Cuando los/as psicoanalistas optamos por desarrollar nuestra tarea posicionándonos en este marco teórico interdisciplinario, se plantean múltiples opciones conceptuales.
Una de las cuestiones iniciales se refiere a cuál será la corriente psicoanalítica en que nos sustentemos. En la actualidad el campo del psicoanálisis dista de ser homogéneo, y ya hace muchos años podemos apreciar el desarrollo de corrientes teóricas disímiles, que sin embargo, reclaman su derecho de pertenencia al campo psicoanalítico.
El enfasis en el campo de las pulsiones, implica una exploración más profunda de la sexualidad infantil . La dimensión corporal, la constitución de la erogeneidad, pasan a ocupar el foco del análisis, con el consiguiente riesgo de adherir a un enfoque caracterizado por el reduccionismo biologista, que explique en clave libidinal o tanática los avatares subjetivos.
También es posible pensar en una constitución histórica de los deseos, y en ese caso, la teoría pulsional toma como clave explicativa el anudamiento de las relaciones de poder y los significados creados colectivamente al interior de las mismas, con la erogeneidad de los cuerpos, materia sensible para inscribir las regulaciones vigentes.
Dentro de las autoras argentinas, Mabel Burin desarrolla aspectos vinculados a la pulsión, encarada desde su construcción sociohistórica. Emilce Dio Bleichmar, toma como clave para la comprensión de la subjetividad femenina la vertiente narcisista, en lo que se refiere a la estima de sí. Si bien su enfoque se focaliza en la intrasubjetividad, de algún modo es posible conectarlo con las autoras que enfatizan la dimensión interpersonal, ya que la autoestima deriva en buena medida del reconocimiento del semejante.
Otra vertiente teórica se relaciona entonces, con la constitución de la subjetividad al interior de un vínculo primario, que se establece entre el infante humano y la madre u otro objeto que lo asista en su desamparo inicial. Muchas autoras feministas han buscado en la teoría psicoanalítica de las relaciones de objeto, ( Winnicott, Fairbairn, Balint, Guntrip etc.), un marco teórico que se adecue a la hipótesis de la construcción social del género sexual. Partimos de suponer que la subjetividad sexuada se construye en forma polarizada, en base a las prescripciones estereotipadas referidas a la femineidad y la masculinidad social. La diferencia sexual anatómica opera como información para los padres, quienes estructuran actitudes y conductas diferenciales según se trate de una niña o un varón. Desde esa perspectiva, el estudio de los vínculos y la comprensión relacional del psiquismo son prerequisitos necesarios para una indagación que incluya la dimensión de género. Autoras tales como Nancy Chodorow, Jessica Benjamin, Jane Flax, y Louise Kaplan, entre otras, se inscriben dentro de esta corriente de pensamiento.
También es necesario deslindar cual es la posición a que cada autora adscribe dentro del campo de la teoría feminista. Para expresarlo en forma básica, las líneas de propuesta que se refieren al modelo preferido para el logro de la equidad social entre los géneros sexuales, oscilan entre la reivindicación y rejerarquización de las características subjetivas diferenciales que tradicionalmente han desarrollado las mujeres en el contexto de la cultura patriarcal, y la postura que plantea la necesidad del logro de la igualdad. El riesgo de la primer posición es idealizar al “eterno femenino”, mientras que la segunda debe evitar la tentación de sostener la idealización de la masculinidad social elevada a la condición de modelo universal. Existen desarrollos más integradores, que proponen una perspectiva basada en la interrelación, vs. el clásico enfoque autonomista, reconociendo la necesidad de propuestas acerca de modelos subjetivos que permitan el desarrollo de la asertividad femenina sin caer en un individualismo negador de la trama vincular amorosa y familiar.
Uno de los debates actuales se refiere a recientes objeciones al concepto de género sexual como herramienta teórica. Por un lado, se considera que al describir las subjetividades sexuadas, replica la polarización que pretende impugnar, solidificando estereotipadamente la fluidez de las identidades genéricas de los sujetos concretos, quienes desarrollan aspectos masculinos y femeninos en proporciones y combinaciones variables. Considero que, si bien este riesgo existe, resulta ilustrativo partir de una descripción de las formas tradicionales de subjetivación, que efectivamente han sido polarizadas en forma estereotipada, para comprender las transformaciones actuales, que van en el sentido de la construcción de identidades genéricas flexibles.
