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No hay dolor sin sufrimiento

 

La Editorial Topía publicará próximamente Experiencias del dolor. Entre la destrucción y el renacimiento, el nuevo libro de David Le Breton. Este Sociólogo y Antropólogo es autor de numerosos libros y ensayos. En este texto, continúa una línea de trabajo que comenzó en Antropología del dolor (Seix Barral, 1995), Conductas de Riesgo (Topía, 2011) y La piel y la marca (Topía, 2019). Es decir, dar cuenta del dolor, el sufrimiento y la experiencia de la propia identidad en interjuego con la propia sociedad y cultura.

Aquí adelantamos un fragmento de la introducción.

 

Habla -
Sin embargo no separes del Sí al No.
Da también significado a tu palabra:
Dándole sombra.

Paul Celan, Habla tú también

Esta obra trata sobre la experiencia del dolor, de qué manera es vivido y sentido por los individuos, sobre los comportamientos y las metamorfosis que induce. Se trata de estar lo más cerca de la persona esforzándose por comprender lo que vive a través de las herramientas de la antropología. Esta obra prolonga, de algún modo, Antropología del dolor, que insistía sobre todo en la dimensión social y cultural del dolor. A partir de la primera edición de ese libro, no sólo continué esas investigaciones en el contexto de la enfermedad o los accidentes, sino que prolongué incluso aquellas concernientes a las conductas de riesgo de los jóvenes, o en los deportes extremos, en el body art o en los ritos contemporáneos de suspensión (2003).1 Estas figuras múltiples del dolor expanden la comprensión mostrando considerables variantes de experiencias.

Si bien ciertas experiencias dolorosas destruyen a la persona, otras, a la inversa, la construyen

El propósito consiste justamente en determinar los lazos entre el dolor y el sufrimiento, y paralelamente comprender por qué algunos dolores carecen de sufrimiento, o están incluso asociados a la realización de uno mismo o al placer. El dolor buscado o vivido por medio de conductas de riesgo o de escarificaciones es de otra naturaleza al que produce la enfermedad, por ejemplo. El deportista extremo o simplemente el deportista en competencia o en el entrenamiento es un hombre o una mujer que acepta el dolor como materia prima de sus performances, trata de domesticarlo, de contenerlo, sabe que si no “pone todo” será mal visto. En cuanto a la persona que se suspende con ganchos por el pecho, más bien busca el éxtasis o una experiencia espiritual. En otro registro, la experiencia del parto manifiesta una fuerte ambivalencia, algunas mujeres lo viven como un sufrimiento intolerable y otras como una sensación inolvidable que no está unida al dolor. Por otro lado, hay quienes incluso buscan el orgasmo por medio de diversos ejercicios de crueldad en las prácticas sadomasoquistas. El dolor parece un conjunto de muñecas rusas, donde al abrir una, aparece otra y otra más. Brevemente, las figuras del dolor son innumerables y mi deseo es confrontarlas para tratar de comprenderlas mejor porque, si bien ciertas experiencias dolorosas destruyen a la persona, otras, a la inversa, la construyen.

La relación dolor-sufrimiento es el tema central de esta obra. Y si bien los primeros capítulos tratan de un dolor que implica sufrimiento en la enfermedad o por las secuelas de un accidente o de la tortura, en los otros se analiza un dolor a menudo próximo al placer o al desarrollo personal, y se esfuerza por comprender la ambivalencia de la relación con el dolor. Bien entendido, el análisis podría continuar por el estudio de las diferentes formas de misticismo. En efecto, hombres y mujeres se infligen terribles privaciones, heridas que de ningún modo viven como sufrimientos, pero en una especie de delectación gracias a su convicción de que sus pruebas los acercan a Dios. No abordaré aquí esa ofrenda de dolor tratada ampliamente en Antropología del Dolor.

