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El azar y la necesidad

 

En el mundo contemporáneo se ha impuesto el paradigma según el cual los determinismos actúan de manera holo-sistémica y simultáneamente dispersa y puntual, según causalidades aleatorias, heterogenéticas, transversales y a distancia, sin conmensurabilidad dimensional entre causas y efectos, de modo único e irrepetible, etc. Tales sorprendentes peculiaridades, si bien no descartan, secundizan las causaciones regulares necesarias, y reducen su ya limitada capacidad de pronosticar los “futuribles”, aun cuando estos sean enunciados en varios “escenarios” apenas probabilísticamente posibles. Pero, sabemos que en nuestra época, al par de que como en ninguna otra, las versiones generan los hechos, las predicciones basadas en tendencias muy improbablemente necesarias han entrado en una extraña paradoja. Al mismo tiempo que la futurología de los años setenta ha caído en franca decadencia o ha sido restringida al campo del espectáculo, como todo se ha globalizado en tanto espectáculo, lo que se define y difunde como tendencias, aunque fidedignamente probablistícas, experimenta una extraña paradoja. Por una parte la redundante y universal difusión de expectativas determinísticas tendenciales tienden a tornarse profecías autorrealizadas, por la otra, como son muchas y con igual pretensión de “objetividad” y además se equivocan mucho más de lo que aciertan, “gozan” de un generalizado escepticismo. A eso hay que agregarle que las agencias, presuntamente neutras, encargadas de investigar y evaluar los planes, aplicaciones y resultados en los que se basan las predicciones, a menudo se han demostrado venales y dolosamente serviciales a los intereses de sus clientes, que son quienes pagan la “objetividad”:
La civilización moderna “post-todo” experimenta así un dilema de hierro. Si para metamorfosear la realidad hay que creer en alguna mínima conjetura acerca de su “naturaleza” y sus procesos, en que supuestas tendencias, certera o probabilísticamente, constatadas como necesarias y/o contradictorias: en cuál de ellas confiar, y cuánto apoyarse en la dominancia de lo incidental, accidental, contingencial, ocasional, casual, en suma, aleatorio.
¿Tenemos que creer que los últimos diez años del neoliberalismo han dejado al mundo en el pleno imperio hipertrófico y sin lastre del capital financiero especulativo, en recesión con inminente peligro de deflación de los grandes bloques, en peor distribución de la riqueza, en sucesivos quiebres de las economías emergentes, en estafas de los mayores monopolios, en proliferación de guerras locales e internacionales, del fundamentalismo y del terrorismo, de la corrupción y del crimen organizado? ¿Es esa una tendencia necesaria?
¿Tenemos que creer que las deudas impagables, la depauperización de los Estados y las sociedades civiles, la indiferencia electoral, la desorganización y desmovilización de las entidades clásicas de defensa popular, la desocupación, la marginalización y desinserción de las masas, la privatización depredatoria de todo: están distorsionando las auténticas prioridades del parque tecnológico industrial, acabando con la naturaleza, pero especialmente con el espacio público y sus derechos?¿Es esa una tendencia necesaria?
¿Tenemos que creer que la producción (mediática, entre tantas otras) de subjetividad, alteridad y socialidad han cristalizado en subjetividades y asociaciones nacisistas, hedonistas, sensorialistas, sensacionalistas, huecas, fútiles, consumistas, competitivas, lucrativas, voraces, insensibles o pseudo beneficentes y negadoras de las catástrofes íntimas u “objetivas”, macro o micro que las amenazan?¿Y también tenemos que creer que los mismos equipamientos de control y de poder generan enormes contingentes dispuestos a morir, sea por complicidades tanáticas, por neoarcaísmos fanáticos, por diversas “alegres” intoxicaciones eutanásicas o simplemente por resignaciones fatalistas? ¿Esas son tendencias necesarias?
¿Tenemos que creer que el desarrollo, también paradojalmente espléndido y mayoritariamente ineficiente de los cientificismos, tecnologismos, burocratismos y profesionalismo, tanto como el de los irracionalismos salvacionistas y alternativismos “new age” son la solución de este terreno minado que actualmente es el planeta? ¿Esas son tendencias necesarias?
¿Debemos creer que los pueblos, especialmente sus denominadas sociedades civiles, sus multitudes, movimientos, organizaciones, juntas y consejos comunales, su “globalización” solidaria multiplicitaria, polifacética e ubicua, sus grupos espontáneos, sus subjetivaciones, alteridades y conexiones nómades, singulares, inventivas, resistenciales, subversivas o revolucionarias, son dispositivos contemporáneos al servicio de la Vida? ¿Esa es una tendencia necesaria?
¿O todo lo que acabamos de recordar dolorosa o esperanzadamente fue producido por el azar, reproducido por los determinismos tendenciales y será empeorado o mutado según “casualidades”?
Azar y tendencias necesarias son, obviamente, realidades. Si los conocimientos y concreciones del tercer milenio parecen habernos transformado en una bizarra raza de apostadores: usureros jugadores que operan con cartas marcadas, dostoiewskianos viciados que apuestan a su propia muerte, o intrépidos utopistas que se juegan a un bien supremo, nadie puede despreciar las potencias aleatorias ni las deterministas.
Todavía podemos elegir entre apostar en el lucro, el poder, el “supuesto saber” o el necio “saber de los fundamentos”, el falso brillo o la “estabilidad”, o bien en la infinita potencia de las audaces expediciones por una existencia excelsa.
Cada vez más los campos de lo necesario se han demostrado circunscriptos o decididamente caducos, cada vez más su signo y su valor han cambiado de facción en las luchas. Por su parte, el azar no tiene de por sí, valor ni signo, todo depende de cómo se lo convoque, se lo acoja, se lo estime y encamine.
Nuestro futuro no tiene, para bien ni para mal un destino necesario. Tampoco podemos contar con un Dios voluble pero decididamente favorable o desfavorable. Tal vez pueda decirse que tenemos que jugar entre el “Aleas jacta est” y el “Eventum tantum”.
Lo que no podemos es huir, a no ser que “en la huída busquemos un arma”. Lo que no podemos es creer exclusivamente en la verdad infalible de las tendencias siempre conjeturales y sus equipamientos, ni en el acaso sin dispositivos bien montados, ni en los agenciamientos rígidos sin sorpresas.
Pero, enfáticamente, no podemos creer en ninguna apuesta que implique el triunfo de algunos que no tenga en cuenta la victoria de todos. Acaso y necesidad no se contraponen. La segunda es apenas aquello que consigue seleccionar, fijar y reiterar para pervertir (o para dignificar), la inconmensurable variedad del primero.
“Desear, propiciar, merecer el acontecimiento”, postulaban los estoicos. “Sin medios quereres”, afirmaba Nietszche. “Con infinita audacia e infinita prudencia”, escribieron Deleuze y Guattari.
Por más vagas que resulten, esas ya son creencias fecundas.
Nada es peor que la Fe en la Axiomática del capitalismo Planetario Integrado y su pensamiento único.

Gregorio Barenblitt
Docente libre autorizado de Psiquiatría de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Buenos Aires y Coordinador General del Instituto Félix Guattari de Belo Horizonte.
 

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Articulo publicado en
Octubre / 2003