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Perversión, hostilidad y abuso

 

De acuerdo con el psicoanalista norteamericano Robert J. Stoller, en cuyas ideas me voy a basar para mi argumentación, la perversión es el resultado de un interjuego esencial entre la hostilidad y el deseo sexual.  A grosso modo, esta definición hace acercar la visión psicoanalítica de la perversión a una noción corriente de la misma.  Sin llegar a convertirlas necesariamente en coincidentes, el autor demuestra que la perversión, en la acepción psicoanalítica,  implica en elementos hostiles tal como el uso corriente del término tiene por asentado. Es por esta razón que Stoller (1975) se negó a seguir la tendencia “políticamente correcta” que defendía excluir  el término perversión de los léxicos psiquiátrico y psicoanalítico. El argumento usado por los defensores de esta exclusión era que la palabra llevaba consigo un juicio moral, asociando la idea de perversión a la de perversidad o maldad. En verdad, exactamente eso fue lo que Stoller quiso demostrar que era procedente.

La perversión es un producto de la ansiedad, siendo que el comportamiento perverso se molda a partir de remanecientes y de ruinas de la historia del desarrollo libidinal, particularmente de la dinámica familiar. De una manera ideal, si pudiéramos saber al respecto de todo lo que sucedió en la historia del sujeto que investigamos, entonces encontraríamos en verdad los eventos históricos que se hacen representar en detalles en el acto sexual manifiesto del perverso. De esta manera, sabríamos cómo y por qué tal persona elevó sus experiencias sexuales precoces – lo que más placer le ha provocado- a la condición de hacer parte del escenario perverso.

Stoller ha sido un investigador y un teórico freudiano sui generis, que llevó hasta las últimas consecuencias lo que Freud había postulado sobre la realidad del trauma en la determinación de la psicopatología y, en consecuencia, en las peculiaridades de la formación del síntoma, cosa que el propio creador del psicoanálisis descartó precozmente.  De este modo, para Stoller, la perversión es el resultado de una determinada dinámica familiar que, induciendo miedo, lo fuerza al niño a evitar la situación edípica en que está inmerso.  Por lo tanto, la resolución del conflicto edípico no sería  la disolución del mismo por la vía de la represión, sino su evitación, lo que postergaría  ad infinitum su resolución, manteniéndolo en suspenso.

Es en este sentido que Stoller lleva extremadamente a serio las ideas no organicistas de Freud, quien le atribuía a la experiencia la formación de toda y cualquier forma de sexuación.  Es así que no habría una sexualidad llamada  natural, dada por los imperativos biológicos, sino que toda forma asumida por la sexualidad sería una  construcción  basada en la historia de las relaciones de objeto, o sea,  sería contingente. Sin embargo, este punto de vista no impide que se encare a la perversión como siendo una  aberración  en que el odio esté presente en la calidad de un elemento estructurador primordial.  La perversión, según la definición sintética del autor, es la forma erótica del odio, porque lo que preside al acto perverso es el deseo de herir o damnificar al otro: en la práctica se trata de una fantasía actuada.

Coincidiendo con lo que Freud (1905) afirmaba en los  “Tres ensayos de teoría sexual”, Stoller observa que el modo de obtener placer del perverso es rígido e invariable; pero añade que tal práctica es necesaria y primariamente motivada por la hostilidad.  Precisamente, es en este punto que el autor va a insistir, recuperando sin llegar a decirlo, la afirmación de Freud – realizada en dicho texto- de que, en la sexualidad perversa, los componentes pregenitales (orales  y sádico-anales) constituyen el eje central, mientras que en la sexualidad denominada como “normal” lo que tiene la primacía es la genitalidad.

Sin embargo, es dable hacer una importante distinción en el vocabulario usado por Stoller: hostilidad  no coincide con agresividad. La primera es un estado en que se desea herir y provocar daños y dolor a un objeto, mientras que la segunda no estaría impregnada de tal sentido, o sea que implicaría solamente la presencia de una fuerza o potencia que precisa ser canalizada.

En la perversión, la hostilidad asume la forma de una fantasía de venganza - escondida en acciones que la disimulan - que tiene la función principal de convertir un  trauma infantil en un triunfo adulto. Esta operación de conversión de la escena traumática infantil (por lo tanto, vivida de forma pasiva) en un triunfo vengativo adulto (imaginado de manera activa) es responsable por la producción de la excitación sexual.  Además de esto, para aumentarla maximizándola también hay que armar una escena sexual que asuma el carácter de ser un acto arriesgado.