Creo que un buen nivel de discusión teórica es relevante a fines del avance del campo, pero muchos terapeutas reclaman legitimamente estar más interesados por descubrir cuales son los aportes que la perspectiva de género puede ofrecerles a fin de lograr mayor eficacia en la comprensión y el alivio del padecimiento psíquico de quienes los consultan. Los psicoanalistas con orientación en género hemos venido trabajando estas cuestiones.
Algunos ejemplos pueden resultar de utilidad para ilustrar las características de nuestra perspectiva. Cuando se analizan conflictos conyugales o problemáticas familiares, ya sea en un encuadre de trabajo que incluya a la pareja o a la familia, o en un análisis personal en el cual la conflictiva central se refiera la los vínculos, buscamos integrar:* la perspectiva histórico genética, con su énfasis en los aspectos transgeneracionales; *el particular encuentro que se observa entre las dificultades personales de origen infantil; y *las problemáticas actuales que se refieren a las tensiones en torno de las relaciones de poder entre géneros y generaciones. Para aclarar que la perspectiva focalizada en el poder no se reduce a una reivindicación mecánica de mujeres y jóvenes, conviene recordar que en ocasiones, los hijos deniegan la subjetividad de la madre, a la que hacen objeto de demandas a través de las cuales continúan con la ilusión infantil acerca de su omnipotencia, y desconocen en ella la existencia de otros deseos más allá de la maternidad. Los análisis que algunos psicoanalistas realizan respecto de conflictos vinculares, en ocasiones replican esta tendencia a considerar a las madres estaciones aprovisionadoras incondicionales.
En el análisis de niños, resulta interesante observar la construcción de nociones rudimentarias acerca de la diferencia entre los géneros, que en muchos casos incluyen notables jerarquías al estilo tradicional, así como la asociación entre sadismo y masculinidad y femineidad con masoquismo. Es útil rastrear los orígenes pregenitales de estas construcciones, referidas en última instancia a angustias frente al desamparo infantil, que encuentran modelos simbólicos relacionados con la jerarquía intergenérica y recurren a ellos como reparos temporarios frente a la ansiedad desorganizante.
Los análisis de pacientes mujeres requieren una explicitación de los modelos del terapeuta acerca de la salud mental femenina, ya que en muchos casos estos criterios inconscientes replican antiguos estereotipos, siendo uno de los más frecuentes la idealización del amor y las relaciones de pareja y familia como logros fundamentales asociados a lo que se considera como realización personal, lo que se acompaña por una escasa atención prestada a la carencia o insuficiencia de proyectos y metas personales. La tendencia femenina tradicional hacia el establecimiento de relaciones de dependencia amorosa que en ocasiones configuran cuadros de adicción emocional, es objeto de preocupación en la actualidad. El cuidado de los vínculos de intimidad en muchos casos se relaciona con serias inhibiciones para la expresión de la hostilidad, en busca de una relación aconflictual. Esta modalidad subjetiva favorece la instalación de estados depresivos, que como se sabe, constituyen uno de los padecimientos asociados fuertemente con la femineidad.
Los pacientes varones requieren que se preste atención a sus dificultades para la expresión de los afectos, con frecuencia asociadas a la aparición de trastornos psicosomáticos. En algunos casos, no se trata de levantar represiones para la manifestación emocional, sino de construír estructuras deficitarias en ese aspecto. La homofobia, el pánico ante la impotencia sexual y la intolerancia respecto de una cierta cuota de fracasos inevitables durante el ciclo vital, son características de la subjetividad masculina sumamente difundidas y que es necesario atender, a fin de colaborar en la construcción de estilos masculinos flexibles y menos costosos en cuanto a la salud corporal y la satisfacción vital . Esta tarea enfrenta la dificultad implícita en la renuncia a ostensibles privilegios derivados del estatuto masculino tradicional, respecto de los cuales es conveniente hacer conscientes los costos no manifiestos.
Se requiere un análisis cuidadoso relacionado con la transformación actual de los motivos de consulta y los trastornos psicopatológicos. Existe una tendencia ascendente entre las mujeres hacia la adicción respecto de drogas ilegales. En caso de continuar, revertirá el predominio, tanto de la clásica adicción a drogas legales incentivada por la medicalización del malestar femenino, como de las adicciones emocionales. Estos últimos cuadros, hoy día tienden a considerarse como cuadros perversos, en los cuales el partenaire masculino constituye un fetiche fálico.
Aunque no es fácil esbozar una perspectiva sistemática, es evidente que la perspectiva psicoanalítica de género resulta de interés y utilidad para el logro de avances teóricos y clínicos en el campo de la asistencia, así como para una más adecuada promoción de la salud mental.
Irene Meler
Psicoanalista/Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires