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La sexualidad de hoy y algunas teorizaciones psicoanalíticas contemporáneas

 

En los últimos años se habla cada vez con mayor asiduidad de las así llamadas “nuevas sexualidades”, ¿qué se quiere significar con tal denominación?, ¿se trata de cambios profundos en la sexualidad de esta época o sólo de nuevos modos de presentación? Recordemos que ya en 1905, Freud postula en sus “Tres ensayos de teoría sexual” que la pulsión sexual no viene abrochada a ningún objeto adecuado para su satisfacción y que incluso, ni siquiera el interés sexual del hombre por la mujer es algo obvio, sino un problema que requiere esclarecimiento. Con esta afirmación abre una grieta en la teoría vigente de la sexualidad -que sostenía como modelo ideal de normalidad la heterosexualidad genital y al servicio de la reproducción- y permite cambiar el carácter de las interrogaciones. La clásica pregunta repetida ad infinitum[1] por la génesis de la homosexualidad o de otras variantes por fuera del formato genito-heterosexual tradicional puede ser transformada en una interrogación más general: ¿cómo llega un sujeto a realizar una elección de objeto determinada? Esta perspectiva nos permite abordar la cuestión de la sexualidad advertidos de los prejuicios que se han enquistado en el núcleo de gran parte de las teorizaciones psicoanalíticas.

En la misma línea Emiliano Galende sostiene que la sexualidad actual tiende progresivamente a desprenderse de la representación en que la fue recluida, a presentarse como puramente pulsional y a manifestarse en toda la dimensión de su diversidad y polimorfismo (Galende, 2001). En los últimos años han proliferando nuevos modos de ejercicio de la sexualidad a instancias de la industria del entretenimiento para adultos en paralelo a un blanqueo de una sexualidad oculta. A fin de cuentas, gran parte de estas prácticas “nuevas” formaban parte de una sexualidad que debía ser escondida. Como bien lo ha señalado Foucault en su Historia de la Sexualidad, el siglo pasado se ha caracterizado por la hipocresía y la doble moral.

El objetivo de este artículo es explorar algunos desarrollos psicoanalíticos contemporáneos que han intentado reconceptualizar algunos postulados sobre la sexualidad humana que intentan presentar un nuevo modelo en cuanto a la teorización de las perversiones y/o la diversidad sexual. En este recorrido -inevitablemente- dejaremos afuera numerosos autores relevantes.

 

De las perversiones a las neosexualidades

 

La psicoanalista neozelandesa Joyce McDougall con una actitud humanista y políticamente correcta, propone un neologismo -neosexualidades (McDougall, 1982)- con el fin de neutralizar el sentido peyorativo que conlleva hablar de las perversiones sexuales. Su elección está sostenida en que estos pacientes han “reinventado” la sexualidad humana en sus aspectos genitales y heterosexuales, cambiando las metas y los objetos, y creando una nueva escena primaria. La nueva teoría sexual “inventada” contiene, a su juicio, una gran carga de angustia y compulsión. Afirma que las neosexualidades deben tratar con un conjunto doble de problemas, no sólo con aquéllos que están relacionados con el conflicto edípico, sino también con los que pertenecen al campo de la sexualidad primaria. En la representación neosexual los conflictos de uno y otro nivel son negados. Las neosexualidades sirven, entonces, no sólo para mantener la homeostasis libidinal, sino también la homeostasis narcisista (McDougall, 1982: 241). Así, ofrece un panorama de la sexualidad humana a partir del vínculo dual madre-hijo, analizando las vicisitudes de los períodos pre-edípico y edípico. Si bien McDougall desde una perspectiva clínica, trata de romper con un psicoanálisis al servicio de la normalización y la teleología de la genitalidad; a la hora de teorizar se mantiene dentro de una postura neokleiniana ligando “neosexualidad” primordialmente a pregenitalidad, y escisión del yo y renegación como mecanismos de defensa. Esto le dificulta establecer con claridad la diferencia entre perversión (neosexualidad) y las diversas variantes de expresión del erotismo, ya que liga estas “nuevas prácticas” a una sexualidad que conlleva grandes montos de angustia y que adquiere un carácter adictivo debido a la urgente necesidad de escenificar el drama que la produce, es decir, una sexualidad asociada a la patología. Asimismo, en cuanto a la homosexualidad, le otorga un carácter defensivo, por ejemplo, cuando compara las viñetas clínicas de dos mujeres y afirma que una se casó y tuvo hijos, pero la otra “necesitaba mantener su identidad homosexual” debido a “sus monstruos preedípicos” (McDougall, 1982: 42).