El montaje perverso reproduce a  la situación traumática efectivamente vivenciada en la infancia, que debe ser revivida y también “corregida” en acto, en los detalles de la escena perversa.  De este modo, la perversión es la reviviscencia de un trauma sexual – y no de uno de cualquier otro tipo- ocurrido sea sobre el  área sexual (anatómica)  o  sobre la identidad de género (por ejemplo, cuando un[a] niño[a]  es tratado[a] como si perteneciera al otro sexo biológico).  En el acto perverso, el pasado es invocado de manera inconsciente: en este preciso momento el trauma es transformado en placer, victoria y orgasmo.  Es como si la historia fuera recordada  en acto, pero contada con un desenlace opuesto al que tuvo en la escena traumática real, ahora siendo favorable a la víctima. La pasividad se transforma en actividad, y la venganza se realiza sobre un objeto elegido para representar al niño victimado.  Sin embargo, la necesidad que tiene el perverso de repetir siempre (de modo compulsivo) y de la misma manera (repetitivamente) a su escena sexual testifica la imposibilidad de que dicho acto pueda colocar al sujeto, efectivamente, a salvo del peligro. La memoria del trauma es inconsciente y no cesa de manifestarse y de exigir una defensa.

Para Freud, la excitación sexual que fue vivida de una manera precoz por un niño,   a manos de un adulto, representaba un trauma y contribuía para  consolidar una perversión. Stoller está de acuerdo con este punto de vista, pero sólo en los casos en que haya habido  mucha estimulación  y  poca descarga, o entonces, un  severo sentimiento de culpa como resultado de ello. Este tipo de experiencia, sentida como traumática, es la que debe ser transformada imaginariamente por medio del ritual perverso, en una aventura bien sucedida.

El ritual perverso, adecuado a la conjuración del trauma, es construido por medio del ensayo y error  en la historia de vida del sujeto.  Si por acaso ocurre una falla en la construcción de dicho ritual, entonces la vida sexual será marcada por la falta de interés sexual y por la ansiedad, que se manifiestan bajo la forma de un disturbio de potencia. Una de las finalidades de la estructuración de una perversión es el mantenimiento de la posibilidad de obtener placer sexual.

La introducción del sentido de riesgo en el ritual tiene el objetivo de que el sujeto luche contra el desinterés sexual que podría resultar de su historia traumática. La función ejercida por el riesgo es exactamente la de aumentar la excitación y mantener la gratificación sexual. Sin embargo, el peligro no puede llegar a ser extremado: la situación debe estar, en alguna forma, siempre bajo control.  El riesgo es bajo, o mejor dicho, lo que efectivamente importa es la impresión de que se está corriendo peligro.

La función del riesgo, como factor de excitación y de placer sexuales, es inherente a la dinámica de la venganza. La falta de interés sexual sería el resultado de una ausencia de riesgo. La excitación es el producto de una oscilación entre la posibilidad de fracasar (que es chica) y la anticipación del triunfo (que es grande).  De este modo, la perversión podría también ser descripta, en uno de sus aspectos, como siendo un complicado atajo que pasa por el peligro hacia la gratificación sexual triunfante.  Acordémonos de que, en la perversión, el placer sexual es salvado por la erotización del riesgo, cuando hay una reviviscencia inconsciente del trauma, pero su desenlace es alterado en fantasía. Es así que, la perversión es resultante del estrago de la función, pero no de su destrucción. Algún tipo de esperanza, subsiste.

El trabajo de construcción de la fantasía que será escenificada por el perverso tiene por corolario la deshumanización  del objeto sexual[2]. Este no es ni puede ser – bajo pena de poner en peligro el montaje perverso- encarado como persona o con alteridad.  A pesar de que, en la práctica, el objeto sea una persona real con su personalidad, el perverso busca en él poder vislumbrar a un niño sin humanidad o simplemente un fragmento anatómico o de personalidad. Todo esto explica por qué el objeto siempre es desechable (un “fósforo que se quema”, como acostumbraba a decir un paciente mío)  y también nos muestra la razón por la cual la promiscuidad hace parte necesaria de la vida sexual del perverso (Ferraz, 2000). En relación al fragmento anatómico, Stoller parece que se refiere a lo que Freud denominada de objeto parcial: un órgano sexual o cualquier otra parte del cuerpo de la pareja.

