad que se establece en forma casi involuntaria y progresiva mientras se discurre sobre el tiempo, el último disco de Zitarrosa o la situación de la universidad.

La última vez que lo vio en La Pasiva lo encontró gastado, como si hubiese perdido todo rastro de ingenuidad. Su mirada reflejaba una historia larga de excesos y claudicaciones cotidianas. La sonrisa dejaba en el aire cierta nota de falsedad. En su cuerpo se insinuaban los rastros de sus prolongadas vigilias nocturnas. Aún parecía demasiado joven para renunciar.

Quizás, en el caso de haber permanecido juntos... pero el temor a perder aquella intensidad... su mutismo sobre las relaciones anteriores... su imprevisibilidad... y aquella frase incomprensible repujada en su mesa... Él era un tipo complicado y ella, tendría, seguramente, nuevas posibilidades y horizontes. Tanta penumbra y no poder romper la coraza de la obviedad, no poder dejar de pensar... estaba harta de renovar el mismo juego de recuerdos y nostalgias. Una y otra vez acudían a su mente las escenas ya gastadas de aquel cuerpo erguido recorriéndole la piel o la mirada envolvente y lluviosa desnudándola indefinidamente. Nada hubiera podido suprimir aquel vértigo, ni siquiera en ese momento, al recordarlo. Aún estaba impresionada por la capacidad de aquel hombre para convertir la rabia en apetito sexual. No podía reprocharle el ser osado, seductor, sino que sólo fuera eso. La única intimidad ofrecida era la del deseo.

-Desde que el mundo es mundo la carne es débil -pensó- Sin embargo, en Diego, la carne era la expresión viva de su fortaleza. ¿A partir de qué momento había empezado a justificar ese dominio absurdo?

A veinte años de aquel primer encuentro seguía sintiéndose extrañamente atraída por ese hombre de tormentosas búsquedas y rupturas. Necesitaba comprender, pero sobre todo necesitaba obstinada e inútilmente volver a verlo.

A pesar del retraso del sol, las noticias llegaron puntualmente. Diego Pedemonte conquistó un valioso lauro a nivel internacional por el guión de la película Después del silencio. La trama giraba en torno a los removedores e inadvertidos efectos de las confesiones públicas del general argentino Martín Balza sobre uruguayos de diversos sectores sociales.

Aún estaba oscuro cuando una multitud de trajes comenzó a inundar la Ciudad Vieja. Laura se volvió a preguntar qué hacer con su tiempo, apagó el radio-despertador y se volvió a dormir.

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Articulo publicado en
Septiembre / 2009