Durante el siglo XIX se constituyó la Psicopatología como disciplina científica, teniendo su centro más importante en Europa, sobre todo en Francia y en Alemania. De esta época son las primeras clasificaciones diagnósticas basadas en la descripción de síntomas. Para el psiquiatra e historiador de la ciencia Lanterí Laurá este periodo significó el paso del “Paradigma de la Alienación Mental”, que consideraba que existía una única enfermedad mental (la Alienación de Pinel) que presentaba cuatro entidades mórbidas (manía, melancolía, idiotismo y demencia), y que Philippe Pinel (1745-1826) atribuía como causa principal los vicios y excesos de todo tipo; hacia el “Paradigma de las Enfermedades Mentales” con una gran cantidad de cuadros clínicos de origen orgánico y psíquico (Bercherie, 1985).
Pero ninguna clasificación psicopatológica se encuentra aislada del contexto social en que fue descripta. A cada momento histórico le corresponde una patología específica porque tiene que ver con los cambios en la subjetividad de las personas.
Benjamin Rush (1746-1813), decano de la Facultad de Medicina de la University of Pennsylvania y firmante de la Declaración de la Independencia, que es considerado el “Padre de la Psiquiatría norteamericana”, consideraba que la población negra padecía de Negritude, una forma leve de lepra que se curaba “blanqueando” a los negros
En esta primera parte analizaremos la Drapetomanía, una supuesta entidad mórbida padecida por los esclavos negros del sur de Estados Unidos, que fue postulada a mediados del siglo XIX, cuando en esa sociedad se estaban produciendo cambios que llevarían al fin de una economía predominantemente agrícola que utilizaba mano de obra servil y esclava, dando lugar a un capitalismo industrial.
La discusión en torno a la salud mental de los esclavos no era nueva. En 1745 la Asamblea Colonial de South Carolina debió ocuparse del caso de Kate, una esclava, acusada de matar a un niño. Después de ser ingresada en la cárcel local, se determinó que Kate estaba “fuera de sus sentidos” por lo que no podía responder por sus actos. En lugar de ir a la cárcel debía ser internada en una institucional mental. Sin embargo, su dueño era demasiado pobre para pagar la internación y la colonia de South Carolina no había previsto el mantenimiento público de los esclavos. Finalmente, la Asamblea Colonial aprobó una ley por la que cada Parroquia debía responsabilizarse de la internación de los esclavos “lunáticos” cuyos dueños no pudieran cuidar de ellos. No hay registro de lo que sucedió a Kate ni se indagó en torno a las causas que llevaron a que matara al niño, quedando simplemente explicado el hecho por su estado mental. Benjamin Rush (1746-1813), decano de la Facultad de Medicina de la University of Pennsylvania y firmante de la Declaración de la Independencia, que es considerado el “Padre de la Psiquiatría norteamericana”, consideraba que la población negra padecía de Negritude, una forma leve de lepra que se curaba “blanqueando” a los negros (Jackson, s/f).
En 1851 el médico Samuel Cartwright (1793-1863) planteó la existencia de la Drapetomanía. El nombre provenía del griego “drapetes” (esclavo, fugitivo) y “manía” (locura, enfermedad). Se la definía como el “ansia de la libertad” o expresión del sentimiento del esclavo por escapar de su amo.
En 1851 el médico Samuel Cartwright (1793-1863), en un artículo publicado en la New Orleans Medical and Surgical Journal bajo el título “Diseases and peculiarities of the Negro Race”, planteó la existencia de la Drapetomanía. El nombre provenía del griego “drapetes” (esclavo, fugitivo) y “manía” (locura, enfermedad). Se la definía como el “ansia de la libertad” o expresión del sentimiento del esclavo por escapar de su amo.
Cartwright comenzaba su artículo diciendo que: “Aún es desconocida por nuestras autoridades médicas, aunque sus síntomas diagnósticos, la fuga del servicio, son bien conocidos por nuestros plantadores y supervisores (...) Al notar una enfermedad no clasificada hasta ahora entre la larga lista de enfermedades a las que está sujeto el hombre, fue necesario tener un nuevo término para expresarla. La causa en la mayoría de los casos, que induce al negro a huir del servicio, es tanto una enfermedad mental como cualquier otra especie de alienación mental, y mucho más curable, como regla general. Con las ventajas de un asesoramiento médico adecuado, estrictamente seguido, esta práctica problemática que muchos negros tienen de huir, se puede evitar casi por completo, aunque los esclavos se encuentran en las fronteras de un Estado libre, a tiro de piedra de los abolicionistas” (Cartwright, 1851).
Se calcula para esta época había alrededor de 3 millones de esclavos en los Estados Unidos y la población crecía a un ritmo de 70 mil personas al año. Las brutales condiciones de explotación que sufrían, sobre todo los que desempeñaban tareas agrícolas en los algodonares del sur, llevó a que miles intentaran cada año la huida hacia los Estados del norte, donde la esclavitud era ilegal. A comienzos del siglo XIX comenzó a funcionar el “Ferrocarril Subterráneo” (Underground Railroad), una red clandestina para ayudar a escapar a los esclavos fugitivos. Estaba formado por antiguos esclavos, activistas abolicionistas blancos y miembros de la Iglesia Cuáquera, opuesta a la esclavitud. No era realmente un ferrocarril, sino que su nombre provenía de que utilizaban términos ferroviarios: los “conductores” o “maquinistas” eran quienes ayudaban a escapar a los esclavos; las “estaciones” eran las casas seguras donde los fugitivos podían esconderse, alimentarse, descansar y recibir atención médica; los “pasajeros” eran los fugados; los “carriles” las rutas de escape; la “Estación Central” la jefatura y el “Destino” los Estados norteños (Valencia, 2018).
Se cree que el Ferrocarril Subterráneo liberó a 100.000 personas entre 1810 y 1860. Para algunos autores, esta cifra es muy pobre dado la población total de esclavos, pero los hacendados lo veían como una amenaza a su derecho a la propiedad y algo que instaba a la rebelión, por lo que llevaron a cabo acciones tendientes a ponerle fin. Para ello endurecieron los castigos a los esclavos que intentaran la huida o fueran sospechosos de la misma: los latigazos, azotes y mutilaciones eran la pena más común. También se utilizaba el Sistema Penitenciario, dejando detenidos por unos días a los esclavos fugitivos en una prisión donde se los torturaba salvajemente antes de devolverlos a sus amos. Sin embargo, la mayoría de los hacendados optaban por castigar en privado a los fugitivos para que volvieran inmediatamente al trabajo.
Teniendo en cuenta este contexto, podemos explicar las fugas masivas por la situación de explotación y represión brutal que sufría la población negra sometida a la esclavitud. Sin embargo Cartwright ofrecía otra explicación, basándose en las Sagradas Escrituras: “Si el hombre blanco intenta oponerse a la voluntad de la Deidad, tratando de hacer que el negro no sea «el sumiso doblador de rodillas» (que el Todopoderoso declaró que debería ser), tratando de elevarlo a un nivel consigo mismo, o poniéndose en igualdad con el negro; o si abusa del poder que Dios le ha dado sobre su prójimo, siendo cruel con él, o castigándolo con ira, o descuidando protegerlo de los abusos sin sentido de sus compañeros y de todos los demás, o por negarle las comodidades y necesidades habituales de la vida, el negro huirá; pero si lo mantiene en la posición que aprendemos de las Escrituras que estaba destinado a ocupar, es decir, la posición de sumisión; y si su maestro o supervisor es amable y gentil en su audiencia hacia él, sin condescendencia, y al mismo tiempo suministra a sus necesidades físicas, y lo protege de abusos, el negro estará hechizado y no podrá huir” (Cartwright, 1851).
En este fragmento Cartwright se opone al trato cruel hacia los esclavos, pero al mismo tiempo sostiene que el Hombre Blanco tiene una superioridad racial y moral que debe hacer valer en todo momento: “Según mi experiencia, el «genu flexit» - el asombro y la reverencia-, deben ser exigidos de ellos, o despreciarán a sus amos, se volverán groseros e ingobernables y huirán. En la línea de Mason y Dixon –que separaba los Estados Libres y los Estados esclavistas-, dos clases de personas podían perder a sus negros: aquellos que se familiarizaban demasiado con ellos, tratándolos como iguales y haciendo poca o ninguna distinción con respecto al color; y, por otro lado, aquellos que los trataron cruelmente, les negaron las necesidades comunes de la vida, descuidaron protegerlos contra los abusos de los demás, o los asustaron con una actitud abrumadora, cuando estaban a punto de castigarlos por delitos menores” (Cartwright, 1851).