En este preciso momento nos podríamos preguntar, a raíz de la necesidad que tiene el perverso de montar su escena sexual, lo siguiente: ¿Cómo es que el placer es puesto exactamente ahí?  De acuerdo con Stoller, se realiza por obra y gracia de la fantasía: por medio de esta es que el trauma puede ser deshecho o anulado.  En la reconstrucción modificada de su historia, que se procesa en el montaje de la escena sexual, los devaneos (soñar despierto) tienen el papel de contribuir para la realización del placer mediante una serie de características que asumen la finalidad de “corregir” el pasado que es “rememorado inconscientemente”.  Veamos, precisamente, lo que rige la formación de dichos devaneos:

-       Se retira el peligro de que el trauma se repita;

-       Se incluyen  elementos que estimulan el riesgo, introduciendo una excitación por la tensión;

-       Se garantiza un “final feliz” probándole al sujeto que  efectivamente evitó el trauma, cuando no fue él quien traumatizó los que originariamente lo atacaron;

-       por fin, cuando dichos devaneos se unen a la excitación sexual y al orgasmo, se instala un círculo vicioso que motiva al perverso para que repita ese acto indefinidamente.

 

La cumbre del placer, en la perversión, coincide con el momento en que la parte central del trauma está siendo escenificada en el acto sexual.  Este es un momento de gran suspenso, porque es cuando el riesgo máximo parece estar presente y, por lo tanto, antecede al triunfo colosal que está por venir.  Este tipo de sensación se da en otras actividades que no son estrictamente sexuales, como es el caso de los triunfos contrafóbicos verificados en la práctica de deportes peligrosos.  Sin embargo, el perverso mantiene la noción de que su triunfo sucedió en la fantasía y, en este sentido, difiere del psicótico.  De esta manera, la realidad del trauma no es efectivamente removida y, por eso, él debe recomenzar todo otra vez.  Es así el carácter compulsivo de la práctica perversa.  El orgasmo es vivido como siendo excepcional porque se reviste de este carácter de triunfo, o sea, de la sensación de estar a salvo de la situación traumática y del riesgo corrido.

Además de la hostilidad, hay otro componente que hace parte del montaje de la escena perversa: se trata del misterio que, en última instancia, remonta al misterio que reviste a la sexualidad, especialmente para un niño.  Al final, si pensamos desde el punto de vista cultural, es innegable que hay una mistificación social y cultural de la anatomía, de las funciones y de los placeres sexuales, lo que azuza la curiosidad infantil y empuja al niño al afán de producir fantasías y teorías sexuales,  tal como lo demostró  Freud (1908) en el artículo “Sobre las teorías sexuales infantiles”.

En el caso de la perversión, el papel del misterio y del peligro se aumenta porque el niño fue traumatizado o superestimulado explícitamente en  un exacto punto misterioso: los genitales o el deseo de investigarlos.  Si el trauma incide sobre otras partes del cuerpo o sobre otras funciones, entonces el resultado es una neurosis.  Los individuos en los que la ansiedad de castración fue provocada de manera abrupta e intensa son candidatos en potencia a la perversión.

El abordaje que  Stoller  realiza de la perversión tiene aspectos realmente originales, cuando son vistos dentro de un cuadro comparativo de los principales ramos de desarrollo del psicoanálisis a partir de Freud. Stoller es un freudiano a la propia moda, que valora a determinados puntos de la teoría freudiana (como la del trauma) y critica frontalmente a otras nociones  que le eran muy caras al fundador del psicoanálisis.  La comprensión de la perversión mediante el eje de la hostilidad es la marca más grande de su teoría y también su aspecto más original.  No se trata de que la ligazón entre perversión y hostilidad sea necesariamente una novedad en el psicoanálisis sino que la extensión explicativa que esto toma en su obra es lo que delinea el carácter original de su aporte.

Al partir del presupuesto de que el odio sostiene a la formación perversa, nos tenemos que hacer una pregunta de profunda implicación epistemológica para la metapsicología: ¿Cómo se erotiza al odio? O, puesto de otra manera: ¿Cómo la vida erótica es investida  por el odio y  la angustia?  Esta es una pregunta que incide sobre la lógica del funcionamiento psíquico. Se trata de un tipo de problema que se le coloca a la psicología, sobre el cual el psicoanálisis tuvo que cuestionarse innumerables veces con la finalidad de dar una consistencia epistemológica a sus postulados.  Es precisamente lo que realiza Freud (1919), por ejemplo, en el artículo “Pegan a un niño” (1919) cuando se puso a enfrentar el enigma del masoquismo que desafía a una lógica más superficial – la de la conciencia- al unir el placer al dolor.

