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Sometimiento tecnologico en el capitalismo actual

 

El capitalismo ha alcanzado los más diversos ámbitos de la sociedad, el individuo y la naturaleza, en un proceso que puede caracterizarse como el de la totalitaria subordinación (subsunción) de la vida al capital. Dicha subordinación genera nuevas formas de sometimiento y refuerza las “antiguas”, con la particularidad de que ahora la sumisión pareciera no recurrir a la fuerza, sino ser admitida por los sujetos, como sucede con el dominio tecnológico que envuelve a los individuos en una maraña de aparente felicidad y autonomía, expropiándolos del último resquicio de libertad que pudiera quedar. De esta forma, se ocultan las raíces de la desigualdad e injusticia propias del capitalismo, como si ese sistema no existiese, y los problemas económicos y sociales que genera fueran resultado de las imperfecciones de los individuos, que pueden ser resueltos con soluciones tecnológicas.

La tecnología le permite al capital un dominio totalitario de la individualidad en el trabajo, la sociedad y en la vida privada, a un nivel ni siquiera imaginado en las novelas de ciencia ficción

La tecnología es una poderosa fuerza del capital, un dispositivo que desempeña una doble función: es un medio para explotar trabajadores, extraer plusvalía, valorizar y acumular capital y producir mercancías; y es un mecanismo de disciplinamiento, control, vigilancia y expropiación de la intimidad. La tecnología le permite al capital un dominio totalitario de la individualidad en el trabajo, la sociedad y en la vida privada, a un nivel ni siquiera imaginado en las novelas de ciencia ficción. Aún más, esos dos terrenos no están separados sino estrechamente vinculados, puesto que, por ejemplo, la vigilancia y la vida personal son una fuente de inversión de capital y de generación de ganancias extraordinarias para empresas dedicadas a este nuevo nicho de mercado que ha mercantilizado la psique humana, en lo que puede denominarse la capitalización de la intimidad.

Para mostrarlo, en este artículo se hace un breve recorrido de algunos asuntos que muestran el sometimiento tecnológico del capital en el ámbito de la vida privada.

Mercantilización del yo y de la intimidad

La tecnología en el capitalismo de hoy apunta a dominios en los que hasta no hace mucho tiempo no había podido incursionar plenamente, tal y como acontece con la vida íntima de los seres humanos. Aunque la televisión, la radio o el teléfono fijo ya lo intentaron, nunca lograron colonizar la intimidad de los individuos, debido al tamaño de esos artefactos, a la imposibilidad de portarlos en forma permanente, y por ser medios (con la excepción del teléfono) en los que el sujeto es un receptor pasivo de los mensajes que se emiten desde el exterior.

Esto ha quedado atrás con la microelectrónica y la reducción paulatina del tamaño de los artefactos, hasta llegar al Smartphone que ha colonizado la vida íntima de millones de seres humanos. Eso ha sido posible por cinco características del Smartphone, un verdadero salto en la historia de los objetos de la microelectrónica: posibilita una conexión espacio-temporal casi continua; expresa el advenimiento de un cuerpo-interfaz, que puede ser activado en forma táctil o vocal; involucra múltiples funciones, que antes estaban separadas, de telefonía, música, video, fotografía, envío y lectura de textos, y permite incorporar aplicaciones al capricho del usuario; es un artefacto de geolocalización exacta e inmediata; y aumenta la realidad, porque genera “un doble régimen de percepción, aquél directamente aprendido por nuestros sentidos y aquél simultáneamente alimentado por una miríada de servidores”3. Por estas características el Smartphone deviene en un tótem cuasi-mágico y milagroso y en un medio eficaz de mercantilización de actividades cotidianas y personales, algo que hasta hace no mucho tiempo era impensable.

Puede destacarse como nueva mercancía el exhibicionismo y voyerismo generalizado que podría expresarse con la máxima Me muestro luego existo, para identificar el comportamiento de hombres y mujeres de todas las clases, razas, edades y géneros. Es la compulsión individualista llevada al extremo, que conduce a una persona a creerse el centro del mundo o el mundo mismo, como si no existiese nadie más y en torno al cual deben gravitar los demás. Es como si alguien pudiese existir de manera aislada al margen de la sociedad, en un regreso a las robinsonadas de las primeras fases del capitalismo, con la diferencia de que las robinsonadas digitales de nuestros días suponen que el sujeto necesita que otros lo contemplen, así sea fugazmente, a través de una conexión, de un video, de un mensaje virtual, con el agravante de que estamos hablando de un exhibicionismo y voyerismo mercantil.