El psicoanalista argentino Jaime Stubrin, si bien abreva en los desarrollos de McDougall (1976, 1982) quien a su vez escribe el prólogo de su libro Sexualidades y Homosexualidades (Stubrin, 1993), plantea que la concepción psicoanalítica tradicional acerca de la perversión necesita ser revisada: excluye a la homosexualidad y restringe la definición a los comportamientos que para obtener gratificación sexual requieren de actividades fijas, repetitivas y obligatorias, a la manera del manejo del objeto fetiche (real o fantaseado). Fetichización que considera proveniente de un objeto y espacio transicionales fallidos y al uso del objeto al estilo adictivo. El "objeto" fetiche actuaría siempre como el organizador psíquico de una neosexualidad (Stubrin, 1993: 43-7). Ambos autores se diferencian del estructuralismo; desde su perspectiva, las perversiones no se constituyen como una estructura en sí misma y por otro lado, con el objetivo de extraer del concepto el sentido que lo asocia a “perversidad”, lo circunscriben exclusivamente al ámbito de la sexualidad. Entonces tenemos que una de las características primordiales del actuar sexual neosexual es la compulsividad del acto, al que se siente como necesidad y que es producto de una angustia desbordante que impide que el sujeto pueda postergar y esperar. Para Stubrin esta angustia está íntimamente vinculada a la pulsión de muerte, que es la que llevaría a la persona a situaciones de alto riesgo. Esto es debido a un vínculo patológico con una madre “engolfante” cargado tanáticamente. En el caso de los pacientes homosexuales añade que la homofobia propia del sujeto así como la provocada por el medio social son generadoras de culpa y angustia. Desde su perspectiva, el análisis de esta angustia desbordante lleva a la desaparición y/o atenuación de estas conductas situando un mecanismo entrópico entre la angustia y la erotización en donde ambos elementos se retroalimentan mutuamente (Stubrin, 1993: 207).

Lo que resulta útil de la propuesta de Stubrin es que brinda criterios clínicos específicos que permiten situar las llamadas neosexualidades. Otro aspecto atrayente es que advierte sobre posiciones morales y heterocéntricas de cierto establishment psicoanalítico[2], señala por ejemplo, que las prácticas de sexo oral y anal son entendidas como una expresión de la sexualidad en el caso de parejas heterosexuales, en cambio son ubicadas en una fijación pregenital para los homosexuales[3].

Un impasse en sus planteos lo encontramos, al igual que en McDougall, cuando intenta excluir del concepto de neosexualidad un grupo de prácticas que constituirían las perversiones “verdaderas” y estarían asociadas a las prácticas sexuales sin consentimiento mutuo, penadas por la ley (Stubrin, 1996; McDougall, 2000)[4].

Con este nuevo movimiento se amplían los parámetros de “salud psíquica” a las prácticas hetero y homosexuales no compulsivas y las neosexualidades permanecen fundamentalmente en el campo de problemas de la fase preedípica y la pregenitalidad; pero al carecer de un operador teórico que les permita definir a las perversiones desde una conceptualización metapsicológica, deben apelar al discurso jurídico y en consecuencia, quedan adheridos a una moral socio-histórica particular. Stubrin es conciente de esto, sin embargo, no lo resuelve: “…lo que llamamos tanto tiempo perversiones debiera quedar reducido a aquellos comportamientos que terminan cayendo dentro del marco judicial, aunque esto también tiene sus serios problemas en cuanto a que en muchos lugares están castigadas costumbres sexuales que en otros son aceptadas” (Stubrin, 1996). Por un lado, la diversidad del erotismo parece quedar aprisionada en una nueva normalización y por otro lado, retorna el sentido ligado a “perversidad” que habían intentado excluir.