El recurrir a textos religiosos para explicar una supuesta enfermedad mental es un punto a destacar que diferencia la psicopatología norteamericana de la europea, ya que esta última no recurría a explicaciones sobrenaturales porque descartaba todo aquello que no pudiera observarse o medirse.
Como remedio a este mal proponía el “adecuado consejo médico” para detectar los hábitos problemáticos antes de que desembocaran en la “manía de libertad”: “Si se trata amablemente, bien alimentado y vestido, con combustible suficiente para mantener una pequeña fogata encendida toda la noche, separados por familias, cada familia teniendo su propia casa, no permitiéndoles correr por la noche para visitar a sus vecinos, recibir visitas o usar licores embriagadores, y si no trabajan demasiado ni están expuestos al clima, son más fácilmente controlables que cualquier otra persona en el mundo” (Cartwright, 1851).
Para aquellos esclavos “reticentes e insatisfechos sin razón” proponía “sacarles el demonio a latigazos”: “Cuando se hace todo esto, si alguno de ellos, en cualquier momento, se inclina a elevar sus cabezas al mismo nivel que su amo o supervisor, por la humanidad y su propio bien requieren que sean castigados hasta que caigan en esa sumisión” (Cartwright, 1851). Aquí contradice completamente lo que había sostenido con anterioridad respecto a evitar tratos crueles y degradantes.
En el mismo artículo Cartwright se refiere a otra patología que afectaría a los negros libres, la disestesia aethiopica o “enfermedad de los capataces”. Esta supuesta condición se caracterizaba por una insensibilidad parcial de la piel y una hebetitud (letargo mental) tan grande que la persona parecía como dormida. Señalaba que “es mucho más frecuente entre los negros libres que viven en grupos solos que entre los esclavos en nuestras plantaciones, y ataca solo a los esclavos que viven como negros libres en cuanto a dieta, bebidas, ejercicio, etc.”, y que quienes la padecen “son propensos a hacer muchas travesuras, lo que parece intencional, pero se debe principalmente a la estupidez mental y la insensibilidad de los nervios inducidos por la enfermedad. Por lo tanto, rompen, desperdician y destruyen todo lo que manejan, abusan de los caballos y el ganado, queman o rasgan su propia ropa y, sin prestar atención a los derechos de propiedad, roban a otros para reemplazar lo que han destruido” (Cartwright, 1851).
Lo que Cartwright veía como síntomas, hoy podrían considerarse formas simbólicas y cotidianas de resistencia de los oprimidos ante una situación de explotación.
Para esta “enfermedad” proponía el mismo remedio que para la drapetomanía: la vigilancia y los azotes.
Lo que Cartwright veía como síntomas, hoy podrían considerarse formas simbólicas y cotidianas de resistencia de los oprimidos ante una situación de explotación. Siguiendo a James Scott, cuánto más grande es la desigualdad de poder entre los dominantes y los dominados, y cuánto más arbitrariamente se ejerza el poder, el discurso público de los dominados adquirirá una forma más estereotipada y ritualista ante sus amos. Pero en contraposición a este Discurso Público (public transcript) aparecerá un Discurso Oculto (hidden transcript) para definir la conducta “fuera de escena”, más allá de la observación del poder. Para Scott la resistencia es un acto del lenguaje, pero también lo trasciende: el discurso oculto no solo se compone de palabras sino también de una extensa gama de prácticas (Scott, 2004). Así la huida, la lentitud para trabajar, la destrucción de la propiedad, las travesuras y las bromas hacia terratenientes o capataces, lejos de ser indicadores de enfermedad mental, se convierten en actos de resistencia contra la esclavitud.
A poco de ser publicado en un medio sureño, el artículo de Cartwright fue ampliamente ridiculizado en los Estados norteños. En 1855, se publicó una sátira en el Buffalo Medical Journal. Al año siguiente Frederick Law Olmsted, en su obra A Journey in the Seaboard Slave States with Remarks on their Economy, observaba que los trabajadores temporales y precarizados blancos también se fugaban con frecuencia, por lo que postuló -a modo de broma- que la supuesta patología de Cartwright tenía origen europeo y fue introducida en África por mercaderes blancos.
La drapetomanía nunca fue plenamente aceptada por los círculos médicos y psiquiátricos. Además, en los años siguientes se producirían cambios radicales en la sociedad estadounidenses. La derrota de la oligarquía feudal-esclavista sureña en la Guerra Civil o Guerra de Secesión Americana (1860-1865) produjo la unificación del país bajo el liderazgo del norte capitalista e industrial. Por otro lado, la Proclama de Emancipación de los Esclavos de 1863 y la aprobación de la 13º Enmienda a la Constitución Nacional de 1865 significaron el fin de la esclavitud legal.
El ganador del Premio Nobel de Medicina John Watson declaró que “está científicamente comprobado” que los negros son menos inteligentes que los blancos.
Sin embargo, estos cambios no pusieron fin a los intentos de “patologización de la población afroamericana”. En 1875 se creó el primer Manicomio para Negros en el Estado de North Carolina. En 1895 el doctor T. O. Powell, director del Asilo para Lunáticos del Estado de Georgia explicaba que el aumento del alcoholismo y la demencia en la población negra se debía a la abolición de la esclavitud, ya que en las plantaciones llevaban vidas organizadas e higiénicas alejadas de los vicios y los excesos. El diagnóstico de Powell es una mezcla de Pinel y Cartwright. Más cerca en el tiempo, en 1960 Vernon Mark, William Sweet y Frank Ervin sugirieron que los desórdenes urbanos causados por jóvenes afroamericanos no eran una forma de protesta contra la pobreza y la represión policial sino el resultado de una “disfunción cerebral” para la que recomendaban el uso de psicocirugía preventiva -léase: lobotomía- (Jackson, s/f). En 2007 el ganador del Premio Nobel de Medicina John Watson declaró que “está científicamente comprobado” que los negros son menos inteligentes que los blancos.
Como podemos ver, el espíritu de Samuel Cartwright permanece vivo hasta la actualidad y es deber ético de los/as profesionales de la salud denunciar estas ideas pseudocientíficas que buscan justificar el racismo, la xenofobia y la explotación.
Anteriormente nos referimos a la Drapetomanía. En el presente analizaremos otra tipología diagnóstica denominada Americanitis que, al igual que la anterior, no puede ser entendida por afuera del contexto histórico y social en el que fue propuesta. Como dijimos anteriormente, los diagnósticos psicopatológicos expresan los cambios en la subjetividad de las personas, por lo que a cada momento histórico le corresponden distintos tipos de diagnóstico.
En la segunda mitad del siglo XIX se vivieron cambios profundos en la sociedad norteamericana. La derrota de las oligarquías sureñas en la Guerra de Secesión (1860-1865) significó la unificación del país bajo el liderazgo del norte capitalista. Inmediatamente terminada la contienda comenzó un proceso acelerado de expansión hacia el oeste, en el que participaron exploradores, tramperos, mineros, cowboys y aventureros de todo tipo. Las tierras arrebatadas a los pobladores originarios fueron repartidas a pequeños agricultores o farmers de manera gratuita o a bajo costo, lo que permitió el desarrollo de la producción agropecuaria y de la economía en general. Un porcentaje considerable de estas tierras fueron entregadas a las empresas ferroviarias y a los recién creados Estados para el fomento de la educación y el transporte. A fines del siglo XIX un Ferrocarril cruzaba toda Norteamérica, desde California hasta New York, pasando por territorio aún poblado por comunidades originarias y por manadas de miles de bisontes. Todo esto junto con el fomento estatal para el desarrollo industrial y la innovación tecnológica fue lo que llevó a que para 1917, cuando ingresó a la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos fueran una potencia mundial. Para la década de 1920 era la primera sociedad de consumo de masas de la historia (Bianchi, 2009; Azcuy Ameghino, 2004).
En este contexto es que empieza a utilizarse el diagnóstico de Americanitis, para referirse a un tipo particular de trastorno de ansiedad que afectaba a la sociedad norteamericana. El origen del término es desconocido. Una revista médica de 1882 lo atribuyó a un científico inglés que visitó el país en los años anteriores. La escritora Annie Payson Call (1853-1940), en su libro Power Through Repose (1891), lo atribuyó a un médico alemán. El “padre de la psicología norteamericana” William James (1842-1910) también es señalado a menudo como el inventor del término (Daugherty, 2015).