El Smartphone deviene en un tótem cuasi-mágico y milagroso y en un medio eficaz de mercantilización de actividades cotidianas y personales, algo que hasta hace no mucho tiempo era impensable

El mostrarse y verse sin pausa tiene una abierta connotación mercantil, puesto que los sujetos pagan por hacerlo, y las empresas de diverso signo (informáticas, farmacéuticas, de entretenimiento…) se nutren con los datos que en forma gratuita les suministran los que utilizan el Smartphone y las redes. Ahora se muestra todo, desde lo íntimo y personal hasta lo trivial, ya que con las nuevas tecnologías desapareció el pudor y la auto-estima, y se exhiben en Facebook o demás redes sociales el cuerpo desnudo, fotos y videos sexuales, y cualquier acción cotidiana (como desayunar, por ejemplo) que antes no tenía por qué salir a la luz pública. Ya no hay secretos personales, puesto que el cuerpo y la vida de los individuos se han convertido en una especie de vitrina a la que pueden acceder los que quieran, y entre más personas mejor y, supuestamente, más gratificante para el que es observado. Es el culto morboso de la figuración, el estar expuesto siempre ante la retina morbosa de los otros, que a su vez son observados.

Las empresas aprovechan esa figuración digital para rastrear, usando algoritmos, los gustos y apetencias de los usuarios, que pasan a ser un dato cuantitativo que les servirán para explorar la venta de productos e incentivar cierto tipo de consumo, e incluso las inclinaciones políticas de un individuo pueden significar que esos datos lleguen a manos de los servicios secretos de los Estados, empezando por la CIA de los Estados Unidos.

Lo que parece inocente no lo es, desde ningún punto de vista, ya que la foto, el mensaje, el twitter, la cuenta en Facebook deja una huella que es seguida por los interesados en el protagonista, que es visto como una potencial mercancía de la que se pueden extraer datos susceptibles de convertirse en fuente de negocios, o en un consumidor al que se incita a devorar lo divino y lo humano. Para ello se recurre a los “sensores inteligentes”, que se localizan en miles de aplicaciones que se le implantan al teléfono móvil, que acompaña al usuario las 24 horas del día. Dos aplicaciones lo ilustran.

En Japón se venden “inodoros inteligentes”, uno de los cuales “mide tu peso cuando te sientas, comprueba tu temperatura corporal y realiza análisis de orina in situ. Algunos de los competidores por el trono de los inodoros también envían toda esta información de manera electrónica a tu ordenador o, sin más dilación, a la consulta de tu médico.”4 Esos inodoros cuestan cinco mil dólares y pueden ser hackeados por piratas bromistas, puesto que pueden ser manejados a control remoto con una aplicación gratuita de los móviles.

Otro ejemplo, entre grotesco y risible, es el de la pulsera FuelBand de Nike, la que “sabe” el momento en que se tienen relaciones sexuales, llegándose a establecer “cuando finges un orgasmo y, por qué no, alertar a tu cónyuge o pareja si tienes una aventura.”5 La solución fácil, quitarse la pulsera, resulta inaceptable en un ambiente donde se ha hecho normal usar y abusar de inverosímiles aplicaciones y dispositivos. Y si de repente se dejan de emplear, eso en sí mismo genera sospechas, porque tal es el costo que se paga por “vivir siempre conectados”. Todo queda registrado con los sensores, que se han incorporado a muchos objetos, y que los individuos siempre portan consigo porque van en el móvil personal. Hemos llegado así a la “privatización del stress”.

Cuantificación del yo

La mercantilización del yo viene acompañada de su cuantificación, porque al fin y al cabo la forma mercancía se mide en cantidades, se expresa numéricamente, de tal forma que puedan equipararse productos diferentes. En ese sentido, para hacer intercambiables las sensaciones y experiencias del yo, se requiere medirlas, como en forma obsesiva se hace en estos momentos, por medio de aplicaciones que venden las empresas del capitalismo digital. Vale mencionar el programa Datasexual, que fomenta el registro obsesivo de la vida cotidiana de una persona. La recolección de esos datos personales se hace con un seguimiento digital pormenorizado de los individuos, suponiendo “que la información es sexy”, porque “sus vidas -al menos desde el punto de vista de los datos- tienen un aspecto muy cuidado.”6 Entre los “sofisticados” terrenos cotidianos de recolección de datos se encuentra el cepillado de dientes con la introducción de “cepillos inteligentes” que contabilizan el estado de nuestras muelas que, por supuesto, se transmiten a un móvil que a su vez los envían al dentista y a los mercachifles de la boca, y los presenta en forma llamativa con curvas y gráficos que causan el regocijo de los economistas neoliberales.

