Precariedad es un término utilizado sobre todo para condiciones laborales que implican inseguridad e incertidumbre. En las actuales condiciones que genera la combinación de pandemia y recesión económica mundial el sentido del término precariedad abarca a amplias capas de la población que estamos amenazadas no solamente por el virus, sino por la incertidumbre e inseguridad laboral y económica. Enfrentar esta difícil situación requiere de un esfuerzo cotidiano y de la conservación de un equilibrio emocional que permita afrontar ese desafío. Y hay quienes carecen de esa fuerza y equilibrio y caen en diversas situaciones de afectación psíquica.
La precariedad abarca a amplias capas de la población que estamos amenazadas no solamente por el virus, sino por la incertidumbre e inseguridad laboral y económica
Lo que domina actualmente a la sociedad, probablemente en todo el mundo, es el temor, principalmente el temor a la muerte, al sufrimiento y a la instalación de secuelas tras padecer la enfermedad. Es un sufrimiento psíquico generalizado, a veces evidente, a veces sordo pero actuante y otras con intentos de ocultamiento mediante diversos mecanismos de defensa. Y ese temor limita la libertad y dificulta el disfrute de la vida o cuando se usan defensas poco realistas favorece que se corran riesgos irracionales, lo cual es muy lamentable cuando los datos disponibles apuntan a que la pandemia durará años y quizá muchos, dado que cuando medicamentos y vacunas se convierten en mercancías que aspiran a la ganancia máxima en vez de instrumentos libres al servicio de la salud pública, como sucede en el actual periodo neoliberal, es imposible vacunar a la población de todo el mundo como sería necesario para controlar la pandemia, por lo cual persistirá por largo tiempo ya que el concepto de inmunidad de rebaño fue rebasado por este virus.
Los mecanismos psicológicos de defensa más frecuentes actualmente son:
En primer lugar, la negación del riesgo mencionado, frecuentemente acompañado de mecanismos de omnipotencia: “la enfermedad no existe, es un invento de…”, “yo no me voy a contagiar, soy joven, soy fuerte, estoy en buenas condiciones físicas”, etc.
También la trivialización: “es solamente una gripita sin consecuencias”.
El encierro genera una situación semejante a la que vivían los soldados en la Primera Guerra Mundial donde aquellos ubicados en las trincheras estaban fuertemente estresados por la tensa espera de un posible ataque enemigo, situación que los obligaba a una alerta permanente por largos periodos, con la consecuencia de que algunos de ellos desarrollaran síntomas de angustia e irritabilidad con mayor frecuencia que los que estaban en el campo de batalla.
Por ello la situación actual de confinamiento parcial y temores produce una serie de efectos psíquicos: ansiedad, depresión, irritabilidad y aumento de la agresividad. Más acentuados conforme la espera se alarga, y todo apunta a que se alargará mucho.
Lo que domina actualmente a la sociedad, probablemente en todo el mundo, es el temor, principalmente el temor a la muerte, al sufrimiento y a la instalación de secuelas tras padecer la enfermedad
Y para calmar estas intensas y crónicas angustias se utilizan ampliamente mecanismos de compensación oral como comer y beber de más, con los efectos y riesgos correspondientes.
La esperanza está centrada en el arribo de vacunas eficaces y las disponibles se están aplicando con toda la celeridad posible, pero la realidad es que son vacunas de emergencia, desarrolladas y evaluadas en pocos meses, cuando las vacunas normales tardan años en salir al mercado, y además algunas variantes como la delta, además de ser muy contagiosa logra disminuir la eficacia protectora de las vacunas. Una muestra de las condiciones normales de producción de biológicos es la reciente vacuna de las paperas que da una protección de 90 % y tardó cuatro años en estar disponible. El hecho de que éstas del coronavirus tuvieran que desarrollarse en meses por la emergencia mundial implica que no tengamos suficiente claridad del grado y duración de la protección que brindan, por lo cual habrá que dedicar un tiempo a su evaluación más precisa. Y todavía carecemos de un antiviral eficaz y accesible de precio, lo cual daría un cambio dramático.
Voy a poner como ejemplo de los problemas actuales que enfrentan los colegas, lo que relató un psiquiatra que trabaja en la consulta externa de un hospital público de la seguridad social en la Ciudad de México. Allí le extrañó, en esta tercera ola de contagios, el importante número de pacientes que acudían a la consulta conectados a un tanque de oxígeno, situación inusual.
La situación actual de confinamiento parcial y temores produce una serie de efectos psíquicos: ansiedad, depresión, irritabilidad y aumento de la agresividad
En el consultorio, al quitarles el oxígeno para medir su condición mediante el oxímetro, encontró que la mayoría tenía niveles normales de oxigenación. Al confrontarlos con estos datos ellos explicaban que habían tenido un cuadro sintomático de covid y después de recuperarse les había quedado como secuela la necesidad de usar oxígeno. La exploración psiquiátrica subsecuente encontró dos grupos: uno, de personalidades frágiles emocionalmente que quedaban con un miedo irracional que les llevaba a esa condición de uso innecesario de oxígeno que cumplía funciones mágicas como un talismán; el otro, era de aquellos que pretendían manipular el ambiente interpersonal para lograr ventajas mediante el llamado “beneficio secundario de la enfermedad” a fin de evitar regresar al trabajo y/o para obtener ventajas y privilegios en el seno familiar.