Americanitis el que terminó por ser legitimado en los círculos médicos y científicos. El psiquiatra William S. Sadler (1875-1969) la definió como “el apuro, el ajetreo y el impulso incesante del temperamento norteamericano” que podía provocar hipertensión arterial, endurecimiento de las arterias, ataque cardíaco, neuroticismo y agotamiento, pudiendo llevar a la locura.
La idea de que el ritmo de vida estadounidense de la época tenía efectos adversos para la salud no era una novedad. Ya en 1871 el médico militar Jacob Mendes Da Costa (1833-1900) había acuñado el término de Astenia Neurocirculatoria o Síndrome del Corazón Irritable, aunque este cuadro pasó a ser más conocido como Síndrome del Corazón de Soldado por diagnosticarse principalmente a veteranos y sobrevivientes de la Guerra de Secesión. Los síntomas incluían palpitaciones, opresión precordial, sensación de ahogo y fatiga crónica. Sin embargo, fue la acuñación del término específico de Americanitis el que terminó por ser legitimado en los círculos médicos y científicos. El psiquiatra William S. Sadler (1875-1969) la definió como “el apuro, el ajetreo y el impulso incesante del temperamento norteamericano” que podía provocar hipertensión arterial, endurecimiento de las arterias, ataque cardíaco, neuroticismo y agotamiento, pudiendo llevar a la locura.
La American Medical Association reconoció la condición en 1898 y atribuyó sus causas a los cambios que se estaban dando en una sociedad rápidamente industrializada: el aumento del ruido callejero por las fábricas, la iluminación eléctrica que afectaba los ritmos del sueño y el desarrollo de los medios de transporte que daban a la gente una falsa necesidad de urgencia. Rápidamente el concepto pasó al habla cotidiana para referirse a una mezcla patológica de urgencia y preocupación.
Al poco tiempo se convirtió en un diagnóstico universal para explicar cualquier tipo de dolencia física, psíquica y social. En 1907 los medios atribuían a la americanitis la muerte del empresario de la carne Nelson Morris (nacido en 1838). El destacado docente del Massachusetts Institute of Technology (MIT) William Thompson Sedgwick (1855-1921) la consideró responsable del empeoramiento de la vista de los estadounidenses. En 1912 un profesor de Harvard la culpó de la creciente tasa de divorcios, y en 1922 el presidente del Departamento de Psicología de la University of Iowa dijo que el jazz y las “chicas flappers” (especie de “tribu urbana” de la época) eran manifestaciones de esta patología (Daugherty, 2015).
Las revistas de difusión popular ofrecían consejos para combatir la americanitis que incluían el tomarse tiempo para hacer las cosas, no estar tan apurado, jugar más con los niños, comer más despacio, ingerir más frutas y verduras, reducir las listas de llamadas o de correspondencia, trabajar menos horas, salir a caminar o practicar deportes. Como podemos ver, no se diferencian mucho de los consejos que se ofrecen hoy para combatir el estrés.
Por otro lado, la industria farmacéutica no dejó pasar la posibilidad de hacer negocios con esta enfermedad de moda. La empresa Rexall lanzó al mercado el Americanitis Elixir, que promovió “para cada miembro de la familia, exceptuando el perro”. Los anuncios publicitarios prometían “alivio a los hombres de negocios sobre-exigidos", a las “mujeres nerviosas, con exceso de trabajo y descuidadas”, y a los niños “delgados o nerviosos” con riesgo de volverse “inválidos para toda la vida”. Entre otros ingredientes, el elixir contenía 15 por ciento de alcohol y un poco de cloroformo. Su precio rondaba los 75 centavos la botella. Hay quienes proponían la terapia de electroshocks para “reestablecer el funcionamiento normal del cerebro” (Daugherty, 2015).
Parece que estos remedios no eran muy eficientes porque en 1925, la revista Time y otros medios de prensa reproducían las estimaciones de Sadler –que dictaba conferencias y había escrito un libro al respecto- de que la americanitis se cobraba la vida de 240.000 personas al año, siendo los principales afectados los hombres de entre 40 y 50 años (Daugherty, 2015).