Vigilar a cualquier ser humano en cualquier lugar y a cualquier hora es una de las derivaciones más perversas de la tecnología informática

Eso mismo hacen otros sistemas en los que se registran las actividades diarias de los seres humanos, con una minuciosidad merecedora de mejores causas, en los cuales se toma nota de la hora en que se levanta una persona, y lo que realiza durante un día común y corriente. A las personas que efectúan este tipo de registros se les denomina self-tracker (el que registra compulsivamente los datos de su vida diaria), como un tal Joe-Betts-LaCroix, quien durante tres años tomó nota de la evolución de su propio peso, del de su esposa e hijos, además ha estado registrando el ciclo menstrual de su esposa durante una década y cuando ésta daba a luz, en lugar de darle la mano “estaba sentado en un rincón ingresando en una hoja de cálculo el tiempo que transcurría entre contracciones.”7 Otro self-tracker famoso es Larry Smart quien “está muy enfocado en la bioquímica de sus heces”, por lo que “lleva un registro gráfico detallado del contenido microbiano de éstas. Se dice, incluso, que Larry ha tomado muestras guardadas con cuidado en cajas en el refrigerador de la cocina para mostrárselas a sus visitantes incautos.”8 Tom Gradgrind, el personaje de Tiempos Difíciles de Charles Dickens, que todo lo medía se quedaría lelo al observar los extremos a que conduce el afán de cuantificarlo todo, aunque su espíritu y su método parecen haber emergido de su tumba para encarnarse en los self-trackers de nuestros días.

Puede pensarse que los hechos mencionados son comportamientos extremos y extraños en cuanto al registro de datos personales, pero no es así puesto que para los más diversos asuntos de la vida, como el deporte, la salud, la alimentación y la recreación millones de seres humanos llevan registros permanentes. Y esto no entrañaría ningún inconveniente si fuera una actividad personal y secreta, que no estuviera sometida a dominio público y no estuviera ligada a un negocio, con el que lucran empresas de toda índole.

Es sintomática la compulsión obsesiva por registros que parecen inverosímiles, al tiempo que no se evidencia el más mínimo interés en hacer seguimientos similares a la pobreza, al hambre, a la desnutrición, al cambio climático, a las guerras e invasiones de las potencias imperialistas… Claro, eso no entra en los cálculos, porque precisamente la digitalización reafirma el individualismo y la despolitización, que llevan a que los sujetos solo se centren en sí mismos, aunque afuera el mundo se esté cayendo y ardiendo a pedazos.

Vigilancia perpetua

Vigilar a cualquier ser humano en cualquier lugar y a cualquier hora es una de las derivaciones más perversas de la tecnología informática. Esa vigilancia es interior, como lo evidenciamos antes, pero también pública, para lo cual se recurre a sendos mecanismos complementarios: de un lado, a la implantación de chips en el cuerpo o en alguno de los objetos que porta un individuo (la ropa, el calzado, un sombrero…) y que suministran información precisa y en tiempo real sobre el lugar donde éste se encuentra y, de otro lado, la instalación de videocámaras en los sitios públicos y privados de las ciudades.

Sobre el primer tópico, en Estados Unidos se les implantan chips de control a ex prisioneros en libertad condicional, pero también a personas comunes y corrientes y en los lugares más recónditos y menos pensados del cuerpo, como en los implantes mamarios de silicona. Una empresa de Florida presentó al respecto el sistema Motiva Implant Matrix Ergonomix, “mediante el cual los médicos, siempre que vayan debidamente equipados, podrán obtener in vivo, el nombre, el rango, y el número de serie de las prótesis mamarias.”9

En 2012, en Estados Unidos existían 30 millones de cámaras de vigilancia que producían cuatro mil millones de horas de grabación cada semana.10 Éstas son las que pueden denominarse, no sin sorna, como “cámaras de servicio público”, a las que deben agregarse las cámaras privadas que se emplean en bancos, empresas, centros comerciales, supermercados, estaciones de bus, metro o tren. En los supermercados se suelen instalar cámaras de video-vigilancia que siguen a los clientes desde antes de ingresar al local comercial hasta que lo abandonan, quedando registrado hasta su más mínimo gesto. Esas cámaras cada vez son más sofisticadas, hasta el extremo que pueden capturar en forma tridimensional la geometría de la piel, los ojos, los dientes, la ropa, sin contar con la aquiescencia del individuo.

Un escenario privilegiado de la vigilancia es el trabajo, una actividad que ha despertado el interés de los empresarios capitalistas desde los tiempos de la Revolución Industrial, una de cuyas primeras innovaciones, según Lewis Munford la más importante, fue la introducción del reloj, con el cual se controla el tiempo de trabajo. Ahora, ya no se necesita del cronómetro en algún lugar visible de la fábrica u oficina, puesto que con chips, sensores y teléfonos móviles sobra y basta, incluso para ejercer un control totalitario segundo a segundo y movimiento tras movimiento de cada trabajador, rastreando el lugar donde se encuentra, qué está haciendo, con quién habla y cuánto tiempo gasta en ir al baño.