En México uno de los lugares más frecuentes de contagio son las reuniones familiares, donde los asistentes hacen sinónimo irracional del parentesco con seguridad sanitaria y así es que las abuelas y abuelos visitan a hijos y nietos, o son visitados, sin mayores consideraciones sobre el riesgo de contagios. En uno de esos casos la abuela, muy racional en su protección ante extraños, visitó a sus nietos jóvenes sin mayor información sobre si estaban vacunados o no y sobre sus costumbres sociales. El nieto no estaba vacunado y ella se contagió, ya en su casa donde vive sola, inició la sintomatología con fuerte impacto sobre el estado general seguramente por la alta carga viral recibida dada la intención de convivencia en la visita. La vacuna hizo su efecto protector y el internista que consultó recetó lo necesario para restablecer su salud que logró en unos tres días. Pero quedó muy temerosa, con miedo irracional a pesar de que los hechos le mostraron la utilidad de la vacunación.
La fragilización contemporánea de las subjetividades quedan sujetas (y sujetadas) a las necesidades del mercado por medio del siniestro big data que opera con la suavidad de un carterista
En otros casos se apela al nivel racional para darse seguridad en los encuentros amistosos, “todos estamos vacunados, no hay problema”. Pero de cualquier manera la situación actual, en medio de la tercera ola de contagios, es de temor, desbordado en ocasiones y, en otras, contenido, pero siempre presente sea en primer o segundo plano. Un miedo que no es a un peligro imaginario sino real y visible, que se nutre de datos que nos dan los medios de información sobre otros que no conocemos, pero también de datos confirmatorios de seres que sí conocemos, algunos muy cercanos. De ahí que se recurra a estratagemas racionales o no para tratar de contener los temores a un riesgo muy real.
Uno de los principales hospitales de la Ciudad de México dedicado ahora casi exclusivamente a tratar pacientes covid ha tenido que instalar un nuevo servicio, con diversos especialistas, para atender las variadas secuelas que tienen algunas personas tras ser dadas de alta. Y es una unidad que está permanentemente sujeta a una presión de crecimiento.
Y como mostraban los pacientes de la consulta externa en forma casi caricaturesca algunas personas quedan sin secuelas físicas, pero con afectaciones psíquicas, con temores desbordados tras padecer y superar la enfermedad. Dicen que a los perros más flacos se les cargan más las pulgas y eso es lo que sucede en estos casos, las personalidades psíquicamente más frágiles son las que tienen más proclividad a caer en esta situación. Y suelen ser aquellas personalidades inmaduras: infantilizadas por la sobreprotección o aquellas otras afectadas por el rechazo, a veces acompañada de violencia familiar, o por el abandono y desinterés de sus familiares. En este segundo grupo, con sus dos mecanismos de afectación, pueden quedar, como consecuencia, tendencias destructivas o autodestructivas que se despliegan en cuanto pueden, generalmente la juventud y la adultez.
Las personalidades inmaduras e infantilizadas se caracterizan por una dificultad para manejar las emociones, con temores al abandono y dificultades para manejar la soledad, y aquellos de talante tranquilo pueden tener relaciones afectivas muy estables. Existen también otros con impulsividad y frecuentes cambios de ánimo que hacen que mucha gente los señale como “bipolares”. En éstos, las relaciones interpersonales suelen ser inestables e intensas, llegando a veces a niveles caóticos, la intensidad amorosa puede ser muy atractiva, pero la inestabilidad emocional genera conflictos frecuentes que abren distancia entre los participantes. En ambos casos pueden existir sentimientos de vacío que pueden llevar a la búsqueda de estímulo mediante el uso de drogas, compras compulsivas o promiscuidad sexual.
Las tendencias destructivas y autodestructivas del segundo grupo los llevan a una vida muy difícil, tanto a ellos como a las personas de su entorno cercano. Este grupo suele manejarse mediante la negación, por lo cual corre riesgos grandes sin ninguna preocupación ni control. Algo semejante sucede cuando las defensas narcisistas son importantes y echan a andar mecanismos de omnipotencia.
Pero aún en las personas razonablemente maduras la amenaza y temor crónicos son un factor de fragilización psíquica que puede traicionarlos en algunos momentos. Nuestro desafío, por tanto, es que el temor a morir o sufrir no nos impida vivir, eso sí con las limitaciones de la realidad actual que están dadas por la necesidad de cuidar la salud personal y la de los demás.
Y esto último es de importancia primordial ya que está claro que la estrategia de vacunación no es suficiente, tiene que acompañarse de una conducta responsable de la población orientada a no difundir la enfermedad o de la instalación de medidas coercitivas que lo logren en caso de no existir suficiente cooperación, como ha sucedido en Francia y otros lugares.
Pero esta responsabilidad social va a contracorriente de los ideales promovidos por el Neoliberalismo e instrumentados por los medios de comunicación masiva como son el individualismo, narcisismo, hedonismo y consumismo, por eso han aparecido manifestaciones de jóvenes europeos que sienten afectados sus derechos individuales por estas medidas, sin tomar en cuenta el valor de la solidaridad y la responsabilidad social. Esta es la fragilización contemporánea de las subjetividades que también quedan sujetas (y sujetadas) a las necesidades del mercado por medio del siniestro big data que opera con la suavidad de un carterista.
Ejemplos sobran, voy a relatar uno de los leves contado por una médica, enojadísima con la irresponsabilidad de su hermana que trabaja en temas de hotelería en una de las playas tropicales mexicanas y le relató que fue a visitar una amiga que unos días más tarde le avisó que tenía covid, por lo cual se fue a hacer un examen de laboratorio (PCR). Esto fue un viernes y los resultados del examen se los entregaban el lunes; entonces, ¿por qué no? se fue con su hijo a la playa el fin de semana, sin mayor preocupación por la posibilidad de contagiar a su hijo y a otros. El lunes el examen salió positivo…
Mario Campuzano
Médico, psiquiatra y psicoanalista mexicano
campuzanom [at] prodigy.net.mx