 

De lo pregenital a lo paragenital

 

Silvia Bleichmar con el fin de des-moralizar el concepto de perversión, lo retrabaja desechando las variables que lo asocian al complejo de castración y a la dominancia de una sexualidad “pregenital”. A instancias de Laplanche cambia esta denominación por “paragenital” en razón de que no constituye un “pre” destinado a integrarse a la llamada sexualidad genital (Bleichmar, 2006: 192). Esto le permite resignificar la afirmación freudiana que define a la perversión como el negativo de la neurosis haciendo eje en el hecho de que el ejercicio de la pulsión no ligada a los componentes amorosos da cuenta del fracaso de la intersubjetividad. Así, lo que caracteriza a la perversión no es sólo el carácter fijo, compulsivo y obligatorio de la escena, sino “la desubjetivación del otro y el carácter parcializado que su cuerpo cumple como lugar de goce” (Bleichmar, 2006: 85-6).

De este modo se opone a definir la perversión a partir de determinada conducta sexual manifiesta. En cuanto a la sexualidad masculina, considera a la homosexualidad como una de las vicisitudes posibles planteando, además, que la instauración de la masculinidad (tanto hetero como homosexual) se consuma a través de la “incorporación fantasmática del pene del padre”. Para S. Bleichmar la masculinidad (en términos de potencia fálica en general, no de género) sería impensable sin que fuera otorgada fantasmáticamente a una iniciación por medio de la cual otro hombre brinda al niño las condiciones de la masculinidad (Bleichmar, 2006: 29, 73).

 

Del binarismo al polimorfismo

 

El denominador común de diversos intentos de repensar los desarrollos psicoanalíticos sobre sexualidad es la de cuestionar la posición central del Edipo como complejo nuclear que resignifica lo anterior desde un predominio edípico. En esta línea J. C. Volnovich considera que el psicoanálisis ha teorizado las relaciones de un hombre con su hijo, a través de la función de "interdictor" o de competidor edípico y revela la necesidad que tiene el niño, desde el nacimiento, de un contacto directo, no mediatizado, con el cuerpo de su padre, y que el niño busca en el padre la posibilidad de encontrar las claves de su subjetividad, antes que a un rival o a un ideal (Volnovich, 1997). Jessica Benjamin hace hincapié en el "amor identificatorio", que implica un reconocimiento de parte del padre hacia su hijo/a, una actitud cuidadora, para lograr un adecuado desarrollo psicosexual (Benjamín, 1995). Uno de los puntos clave en la perspectiva de Benjamin es cómo deconstruir las oposiciones binarias (masculino - femenino, amor objetal - amor identificatorio, modelo intrasubjetivo - modelo intersubjetivo). Para superar la dicotomía de un discurso de oposiciones plantea una dimensión “tercera” donde los opuestos se incluyen y contradicen mutuamente (al modo de la paradoja de Winnicott). De este modo formula una concepción “sobreinclusiva” del desarrollo del infante que elabora a partir de las ideas de Fast y Stoller. Allí incluye un estadio postedípicodonde las identificaciones con un género no llevan al repudio del otro, y las oposiciones dicotómicas y estereotipadas entre feminidad y masculinidad, pueden dar lugar a un juego flexible con la diversidad. Asimismo señala que el psicoanálisis “institucionalizado” ha sustentado y generalizado acríticamente la trayectoria simple hacia la complementariedad heterosexual convencional como meta del desarrollo, naturalizando y ocultando una meta normativa de la identidad sexual. En definitiva, Benjamin propone correr la salida convencional del edipo como lo “deseable”, por el contrario, advierte que la rigidez edípica puede llevar a la fijeza y la intolerancia ante cualesquiera otros elementos sexuales. Para superar este impasse, propone una nueva periodización del desarrollo temprano de los géneros; si bien su profundización excede el espacio de este artículo, señalaré algunos mojones. Postula una “identificación genérica nominal”, previa al reconocimiento de la diferencia anatómica y antecedente de la tensión y ambigüedad genéricas futuras; la representación del self con un género coexiste con la representación del self sin género e incluso con la identificación con el género opuesto (Benjamin, 1995: 83-4). Propone la figura de un “segundo adulto” cuyo rasgo clave no es que sea varón o padre, ni que constituya el “triángulo”, sino la creación de un segundo vector que apunte hacia el exterior, sobre el cual luego pueda constituirse el triángulo. Lo interesante de la propuesta de Benjamin es que cuestiona la polaridad genérica excluyente y centra el eje en identificaciones múltiples, cruzadas y a lo largo del desarrollo. Y avanza un paso más: “Si el sexo y el género tal como lo conocemos son atraídos hacia polos opuestos, estos polos no son la masculinidad y la feminidad. Más bien, el bimorfismo genérico en si solo representa un polo; el otro polo es el polimorfismo de todos los individuos” (Benjamin, 1997,108). Estas ideas no sólo permiten cuestionar la patologización de las diversas orientaciones sexuales en pos de una hegemónica, sino además objetar la categorización como trastornos, de la diversidad de posiciones genéricas por fuera del par “varón masculino” y “mujer femenina”.