Para arribar a una explicación suficiente sobre la ligazón del odio y de la hostilidad con la formación perversa es necesario, entonces, que pasemos por la noción de trauma. El odio no es un sentimiento “dado” o primario que llega a influir a la vida psíquica y que determina la aparición de mecanismos defensivos. No se trata, en absoluto, de este odio casi metafísico sino de un odio reactivo y  causado, con raíces en la experiencia real.

En esencia, la escena sexual perversa es una  fantasía actuada. Cada una de sus partes y cada uno de sus detalles guardan relación con la escena infantil traumática de la que quiere librarse el sujeto. Masud Khan (1979) afirma que el acto sexual perverso es un sueño que, al no poder ser soñado, se coloca en acto. La fórmula matricial de esta construcción, evidentemente, es clásica y se encuentra en Freud, para quien el síntoma, como cualquier otra formación de lo inconsciente, recuenta una historia y tiene una función defensiva.

Si bien Freud abandonó la teoría de la seducción – del trauma sexual real- para justificar la génesis de la neurosis, dándole énfasis al papel de la fantasía, por otro lado Stoller, al contrario,  llegará a afirmar que si fuera posible investigar toda la vida del paciente perverso, con seguridad encontraríamos el trauma que incidió sobre el sexo anatómico o sobre la identidad de género. Al principio,  Freud pensó en una escena de seducción,  en la responsabilidad de uno de los padres, en la etiología de la histeria. Más tarde, comprendió  esta “escena” como siendo una fantasía producto de la llegada disruptiva de la sexualidad biológica. Sin embargo, el origen de la neurosis permanece articulado a este momento, aunque sea mítico. Lo que Stoller postula, en el caso de la perversión, es algo diferente: ahí habría un trauma real que podría ser encarado como el propio factor diferencial entre la perversión y la neurosis.

A partir de la realidad del trauma, cuando el sexo anatómico o la identidad de género fueron afectados, el sujeto va a organizar de manera defensiva una vida sexual sintomática, cuyo núcleo es negar ilusoriamente el resultado del trauma infantil, anulando los resultados y “recontando” por  medio del montaje de una escena sexual perversa  la historia de la experiencia traumática.  Esta escena tiene que tener un “argumento”,  a la moda de la escena teatral que, invariablemente, consiste en afirmar la victoria sobre el agresor y la reversión de los papeles. En una palabra, el argumento debe ser de venganza.

De este modo, la venganza que está contenida en la escena perversa, además de ser en sí misma una descarga del odio,  es una especie de tentativa de elaboración en que la pasividad es cambiada por la actividad, exactamente se da  como el modelo que Freud (1920) enuncia en “Más allá del principio de placer”. El triunfo en la perversión obedece al mismo principio que rige la aparición de la actividad de jugar, o sea, al imperativo de la elaboración de una experiencia traumática mediante la transformación de la pasividad en actividad.  Sin embargo, ocurre que, en la perversión, esta operación no puede ser contenida en los límites del plano psíquico, necesitando de un objeto del mundo externo para ser actuada, o sea que, es  escenificada y transformada en un ritual (tal como el “sueño actuado” de Masud Khan).

Este objeto del mundo externo que es utilizado será alguien que, aunque tenga una personalidad, es desinvestido de tal cualidad y reducido a cosa (objeto parcial). En esta operación, Stoller ve a un indicador de la actuación del odio, manifestado en la  deshumanización del objeto. Este punto de vista tiene alguna semejanza con la idea de Masud Khan de que  el  objeto del perverso es un objeto transicional, intermediario entre el Yo y el objeto externo, blanco de la destrucción y al mismo tiempo, fruto de una construcción. Pero,  Stoller parece que tiene una visión más pesimista porque afirma la cosificación del objeto y la actuación de la hostilidad sobre el mismo, no haciendo mención de los aspectos “constructivos”, supuestamente contenidos en esta modalidad perversa de la relación de objeto, como hace Masud Khan.

Quizás, en este punto sea interesante recordar que la noción de disociación  en Stoller, en el caso de la perversión, se aplica  particularmente al objeto, aunque sea, en verdad, correlativa a la disociación del Yo.  En el caso específico del fetichismo o de la elección de una parte del cuerpo de la pareja como objeto sexual, la disociación incidirá, especialmente, entre la parte y la totalidad, y evidentemente esto es correlativo a la negación de la plenitud de la alteridad. Es así que el “uso” que se hace del objeto sólo es  posible en virtud de esta disociación.