Un caso típico es el de Walmart, la empresa más grande de los Estados Unidos, que utiliza la tecnología para evitar que sus trabajadores organicen sindicatos o hablen de los problemas laborales y cuando, a través de las cámaras quedan registrados encuentros frecuentes entre los mismos trabajadores, eso es prueba suficiente para expulsarlos de inmediato. En el colmo de los colmos, Walmart ha introducido un artefacto de audio, cuya patente lleva el nombre de “escuchando de frente”, para controlar el rendimiento de los empleados y monitorear las conversaciones que se entablan entre los cajeros y los clientes. Varios micrófonos ubicados en las cajas captan los sonidos del entorno, desde el deslizamiento de los productos hasta el susurro de los cajeros o de los clientes. En algo que parece extraído de la ciencia ficción, el invento patentado puede medir la distancia entre los clientes y los empleados a partir de la voz y sería capaz de medir la “eficiencia de embolsado, como la cantidad de artículos por bolsa, el número de bolsas usadas por transacción, entre otras cosas”, sólo capturando el sonido de los artículos.11

El sueño reaccionario de los capitalistas de controlar hasta el último gesto y movimiento de los trabajadores se convierte para éstos en una brutal pesadilla con el uso de sofisticados artefactos tecnológicos

El sueño reaccionario de los capitalistas de controlar hasta el último gesto y movimiento de los trabajadores se convierte para éstos en una brutal pesadilla con el uso de sofisticados artefactos tecnológicos, que hacen realidad aquello de que el Gran Hermano te espía y te vigila a toda hora y en cualquier lugar, porque ningún sitio está libre de la invasiva parafernalia microelectrónica.

Conclusión

El capital ha penetrado y se ha apoderado de la intimidad de los seres humanos como un paso más en su proyecto de subordinar por completo la vida a su lógica mercantil. Para eso se ha valido, con eficacia, de los artefactos microelectrónicos, que se han convertido en una prótesis permanente que los individuos llevan siempre consigo, como si fuera una parte de su cuerpo. Esto genera nuevas formas de sumisión al capitalismo, al incentivar el individualismo extremo, el culto hedonista al consumo, la fetichización de las mercancías digitales, lo cual se complementa con la despolitización y el abandono de proyectos colectivos.

Pero este proceso, que el mismo capital presenta como liberador, es la fuente de inmensas contradicciones (desajustes se diría en la jerga tecnocrática), entre las cuales puede destacarse que el individualismo y hedonismo chocan con la “realidad exterior”, en su dimensión natural y humana, puesto que la destrucción planetaria de los ecosistemas y las modificaciones climáticas se agudizan día a día y la precarización, explotación y desigualdad son cada día más ostensibles. Esto hace que, a pesar de la alienación tecnológica, muchas personas duden y se cuestionen sobre lo que pasa afuera del mundo virtual y del yo acendrado, porque como lo decía Bertolt Brecht, “el hombre […] es muy útil/. Puede volar y puede matar/ Pero tiene un defecto./ Puede pensar”.

Notas

1. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá, Colombia. Doctor de la Universidad de París VIII. Diplomado de la Universidad de París I, en Historia de América Latina. Autor y compilador de varios libros, entre los que se destacan Marx y el siglo XXI (1999) y El Caos Planetario (1999). Dirige la revista CEPA (Centro Estratégico de Pensamiento Alternativo).

2. Ekaitz Cancela, Despertar del sueño tecnológico. Crónica sobre la derrota de la democracia frente al capital, Editorial Akal, Madrid, 2019, p. 342.

3. Eric Sadin, La humanidad aumentada. La administración digital del mundo, Caja Negra, Buenos Aires, 2017, pp. 56-57.

4. Thomas P. Keenan, Tecno-siniestro. El lado oscuro de la red: la rendición de la privacidad y la capitalización de la intimidad, Melusina, Madrid, 2015, p. 90.

5. Citado en Ibíd., p. 93.

6. Citado en Evgeny Morozot, La locura del solucionismo tecnológico, Katz Editores, Buenos Aires, 2015, p. 256.

7. Ibíd., p. 258.

8. Ibíd., p. 258.

9. T. P. Keenan, op. cit., p. 101.

10. Ibíd., p. 35.

11. Raúl Álvarez, Walmart quiere implementar un sistema de vigilancia basado en audio para medir el rendimiento de sus empleados. Disponible en: https://www.xataka.com/robotica-e-ia/walmart-quiere-implementar-sistema-...

 

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Articulo publicado en
Agosto / 2019