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Un hacha clavada en el mar congelado de la vida

 
Acerca del libro “Cantos Oscuros, Días Crueles” de Vicente Zito Lema

Cantos oscuros, días crueles de Vicente Zito Lema hiere las conciencias en tiempos de penurias e indiferencias: “Abriendo un tajo de negrura en la ciudad…”.

 

La lectura de este libro, tras cada mordedura, nos vuelve más sensibles: “Esas miradas sin sepulturas…implacables”.

 

Se trata de un texto que muerde y lastima: “Cae una sustancia insípida, inodora, sin enconos ni piedad…”.

Una poética que nos despierta de un puñetazo en la cabeza: “La ciudad tiene colmada la garganta de cenizas”.

Vicente Zito Lema quiere, pero no puede, darnos una escritura que nos haga felices: “Surge un cartel de frontera en la ciudad: ‘Pobres, de aquí no pasan’”.

Felicidades crujen en hervideros de tristezas indoblegables.

Cantos oscuros, sin embargo, rescata bellezas en los tiempos crueles.

Zito Lema suele citar a Vincent van Gogh para decir: “los poderosos ya han robado todo, no debemos dejarles la belleza”.

Propone una belleza que deserta de la completa perfección de la belleza de los tiempos ilustrados. Impulsa una “belleza no bella”.

Proposición (una belleza no bella) que discute con la idea de lo sublime en Kant.

Una belleza corrosiva y exasperada.

Una reserva poética para tiempos venideros que cree y no deja de creer que el bien siempre será bello aún cuando se retuerza en callejones hedientos de sensibilidades arrojadas a la pobreza.

Una belleza que bebe en los pliegues atroces de los días: “En la calle, sobre un piso de frazadas orinadas, harán lo suyo…”.

 

Esta escritura tiene -para sensibilidades que se le animan- el efecto de una desgracia dolorosa: “Bien se sabe (y costó sangre): la tierra da vueltas…”.

Una poética, por momentos, absorta, pasmada, que mira con estupor desastres de la civilización.

 

Vicente Zito Lema escribe sorbiendo muertes.

Muertes de quienes viven luchando.

Siente cada una de esas muertes como lastimaduras que le duelen más que su propia vida: “Quizás sea un diamante, o lo que queda de un pájaro en la boca del gato gris que pasa…”.

 

Cantos oscuros, días crueles se ofrece como himno a la vida.

Vicente sostiene que “lo que pasó, nos pasa”. Y eso que pasa muchas veces se presenta insoportable.

Pasajes por sensibilidades excedidas que admiten diferentes modos y formas.

Sensibilidades diseminadas que pululan clasificadas como aguas, fuegos, aires, tierras; o también como minerales, vegetales, animales; o también como lunas, soles y otras estrellas.

Entre las sensibilidades que respiran, se mueven, comen, están las que hablan y sueñan.

Estas últimas abusan de las separaciones y las distancias. Se dividen y se agrupan, copulan y se matan, se dominan y veneran.

Se separan hasta tal punto que componen ficciones que no saben qué sienten las otras ficciones.

Pero, ¿se podrían suprimir las particiones?

Sin esas separaciones las sensibilidades que saben que sienten, estallarían sintiendo todo el dolor  de lo vivo.

“¡Vaya ciudad! Nadie saca a pasear su corazón porque revienta…”.

 

Cantos oscuros, días crueles se ofrece como un libro escrito en los destierros del insomnio: “Tal vez algún monstruo en la casa de gobierno alabe la muerte con algo más de ingenio…Por ejemplo: un abrazo al que asesina por la espalda”.

Las sensibilidades que habitan estas páginas saben de muertes a cuchilladas, muertes a tiros, muertes por merca con vidrio molido, muertes así: que “…el cuerpo paga…”.

 

Zito Lema vibra como una antena que contornea las curvas suicidas de la civilización: “Esa soledad de la muerte sólo existe en la soledad de los vivos”.

 

Se lee en este libro que Aristóteles pensaba a los pobres como animales sin alma, criaturas feas y sucias que odiaban el trabajo y que nacieron para vivir esclavos.

Vicente Zito Lema alguna vez escribió que llamamos alma a “un infinito silencio que se afina”.

Pocas sensibilidades, como la suya, conocemos con un oído capaz de escuchar las notas de ese silencio:

“¡Que caiga toda la lluvia del mundo y alivie de una vez el tufo de los cadáveres! La ciudad lo sabe y lo teme: ¡La memoria es peor que la muerte!”.

 

La escritura de Vicente es como un hacha clavada en el mar congelado de la vida: “Esta ciudad no se detiene para dar su mano al cuerpo caído”.

 

Se lee en este libro: “La ciudad no cuida sus sueños”.

La vida de todos los días se compone también con los sueños tanto como los sueños se componen con la vida de todos los días y la historia.

Esta poética narra esas composiciones desquiciadas: “No hay pausa ni alivio en los delirios”.

 

Poesía, muerte, locura, se entrelazan en la estética de Vicente Zito Lema desde siempre:

“En la última cama del manicomio de la ciudad el hombre viejo que sueña, se despierta, solloza y grita: ¡Veo los cuerpos! ¡Veo los cuerpos! ¡Los tiraron desde un avión! ¡Veo las aguas! ¡Los cuerpos son bagres!”.

 

Cantos oscuros, días crueles se ofrece como el libro que necesitábamos. Una escritura que Kafka abogó en la primera década del siglo veinte:

A los diecinueve años, escribe el autor nacido en Praga una carta a su amigo Oskar Pollak en la que dice:

“Hace bien a la conciencia recibir heridas, así se vuelve más sensible a cada mordedura. Pienso que solo deberíamos leer libros que nos muerdan y nos lastimen. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta de un puñetazo en la cabeza, ¿para qué leer? ¿Para qué nos haga felices, como tú escribes? Dios mío, también podríamos ser felices sin tener libros y, dado el caso, hasta podríamos escribir los libros que nos hicieran felices. Sin embargo, necesitamos libros que tengan sobre nosotros el efecto de una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien al que queríamos más que a nosotros, como un destierro en bosques alejados de todo ser humano, como un suicidio; un libro ha de ser un hacha para clavarla en el mar congelado en el que vivimos. Eso creo yo”.

Cantos oscuros, días crueles destella como esos libros que quería Kafka: necesario, filoso, urgente. Porque como piensa Zito Lema nos queda “la rebeldía o la terrible cloaca de la demencia”.

Cuenta Eduardo Galeano que en 1971, el último día de la huelga de hambre por los presos políticos de entonces, en Villa Lugano, Vicente se alzó en la tribuna para hablar ante una multitud de furias soñadoras. Comenzó haciendo una caracterización política de ese momento, pero pronto -inspirado- siguió hablando del amor y sobre qué bella es la vida. Compañeras y compañeros, desde abajo, le hacían señas para que encarrilara, pero no hubo manera de pararlo.

Y, desde ese día, no se detuvo nunca el milagro.

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Articulo publicado en
Octubre / 2019