El dolor es una clave de la condición humana, nadie puede escaparle en algún momento, es inconcebible una vida sin dolor. Según las circunstancias golpea temporal o permanentemente. Pero la mayor parte del tiempo se mantiene como un malestar que dura unas horas y se olvida ni bien ha pasado. Siempre remite a un contexto personal y social que modula el sentimiento. En la vida cotidiana es imposible escapar cualquier día, a un dolor de espalda, o de vientre, una angina, una caries, un raspón, una quemadura, un golpe contra una puerta, una caída… La lista de los pequeños males que jalonan nuestra existencia no tiene fin. Como la enfermedad o la muerte, el dolor es el precio que pagamos por la dimensión corporal de la existencia. Todo individuo está condenado a la precariedad, pero simultáneamente, si bien su cuerpo está destinado al envejecimiento y a la muerte, también es el requisito del sabor del mundo. El dolor es el privilegio y la tragedia de la condición humana o animal. Aunque sea compartido por todos, la paradoja es que siempre aparenta ser algo totalmente ajeno a uno mismo. “Ese dolor no podríamos imaginarlo como propio hasta que aparece. Cuando llega, apenas podemos representárnoslo como propio”.2

La paradoja del dolor es que proporciona el sentimiento de estar vivo y establece una frontera neta entre uno y el mundo

A menudo se siente dolor sin una lesión detectable y a la inversa, hay lesiones graves que no se sienten. Si bien advierte de una amenaza para la integridad corporal, no siempre es proporcional al daño que anuncia. Aunque a veces es útil para denunciar un proceso patológico, por lo general está ausente cuando se trata de indicar el progreso de una enfermedad grave descubierta demasiado tarde, y es común que se congestione fuera de toda necesidad de protección para desmantelar la existencia. Por lo general, es el dolor mismo la enfermedad a combatir. “¿Para qué le sirve a una persona que está muriendo por un cáncer ese espantoso dolor que solamente con humor negro podríamos llamar función de defensa? ¿Para qué pueden servir un ataque de migraña, una neuralgia del ciático o del trigémino?”3 ¿Para qué el dolor de un miembro fantasma cuya paradoja es hacer sufrir por un miembro perdido y por otro lado reavivar el sentimiento moral de la mutilación, o el que persiste después de la cicatrización del tejido? En otras palabras, el dolor es una enfermedad, aunque participe del diagnóstico, urge aliviarlo.

Si bien la ausencia de dolor por una anomalía congénita parece un destino envidiable, las consecuencias son poco deseables. Un individuo incapaz de sentir el más mínimo dolor se encuentra amenazado constantemente. Ignora las agresiones que sufre su cuerpo, a menos que pueda ver los efectos. Se corta o se quiebra un miembro sin experimentar ningún dolor. Continúa tomando una sopa hirviente o caminando con la pierna fracturada. Sólo un problema funcional atrae su atención. No siente ningún dolor producto de una apendicitis o del avance de una enfermedad grave. La insensibilidad congénita al dolor es rara, pero expone al infortunio peligrosamente y quienes la conocen mueren precozmente. El dolor se mantiene para ellos como un enigma.4 El cirujano Richard Selzer cuenta la historia de una mujer operada recientemente. Revisa a la mujer en su cama del hospital, luego cuando ella está en el baño, un líquido oscuro se filtra por debajo de la puerta. Descubre a la paciente postrada, con la mano sumergida en su abdomen desgarrado. Asombrado, la devuelve a su cama y cura sus heridas. Ella le pregunta súbitamente: “Eso debería doler terriblemente, ¿cierto? Quiero decir: si mi cuerpo fuera realmente mío, tendría dolor. Pero no siento nada.”5 Entonces R. Selzer comprende que la mujer estaba buscando su dolor. La paradoja del dolor es que proporciona el sentimiento de estar vivo y establece una frontera neta entre uno y el mundo. El individuo está en todas las partes donde lo toca el dolor. Si no está en ninguna parte, corre el riesgo de sentirse nada.

Notas

1. En español: Conductas de riesgo, de los juegos de la muerte a los juegos de vivir, Topía Editorial, Buenos Aires, 2011. (N del T)

2. Vasse D., El peso de lo real, el sufrimiento, Barcelona, Editorial Gedisa, 1985, p. 12.

3. Sarano J., La Douleur, Paris, Épi, 1965, p. 111.

4. El personaje de Latour en la novela de N. Frobenius Le Valet de Sade (Arles, Actes Sud, 1998) no siente ningún dolor y pasa su existencia tratando de comprenderlo y lo aborda mediante crímenes que devienen en disección en busca de un improbable órgano del dolor. Al final, se corta la mano izquierda con un hacha sobre un tronco para tratar sentirlo de una vez, pero es en vano.

5. Selzer R., Confesiones de un cuchillo, Barcelona, Editorial Andrés Bello, 1998, p. 151.

 

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Articulo publicado en
Abril / 2020