El breve recorrido a través de estos/as psicoanalistas que intentaron repensar distintos aspectos de la teoría de la sexualidad desde diferentes perspectivas, nos permitió hacer un paneo sobre algunos supuestos que han obstaculizado el entendimiento de la diversidad de la sexualidad humana, en un intento de extraer de los mismos lo que es “moral de época” y presentar algunas ideas que posibiliten la apertura de nuevas cuestiones e interrogantes.

 

Bibliografía

 

Barzani, C.: "La homosexualidad a la luz de los mitos sociales", en Revista Topía en la web, Buenos Aires, Octubre 2000.

Benjamin, J (1995): Sujetos iguales, objetos de amor: ensayos sobre el reconocimiento y la diferencia sexual, Paidós, Buenos Aires, 1997.

Bleichmar, S.: Paradojas de la sexualidad masculina, Paidós, Buenos Aires, 2006.

Foucault, M. (1976): Historia de la sexualidad 1: La voluntad de saber, Siglo XXI, Buenos Aires, 1992.

Galende, E.: Sexo y amor. Anhelos e incertidumbres de la intimidad actual, Paidós, Buenos Aires, 2001.

McDougall, J. (1982): Teatros de la mente. Ilusión y verdad en el escenario psicoanalítico, Tecnipublicaciones, Madrid, 1987.

McDougall, J.: “Sexualidades y neosexualidades”, Revista Trópicos, Caracas, VIII (1), 2000, 23-31.

Stubrin, J.: Sexualidades y Homosexualidades, Kargieman, Buenos Aires, 1993.

Stubrin, J. (1996): “Sexualidades ocultas”, en http://www.isisweb.com.ar/oculta.htm.

Volnovich, J.C.: “Varones argentinos. El fútbol como organizador de la masculinidad”, Revista Lote Nº 7, Noviembre 1997.

 

Notas

 

[1] Al menos desde la invención de tal categoría en 1869. Véase Foucault (1976) y Barzani (2000).

[2] Al momento de escribir el libro citado Jaime Stubrin era miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina a la cual renuncia en el año 2002. Para obtener una foto de las posiciones de diversos miembros de esta institución en la década del 80 en cuanto a las perversiones, resulta interesante consultar los trabajos presentados en el “X Congreso interno (1980)” sobre perversiones, cito algunos de éstos en Barzani (2000).

[3] “Al pensar pre-edípico y pregenital como sinónimos de pre-heterosexual, estos psicoanalistas terminan confundiendo etapa anal u oral del desarrollo con tener sexo anal u oral.” (Stubrin, 1996).

[4] He aquí la nueva divisoria de aguas, 1) las homo y heterosexualidades egosintónicas (que no provocan angustia, ni compulsión, ni sufrimiento) quedarán ubicadas dentro de un conjunto de prácticas que el analista no está llamado a resolver, 2) las neosexualidades como escenarios que tienen por objeto proteger a los “objetos internos” del odio y la destructividad del sujeto y 3) las perversiones caracterizadas como actos sexuales que no toman en cuenta ni el deseo ni la necesidad del otro, y que son idénticos a los que son penados por la ley. (McDougall, 2000).

 

 

Carlos Alberto Barzani

Psicoanalista

carlos.barzani [at] topia.com.ar (subject: Ref.%20articulo%20La%20sexualidad%20de%20hoy%20y%20algunas%20teorizaciones%20psicoanal%C3%ADticas%20contempor%C3%A1neas)

 

Articulo publicado en
Agosto / 2009

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