Transidentidades, transexualidades, transgéneros: Una lectura sintomática de la clínica psicoanalítica | Topía

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Transidentidades, transexualidades, transgéneros: Una lectura sintomática de la clínica psicoanalítica

 

Giros copernicanos y cierres ptolemaicos signan los procesos históricos tanto como nuestra comprensión de los seres humanos y sus malestares. En el vaivén entre movimientos de apertura y de clausura se inscriben y procesan las transformaciones en los imaginarios sociales que demandan al psiquismo nuevas exigencias de trabajo. Exigencias similares se nos imponen en la clínica para operar sobre las condiciones de sufrimiento psíquico: necesidad de deconstruir las formulaciones devenidas en dogma, desafío de remover los prejuicios infiltrados en las concepciones canónicas, ocasión de revisar nuestras intervenciones para superar los obstáculos (epistemológicos, éticos y políticos) que empobrecen el alcance de nuestra praxis.

Para quienes acompañamos a personas trans o intersex en sus análisis, no resulta infrecuente recoger los efectos de prácticas pretendidamente analíticas o psicoterapéuticas que reproducen las significaciones hegemónicas cisnormativas y heterosexistas

Ya en Paradojas de la sexualidad masculina (2006), Silvia Bleichmar señalaba: “Hace algunos años, sin embargo, que desde el interior de la clínica misma se marcan las insuficiencias de nuestra teoría ante los nuevos modos de ejercicio de la sexualidad que señalan los límites de una práctica sostenida en enunciados que ya registran poco alcance para el cercamiento de los fenómenos que enfrentamos” (p. 16). Las actuales transformaciones en los procesos de producción de subjetividades sexuadas y en los posicionamientos deseantes e identitarios, junto con los dispositivos histórico-sociales que pretenden regularlos, inciden en las presentaciones clínicas y en los padecimientos de las personas que nos consultan. Estas modificaciones resultan indisociables de la sanción de nuevos marcos jurídicos y la ampliación en el reconocimiento de derechos -como las leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género, así como de educación sexual integral y de salud mental, aun cuando se encuentren en serio riesgo de retroceso en virtud de la restauración conservadora en curso- que alteran los fundamentos del orden sexual tradicional.

Nuevas com-posiciones sexuadas: estremecimientos y turbaciones

Compartiré algunos fragmentos de las sesiones con Julieta, una joven trans de veinte años, que inicia su análisis a partir de ciertas frustraciones en sus relaciones amorosas y una inhibición para desplegar una sexualidad placentera.

Yo siempre me sentí así, como una mujer. Obvio que nací como varón, tengo genitales masculinos, pero nunca pude reconocerme como varón. Hace tres años empecé a asumir mi identidad femenina. Lo primero que hice fue modificar de a poco mi apariencia, para hacerla más afín con cómo me veo y me siento, y cómo quiero que me vean. Empecé a dejarme el pelo largo, a depilarme y a usar ropa de mujer… antes me vestía más andrógina. Para mí es una elección que va más allá del cuerpo o de lo físico. Por eso también hice el cambio de nombre en el documento.

Para mi familia al principio fue un shock. Aunque era algo que todos sabían o al menos intuían, mis viejos pensaban que era gay. Mis hermanos lo entendieron más rápido y con ellos está todo bien. A mis viejos les costó más, sobre todo a mi mamá. Tuvimos muchos choques y peleas porque me enojaba que no me entendieran. Ahora, con el paso del tiempo, comprendo que no fue fácil para ellos. Soy consciente de que a ellos les puede angustiar, pero yo no lo hago para dañarlos. No me gusta que mis viejos se sientan mal por mí, pero yo no puedo dejar de ser quien soy para que ellos no sufran o sufran menos. A ellos todavía les cuesta llamarme Julieta o hablarme en femenino, y se les escapa mi nombre de varón. Pero trato de respetar sus tiempos y no entrar en conflictos. En las redes sociales y en el ámbito de mis amigos me llaman por mi nombre de mujer y me aceptan como soy. Ahí puedo ser yo con más libertad.

Sus recuerdos de infancia se encuentran dominados por aquello que Freud designara como “Kränkung” {“afrenta”; en el sentido de “mortificación”}, un sufrimiento tolerado en silencio: Cuando era chica no sé si decía “me siento una mujer”. Más bien me sentía incómoda, como que había algo que no estaba bien. Yo me daba cuenta de que no era como los otros varones. Siempre prefería pasar más tiempo con chicas que con chicos, me gustaba jugar con Barbies, no me gustaban los deportes, ni pelear. Me acuerdo que me decían “puto”, “trolo”, “marica” y yo sufría un montón. Me sentía rechazada por mis formas, porque como varón era muy afeminado, y eso además me producía mucha bronca conmigo misma. Trataba de comportarme como un varón, pero no podía. Era un doble rechazo: el de los otros y el mío propio. Me aislaba por la bronca que tenía conmigo misma. Ahora que lo pienso, creo que durante la infancia estuve muy deprimida. Casi no tenía amigos, no salía, me quedaba encerrada en casa o iba a lugares, pero no estaba contenta. En todas las fotos de aquella época salgo con cara triste. Mi vieja decía que siempre estaba con cara de culo, pero en realidad estaba triste y no sabía qué hacer conmigo.

A medida que fui creciendo, entendí más qué me pasaba y cómo me sentía. En la adolescencia ya era más claro que interiormente me sentía una mujer, aunque me vistiera como varón. Pero igual me guardaba todo lo que me pasaba, me cerraba, era tímida y me aislaba mucho. Entonces un día exploté. Me sentía mal… todos esos años de guardarte cosas, tratar de aceptarme. A los diecisiete años les conté la verdad de lo que me pasaba a mis viejos. Fue como decir “¡basta!, ya no quiero pasarla mal, no quiero seguir la vida de otro”. Lloré mucho y sentí un alivio, fue como sacarme un peso de encima.

Se homologa travestismo y perversión, o transexualismo y psicosis..., o se afirma que el niño transexual se presenta como el falo feminizado de la madre

Para quienes acompañamos a personas trans o intersex en sus análisis, no resulta infrecuente recoger los efectos de prácticas pretendidamente analíticas o psicoterapéuticas que reproducen las significaciones hegemónicas cisnormativas y heterosexistas, sin que éstas sean sometidas a la prueba metapsicológica, ni al tamiz de la crítica: Mis viejos decidieron mandarme a una psicóloga. Al principio, creían que era un capricho o una locura mía. Una idea que se me había metido. Iba a la psicóloga y no podía hablar libremente. Me hacía preguntas y todo lo que me decía tenía que ver con que yo era un varón, que no era posible que me sintiera como una mujer, que eso tenía que ver con que tenía un conflicto con mi papá y por eso rechazaba ser un varón. Que desde chica me había apegado mucho a mi mamá y que por eso sentía admiración por las mujeres. También me dijo que una cosa era ser un chico gay y otra sentirme una mujer. ¡Eso es obvio! La cuestión es que yo le planteaba que me sentía una mujer, no que era gay. Entonces me preguntaba si me gustaban las chicas o los chicos, con quiénes me excitaba, si me masturbaba, si entendía que tenía pene y que eso me hacía un varón. Claro que tengo pene, pero no era de eso de lo que yo hablaba. Era una situación muy violenta. De cada sesión salía mal.

Yo no sé si puedo decir que me sentía atrapada en un cuerpo ajeno, sino como estar viviendo la vida de otro, una vida que no era mía. El cambio no es de un día para el otro, pero ahora estoy más contenta conmigo misma y con los demás. Todo el mundo tiene sus miedos y sus obstáculos a resolver o superar. Yo trataré de vivir la vida lo más feliz posible, como todo el mundo quiere. Igual se me viene complicando un poco en las relaciones amorosas. He salido con algunos chicos, pero me surgen muchas inseguridades. Quizás es un tema de autoestima. Al momento de pasar a algo más íntimo me bloqueo mucho, me preocupa qué es lo que el otro puede pensar, entonces me doy cuenta de que termino cortando las relaciones por temor.

La sexualidad pulsional excede los arreglos sociales que pautan la bipartición masculino/femenino

La visibilización de nuevos existenciarios y experiencias diversas en el horizonte de los procesos de sexuación hace estallar los límites, clasificaciones y prácticas legitimadoras del aparato conservador. Esta conmoción sitúa al Psicoanálisis en una escena de interpelación que reclama la deconstrucción de aquellas fórmulas que resultan ya no solo insuficientes, sino francamente erróneas. En tanto el pensamiento freudiano promovió una crítica de la moral sexual cultural, denunciando los malestares producidos por los dispositivos de disciplinamiento, resulta inquietante notar, en ciertos desarrollos psicoanalíticos, la persistencia de una resistencia para someter a caución los mandatos logofalocéntricos y heteronormativos que impregnan sus teorizaciones. Este atolladero no es ajeno a un estructuralismo asfixiante que pretende reducir las actuales composiciones sexuadas a las posibilidades combinatorias de la estructura de partida, anulando toda novedad y subsumiendo la singularidad al caso ejemplar erigido en supuesto universal.

Someter la clínica psicoanalítica a sus propias herramientas

Si “la clínica no es el lugar donde se produce la teoría; es el espacio desde el cual se plantean los interrogantes que ponen en tela de juicio las teorías cuya convicción sostenemos” (Bleichmar, 2000, p. 19), se torna acuciante la exigencia de efectuar una lectura sintomática de las aporías e impases que en el marco de las conceptualizaciones psicoanalíticas redoblan los imperativos dominantes.

La multiplicidad de posicionamientos identitarios, los cambios en los modos de ordenamiento de los intercambios sexuales y el estallido de las subjetividades tradicionales, con la irrupción de modalidades disidentes, alternativas, contraculturales o innovadoras, ponen de relieve la desregulación de las pretensiones normativizantes de los discursos tradicionales.

Pretender despojar a la situación analítica de las tensiones éticas que se dirimen en el lazo social constituye un forzamiento artificial sostenido en un ideal ascético de imposible cumplimiento

La patologización a priori de toda posición genérica que no se subordine a las prescripciones de la masculinidad o femineidad estereotipadas responde a un propósito de eliminación de toda ambigüedad y reducción de las diferencias, condenando al campo de la anormalidad a todas aquellas presentaciones que contrarían el tipo hegemónico. A esto se suman otros enunciados, repetidos hasta la extenuación, según los cuales se homologa travestismo y perversión, o transexualismo y psicosis -en una discutible extensión del modelo schreberiano-, o se afirma que el niño transexual se presenta como el falo feminizado de la madre, entre otras expresiones prototípicas, que comportan tanto una simplificación abusiva como una propuesta desubjetivante que no respeta la complejidad de las determinaciones erógenas, deseantes, fantasmáticas, identificatorias, ideológicas e históricas en las que se inscriben los procesos de constitución sexual (Blestcher, 2009, 2017).

Con esto no pretendemos suprimir la psicopatología, ni las conceptualizaciones que orientan nuestra clínica, sino evitar la reiteración de fórmulas que valen más como contraseñas de pertenencia que como categorías explicativas, configurando una coartada ideológica y un factor de legitimación que asocia al Psicoanálisis con los discursos más reaccionarios del conservadurismo social, moral y religioso.

Recuperar la sexualidad como plus de placer, irreductible a la autoconservación biológica, constituida a partir de la pulsación primaria del otro y sometida a complejos procesos de simbolización, nos demanda establecer un deslinde entre la teoría psicoanalítica de la sexualidad y las teorías sexuales infantiles con las que los seres humanos -también las y los psicoanalistas-, en diferentes momentos de su constitución subjetiva y de la historia, han encontrado vías para la autoteorización de sus enigmas.