Pese a esto los días de la americanitis ya estaban contados y no fueron los tratamientos los que acabaron con ella. El 29 de octubre de 1929 se produjo la caída de la Bolsa de Valores de New York, dando comienzo a la Crisis Económica Mundial o Gran Depresión, como se la conoció en los Estados Unidos. La crisis modificó radicalmente la forma de vida en todo el país. Las industrias comenzaron a cerrar, los salarios cayeron estrepitosamente (para 1932 eran un 60% inferior a 1929), la desocupación afectaba a 8 millones de personas, los suicidios se multiplicaron en la población masculina, y se popularizaron las hoovervilles (“villas miserias”, caseríos precarios) y las “ollas populares” (Bianchi, 2009). La gente ya no andaba apurada ni se quejaba del exceso de trabajo. Los diagnósticos de americanitis comenzaron a desaparecer y, al poco tiempo, esta “enfermedad” quedó como una curiosidad en la historia de la psicopatología.
En la actualidad hay una tendencia a considerar a la Americanitis como el equivalente norteamericano de lo que en Europa se conocía en la misma época como Neurastenia. De hecho, si escribes “Americanitis” en algunos diccionarios médicos digitales (como el caso del Free Medical Dictionary), el buscador te redirige al término “Neurasthenia”. Lo mismo sucede en Wikipedia, tanto en su versión en inglés como en español. La neurastenia fue descripta por el médico estadounidense George Beard (1839-1883) como una enfermedad de origen nervioso que presentaba síntomas similares a la americanitis: fatiga física, cefaleas, dispepsias y constipación. Posteriormente Sigmund Freud (1856-1939) la incluiría dentro de las llamadas “Neurosis Actuales” (junto a la Neurosis de Angustia y la Hipocondría) y le atribuiría un origen sexual presente sin relación con situaciones traumáticas infantiles (Lagache, Laplanche y Pontalis, 2015).
Otra tendencia es asociarla al TAG o Trastorno de Ansiedad Generalizada (F41.1). El DSM-V define este cuadro por las siguientes características: preocupación excesiva, problemas para controlar la preocupación y síntomas fisiológicos (inquietud, fatiga, irritabilidad, tensión muscular, problemas para dormir) que no pueden atribuirse al consumo de sustancias, enfermedad orgánica u otro trastorno mental (APA, 2014). La CIE-10 incluye síntomas similares, pero lo que la diferencia del manual norteamericano es que excluye específicamente a la Neurastenia (F48.0) en el diagnóstico de TAG.
Pero más allá de las similitudes que podamos encontrar con diagnósticos actuales, la americanitis debe ser entendida dentro de un contexto específico y como la expresión clínica de los cambios vertiginosos que se dieron en los Estados Unidos en la época en que fue postulada.
Luciano Andrés Valencia
valencialuciano [at] gmail.com
Escritor, Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de La Pampa, Psicólogo (Universidad Nacional del Comahue). Autor de: La Transformación Interrumpida (2009), Páginas socialistas (2013) y Breve historia de las personas con discapacidad (2018), además de decenas de antologías y libros colectivos.
Bibliografía:
American Psyquiatric Association; (2014) Guía de Consulta de los Criterios Diagnósticos del DSM-V, Washington-London.
Azcuy Ameghino, Eduardo; (2004) Trincheras de la Historia, Buenos Aires, Imago Mundi.
Bercherie, Paul; (1985) Los fundamentos de la clínica, Editorial Manantial.
Bianchi, Susana; (2009) Historia Social del Mundo Occidental: del feudalismo a la sociedad contemporánea, Bernal, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes.
Cartwright, Samuel; (1851) “Diseases and peculiarities of the Negro Race”, disponible en: http://www.pbs.org/wgbh/aia/part4/4h3106t.html.
Daugherty, Greg; (2015) “The Brief History of Americanitis”, Smithsonian.org, 25 de marzo.
Jackson, Vanessa; “A Early History: African-American Mental Health”, http://academic.udayton.edu/health/01status/mental01.htm.
Lagache, Daniel (dir.), Laplanche, Jean y Pontalis, Jean-Bertrand; (2015) Diccionario de Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós.
OMS; (1995) CIE 10: Clasificación Estadística Internacional de las enfermedades y problemas relacionados con la salud, Washington, Organización Panamericana de la Salud.
Scott, James C; (2004) Los dominados y el arte de la resistencia: discursos ocultos, México, Ediciones Era.
Valencia, Luciano Andrés; (2018) “Harriet Tubman, la conductora de la libertad”, Boletín de la Revista de Historia, https://revistadehistoria.es/harriet-tubman-la-conductora-de-la-libertad/, 24 de enero.