De todos modos,  el hecho de que la escena perversa sea encarada por Stoller como una retrospectiva corregida de una escena traumática, no deja de darle aval  al fondo freudiano que preside su teorización sobre la génesis y el sentido del síntoma, porque el síntoma neurótico, para Freud (1913) también obedecía a la misma lógica interna. Si lo dudamos, recordemos a la escena armada por la mujer obsesiva que llamaba a la criada al aposento nupcial después de haber tirado tinta roja sobre la sábana: procediendo de esta manera, ella recontaba la escena del fracaso del marido en la noche de nupcias, de manera que cambiaran los resultados reales, o sea, una manera de probar que efectivamente había sucedido la desfloración. A pesar de eso, hay una diferencia sumamente importante entre el síntoma neurótico y el síntoma perverso: tal como afirmaba Freud:  mientras que el retorno de lo sexual reprimido en la neurosis provoca displacer al Yo, en la perversión la fantasía sexual consciente provoca placer  (y es aquí que está el sentido del postulado freudiano de la perversión como el negativo de la neurosis).

Otra diferencia que hay, entre las modalidades del síntoma y que merece nuestra atención es la necesidad de la actuación (acting-out) que se verifica en el síntoma perverso; o, mejor dicho, el síntoma es propiamente una actuación debido que no se limita al dominio de lo psíquico sino que abarca a otro en la consecución.  De esta manera, la perversión sería una forma intermediaria entre la neurosis y la psicosis, tal como intenté demonstrar en otra oportunidad  (Ferraz, 2011). El  acting-out del perverso, responde a lo que se conoce como “vampirización”, particularmente en los casos en que la perversión se encamina hacia el campo de la psicopatía y del abuso sexual, como en la violación y la pedofilia.

En cuanto la fantasía de descarga de la hostilidad se ejerza sobre los objetos que consienten ese vínculo, estaríamos en el campo de una perversión que podríamos llamar de “no psicopática”. En cambio, en los casos de  abusadores, violadores y pedófilos, cuyo  acting out se dirige a objetos incapaces, por medio de la violencia o del abuso de su inocencia, verificamos el paso no elaborado de una hostilidad sufrida pasivamente a una hostilidad dirigida activamente al otro.

 

Bibliografía

CHASSEGUET-SMIRGEL, J. (1984) Éthique et estéthique de la perversion. Paris: Champ Vallon, 1984.

FERRAZ, F. C., Perversão. São Paulo: Casa do Psicólogo, 2000.

--------- As montagens perversas como defesa contra a psicose. Alter (Revista da Sociedade Psicanalítica de Brasília), v. XXIX, no 1, p. 41-48, 2011.

FREUD, S. (1905) “Três ensaios sobre a teoria da sexualidade”. Edição Standard Brasileira das Obras Psicológicas Completas. Rio de Janeiro: Imago, 1980, v.7.

---------- (1908) “Sobre as teorias sexuais das crianças”. Op. cit., v.9.

---------- (1913) “A disposição à neurose obsessiva”. Op. cit., v.12.

---------- (1919) “’Uma criança é espancada’: uma contribuição ao estudo da origem das perversões sexuais”. Op. cit., v.17.

---------- (1920) “Além do princípio do prazer”. Op. cit., v.18.

KHAN, M .M. R.  Alienation in  perversions. London: The Hogarth Press, 1979.

McDOUGALL, J. (1978) “A cena sexual e o espectador anônimo”. In: Em defesa de uma certa anormalidade: teoria e clínica psicanalítica. Porto Alegre: Artes Médicas, 1989.

STOLLER, R. J. (1975)  Perversion: the erotic form of hatred. London: Karnac Books, 1986.

[1] Miembro del Departamento de Psicoanálisis del Instituto Sedes Sapientiae y libre docente por el Instituto de Psicología de la Universidade de São Paulo.

 

[2] Joyce McDougall (1978), Janine Chasseguet-Smirgel (1984) y Masud Khan (1979), cada uno a su manera hacen formulaciones parecidas a ésta, cuando tratan del estatuto del objeto en la perversión. Para Masud Khan, por ejemplo, el objeto no llega a ser completamente el otro –diferente, separado e independiente – sino algo intermedio entre el propio Yo y el mundo externo, o sea, lo que  Donald  Winnicott denominó como objeto transicional.

 

 

 
Articulo publicado en
Julio / 2014