La sexualidad pulsional excede los arreglos sociales que pautan la bipartición masculino/femenino, no se reduce a los procesos de sexuación y desborda la genitalidad atravesada por la diferencia de los sexos. No se normativiza ni subsume en una síntesis armónica exenta de conflicto, a pesar de las pretensiones de las significaciones sociales que moldean los procesos de subjetivación.

Cuando un sujeto se ubica en torno a alguna de las categorías que pretenden definir su emplazamiento sexuado, procura dar cuenta de sí, a la vez que apela al reconocimiento del otro, advirtiendo que “ese ‘sí mismo’ ya está implicado en una temporalidad social que excede sus propias capacidades narrativas” (Butler, 2009, p. 18-19).

Pretender despojar a la situación analítica de las tensiones éticas que se dirimen en el lazo social constituye un forzamiento artificial sostenido en un ideal ascético de imposible cumplimiento -aun cuando se pretenda reducir al analista a una mera función o deseo-, confundiendo neutralidad con ausencia de implicación. La acogida benevolente (Laplanche, 1990) ubica a la ética como vector fundamental de la transferencia y de la aplicación del método. No ofrecemos una figura precisa como ideal al que los seres humanos debieran amoldarse -lo cual coloca en primer plano la abstinencia sexual, de saber y poder que define nuestra posición-, ni desconocemos ingenuamente la incidencia del análisis en el contexto de las lógicas colectivas. Recuperamos la afirmación de Marie Langer cuando sostenía que “[…] la realidad social se filtra, en el proceso analítico, a través del discurso del paciente, pero también a través de las interpretaciones, lo quiera o no el analista. Su ‘neutralidad’ no existe, porque nadie puede ser realmente neutral: eso es una ficción. Ahora bien, que esta ficción haya sido postulada por Freud y se haya mantenido para muchos analistas como válida y posible hasta ahora es, en sí, manifestación de una ideología conservadora” (Sinay, 2008, p. 125).

Freud advirtió que cualquier represión no solucionada del analista corresponde a un punto ciego en su percepción analítica. La clínica contemporánea reclama una apertura permanente de nuestra escucha, no solo para acoger la palabra del otro en su singularidad, sino también para examinar las teorías sexuales y las representaciones de género de las y los analistas -tanto como sus determinaciones ideológicas y de clase-. Aquí reside la oportunidad de recuperar la creatividad y la osadía de los inicios y desplegar la potencia transformadora de una teorética y una praxis que surgió para mitigar el sufrimiento psíquico y no para encarnar en la voz rediviva de los dispositivos de normativización.

Referencias bibliográficas

Bleichmar, S. (2001). Clínica psicoanalítica y neogénesis. Buenos Aires: Amorrortu.

Bleichmar, S. (2006). Paradojas de la sexualidad masculina. Buenos Aires: Paidós.

Blestcher, F. (2009). “Las nuevas subjetividades ponen en crisis viejas teorías: resistencias y trastornos del Psicoanálisis frente a la diversidad sexual” http://agendadelasmujeres.com.ar/index2.php?id=3&nota=7910

Blestcher, F. (2017). “Infancias trans y destinos de la diferencia sexual: nuevos existenciarios, renovadas teorías” en Meler, I. (comp.), Psicoanálisis y género. Escritos sobre el amor, el trabajo, la sexualidad y la violencia, Buenos Aires: Paidós.

Butler, J. (2009). Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad. Buenos Aires, Amorrortu.

Laplanche, J. (1990). Problemáticas V. La cubeta. Trascendencia de la transferencia. Buenos Aires: Amorrortu.

Sinay, X. (2008). Marie Langer. Psicoanálisis y militancia. Buenos Aires: Capital Intelectual.

 

Facundo Blestcher
Psicoanalista
facundoblestcher [at] gmail.com

 

 
Articulo publicado en
Abril / 2018